martes, 28 de septiembre de 2021

El Chile que espero

 


 


Hay una liberación en la capacidad de la visión de la narrativa que nace aquí- la pura astucia con la que Labatut embellece y argumenta la realidad, como también la profunda enfermedad que encuentra en la historia de estos hombres. Pero también hay algo cuestionable, incluso de pesadilla sobre el asunto, ¿Si la ficción y los hechos son indistintos de manera significativa, como vamos a encontrar un lenguaje para aquellas cosas que sabemos son verdad?  En la era de las noticias falsas, más y más gente se siente con el derecho de “hacer su propia realidad”, tal y como Karl Rove lo señala. En el actual clima político norteamericano, hasta los hechos científicos- el material que utiliza Labatut para tejer su telaraña- es sujeto de una negación contra-racional.  ¿Es responsable un novelista, o un historiador, de prestarle atención a la línea que los separa?

 Ruth Franklin, The New Yorker, 6 de Septiembre del 2021.

 

Esas preguntas ya fueron respondidas por otro escritor latinoamericano, Don Mario Vargas Llosa quien dijo que a la literatura todo le está permitido no solo porque es su naturaleza, “la ficción es una interpretación falaz de la vida que nos ayuda a comprenderla”, sino porque es arte y el arte con condiciones deja de ser arte, además- y esto lo digo yo- porque la literatura es anterior al fake news por muchos siglos y su propósito es otro.

Coincidieron en mi agenda dos hechos que tienen que ver con Chile, el primero fue la lectura del libro de Benjamín Labatut, Un verdor terrible (2020), un escritor chileno que tempranamente empieza a cosechar éxitos de ventas y de la crítica internacional con un tema que me llama la atención, sobre los científicos que en Europa desarrollaron la física cuántica, una selección del trabajo teórico que se llevó a cabo en circunstancias extraordinarias en un momento de cambio de paradigma que me parece interesantísimo; el segundo, fue el lamentable suceso en la población de Iquique al norte de Chile en contra de compatriotas venezolanos, refugiados, que vienen huyendo del terrible régimen de Nicolás Maduro y que los tenía condenados a la muerte por desahucio.

Nunca he estado en Chile personalmente, pero la conozco por referencia, en mis años de estudiante en Michigan conocí a una pequeña colonia de chilenos que estaban viviendo en East Lansing, todos bellas personas, nos hicimos amigos y recuerdo con especial agrado la dulzura de sus mujeres y la amabilidad de sus hombres, personas decentes todas, jóvenes y estudiosas, esperanzados en un mejor futuro para nuestro continente.

A finales de los años setenta, cuando fungía como productor de Televisión Educativa para el Ministerio de Educación, tuve la oportunidad de realizar la serie de programas, Escritores y Pensamientos, que fue transmitido en todas las emisoras del país (el 2, el 4, el 5 y el 8, los únicos canales que existían, en el espacio de designado para la TVE), allí tuve la oportunidad de conocer al escritor Antonio Skármeta, un ser humano prodigioso, culto, locuaz, de un especial sentido del humor, que ya era una figura reconocida como uno de los mejores narradores del continente, fue una oportunidad de oro para conocer de cerca un poco de esa legendaria cultura chilena, y les puedo decir que disfruté de cada minuto de su compañía, sobre todo del uso exquisito que hacía de la lengua castellana (en el 2014 fue galardonado con el premio nacional de literatura de Chile).

El apellido Godoy es común en Chile, la poetisa Gabriela Mistral fue una Godoy a mucha honra, y parece que el Godoy que llegó a Chile con la conquista, tenía un hermano, que entró en Venezuela por los lados de Maracaibo y que inició su linaje en nuestro país, y es que a pesar de las distancias que nos separa, Chile y Venezuela tienen mucho de historia común y sino, que lo diga Don Andrés Bello quien echó raíces profundas en Santiago, su capital.

Pero como sucede en toda sociedad, y nuestros países latinoamericanos no escapan de esa realidad, así como hay gente buena y valiosa, los hay quienes no valen un centavo y que su único propósito pareciera ser crear incordios y conflictos, en Venezuela tenemos a la secta chavista, unos adoradores del súcubo Chávez, quien se sienta en un trono de maldad e injusticia presidiendo sobre sus hueste de ignorantes uniformados, una minoría violenta y armada de la más desprestigiada izquierda del continente, que no ha cejado de imponerse en el país a sangre y fuego, luego que unos venezolanos confundidos y engañados, le dieran las llaves del poder político, desde entonces ha sido imposible quitarnos a esos caníbales de encima.

Y acabamos de descubrir que en Chile también los hay, en Iquique una minoría de neonazis se acaba de imponer sobre la mayoría de la población, quien en silencio y sin mover un dedo han visto como estos repugnantes seres arremetían en contra de venezolanos que huían de la muerte, cansados, hambrientos, sin mayores bienes que lo indispensable para sobrevivir, y frente a sus mujeres y niños les quemaban en piras lo poco que tenían, colchones, coches para bebes, juguetes, ropa… dejándolos en el abandono más absoluto, humillados y estigmatizados como no-humanos.

Estoy seguro que ningún chileno, que nadie en Iquique, quiere que se repita esta ignominia que dice mucho de los chilenos que odian y arremeten en contra de los necesitados y los más débiles, y no dice nada de la grandeza y el alma del verdadero pueblo chileno.

Es cierto, Latinoamérica toda está pasando por tiempos inciertos y muy duros, una migración forzada como la provocada por el chavismo en Venezuela es un trago muy duro de asimilar, pero al final, ¿Es quemándole las ilusiones a una familia extranjera en apuros, la manera de restituir la calma y el equilibrio al alma de los chilenos?

Tengo una fe absoluta en que la civilización y la verdadera humanidad del pueblo de Chile prevalecerán en estos difíciles momentos, nos unen otros vínculos y otros sentimientos, no permitamos que nuestros demonios se impongan.

Dicho esto debo decir que la lectura del libro de Labatut fue una de las más gratificantes en estas últimas semanas, no solo por su muy bien llevada investigación sino por la manera como está escrita, elegante, incisiva, y por sobre todo, inquietante… afrontar los misterios del universo tal y como estos científicos descritos en estas páginas, manteniendo ese miedo fundamental, ese rose con lo inconmensurable e ignoto, ese desconcierto ante la enormidad del descubrimiento y sus efectos, no es poca cosa para un escritor en su  papel de explorador del alma humana.

El libro es una colección de biografías de científicos poco conocidos en el ámbito Latinoamericano que marcaron una senda de descubrimientos asombrosos, sobre todo en matemáticas física y química, algunos de ellos terribles por sus consecuencias, otros muy abstractos pero llevados a un plano de comprensión y diafanidad que no ha sido tarea fácil, sustituyendo la fórmula matemática por una elaborada metáfora, e hilando finamente para embridarlos a todos en una época de entre guerras, en momentos que el mundo cambiaba de forma y esencia.

El título de la obra, Un verdor terrible, tiene que ver con el color de los gases mortales que corrían sobre las trincheras de la Primera Guerra Mundial en el continente europeo, matando todo a su paso o dejando lisiados a quienes sobrevivían, el desarrollo tecnológico humano dedicado a la tarea del exterminio masivo, y que paradójicamente, fueron invenciones del genio humano que sirvieron para otras causas aparte de la muerte, del desarrollo de la física cuántica no solo nació la bomba atómica, igualmente dio pie a desarrollos que ha afectado cada una de nuestras actividades productivas, de los desarrolladores de zyklon B no solo salieron venenos para asesinar gente a escala industrial, sino también fertilizantes para una verdadera revolución verde en el planeta y el aumento de la producción de comida .

Labatut nos cuenta la historia de sus inventores, genios extraordinarios que rayaban en la locura, mentes que llegaron a los límites de lo racional y regresaron para contarnos unas historias que solo tienen parangón con la mitología más antigua de la humanidad del budismo y el hinduismo, creo que se trata de un tributo que le hace la literatura a la ciencia, son historias que se muerden la cola, ligándose de maneras insólitas entre ellas para darnos un gran fresco de aquellos que se atreven a descorrer el velo de lo real.

El libro no solo fue recomendado por el presidente Barack Obama como lectura para el pasado verano, sino que es finalista para el prestigioso premio Booker, las críticas tanto en USA como en Europa lo tienen en el tope de las ventas, aunque su autor se ha cuidado de no exponerse más de la cuenta y lo ha tomado todo con cautela.

Recomiendo sin reserva este libro para aquellos quienes estén interesados en la historia de la nueva física, la de las partículas elementales, los agujeros negros y la posibilidad de la existencia de los multiversos, pero también versa sobre las miserias humanas, las cegueras del orgullo y el abandono de una vida en equilibrio, es un experimento literario interesante y con un resultado afortunado para nosotros los lectores.

Chile ha estado produciendo muy buenas obras de ficción y ciencia ficción y que son reconocidas internacionalmente, yo soy un asiduo consumidor de sus estudios y ensayos que publican sus universidades la gran mayoría de excelente factura y en ediciones muy cuidadas, su industria editorial está entre las primeras del continente y creo que pudiera decirse, Chile es el primer productor de conocimiento en Latinoamérica, por lo menos esa es la impresión que da por el enorme volumen de su oferta, sería una lástima que tal prestigio se viera empañado por las actuaciones de grupúsculos radicales, en asuntos tan deleznables como racismo y xenofobia, pero confío más en su sistema de justicia y en que prevalecerá su sentido humanitario, sobre todo para un pueblo como el venezolano, donde tuvieron el apoyo para sus hijos, cuando lo necesitaron.   -   saulgodoy@gmail.com

 

 

 

 

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