miércoles, 6 de octubre de 2021

Una historia no convencional del blues

 


 


Dedicado a mi amigo Carlos Restrepo, un buen hombre y un blues man.

 

Testimonio de ello son tanto las canciones populares, carentes de cualquier elaboración artística, que tienen su raíz en un nivel infantil, y permanecen siempre en él, como las conmovedoras descripciones de las situaciones más dolorosas, extraídas de la vida social de los pueblos semicivilizados. Pues en cuanto la lírica abre la boca, lo hace para lamentarse de los padecimientos que supone el desgarramiento interno… pues para cualquier corazón hay un punto mortal, que puede ser presa de los poderes trágicos. Es suficiente con que alguien abrigue un único deseo, para que se le sume otro; y con esto basta para que se consume lo trágico.

 Julius Banhsen, Lo trágico como Ley del Mundo (1877).

 

He llegado a la conclusión que el blues como expresión cultural de la música actual, es un constructo social de múltiples vertientes, intervenido no solo por la tradición y el folclore norteamericano, con fuertes motivaciones políticas, y un enorme interés comercial, sino presentado como una fantasía muy elaborada principalmente por la industria mundial del entretenimiento, y como carta de presentación de uno de los esfuerzos de globalización más importantes hasta el momento.

Empezaré mi alegato traduciendo para ustedes una de las mejores definiciones del blues que encontrado y es del investigador Elijah Wald y la tomo de su libro, The Blues, a very short introduction, de la serie de la Oxford University Press, 2010 que dice así:

 

En 1917 una estrella de la comedia irlandesa-norteamericana llamada Marie Cahill cantaba, “El blues no es otra cosa que un buen hombre sintiéndose mal”. 25 años después, un guitarrista afroamericano de nombre Son House cantaba, “El blues no es sino una puntada fría de depresión”. Entre ambos, una de las grandes estrellas del primer boom de las grabaciones de blues, Ida Cox, cantaba que el blues era tener “a tu amante en la mente con una pena en el corazón enfermo”. Todas esas respuestas se hicieron eco en los años venideros por otros cantantes continuando esta representación amplia de la definición del blues, como música que expresa una emoción universal, en este sentido asociada con el pesar y canciones descorazonadas que existen en otros lenguajes y estilos: el flamenco es descrito corrientemente como el blues de los gitanos españoles, la rembetika es el blues de los griegos, la morna es el blues de Cabo Verde, el tango es el blues argentino, el enka el blues japonés. El rango de comparaciones nos da una idea de que tan profundo el blues se ha convertido en parte de nuestro entendimiento musical.

 

Yo hubiera añadido al bolero para el Caribe… y de esta manera vemos asociado al blues a nivel mundial con la tristeza y la tragedia, aunque en realidad esto no fue cierto del todo, si bien era un medio para expresar esos sentimientos, el blues también estuvo asociado a la idea de una esperanza, a la redención de los oprimidos, a la cotidianidad de la vida rural, a la picardía de personajes pueblerinos, a la alegría de las fiestas… pero sucedió que por los años veinte del pasado siglo empezaron a grabar para algunos sellos discográficos unas mujeres de voces portentosas, algunas muy estilizadas, que escogieron reflejar en sus canciones la terrible opresión de la mujer negra norteamericana, no solo por parte de los blancos, sino del hombre negro, de sus propias parejas, que con violencia le exigían sumisión a sus voluntades.

Cantantes como Bessie-Smith, Ethel Waters, Billie Holiday, por nombrar a unas pocas,  le imprimieron tal grado de sentimiento y tragedia a sus interpretaciones, ellas mismas con unas vidas personales tan atormentadas le dieron al blues ese giro ominoso que aún hoy conserva y que tanto gusta.

Pero no olvidemos que al principio, en un retorno a las fuentes de esta música, nos encontramos con los negros que fueron traídos de África y esclavizados, y como parte de sus rutinas tenían que hacer trabajos duros y repetitivos, desde picar piedras, tender vías ferroviarias, recoger cosechas de algodón, descargar cargas traídas por barcos en los puertos, se acompañaban de sonidos y ritmos en sus tareas para hacerlas llevaderas, de igual manera cuando empezó el proceso evangelizador hacia los negros, las canciones religiosas, los góspel se hicieron populares y las interpretaban a su manera (en Venezuela los llamados “cantos de pilón” y “las tonadas de ordeño” pertenecen a esa categoría de canciones de trabajo, son de una manera equidistante, parte de nuestro blues)

El otro factor que influenció esta música fue el de las diferencias geográficas y culturales de un país tan enorme como los EEUU, regiones donde predominaban entre las élites y el pueblo llano costumbres diferentes, que incluían instrumentos distintos y temas, la música de las llanuras, como el caso de Texas, era diferente a la de las montañas, digamos, los Apalaches, o las del delta del Mississippi, en una prevalecían los banjos y las guitarras y en otras, el piano o la harmónica, o simplemente música coral o acompañado por un violín.

Pero aún hay otro ingrediente que enrarece los orígenes del blues y es el nacimiento de esa otra música negra norteamericana que es el jazz y que en algún momento tuvieron un tronco común, y a pesar de estos ingredientes tan disímiles participando en su origen, ha prevalecido entre la cultura popular y académica la versión del blues como un canto de dolor, concepto muchas veces confrontado por los mismos músicos negros, como fue el caso de Miles Davis, referido por Jeffrey Magee, en su artículo, Kinds of blues, Miles Davis, afromodernism, and the blues (2007) que nos cuenta cómo fue que esta versión interesada de algunos profesores del afamado conservatorio Juilliard en New York, influyó en Davis a dejar sus estudios rechazando esa “mentalidad de gueto” de sus profesores.

 

Lo que Davis no podía soportar era que su profesora de historia de la música, una mujer blanca quien, él asegura, insistía en que la gente negra tocaba el blues “porque era pobre y tenía que recoger algodón de los campos.” Que un profesor de la Juilliard en plena Segunda Guerra Mundial mencionara al blues en clase, podría considerarse como progresismo hoy, pero Davis no opinaba igual. El recordó haberse puesto de pie y declarado- en palabras recordadas cuatro décadas más tarde, con la influencia de su jerga callejera- “Yo soy del Este de Saint Louis y mi padre es rico, es un dentista, y yo toco el blues. Mi padre nunca recogió algodón y no se despertaba en las mañanas triste para empezar a tocar el blues, hay mucho más que eso.” Entonces él inserta una motivación gratuita que sugiere que este incidente había sido un reto a su masculinidad: “Bueno,” añadió “la perra se puso verde y no dijo nada “ Davis nunca se graduó de la Juilliard; en sus primeros años estaba muy ocupado tomando notas de los hombres que consideraba sus verdaderos maestros, Charlie Parker y Dizzi Gillespie. Y nunca paró de tocar el blues.

 

El blues que marcó época era el conocido con la forma del 12 bar blues, estrofas cortas y repetitivas con muchos sonidos como lamentos, gruñidos, gritos, aullidos, aplausos, taconeos, que se hicieron un ingrediente rítmico importante y con los que la audiencia acompañaba la canción, instrumentos rústicos como jarras de licor, cucharones, tobos, planchas de lavar ropa, se usaban como percusión en los picnic que las familias hacían en el delta, en las fiestas que celebraban en los graneros, o en las predicas de los pastores que llevaban sus coros esparciendo la palabra en los pueblos del interior, y que muchos de estos predicadores se ganaron su fama como cantantes de blues.

Muchas personas incapacitadas se ganaban la vida cantando en los caminos o viajando entre las comunidades, sobre todo invidentes con extraordinarias dotes como instrumentalistas y canatntes, el blues era una música pegajosa, cuando era rápida invitaban al baile, cuando era triste despertaba sentimientos profundos y aún otras, sembraban la esperanza.

Los expertos no se ponen de acuerdo en una fecha precisa sobre cuando despega el blues como música popular, aunque una buena parte de ellos aseguran que fue a principios de la segunda década del siglo XX, cuando se dan varias circunstancias que incidieron en su propagación, la popularización de la guitarra como instrumento solista, el nacimiento de la tecnología de la grabación de sonidos, la gran migración interna de los negros en USA, sobre todo al norte, principalmente a la ciudad de Chicago.

Y este es el momento de introducir el elemento “blanco” en la gran ecuación del blues, que muchas veces es dejado por fuera para apuntalar, precisamente, el origen racial y la marca de origen de este género tan importante, porque sin la influencia de los blancos probablemente la historia del blues fuera otra.

Para 1912 las pocas empresas discográficas que existían estaban casi todas en manos de los blancos (no fue sino hasta 1921 que un negro fundara una casa discográfica), principalmente de judíos, quienes estaban explorando un mercado virgen para sus productos musicales, muy pronto descubrieron que la música segmentada por categorías raciales rendían frutos, de allí que la música irlandesa, la italiana, la alemana, la española tenían su público y generaban buenos dividendos, no pasó mucho tiempo en descubrir el mercado de las comunidades de color, que con grabaciones de blues, muy pronto rindieron sus frutos, y ocurrió un fenómeno significativo, y fue el llamado el “cross over”.

El público blanco en los EEUU estaba estancado en la música de salón  de las grandes orquestas, principalmente baladas, música bailable, en especial valses, bailes de cuadrillas, el ragtime, hizo furor el Charleston; el blues fue un respiro de aire fresco que al principio estaba confinado a los ambientes de vaudeville y cabarets, interpretados por artistas blancos disfrazados de negros, pero muy pronto las bandas de músicos de color empezaron a proliferar, el romance del público blanco con el blues de los negros fue de inmediato y coincidió con la popularización de los fonógrafos.

Los estudiosos de la música dividen al blues en preguerra y post, y de nuevo es la tecnología la que impulsa la difusión del género, el desarrollo de la radio, los sonidos amplificados, en especial el uso de los micrófonos, la electrificación de la guitarra, y hay un elemento exógeno y cultural que muchos expertos dejan por fuera al momento de estudiar el desarrollo del blues, y fue el movimiento británico que hizo del blues un culto.

En los años sesenta distintas bandas de Inglaterra hicieron del blues norteamericano un sofisticado producto musical, John Mayall, Led Zeppelin, David Bowie, pero indudablemente fueron los Rolling Stones quienes desarrollaron en sus discos y conciertos un repertorio de versiones del mejor blues tradicional, lo cual, cuando la música de los británicos llegó a los mercados en su nuevo empaque, fue un éxito inmediato, le dio a este género un segundo aire en su tierra natal.

El blues tuvo un desarrollo muy interesante, influenció la música Country, la balada romántica, fue definitivo en el jazz, sobre todo en el nuevo sonido del Be Bop, cuando derivó en el subgénero del R&B (rhythm’n’blues), una versión urbana de este ritmo que tomó  por asalto el mercado musical norteamericano, y que terminó confluyendo con el Soul y finalmente en el Pop,  preámbulo de lo que sería uno de las más importantes contribuciones de la música moderna.

Dice Ray Pratt, profesor de la Universidad Estatal de Montana, en su artículo The politics of authenticity in popular music: The case of the blues (2008) lo siguiente:

 

La raíz y los orígenes del blues descansan en el lejano pasado de la cultura negra, ha llegado a nosotros a través de generaciones por medio de unos mediadores blancos. Las primeras grabaciones del llamado blues fueron hechas por blancos, muchos de ellos especialistas en el dialecto del negro. Fue casi una década después de la primera “locura” del blues, en 1914-15 que empezaron a grabar con verdaderos prácticos del blues negro, esto, luego que algunas mujeres negras grabaran sus versiones de vaudeville. Todo esto sucedió porque los blancos decidieron hacerlo. De esta manera, algunos sugieren que mucho de lo que conocemos como blues se inició como un estereotipo de los negros creado por los blancos. Pero como mucho de la cultura negra, las formas y estereotipos “iniciados y cultivado por blancos” fueron transcendidos por los artistas negros. “Tomó algo más que una década para adaptar el estereotipo blanco, trabajarlo a fondo, dominarlo y transformarlo en identidad negra”.

 

Tómese el caso de la ciudad de Chicago, conocida a nivel mundial como la casa del blues, allí están las mejores disqueras del país en este género, allí se hacen espectaculares conciertos de las grandes estrellas, cuentan con los mejores clubs y bares de los EEUU especializados en el blues, y funciona todo como una gran franquicia que atrae a un público internacional, europeos, asiáticos, los mismos norteamericanos peregrinan a Chicago buscando el auténtico blues.

Chicago es como una Disneylandia del blues, allí se consiguen locales que se asemejan a los graneros abandonados donde los negros hacían sus fiestas, o depósitos abandonados donde se congregaban para escuchar buena música y bailar, se pueden degustar menús de la cocina Cajun, paredes desconchadas, columnas con clavos salidos y bultos de paja, fotografías “vintage” de los trabajadores negros en los campos, pero lo principal, se presentan excelentes bandas y solistas que dan la impresión de estar pasando un buen rato haciendo lo suyo, pero todo es un acto, una representación fantasiosa de lo que el grueso de las personas creen que es el blues y su cultura.

Y aunque si buscan bien pudieran encontrar algo de esa historia original, como fue el caso de Muddy Waters, quien de ser empleado de una granja en la plantación de Stovalls en 1941, pasó a ser una de los monstruos sagrados del blues eléctrico que sacudió el medio oeste en los años 50; la gran mayoría de los músicos de blues están allí por el “negocio”, no por el arte.

Los que realmente quisieran ir a las raíces originales del blues deberían hacerlo como muchos etnomusicólogos, historiadores y artistas realmente comprometidos con la música, y hacer unas inmersiones en el sur profundo de los EEUU, tal como lo hacen estrellas como Eric Clapton, Robert Plant, Keith Richards, Bob Dylan, Jimmy Page y otros, que viajan a los pantanos del delta para encontrarse con la matriz original de esta mitológica música, de resto, todo es una puesta en escena, un simulacro que, para quienes no estén imbuidos en el espíritu del blues (si tienen o no su mojo activado), se dejarán impresionar por lo que ven y escuchan, creyendo que están frente al verdadero blues.

En este sentido es bueno recordar las palabras del sociólogo norteamericano David Grazian, de la Universidad de Pennsylvania, en su interesante artículo, The Production of Popular Music as a Confidence Game: The Case of the Chicago Blues (2004), nos dice:

 

Sociólogos e historiadores nos recuerdan que la autenticidad no es una cualidad objetiva inherente a las cosas, son más bien argumentos que la gente hace sobre las cosas en el mundo y que ellos valoran. Como todo juicio subjetivo o identidades colectivas, la autenticidad opera como un mito que los productores culturales o las autoridades tienen que “inventar”, “imaginar”, “montar”, “fabricar”, o construir si van a servir como una representación persuasiva de la realidad.

 

saulgodoy@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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