No importa lo que
hagas en la vida, ni el éxito que tengas, siempre serás una víctima del
patriarcado.
Voy a empezar diciendo que efectivamente existen en la
actualidad graves problemas de racismo, dificultades extremas en obtener una
identidad, profundas diferencias entre los sexos, discriminación por razones
económicas, persecución por pensar diferente, violencia doméstica a granel,
rechazo a culturas distintas a la establecida, estas y otras razones abundan y
sostienen un enervante estado de conflicto y agresividad en el mundo que han
generado situaciones de violencia, muerte, malestar social, que atentan en
contra de la estabilidad y la calidad de vida de muchos países.
Tratar estos problemas no es fácil pues muchas veces hay
que ir a las raíces mismas de las creencias e historia de los pueblos, en cómo
se han constituido como cuerpo social, las leyes que se han dado, los usos que
practican, la ideología que comparten, las instituciones que han construido, y
tratar de remover o cambiar en estos niveles profundos aspectos del alma social
de las naciones, puede resultar una cruzada harto difícil, cuando no imposible.
Pero hay grupos y personas que este tipo de dificultades
no las amilanan, y se lanza por el camino revolucionario o por la consecución
de las reformas que hagan posible un cambio de paradigma, y se inician en una
lucha sin cuartel en contra de lo que consideran injusticias o discriminaciones
inaceptables, generalmente se trata de minorías que se dan a la ciclópea tarea
de cambiar la realidad que ven y sufren, los revolucionarios se van por la vía
de la lucha armada, los reformistas por los cambios institucionales.
De los movimientos que más ha llamado mi atención y que
he estudiado con cierto interés, está la lucha por los derechos civiles de la
población negra de los EEUU, luego de la guerra civil entre el norte y el sur y
que había acabado con la esclavitud en ese país durante la presidencia del
presidente Lincoln.
Hay una película que veo con relativa frecuencia que
trata este tema, se llama Marshall del
director Reginald Hudlin y con la maravillosa actuación del desaparecido actor
Chadwick Boseman (el mismo que hizo Pantera,
su último film antes de fallecer) donde interpreta magistralmente a ese
personaje histórico, el gran abogado litigante negro Thurgood Marshall, la
punta de lanza de esa famosa organización, la NAACP (The National Association for the Advancement of Colored People) que
por los años 40 y 50 del pasado siglo peleó en los tribunales más retardatarios
de la época la causa por los derechos civiles de negros acusados de los peores
crímenes imaginables, ganando la mayoría de ellos y a costa del riesgo de sus
propias vidas.
La película es interesante entre otras cosas porque pone
en perspectiva la discriminación que se daba simultáneamente entre los negros y
los judíos, ambas minorías eran tratadas de manera injusta llegando a la
violencia en ocasiones, Marshall debía contar, en algunos de estos tribunales
cuyos jueces eran racistas, con abogados blancos, pues a él, se le negaba el
derecho de representar a los acusados, y los únicos abogados blancos que
aceptaban tales trabajos usualmente eran los judíos, quienes también tenían su
propia lucha de racismo que pelear.
Tanto judíos como negros coincidieron en muchas
instancias en esta lucha por sus derechos en esos terribles años, de hecho el
apoyo que recibió el pastor Martin Luther King de parte de la comunidad judía
en su lucha por los derechos de los negros en el sur, fue importante.
Marshall llegó a ser uno de los abogados más distinguidos
de los EEUU al punto de convertirse en el primer juez de la Corte Suprema de
Justicia negro en la historia de ese país, que no es poca cosa en una de las
sociedades con mayor carga de racismo en el mundo, y este comentario no es
gratuito, a pesar de los grandes avances en el tema de los Derechos Civiles
para las minorías, en los logros institucionales y legislativos alcanzados,
todavía existe una pesada rémora de racismo subyacente en la cultura
norteamericana y que extiende sus tentáculos en la educación y la política,
pero hay que admitir, que por lo menos, están dando la pelea porque eso no sea
de esa manera.
El asunto es que leí hace poco un excelente artículo de la
publicación The New Yorker, El Hombre detrás de la Teoría Crítica del
Racismo, de Jelani Cobb (13 de septiembre 2021) sobre la vida y obra del
abogado negro Derrick Bell a quien se le atribuye haber creado la llamada
Teoría Crítica del Racismo, una corriente del pensamiento académico
norteamericano que está dictando pauta, y causando movimientos telúricos en la
manera en que se legisla sobre el racismo en los EEUU.
Bell fue en su juventud uno de los asistentes de Marshall,
e igual que su jefe hizo carrera en la NAACP litigando importantes casos, sobre
todo en lo que concierne a la desagregación de las escuelas públicas, es decir,
en terminar con la desigualdad en las admisiones y tratos hacia estudiantes de
color.
La carrera académica de Bell la hizo en importantes
universidades como Chicago, Harvard, NYU, donde destacó como profesor sobre
derechos civiles, marcó su impronta en varias generaciones de brillantes
abogados negros que pudieron escalar altos cargos en el aparato judicial y
político de los EEUU, su influencia es amplia y sus puntos de vista tomados en
cuenta; durante su carrera desarrolló una especie de escepticismo sobre los
logros alcanzados por la lucha de los derechos civiles, veía con especial
ironía como a cada normativa y cambio legal que supuestamente favorecían a los
negros, el establishment blanco y racista norteamericano, su élite de poder, lo
convertía en una simple formalidad y dejaba vivo en el trasfondo los principios
y costumbres que seguían diferenciando a la raza blanca de todas las demás,
reservándose para ellos lo más exclusivo y lo mejor en términos de
oportunidades en la obtención de riquezas materiales y conocimiento.
Bell murió a los ochenta años en el 2011, no vio el
ascenso de Donald Trump a la presidencia de los EEUU en los que participaron un
importante números de negros e hispanos que apoyaron esa candidatura que venía
arrastrando una problemática herencia de racismo y supremacía blanca, pero
parecieron privar los intereses ideológicos de la corriente conservadora, los
principios del pensamiento republicano, y principalmente, el mensaje de unidad
a los norteamericanos que hizo el presidente Trump.
Luego volvieron los demócratas al poder, con el
presidente Biden, y con ellos, una apertura a los movimientos socialistas
norteamericanos, entre ellos a las ideas postmodernistas, incluyendo todo el
movimiento crítico de las escuelas continentales europeas que tuvieron como
precursoras a la Escuela de Frankfurt y los filósofos franceses de la
deconstrucción.
Este ambiente revisionista que prevalecía en las
universidades norteamericanas se hizo viral y contagió a la cultura
norteamericana, principalmente a los medios de comunicación y del
entretenimiento, de esta manera el pensamiento de la izquierda europea invadió
la opinión pública en temas de racismo, feminismo, postcolonialismo, género… no
hubo parcela de la vida en los EEUU que no estuviera tocada por esta crítica que cuestionaba todo lo
existente.
De pronto todo se hizo relativo, el lenguaje ordinario se
convertía en un arma que mal usado podía agredir a personas sensibles, las
palabras adquirieron significados presuntuosos sobre todo aquellas que tenían
una carga negativa como patriarcado, hegemónico, subalterno, logocentrismo… las
personas empezaron a hacer gala de una susceptibilidad a flor de piel si se
utilizaba un pronombre incorrecto, sobre todo en cuestiones de género, todo el
mundo podía tener algo de racista y mucho de agresor sexual si se excedía en
algún contacto o en algún comentario personal.
Este postmodernismo venía con un importante accesorio y
este era su propia justicia social, que no era sino la buena intención de hacer
al mundo más justo, libre y menos cruel, pero partiendo no del individuo ni de
la gran raza humana, sino de los pequeños grupos que se desprendían del nuevo
concepto de identidad que nada tenía que ver con aspectos biológicos como el
sexo o la sexualidad sino con “la experiencia” social de los participantes, con
su adhesión a ciertos y determinados grupos y estilos de vida.
De esta manera nacieron los Woke, que en inglés es la palabra que representa el pasado simple
del verbo to woke, despertar, que se
corrió como pólvora tras cualquier incidente de brutalidad policial como fue el
caso del asesinato de George Floyd, que fue tomada como estandarte por el grupo
Black Lives Matter, o de injusticia
académica como el caso del profesor Mark Crispin Miller en NYU, invocando
libertad académica para defender su prédica en contra de la vacuna en contra
del COVID19, o las innumerables demandas de agresión sexual de mujeres en
contra de sus jefes en sus puestos de trabajo, o los reclamos de las personas
transgénero, por su derecho a participar en concursos internacionales de
belleza como un género no binario.
En esta ola de postmodernismo, superficial, cínica y
ambigua, irremediablemente se vieron arrastrados aquellos grupos y personas que
verdaderamente estaban luchando por “auténticas” reivindicaciones sociales como
el caso de la NAACP, confundiéndose en una tumultuosa protesta con histéricas
acusaciones y diversas teorías conspirativas, que lamentablemente, terminan por
restarle credibilidad y fuerza a las necesarias reformas que la sociedad
requiere.
Venezuela no ha escapado de esta fiebre postmodernista,
el gobierno de Maduro promueve una extraña y muy interesada versión de
feminismo y racismo, donde se postulan principios de igualdad y participación,
pero los indígenas aborígenes, por ejemplo, son exterminados por falta de
atención humanitaria, al mismo tiempo que se le da una importancia inusual a
una nomenclatura indigenista que carece de utilidad y fomenta la confusión
general; se predica un lenguaje inclusivo que raya en lo absurdo pero se premia
la paternidad irresponsable con programas de premios para la maternidad de
jóvenes en condición de pobreza.
Aun siendo la violencia contra la mujer un problema grave
en el país, hay una campaña para motivar a las mujeres a la denuncia de la
violencia intrafamiliar por parte del hombre, esto no solo ha aumentado el
grado de agresión entre las parejas, sino que ha puesto a algunos hombres como
víctimas ante manipulaciones judiciales.
La comunidad gay y los transgéneros siguen siendo
minorías con un alto riesgo de violencia en su contra por intolerancia,
principalmente por miembros de los cuerpos de seguridad del estado, las
personas que pertenecen a estos grupos y que requieren de tratamientos médicos
especiales están igualmente desasistidas.
Hemos sido testigos de campañas de altos personeros del
gobierno en contra de personas de raza blanca simplemente porque se tratan de
dueños de medios de producción o exitosos profesionales, hay una constante
línea de agresión en contra de los blancos extranjeros de origen norteamericano
y europeo por no coincidir sus gobiernos con la ideología chavista.
En fin, el Socialismo del Siglo XXI, signado por sus
orígenes revolucionarios y militaristas no ocultan sus filiación a la filosofía
de la liberación, con su contenido de actitudes postcolonialistas que deberían
haber estado ya superadas, y que retoman a las tesis de alienación y
dependencia hacia unos centros imperiales que ya no se justifican en plena
globalización, y que lo que hacen es frenar el desarrollo de nuestros pueblos,
sumidos todavía en agravios y resentimientos que impiden el avance hacia un
mundo mejor. - saulgodoy@gmail.com
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