domingo, 19 de septiembre de 2021

Justicia social y postmodernismo

 



 

No importa lo que hagas en la vida, ni el éxito que tengas, siempre serás una víctima del patriarcado.

 Titania Gethsemane McGrath

 

Voy a empezar diciendo que efectivamente existen en la actualidad graves problemas de racismo, dificultades extremas en obtener una identidad, profundas diferencias entre los sexos, discriminación por razones económicas, persecución por pensar diferente, violencia doméstica a granel, rechazo a culturas distintas a la establecida, estas y otras razones abundan y sostienen un enervante estado de conflicto y agresividad en el mundo que han generado situaciones de violencia, muerte, malestar social, que atentan en contra de la estabilidad y la calidad de vida de muchos países.

Tratar estos problemas no es fácil pues muchas veces hay que ir a las raíces mismas de las creencias e historia de los pueblos, en cómo se han constituido como cuerpo social, las leyes que se han dado, los usos que practican, la ideología que comparten, las instituciones que han construido, y tratar de remover o cambiar en estos niveles profundos aspectos del alma social de las naciones, puede resultar una cruzada harto difícil, cuando no imposible.

Pero hay grupos y personas que este tipo de dificultades no las amilanan, y se lanza por el camino revolucionario o por la consecución de las reformas que hagan posible un cambio de paradigma, y se inician en una lucha sin cuartel en contra de lo que consideran injusticias o discriminaciones inaceptables, generalmente se trata de minorías que se dan a la ciclópea tarea de cambiar la realidad que ven y sufren, los revolucionarios se van por la vía de la lucha armada, los reformistas por los cambios institucionales.

De los movimientos que más ha llamado mi atención y que he estudiado con cierto interés, está la lucha por los derechos civiles de la población negra de los EEUU, luego de la guerra civil entre el norte y el sur y que había acabado con la esclavitud en ese país durante la presidencia del presidente Lincoln.

Hay una película que veo con relativa frecuencia que trata este tema, se llama Marshall del director Reginald Hudlin y con la maravillosa actuación del desaparecido actor Chadwick Boseman (el mismo que hizo Pantera, su último film antes de fallecer) donde interpreta magistralmente a ese personaje histórico, el gran abogado litigante negro Thurgood Marshall, la punta de lanza de esa famosa organización, la NAACP (The National Association for the Advancement of Colored People) que por los años 40 y 50 del pasado siglo peleó en los tribunales más retardatarios de la época la causa por los derechos civiles de negros acusados de los peores crímenes imaginables, ganando la mayoría de ellos y a costa del riesgo de sus propias vidas.

La película es interesante entre otras cosas porque pone en perspectiva la discriminación que se daba simultáneamente entre los negros y los judíos, ambas minorías eran tratadas de manera injusta llegando a la violencia en ocasiones, Marshall debía contar, en algunos de estos tribunales cuyos jueces eran racistas, con abogados blancos, pues a él, se le negaba el derecho de representar a los acusados, y los únicos abogados blancos que aceptaban tales trabajos usualmente eran los judíos, quienes también tenían su propia lucha de racismo que pelear.

Tanto judíos como negros coincidieron en muchas instancias en esta lucha por sus derechos en esos terribles años, de hecho el apoyo que recibió el pastor Martin Luther King de parte de la comunidad judía en su lucha por los derechos de los negros en el sur, fue importante.

Marshall llegó a ser uno de los abogados más distinguidos de los EEUU al punto de convertirse en el primer juez de la Corte Suprema de Justicia negro en la historia de ese país, que no es poca cosa en una de las sociedades con mayor carga de racismo en el mundo, y este comentario no es gratuito, a pesar de los grandes avances en el tema de los Derechos Civiles para las minorías, en los logros institucionales y legislativos alcanzados, todavía existe una pesada rémora de racismo subyacente en la cultura norteamericana y que extiende sus tentáculos en la educación y la política, pero hay que admitir, que por lo menos, están dando la pelea porque eso no sea de esa manera.

El asunto es que leí hace poco un excelente artículo de la publicación The New Yorker, El Hombre detrás de la Teoría Crítica del Racismo, de Jelani Cobb (13 de septiembre 2021) sobre la vida y obra del abogado negro Derrick Bell a quien se le atribuye haber creado la llamada Teoría Crítica del Racismo, una corriente del pensamiento académico norteamericano que está dictando pauta, y causando movimientos telúricos en la manera en que se legisla sobre el racismo en los EEUU.

Bell fue en su juventud uno de los asistentes de Marshall, e igual que su jefe hizo carrera en la NAACP litigando importantes casos, sobre todo en lo que concierne a la desagregación de las escuelas públicas, es decir, en terminar con la desigualdad en las admisiones y tratos hacia estudiantes de color.

La carrera académica de Bell la hizo en importantes universidades como Chicago, Harvard, NYU, donde destacó como profesor sobre derechos civiles, marcó su impronta en varias generaciones de brillantes abogados negros que pudieron escalar altos cargos en el aparato judicial y político de los EEUU, su influencia es amplia y sus puntos de vista tomados en cuenta; durante su carrera desarrolló una especie de escepticismo sobre los logros alcanzados por la lucha de los derechos civiles, veía con especial ironía como a cada normativa y cambio legal que supuestamente favorecían a los negros, el establishment blanco y racista norteamericano, su élite de poder, lo convertía en una simple formalidad y dejaba vivo en el trasfondo los principios y costumbres que seguían diferenciando a la raza blanca de todas las demás, reservándose para ellos lo más exclusivo y lo mejor en términos de oportunidades en la obtención de riquezas materiales y conocimiento.

Bell murió a los ochenta años en el 2011, no vio el ascenso de Donald Trump a la presidencia de los EEUU en los que participaron un importante números de negros e hispanos que apoyaron esa candidatura que venía arrastrando una problemática herencia de racismo y supremacía blanca, pero parecieron privar los intereses ideológicos de la corriente conservadora, los principios del pensamiento republicano, y principalmente, el mensaje de unidad a los norteamericanos que hizo el presidente Trump.

Luego volvieron los demócratas al poder, con el presidente Biden, y con ellos, una apertura a los movimientos socialistas norteamericanos, entre ellos a las ideas postmodernistas, incluyendo todo el movimiento crítico de las escuelas continentales europeas que tuvieron como precursoras a la Escuela de Frankfurt y los filósofos franceses de la deconstrucción.

Este ambiente revisionista que prevalecía en las universidades norteamericanas se hizo viral y contagió a la cultura norteamericana, principalmente a los medios de comunicación y del entretenimiento, de esta manera el pensamiento de la izquierda europea invadió la opinión pública en temas de racismo, feminismo, postcolonialismo, género… no hubo parcela de la vida en los EEUU que no estuviera tocada por esta crítica que cuestionaba todo lo existente.

De pronto todo se hizo relativo, el lenguaje ordinario se convertía en un arma que mal usado podía agredir a personas sensibles, las palabras adquirieron significados presuntuosos sobre todo aquellas que tenían una carga negativa como patriarcado, hegemónico, subalterno, logocentrismo… las personas empezaron a hacer gala de una susceptibilidad a flor de piel si se utilizaba un pronombre incorrecto, sobre todo en cuestiones de género, todo el mundo podía tener algo de racista y mucho de agresor sexual si se excedía en algún contacto o en algún comentario personal.

Este postmodernismo venía con un importante accesorio y este era su propia justicia social, que no era sino la buena intención de hacer al mundo más justo, libre y menos cruel, pero partiendo no del individuo ni de la gran raza humana, sino de los pequeños grupos que se desprendían del nuevo concepto de identidad que nada tenía que ver con aspectos biológicos como el sexo o la sexualidad sino con “la experiencia” social de los participantes, con su adhesión a ciertos y determinados grupos y estilos de vida.

De esta manera nacieron los Woke, que en inglés es la palabra que representa el pasado simple del verbo to woke, despertar, que se corrió como pólvora tras cualquier incidente de brutalidad policial como fue el caso del asesinato de George Floyd, que fue tomada como estandarte por el grupo Black Lives Matter, o de injusticia académica como el caso del profesor Mark Crispin Miller en NYU, invocando libertad académica para defender su prédica en contra de la vacuna en contra del COVID19, o las innumerables demandas de agresión sexual de mujeres en contra de sus jefes en sus puestos de trabajo, o los reclamos de las personas transgénero, por su derecho a participar en concursos internacionales de belleza como un género no binario.

En esta ola de postmodernismo, superficial, cínica y ambigua, irremediablemente se vieron arrastrados aquellos grupos y personas que verdaderamente estaban luchando por “auténticas” reivindicaciones sociales como el caso de la NAACP, confundiéndose en una tumultuosa protesta con histéricas acusaciones y diversas teorías conspirativas, que lamentablemente, terminan por restarle credibilidad y fuerza a las necesarias reformas que la sociedad requiere.

Venezuela no ha escapado de esta fiebre postmodernista, el gobierno de Maduro promueve una extraña y muy interesada versión de feminismo y racismo, donde se postulan principios de igualdad y participación, pero los indígenas aborígenes, por ejemplo, son exterminados por falta de atención humanitaria, al mismo tiempo que se le da una importancia inusual a una nomenclatura indigenista que carece de utilidad y fomenta la confusión general; se predica un lenguaje inclusivo que raya en lo absurdo pero se premia la paternidad irresponsable con programas de premios para la maternidad de jóvenes en condición de pobreza.

Aun siendo la violencia contra la mujer un problema grave en el país, hay una campaña para motivar a las mujeres a la denuncia de la violencia intrafamiliar por parte del hombre, esto no solo ha aumentado el grado de agresión entre las parejas, sino que ha puesto a algunos hombres como víctimas ante manipulaciones judiciales.

La comunidad gay y los transgéneros siguen siendo minorías con un alto riesgo de violencia en su contra por intolerancia, principalmente por miembros de los cuerpos de seguridad del estado, las personas que pertenecen a estos grupos y que requieren de tratamientos médicos especiales están igualmente desasistidas.

Hemos sido testigos de campañas de altos personeros del gobierno en contra de personas de raza blanca simplemente porque se tratan de dueños de medios de producción o exitosos profesionales, hay una constante línea de agresión en contra de los blancos extranjeros de origen norteamericano y europeo por no coincidir sus gobiernos con la ideología chavista.

En fin, el Socialismo del Siglo XXI, signado por sus orígenes revolucionarios y militaristas no ocultan sus filiación a la filosofía de la liberación, con su contenido de actitudes postcolonialistas que deberían haber estado ya superadas, y que retoman a las tesis de alienación y dependencia hacia unos centros imperiales que ya no se justifican en plena globalización, y que lo que hacen es frenar el desarrollo de nuestros pueblos, sumidos todavía en agravios y resentimientos que impiden el avance hacia un mundo mejor.   -   saulgodoy@gmail.com

 

 

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