Cuando niño, lo que pude ver en televisión a blanco y
negro fueron algunas de sus películas, no muchas, pero igual que me pasaba con
Los Tres Chiflados, El Gordo y el flaco, Abbot y Costello y Lucie Ball, verlos
en pantalla me desternillaba de la risa, guardo muy buenos recuerdos de
aquellos momentos.
Siempre me pareció que Bob Hope era un personaje muy
cómico, tenía unas facciones muy graciosas y su interpretación eran siempre la
del chico de la ciudad, voluntarioso pero cobarde, enamoradizo pero nada sutil,
muy vivo pero poco inteligente, rápido de mente pero muy confuso, tenía un
porte elegante y sabía moverse… los ingredientes perfectos para meterlo siempre
en problemas, que por lo general eran en lugares exóticos y con culturas
diferentes, y que gracias a su suerte y esa manera urbana de ver la vida, podía
salir de complicados trances sin necesidad de usar la violencia.
Las películas que hizo junto al conocido cantante Bing
Cosby, trataban sobre la amistad de estos dos aventureros siempre enredados en
asuntos de faldas, compitiendo entre ellos, huyendo de situaciones que
comprometían la libertad de ambos (por lo general compromisos matrimoniales) en
una escena típica, Bob convida a Bing a que lo siga para huir de un embrollo,
atravesando un terreno lleno de peligros “…sígueme, pero tu ve adelante” le
dice.
Cuando tuve la oportunidad de vivir en USA, una de las
cosas que hice fue investigar sobre la vida de Bob Hope y coleccionar lo que
consiguiera de su trabajo, coleccioné sus películas, sus programas de
televisión y sus audios de radio, me leí todos los libros que encontraba sobre
él… fue cuando me enteré de que mi admirado Bob Hope tenía una faceta oscura y
oculta, algunas de estas informaciones y opiniones lo ubicaban entre grupos de
conspiradores, de espionaje de estado, e incluso lo identificaban como uno de
esos seres reptilianos, híbridos entre humanos y extraterrestres; fue un duro
golpe para un admirador como yo encontrarme con esta información que lo
retrataba como el propio demonio, me costó asimilarla, fue tiempo después que
pude integrarla en uno de los personajes más interesantes y complejos de la
historia del entretenimiento.
Y porque es navidad y me propongo a hacer de lo que queda
del mes algo ligero y alegre, no les voy a contar sobre ese lado horrible de
Bob Hope que encontré en algunos círculos de iniciados; si reúno el estómago y
la voluntad suficiente, en algún momento del próximo año les contaré esa otra
historia de un verdadero Dr. Jekill y Mr. Hide, pero esta historia que están
leyendo es su leyenda dorada, la historia que me hubiera gustado preservar de
mis recuerdos de infancia, del comediante que admiraba y que me hizo pasar tan
gratos momentos, y que es la versión para el consumo popular en los EEUU.
Varios aspectos de su vida que en un rápido boceto nos
pintan al personaje, para finales de los años cincuenta y principio de los
sesenta era uno de los hombres más ricos en los EEUU, no solo fue uno de los
artistas mejores pagados de la industria del entretenimiento, sino que sus
inversiones en bienes raíces pronto lo llevaron a ser la persona privada con
más propiedades en el estado de California, su olfato para los negocios, sus
contactos y el dinero que ganaba, lo invertía en las propiedades más valiosas,
sobre todo al sur de California, que revendía con enormes ganancias a empresas
de desarrollo urbano.
Esto no fue de gratis, se trataba sin duda de uno de los
hombres más ocupados de su tiempo, no solo en su línea de trabajo como cómico
sino como presentador de eventos nacionales e internacionales, fue el anfitrión
de los premios Oscar de la Academia con más apariciones en la historia de este
premio, William Faulkner, es famosos
escritor y premio Nobel de literatura, que se lo encontraba a cada momento en
los aeropuertos viajando por sus compromisos laborales, dijo de Bob Hope que
era el trabajador más insigne que había conocido.
Sus programas navideños batieron el record de los más
vistos en el mundo, en una ocasión condujo un telemaratón para recaudar fondos,
y bajo su batuta recogió en un solo día, 70 millones de dólares para la
construcción de un hospital para niños, no hubo profesional que hiciera más por
popularizar el deporte del golf en el mundo, que Bob Hope, jugó con los mejores
de su tiempo en los greens más espectaculares del planeta, entre sus
logros se incluye la creación de una liga de golfistas ciegos (no es broma).
Era uno de los hombres de relaciones públicas mejor
conectados del mundo político, presidentes, congresistas, gobernadores, jefes
policiales, militares de alta jerarquía atendían sus llamadas, los industriales
e intelectuales más importantes lo invitaban a sus reuniones, el mismísimo
Henry Kissinger mientras fue Secretario del Departamento de Estado decía que la
agenda personal de Bob Hope valía oro en polvo, allí estaban los teléfonos de
la gente que movía el mundo.
Fue uno de los civiles más condecorados y honrado por
países e instituciones, los británicos le dieron sus más altas honores, igual
que en Norteamérica, fue investido por las ordenes laicas más importantes de
los jesuitas y por el Vaticano, recibió decenas de títulos honorarios de
universidades y academias (Según el libro Guiness de los Records, fueron 54
doctorados honorarios) y en el plano de los reconocimientos por su labor
humanitaria no ha tenido competencia, si bien es cierto nunca ganó un Oscar por
su actuación, sí recibió dos premios por su carrera cinematográfica, dos
premios especiales de la Academia y una quinta estatuilla por su labor
humanitaria.
Aunque ya para los años 70 su carrera artística estaba en
pleno declive, su figura y reputación crecían y fue honrado como pocas figuras
públicas en los EEUU, un importante aeropuerto lleva su nombre, varios barcos
de guerra, escuelas, bibliotecas, parques, avenidas. Bob Hope murió a los cien
años de edad en el 2003.
Aunque Leslie Townes Hope nació en Inglaterra, de muy
pequeño se vino a América con su familia, terminaron viviendo en uno de los
barrios pobres de Cleveland, su padre era un maestro masón (picapedrero,
especializado en catedrales y monasterios), joven todavía le gustaba imitar al
genio de la comedia en las películas mudas, Charlie Chaplin a quien décadas más
tarde conoció en persona y reconoció en él, a un cómico con un muy buen sentido
del tiempo.
Este rasgo que Chaplin detectó en Bob Hope es de suma
importancia para las presentaciones en vivo de un cómico, y es algo que solo se
aprende confrontando a la audiencia, afortunadamente para los “stand up comics”
que nuestros día, Bob dejó en muchas de sus entrevistas, presentaciones y
biografías un rastro de migas de pan, consejos y técnicas que aprendió en el
oficio sobre cómo manejar al público, manejar el silencio, crear expectativas,
calcular los tiempos de reacción de la audiencia, crear los espacios de
comprensión de los chistes, manejar los dobles y hasta triples sentidos de
algunas bromas, entradas y salidas, introducciones y hasta como convertir un
mal chiste en uno que haga reír.
Bob Hope era un profesional en todo el sentido de la
palabra, aprovechaba cada momento poniendo a prueba sus experimentos con el
humor y el manejo de su público, cuando podía practicaba dos y tres veces para
saber que bromas servían, que gestos ayudaban, sabía “calentar” un auditorio,
llevarlo a la euforia y arrancarle aplausos que no merecía, podía enfrentar el
rechazo de su audiencia y esto no solo con público en vivo, sino también por
medio del micrófono y luego, ante las cámaras, sabía muy bien que funcionaba en
las tablas, en los estudios de grabación y en los sets cinematográficos.
De muy joven estudió con los mejores maestros del canto y
del baile, en los teatros de la calle, bailó “tap” como un negro y no tenía rival dando los pasos de un “continental” vestido de frack, cantaba
villancicos como un ángel y no se amilanaba cuando acompañaba al “Rat Pack” en números en las Vegas,
compositores como Cole Porter e Ira Gershwin le escribieron éxitos
discográficos memorables, sus diálogos y actuaciones junto a Bing Crosby se
hicieron tan naturales, que mucha gente creía que los actores improvisaban en
algunas escenas, pero todo estaba fríamente calculado al detalle, para lograr
esa naturalidad mágica que se veía en pantalla.
Bob Hope desarrolló la técnica de ametrallar al público
con chistes contados a toda velocidad, donde iban muchos malos y pocos buenos,
y la gente no paraba de reír, fue pionero en comentar sucesos del día en
introducciones cómicas cargadas de crítica política, era un maestro en contar
chistes de doble y triple sentido y esperar en silencio que el público lo
captara, se les quedaba mirando hasta que reaccionaban en carcajadas estruendosas,
eran segundos que ponían a directores y productores con los nervios de punta.
Cuando sus chistes no llegaban a su auditorio convertía
aquel silencio en una crítica pícara a su persona o a los productores y los
hacía reír, técnica que luego sería usual en presentadores de televisión como
Johnny Carson, su gestualidad y confianza en su persona como conductor de
eventos fue copiada por maestros de ceremonias como Dick Cavett; fue un experto
en hacer de accidentes, situaciones inesperadas, de sus errores y fracasos en
el escenario instrumentos de humor que retomaban el ritmo de los shows como si
estuvieran en el libreto, “Al público hay
que demostrarle quien está en control… y tratarlos como amigos de toda la vida”
acostumbraba a decir al enfrentar estadios llenos de gente.
Como todo los grandes artistas de su generación fue un sobreviviente,
tuvo que luchar duro y desde muy temprano por llevar comida a su casa, hizo de
todo, hasta fue boxeador amateur y competía en gimnasios locales, en su libro Bob Hope, su propia historia, tal como
le fue referida a Pete Martin (1963) recuerda: “Yo era el único boxeador en la historia de Cleveland que tenía que ser
cargado por otros para salir y entrar al rin”.
A los 19 años se pudo comprar su primer smoking (de
segunda mano) y publicitarse en la revista del espectáculo Variety con un pequeñísimo anuncio clasificado, anunciando que se
dedicaba a entretener reuniones, rematando con la frase “tengo smoking y estoy dispuesto a viajar” lo que significaba que
estaba listo para atender reuniones de cualquier tipo, cumpleaños,
graduaciones, bodas, aniversarios… donde fuera, y que podía cantar, bailar,
contar historias y hacerlo con mucha clase.
Muy pronto se incorporó a diferentes grupos de artistas
con quienes compartía presentaciones que apenas pagaban por su manutención,
compartía escenarios con payasos, malabaristas, animales y sus entrenadores,
cómicos, cantantes y bailarines, iban de ciudad en ciudad viajando como si
fueran un circo y presentándose en teatros de mala muerte con un público
bastante rudo.
A fuerza de constancia y preparación se fue destacando
como cantante y bailarín hasta que un día el dueño del local le pidió, al final
de la función, que saliera y le informara al público el programa que tenían
preparado para el día siguiente.
Aprovechó para contar algunos chistes que tenía
preparados, hizo algunos comentarios graciosos y al público le gustó, el dueño
del local lo contrató para que cerrara las funciones y no pasó mucho tiempo
antes de que un agente artístico lo entrevistara.
Poco a poco fue surgiendo contratado para integrar equipo
con otros artistas y haciendo diferentes rutinas, se cambió el nombre de Leslie
por Bob, minimizó el canto y el baile y se concentró en los comentarios
graciosos y los chistes, e hizo algo que le dio una gran ventaja, contrató a un
equipo de escritores para que estuvieran creando diálogos, comentarios y
chistes, fue una costumbre que perduró durante su carrera y llegó a tener hasta
ocho escritores creando para sus rutinas.
Al cabo de pocos años estaba actuando en Broadway en
papeles secundarios y ganando suficiente dinero, tenía todo lo necesario para
triunfar en las comedias, bailaba bien, tenía buena voz, era gracioso y muy
inteligente.
Su gran oportunidad vino en 1932 cuando interpretó Ballihoo of 1932, un show de variedades
donde destacó por su capacidad de improvisación sobre un libreto flojo y sin
sustancia, sus comentarios y chistes ganaron al público y a los críticos,
inmediatamente los cazatalentos lo andaban buscando.
En 1934 actuó en la obra Roberta, allí conoció a su futura esposa y compañera de toda la
vida, la también cantante Dolores Reade, la obra era mucho más sofisticada que
las anteriores y fue un éxito de taquilla, su nombres estaba en la boca de
algunos productores hasta que le llegó su oportunidad de brillar por cuenta
propia, el investigador Alan Gevinson, de la Biblioteca del Congreso, en su
recuento del homenaje que le hicieron a Bob Hope en el Club Nacional de la
Prensa en 1980, recuerda:
Bob
logró un papel en el espectáculo de Ziegfeld
Follies de 1936, recordando aquellos espectáculos de Ziegfeld de años
anteriores que reproducía una época esplendorosa.
Los hermanos Shubert fueron los productores junto con Billie Burke, la viuda
del gran Florenz Ziegfeld, el show estaba dirigido nada menos que por Vicent
Minnelli, la coreografía era de George Balanchine, la música de Vernon Duke, las
letras de las canciones de Ira Gershwin… el reparto estelar incluían a Fanny
Brice, Gertrude Niesen, Josephine Baker, Edgar Bergen y Charles McCarthy… Hope
le cantó la canción I Can´t Get Started
a Eve Arden, que tuvo la suerte de convertirse en el hit de la obra.
Dos cosas ocurrieron casi simultáneamente, el interés de
la radio por un conductor con todas las habilidades de un Bob Hope, y la
necesidad de sangre nueva para las producciones de los estudios Paramaount, de
Hollywood, sobre todo, talentos para sus comedias, y Bob cazó estos dos pájaros
en el aire y con un solo disparo.
Para 1938 Bob Hope ya era una de las principales
celebridades de los medios norteamericanos, sus películas eran un éxito de
taquilla y su programa de radio el más escuchado en el país, con una audiencia
de más de 23 millones de seguidores, de modo que, cuando en 1940 la USO buscó
la persona indicada para convertirla en el anfitrión de sus espectáculos para
las tropas estacionadas en los frentes de guerra, Bob Hope calzaba el molde a
la perfección.
Fue uno de los trabajos mejor pagados de su tiempo, pero
conllevaba igualmente grandes riesgos y un ritmo de trabajo agotador, empezando
por los viajes a regiones inhóspitas y no siempre en las mejores condiciones,
el troupe de artistas que lo acompañaba era trasladado en aviones militares, en
barcos de guerra, muchas veces en condiciones mínimas de seguridad, con ataques
alemanes a las bases donde se producían los shows, o con cero visibilidad al
aproximarse a las pistas en las islas en el pacífico.
23 personas pertenecientes al elenco y al equipo de
producción, perecieron en diversos accidentes durante los cincuenta años de
estos tours a las bases militares; en Vietnam los comunistas volaron el hotel
donde estaba llegando el equipo, no hubo sobrevivientes, afortunadamente Bob y
su gente llegaron retrasados por media hora y se salvaron, “A los que no le gusta mi show siempre andan tras de mí” declaró a
la prensa.
Pero el tiempo es implacable, y con la edad se pierde la
energía y para un cómico, la energía lo es todo, el humor sin energía se
transforma en tragedia y produce lástima, lo cual es fatal para un comediante,
luego de cumplir los 70 años Bob empieza a declinar, pierde su ventaja como
innovador, ya no es gracioso, solo le quedan los honores y los recuerdos.
El periodista Adam Gopnik escribió un interesante
artículo sobre la carrera de Bob Hope para la revista The Newyorker, titulado La
Fábrica de Risas (2014) en el mismo dice:
Cuando
Groucho hizo su última aparición en el Carnagie Hall, sus comentarios eran
frágiles, pero sus canciones (“Show Me a Rose”) eran bellas. De las apariciones
que sobrevivían de Bob Hope, eran sus canciones las más recordadas y parecían
muy puras. A parte de las canciones de Cole Porter, Hope tenía dos hermosas
baladas escritas especialmente para él: “Two Sleepy People” de Frank Loesser y
“Thanks for the Memory” de Leo Robin, que era el tema que identificaba a
Hope. Ya en una fecha tan avanzada como
1985, cuando cantaba la versión especial hecha para Navidades, Hope parecía
volver a la vida mientras la cantaba: a pesar de que su cuerpo se veía anciano,
atrapado en el momento, su voz todavía se elevaba en aquellos ritmos que
conjuraban otra vez aquel joven comediante, el cantante y bailarín que una vez
deslumbró a Broadway. Solo por eso, habría que quererlo aunque fuera un poco.
saulgodoy@gmail.com
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