domingo, 2 de enero de 2022

La tortura en democracia

 


 


… no puede haber castigos desgraciados que deshonren la humanidad misma (como sería despedazar un hombre, dejar que los perros lo descuarticen, cortar su nariz y orejas). No son solo estos castigos más dolorosos que perder posesiones y vida para alguien que valore el honor… pero también hacen que el espectador se estremezca con vergüenza de pertenecer a una especie que haga estas prácticas.

Emanuel Kant.

 

Este es un tema al que venía dándole largas pues me era sumamente difícil enfrentarlo y discurrir sobre él, entre otras cosas porque me ha tocado muy de cerca, porque tengo amigos que han sido víctimas de la tortura, porque, como venezolanos, a diario tenemos que vivir con la idea y la certeza de que, en algún lugar no muy lejano de nuestros hogares y trabajos, hay hombres y mujeres que están siendo maltratados por otros venezolanos y por extranjeros en nombre del estado, y que, por algún imponderable motivo, podríamos en algún momento y bajo ciertas circunstancias, ser nosotros los torturados.

Son, el gobierno bolivariano de Venezuela, el partido político PSUV, su presidente, Nicolás Maduro Moros, los responsables y promotores de tales tratos inhumanos y crueles contra la dignidad humana; el chavismo acepta como algo necesario el uso de la tortura como medio de control social, lo niega en su retórica, pero en la práctica se han prestado para mantener y operar en nuestro país un enorme aparato especializado en infligir dolor y sufrimiento, hasta muerte, a otros venezolanos, y que esa tortura, llamémosla “política”, mantiene unos establecimientos, equipamiento, técnicos, médicos, presupuesto, cadena de mando, organización y cultura, actuando en secreto, aun cuando es contrario a la normativa vigente.

Esta actividad de torturar a las personas sujetas a procedimientos judiciales y policiales, aunque es considerada internacionalmente un crimen, tiene consecuencias que escapan a la estricta relación entre víctima y victimario, entre torturado y torturador; de acuerdo a la opinión del autor Henry Shue, en un importante artículo sobre la tortura (1978): “El propósito de este tipo de tortura no es obtener información, sino crear conformidad por medio del terror, por la deshumanización y la destrucción de la voluntad de la persona, por medio de un dolor prolongado, incalculable; la víctima es apenas un punto donde concurren grandes cantidades de dolor, de modo que otros se asusten ante la perspectiva.”  Para todos los efectos, este tipo de tortura es un tipo de terrorismo, y así está establecido en la legislación internacional, con ésta se está destruyendo el delicado tejido social del país y atentando en contra de la convivencia social.

La Corte Penal Internacional, en su Informe sobre las actividades de examen preliminar 2020 sobre Venezuela, establece que:

 

La información a disposición de la Fiscalía brinda un fundamento razonable para creer que los miembros de las fuerzas de seguridad, presuntamente responsables por la comisión material de estos presuntos crímenes, incluyen a: la Policía Nacional Bolivariana (“PNB”), el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (“SEBIN”), la Dirección General de Contrainteligencia Militar (”DGCIM”), la Fuerza de Acciones Especiales (“FAES”), el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (“CICPC”), la Guardia Nacional Bolivariana (“GNB”), el Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro (“CONAS”) y ciertas otras unidades de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (“FANB”).

 

Una infraestructura para la práctica de la tortura, que no se hizo de la noche a la mañana, y es apenas la punta de la lanza de algo mucho más complejo, pues la sostienen tribunales de supuesta justicia, medios de comunicación al servicio del régimen, que tejen la intriga contra las víctimas y publicitan su castigo, un estamento político que le da legitimidad a las acusaciones y actores en estos crímenes, representantes de países aliados al régimen, que apoyan estas acciones terroristas, organismos internacionales  y fuerzas políticas de oposición que prefieren mirar hacia otro lado.

Pienso, al igual que una gran mayoría en el mundo occidental y cristiano, que la tortura debe ser erradicada absolutamente porque es moralmente indefendible; eso de aplicarle a un semejante castigos abominables, que lo reduzcan a un simple pedazo de carne sintiente, que anulen toda traza de humanidad de la víctima y lo afecten de tal manera que destruyan su identidad y su alma, es tarea de monstruos.

Para los cómplices no importa el nivel donde se encuentre colaborando, puede que no participe en el hecho físico de la tortura en la víctima, pero si asocia su voluntad y consciencia con el crimen, y calla ante esta situación, es sin duda un accesorio del delito, que hace posible que no sólo sufra el sujeto bajo el yugo autoritario, sino que es clave en el daño colateral que se extiende a la familia, conocidos y a la sociedad en general, que se percata de que un ser humano está siendo torturado en nombre del estado, del gobierno que supuestamente rige los destinos de una nación.

Un gobierno que tortura, que acepta que sus fuerzas militares o policiales practiquen la tortura en  extranjeros y/o nacionales, no puede de ninguna manera ser considerado como civilizado, mucho menos como democrático; la tortura contradice de manera radical todo contenido humanista y humanitario, con la tortura se termina la igualdad, el estado de derecho, la justicia y la convivencia.

El régimen de Maduro está atrapado por la serie de prohibiciones absolutas sobre la práctica de la tortura, en leyes internas, en tratados internacionales, en convenios multilaterales, en principios fundamentales como la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU; en el ámbito latinoamericano encontramos la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (1948); Organización de Estados Americanos (OEA), aprobada en la Novena Conferencia Internacional Americana, Bogotá, Colombia, 1948. En la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Gaceta Oficial Nº 31256 del 14.06.77 denunciada el 10 de septiembre de 2012); en la Convención Interamericana sobre la Desaparición Forzada de Personas (Gaceta Oficial Nº 5241 del 06.07.98); en la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer (Gaceta Oficial N° 35632 del 16.01.95); en la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura (Gaceta Oficial Nº 34743 del 26.06.91).

Cuando ya se creía que la tortura pudiera estar en camino de ser minimizada en occidente, se dio la situación mundial de la Guerra contra el Terrorismo, declarada luego de los lamentables sucesos del 11 de septiembre del 2001 en New York; a partir de ese momento, en los cuerpos encargados de la seguridad, en especial, de los militares, surgió la necesidad de utilizar el terror contra el terror, y aparecieron argumentos a favor de formas de torturas para ayudar en labores de inteligencia, sobre todo en la consecución de información en los interrogatorios.

Hasta ese momento no importaba la urgencia de la situación, el peligro de la amenaza o las consecuencias de un acto en curso, la tortura era un acto ilegal y prohibido, todavía se mantiene en algunos círculos de inteligencia y de seguridad que el uso de la tortura se justifica para evitar males mayores, que bien vale una confesión a tiempo, al costo que sea, que una desgracia que pudiera detenerse o aminorar sus efectos.

De allí que nuevas técnicas de interrogación, castigos persuasivos revestidos de una maldad bestial se hayan utilizado y se utilicen para obtener confesiones, develar conspiraciones, conseguir nombres y direcciones y traiciones, son metodologías que nacieron de la llamada Guerra contra el Terror, en esa lucha sorda clandestina y mortal entre terroristas, porque en el fondo, se trata, en su etapa decisiva, de utilizar el terror en contra del terror.

Un cúmulo de experiencias se han acumulado desde épocas pretéritas sobre la tortura, desde las más brutales como podrían ser los métodos de tortura de la inquisición en la Edad Media, hasta medios mucho más sofisticados como el lavado de cerebros o la tortura psicológica, técnicas que no dejan marcas en el cuerpo pero llenan de cicatrices el alma de las víctimas, al punto de convertirlas en esclavos, en autómatas al servicio de unos controladores.

La psiquiatría y la farmacología han unido fuerzas para desarrollar nuevas drogas de la verdad, o técnicas disociativas de la personalidad, para fragmentar la consciencia y controlar cada aspecto de la vida de un ser humano, auxiliados por la hipnosis, la sugestión, el miedo, las amenazas y los premios.

El fin de la tortura es destruir al ser humano, traumarlo, hacerlo hacer, decir, creer lo que el manipulador quiere, al punto de hacerlo dañar a personas que su aprecio, e incluso, a autodestruirse, lo que implicaría que las personas son utilizadas como objetos (como armas), como medios para logro de objetivos militares o políticos, para ello hay múltiples avenidas desde provocación del dolor hasta el simple aislamiento, los golpes y las agresiones con instrumentos de tortura, las humillaciones, inducir a la locura, descontrolar los ritmos circadianos de la persona, amenazas a sus familiares, enfermarlo y desasistirlo, quitarle el alimento y el agua, aislarlo sensorialmente para que pierda el sentido de la realidad…

En Venezuela, la revolución bolivariana desde su llegada al poder a tenido en la práctica de la tortura sistemática y como política pública, uno de sus medios favoritos para el control social del pueblo, ha hecho de la persecución política de sus opositores la manera de más efectiva de mantenerse en el poder, desarticulando cualquier manifestación política que pudiera poner en riesgo su hegemonía sobre el poder político, de allí la enorme cantidad de presos políticos que abarrotan las cárceles, los innumerables procesos judiciales que se le siguen a activistas políticos y líderes sociales, bajo acusaciones de sedición, violencia, instigación al odio.

Estas investigaciones, detenciones, procesos, sentencias, y castigos son publicitadas a manera de establecer ejemplos públicos para que la gente tenga miedo de manifestarse en contra del gobierno, para que no proteste, para que acepte en silencio las imposiciones totalitarias de un gobierno de facto, teniendo en las fuerzas armadas nacionales y policías sus principales cancerberos y verdugos, todos funcionarios públicos, pagados por nosotros, los ciudadanos.

Estos torturadores ven en sus acciones un trabajo necesario para mantener al gobierno en el poder, un oficio que requiere de conocimiento y experticia tanto o más que un cirujano, con la diferencia que sus víctimas jamás son consideradas como humanas, son cuerpos quejumbrosos, reos del estado que dan alaridos cuando se rompe un hueso o se sale un ligamento de su lugar, es un trabajo duro que tiene sus incomodidades, las diarreas, los vómitos, los orines que salen de los atormentados “privados de libertad”, cuando sienten asfixiarse con bolsas plásticas sobre sus cabezas o el sacudón de la descarga eléctrica aplicados a sus genitales, o la dosis de sustancias estimulantes o alucinógenos que los deja catatónicos y babeantes, capaces de confesar cualquier cosa que se les impute.

Porque allí, en esas fúnebres instalaciones, con nombres tan alegóricos como “La Tumba” o “La casa de los sueños”, se reúnen muy interesados doctores y expertos en interrogatorios, técnicos militares curiosos en la manera más rápida de obtener confesiones, desarrolladores farmacéuticos con sus últimas pócimas de potentes opiáceos que aún no determinan que dosis es mortal, o los simples carniceros con sus tenazas y pinzas para atormentar hasta el último nervio de sus víctimas, seres que se excitan ante el dolor de los demás, que obtienen erecciones cuando el preso empieza a convulsionar sin control mientras las cadenas que lo sostienen suenan con su trágico tintineo, y todo esto lo graban en video para que sus superiores puedan constatar el trabajo bien hecho.

Mientras esto ocurre en estos reductos del espanto, sus jefes, los responsables de este show del horror, juegan con los listados de sus próximos “invitados”, escogen, entre los expedientes en sus escritorios, quién será el nuevo enemigo de la revolución, les encanta un periodista, pero les aburren los intelectuales que se quiebran al primer día, les gustan los candidatos políticos, los llamados “líderes” que siempre ponen un show de entereza y valor, pero van cediendo a medida que enflaquecen de hambre o se enferman de COVID y no son tratados.

Pero nada como un militar traidor a la causa y, si es oficial, mejor, a los cubanos del G2 les encantan y se ensañan con gusto, pues saben que en esos casos no hay límites, son para ellos solitos; pero lejos de esas oficinas con aire acondicionado, bien iluminadas, apartados de los gritos, en los corredores del poder en el palacio de gobierno, está el maestro de ceremonias, el que tiene en sus manos la decisión de vida o muerte sobre esos venezolanos; pero, para su mala suerte, está siendo investigado por la serie de horrores, de muertes y sufrimiento que ha esparcido por el país, ha sido tanta la sangre derramada bajo su mandato, que la justicia internacional tiene tiempo ya vigilándolo y preparándole un expediente, de hecho, hay notificaciones en diversos países del mundo para su detención a la vista e, incluso, una cuantiosa recompensa por su captura.

Se trata de una situación inédita en la historia de nuestro país: tenemos como jefe del estado a un reconocido violador de los derechos humanos, con afición por la tortura como método para amansar al pueblo, con gusto por promocionar al terrorismo internacional y todavía tiene la desfachatez de presentarse como un gran humanista, lo que no tiene parangón; es un caso único de una persona inestable y peligrosa que se ha mostrado desafiante y orgullosa de sus crímenes, sin ninguna señal de arrepentimiento ni contrición.

Nicolás Maduro Moros, siguiendo el calco que su predecesor inició, el teniente de paracaidistas Hugo Rafael Chávez Frías, copió fielmente el modelo judicial de la Alemania nazi durante el Tercer Reich, creando su propia cosecha de juristas del horror, nutriendo un aparato de jueces y fiscales, que le dieron la posibilidad para que sus grupos de exterminios pudieran actuar con impunidad bajo un supuesto imperio de la ley. En ese espeso caldo de cultivo prosperó la verdadera naturaleza del chavismo, torturadores de naturaleza y origen.

Y es que toda esa ideología socialista y nacionalista, que apunta a valores absolutos como patriotismo, fidelidad hacia el gobierno, amor hacia el líder, odio al enemigo de la revolución, desprecio al imperio y a la civilización occidental, tenía en algún momento que producir los monstruos de la razón, que en el caso venezolano venían cargados de resentimientos históricos y de un fanatismo sólo atribuible a animales carroñeros actuando en manada.

Ese terror sembrado en veinte años de revolución rindió sus frutos: una sociedad atemorizada y espantada, pero no vencida, una oposición temerosa y acomodaticia, que ha preferido con mucho la negociación que la confrontación política, una prensa domesticada y obsecuente que todavía no olvida su compromiso con la verdad… una democracia herida, pero consciente de que primero se termina la tiranía y el intervencionismo cubano, que el país de Bolívar y su herencia republicana.

Ante esta realidad no puede ningún partido político del país hacerse el desentendido de la realidad cruda del país, ni hacerle concesiones al régimen suponiendo ilusamente que están tratando con un gobierno medianamente razonable y respetuoso de las leyes y compromisos adquiridos; el chavismo es terrorismo puro, allí no hay posibilidad de convivencia, es un error estratégico y operativo caer en la trampa y, con ellos, arrastrar al resto del país, en la pretensión quimérica de que es posible un acuerdo civilizado con el torturador.

La situación del país es en extremo delicada, no sólo en su aspecto económico y social, al punto que estamos atravesando por una de las peores crisis humanitarias del planeta, pero en el aspecto de la seguridad y la paz social somos un desastre, el Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV) registró para el año 2021, que acaba de terminar, 11 mil muertes violentas, entre ellas 3.112 homicidios, 2.332 muertes por resistirse a la autoridad, 4.003 casos en averiguaciones, 1.634 desaparecidos.

El Foro Penal contabilizó al momento 244 presos políticos (230 hombres y 14 mujeres), 112 civiles y 132 militares, entre ellas personas en delicado estado de salud, como el caso de José Javier Tarazona Sánchez, director y presidente de la organización Fundaredes, quien desde el pasado 1 de julio del 2021 se encuentra detenido en el Helicoide, sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), o el de Igbert José Marín Chaparro, ahora, en una peligrosa huelga de hambre contra sus secuestradores.

Ante estas circunstancias, peligrosas y altamente preocupante para la estabilidad y sobrevivencia del proyecto revolucionario socialista, en vez de ir desmontando el aparato de tortura, de dejar en libertad a los reos, de fortalecer la defensa de los derechos humanos e ir reparando los casos más notorios de injusticia cometidos, el régimen de Maduro hace todo lo contrario, aumentan los horrores de las torturas, le da mayor autonomía y poder de decisión a los torturadores, al punto que hay un gran número de boletas de excarcelación emitida por los tribunales para la liberación de los presos, pero las autoridades de los penales se niegan a hacerlas efectivas; siguen los grupos de exterminio actuando fuera del marco legal, y continúan algunos legisladores en su afán por controlar el poder judicial para ponerlo al servicio de los revolucionarios.

No sé qué ideas tendrán los expertos en negociaciones de Noruega en referencia al carácter de los representantes del chavismo, pero se trata de verdaderos terroristas, descubiertos y atrapados en sus crímenes, pero con intenciones de permanecer en el poder a toda costa. En cuanto a la supuesta representación de la oposición política venezolana, lo mínimo que se podría exigir es que no reanudaran las negociaciones hasta que liberaran a todos los presos políticos, que no son sino víctimas de las torturas de unos revolucionarios alucinados y con poder.   -   saulgodoy@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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