Formo
parte de un grupo de intelectuales que últimamente les ha dado por discutir
sobre religión, en parte debido a la situación calamitosa que vive el país y,
por otra parte, por la experiencia personal de varios de nuestros miembros en
sus roces recientes con la muerte.
El
asunto es que hemos discutido sobre el tema (la necesidad de la religión en el
ser humano) y estamos preparando algunos debates para lo cual hemos revisado
varios libros; de los que a mí me tocaron, quiero escribir sobre uno en
particular, El Lenguaje de Dios (2006),
de Francis S. Collins.
Collins
fue el director responsable del Proyecto Genoma Humano, uno de los científicos
más reputados en el estudio del ADN. El libro en cuestión argumenta que la
ciencia y la fe son compatibles, que se puede llegar a términos en ambas formas
de conocimiento ante un universo tan complejo, inexplicable y maravilloso como
el nuestro.
Collins
tiene una particular concepción de lo que significa la palabra “milagro”, que
usamos cuando estamos en presencia de eventos que no tienen explicación en la
leyes naturales y, por lo tanto, atribuibles a una entidad sobrenatural.
Los
libros sagrados de las religiones están llenos de milagros, en especial para el
cristianismo; quizás, el más relevante de ellos sea el de Cristo resucitando de
la muerte.
Collins
cuidadosamente introduce el pensamiento de ese otro autor cristiano (y de
ciencia ficción y fantasía, el creador de Las
Crónicas de Nardia, C. S. Lewis), de quien toma el siguiente argumento: “Cada evento que pudiera ser reclamado como
milagro es, en último caso, algo que se presenta ante nuestros sentidos, algo
visto, escuchado, tocado, olido o gustado. Y nuestros sentidos no son
infalibles, si algo extraordinario parece haber sucedido, siempre podemos
alegar que hemos sido víctimas de una ilusión.
Si tenemos una filosofía que excluye lo sobrenatural, esto es lo que
siempre diremos. Lo que aprendemos de la
experiencia depende del tipo de filosofía que traemos a la experiencia, es por
lo tanto inútil aproximarnos a la experiencia antes de que hayamos resuelto, lo
mejor que podamos, esa decisión filosófica.”
Luego
Collins trae a colación el teorema de la probabilidad de Thomas Bayes, en el
que podemos calcular la probabilidad al observar un evento en particular,
conociendo una información inicial (lo anterior) y alguna información adicional
(lo condicional). Este teorema es particularmente útil cuando estamos ante dos
o más posibles explicaciones sobre la ocurrencia de un evento.
Y
pone el ejemplo: “Usted ha sido
secuestrado por un loco. Le da un chance de salir libre- le permitirá sacar una
carta de un paquete de baraja, la volverá a introducir, las barajará y la
sacará de nuevo, si usted saca las dos veces el as de espada, quedará
libre. Escéptico, sobre si vale la pena
intentarlo, usted procede, y efectivamente saca el as de espada dos veces
consecutivas y queda libre. Teniendo cierta habilidad matemática, usted ha
calculado las posibilidades de su buena suerte como 1/52 X 1/52= 1/2704. Un
evento casi imposible, pero sucedió.
Semanas después, sin embargo, se entera usted que un empleado de la
fábrica de barajas, en conocimiento de la apuesta del loco, se las arregla para
que uno de cada 100 paquetes de baraja esté compuesto de 52 cartas de ases de
espadas.”
Todo
este complicado supuesto lo trae Collins a colación para demostrar que en
realidad su chance de sacar dos veces el as de espada no era 1/2704 sino 1/100,
lo que le da mucho más oportunidad de salir del trance, y ésta es la
explicación que ofrece para entender el cómo personas se curan “milagrosamente”
de un cáncer irreversible, cosa que el mismo Collins ha presenciado en su
carrera como científico; lo importante es que su “valor anterior” en el teorema
de Bayes no esté en cero, si hay una posibilidad, por pequeña que sea, puede
ocurrir lo extraordinario y estar dentro de las probabilidades, y como en el
caso del paquete de baraja, un imponderable, el empleado de la fábrica de
cartas, que en el momento del evento era desconocido, aumente esa probabilidad.
Embarcado
en esa línea de pensamiento pasa Collins a explicarnos el origen del universo,
que es a donde quería llegar.
Según
la hipótesis del Big Bang, el
universo tiene una edad de 14 billones de años de existencia; basados en una
serie de observaciones y cálculos, los científicos concuerdan que en el
principio el universo era infinitamente denso, un punto sin dimensiones de pura
energía, catalogado como una “singularidad”, que en una millonésima parte de
una millonésima parte de un segundo hizo explosión. Lo que sucedió después
todavía tratamos de comprenderlo, sabemos que hubo la destrucción de materia y
antimateria, la formación de núcleos atómicos estables y, ultimadamente, la
formación de átomos, entre ellos hidrógeno, deuterio y helio.
Explicar
tal evento con nuestras herramientas científicas de hoy es casi imposible, al
punto que para muchos expertos se trata del milagro más asombroso de todos.
Todavía
no sabemos si el universo que nació de esa explosión primordial seguirá
expandiéndose por siempre, o en algún momento la fuerza gravitacional se
impondrá sobre las galaxias y regresen a un Big
Crunch, a un apelotonamiento de materia y energía, a una nueva
singularidad.
El
asunto es que hay una serie de imponderables que todavía juegan en el misterio
no sólo del origen del universo sino también del origen de la vida misma, de la
aparición del hombre en la tierra, de la existencia actual de mi persona y de
usted, amigo lector… de la posibilidad de que exista vida en otros lugares del
universo.
Collins
juega rudo ante las posibilidades de nuestra existencia; se pregunta, ¿en esos
segundos que precedieron al Big Bang, cuáles eran las probabilidades de que
existiera la asimetría actual entre materia y antimateria, que se diera el
patrón exacto de condensación de quarks y antiquarks para que no se
convirtieran en pura radiación y las galaxias, estrellas, planetas, gente
pudieran existir?
¿Cómo
es posible la constante gravitacional que permitió que las galaxias pudieran separarse
y escapar a un nuevo colapso permitiendo que el universo tuviera su tamaño
actual? Estas dudas se las plantea el astrónomo-matemático Stephen Hawkings y
explica que si la rata de expansión del universo hubiera sido tan pequeña, como
una parte en cien mil millones de millones, este universo no hubiera existido,
y si hubiera sido una fracción más acelerada, las estrellas y los planetas
nunca pudieron haberse formado. Muchos cosmólogos opinan que, si hubiera
existido una mínima variación en las condiciones críticas de velocidad de
expansión, nuestro universo hubiera sido improbable.
Las
mismas extraordinarias circunstancias rodean la formación de los elementos más
pesados; si la fuerza nuclear que mantiene juntos a protones y neutrones
hubiera variado en lo más mínimo, el universo estaría compuesto únicamente de
hidrógeno, o el hidrógeno se hubiera convertido sólo en helio, y no como
sucedió en los hornos de fusión de las estrellas, que permitieron la aparición
del carbono, tan necesario para las formas de vida en la tierra.
Collins
nos explica que hay quince constantes con valores dados que hicieron posible la
existencia del universo y la vida, entre ellos la velocidad de la luz, el
electromagnetismo, la gravedad, las fuerzas nucleares, que fueron todas sacadas
de ese inmenso caos del Big Bang, como si fueran el mapa para la creación de la
vida; si le aplicáramos el teorema de la probabilidad de Bayes al origen del
universo, las probabilidades de que un
universo como el actual existiera hubieran sido simplemente imposibles.
Volvemos
a la proposición inicial: ¿Es la vida un milagro? ¿Participó un ente sobrenatural?
¿Existe Dios? A medida que la ciencia descubre para nosotros nuestra increíble
realidad, la respuesta se nos hace más difícil de responder ¿Qué cree usted? ¿Fue
sólo cuestión de suerte? O de un orden natural que el hombre jamás podrá
comprender ¿Cuál es su filosofía? - saulgodoy@gmail.com
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