Salvar, mantener, mejorar, proteger las tierras cultivables hacen tanto sentido para un ambientalista como proteger parques nacionales o selvas vírgenes. Digámoslo de una vez, la agricultura es una actividad productiva que degrada el ambiente, no importa cuán orgánica sea, si usa las técnicas de la permacultura, si aplica el riego por goteo, o rotando los cultivos, el final siempre es el mismo, el suelo se empobrece, el agua se contamina, las plagas se hacen más resistentes y, con el tiempo, se hace más costoso producir en el lote o parcela, pero lo hacemos para satisfacer una necesidad fundamental, producir alimentos y otros productos necesarios para nuestra vida.
Cuando
se asigna una tierra para la agricultura su destino es degradarse en la
actividad, cuán rápido y de qué manera es la parte que nos toca a los
ambientalistas; una región agrícola, con buenos cuidados, con inteligencia, con
aplicación de mucha ciencia, puede durarnos unos cuantos lustros produciendo
alimentos, fibras, maderas, aceites, flores, licores y hasta
biocombustibles.
Lo
que ha hecho el gobierno socialista bolivariano, con la confiscación por parte
del Estado de la mayor parte de tierras cultivables, para arruinar a sus
propietarios y dársela a personas que no tienen la menor idea del manejo de la
agricultura sustentable, es por decir lo menos un crimen de consecuencias
terribles para la ecología del país.
Los
grandes latifundios tenían reservorios de tierras cultivables sin utilizar,
cuidados y bien conservados; algunos como El Cedral, El Hato Piñero, El Hato El
Frío contaban con refugios de fauna silvestre, otros como La Marqueseña sostenían
un centro genético de ganado; pero con los socialistas bolivarianos se inició
la destrucción de estas tierras de la manera más irracional posible, los
cambios de cultivos, los usos de la tierra, la promoción de los conucos, las
invasiones sin sentido que propiciaron saqueos y destrucción de este importante
patrimonio, bajo la excusa de justicia social, es algo que vamos a sufrir por
mucho tiempo.
No
deja de producirme mucha pena el discurso socialista o eco-socialista, que, a
pesar de las evidencias, tratan de hacernos creer, de que se trata de una revolución
que respeta el ambiente; la idea de volver a las comunas (tribus) y a una
economía de conucos, a las aldeas y comunas de hippies, tratando de ser
autosustentables, es un discurso tan falso, carente de conocimiento y sentido
de lo real, que parece una mala broma.
El
gran ecólogo y granjero norteamericano Wendell Berry, hizo de su vida una larga
cruzada por explicar a la gente que la crisis ecológica empieza en el seno de
nuestras familias, en nuestras almas, al momento de abandonarnos a los cuentos
de camino de los gobiernos, corporaciones y mercados e ideologías (comunistas y
capitalistas) que buscan sustituir nuestra relación con la tierra con productos
procesados y empaquetados que no sabemos de dónde vienen, cuando permitimos que
se abuse de la tierra en nombre del progreso o del igualitarismo.
Berry
alertaba que las tierras cultivables de un país son su principal riqueza,
cuidarlas y desarrollarlas con sentido común era la única manera de ser
verdaderamente independientes y libres, de otra manera las naciones serían
dependientes de otras fuentes de alimentación, algunas que vienen de muy lejos
y sobre las que no tienen ningún control, dependen de un gigantesco sistema de
distribución que puede atascarse en cualquier lugar, en nuestro caso, nuestros
puertos no tienen la capacidad de atender y desembarcar la cantidad de barcos
que llegan con alimentos, y no es de extrañar que mucha de esa comida se
descomponga y se pierda en la espera por un turno en los muelles, esto nos hace
sumamente vulnerables.
Las
tierras cultivables tienen una manera apropiada de ser explotadas y muchas
inapropiadas, cuando los terrenos se usan para monocultivos y una explotación
intensiva, la pérdida de nutrientes y el desgaste de la calidad del suelo se
hace de manera rápida e irreversible, hay que estar constantemente reponiendo
nutrientes, permitiendo que los suelos descansen, en lo posible, rotando
cultivos y combinando la agricultura con la ganadería; la diversidad es lo
apropiado, no se debe desperdiciar nada y obedecer la ley del retorno, lo que
los suelos te dan debes devolverlo para poder contar con esas tierras por
generaciones y no perderlas abusando de ellas o, simplemente, abandonándolas.
Lo
que en un principio iba a ser un “rescate” de las tierras cultivables en manos
de los latifundistas, se convirtió en la destrucción de nuestra actividad
agrícola y en un pillaje de la infraestructura y bienes que con tanto esfuerzo
se había levantado hasta el momento; ni siquiera durante la Guerra Federal en
el siglo XIX Venezuela perdió tanto potencial agropecuario, los campos eran
simplemente arrasados como ocurrió con los maizales en Guanare, las siembras de
caña en Aragua, el sorgo y el arroz en Portuguesa…
El
ganado fue sacrificado o vendido al mejor postor por las hordas embrutecidas
del chavismo que llegaban armadas a los fundos, y se instalaban en las casas de
hacienda a preparar grandes festines de carne asada, despostaban a los animales
y los dejaban sin tocar para que se pudrieran a la vera de las carreteras. Caballos, búfalos, rebaños de caprinos y de
reses lecheras eran trasladadas en camiones a otros destinos, cuando no caían
víctimas de la práctica del tiro al blanco; todo este dantesco espectáculo de
cosechas incendiadas, potreros tumbados por las máquinas, sistemas de riego
desmontados para venderlos por partes, peones de hacienda desalojados por la
fuerza de sus viviendas, fue transmitido por televisión, se hicieron
innumerables reportajes en la prensa nacional, se mostraron fotografías y con
las miles de denuncias se llenaron folios y folios de los expedientes de esos
días de locura y abuso que hoy reposan en los tribunales y la Fiscalía,
amparado todo, por la presencia de la Guardia Nacional que hacía lo posible por
ahuyentar a periodistas, mientras detenía a los dueños de las tierras y
amenazaba a los representantes gremiales.
Desde
el año 2001, cuando Chávez aprobó por decreto la infame Ley de Tierras, pasando
por el 2004, cuando se le declaró la guerra al latifundismo, con la excusa que
se trataba de predios subutilizados, improductivos o con títulos de propiedad
dudosos, fueron afectados más de 5 millones de hectáreas de las mejores tierras
productivas del país, la mayoría de ellas con establecimientos modernos y
funcionales en plena producción.
Venezuela
dispone de unas 30 millones de hectáreas de tierras cultivables; apenas con un
20% de ese potencial, el país producía suficientes alimentos para garantizar la
seguridad alimentaria de rubros básicos, llegando incluso a ser exportadores,
como en el caso del arroz, el plátano y el café; nuestras carnes, pollos y
leche eran consideradas de calidad superior, estuvimos a punto de ser
autosuficientes en azúcar, teníamos una industria pesquera bastante
desarrollada y nadie jamás pensó que pudiera haber escasez de harina de maíz.
Con
el gobierno socialista bolivariano se abandonó el mantenimiento de la vialidad
agrícola, de la infraestructura eléctrica y del agua, se le asestó un duro
golpe a los insumos agrícolas al nacionalizar su distribución, las políticas de
créditos y de asistencia al trabajador del campo se convirtieron en
instrumentos partidistas para hacer política, otorgando recursos a gente que no
tenía ni la vocación, ni la preparación, para asumir la producción de
alimentos.
Franklin Brito, el agricultorque murió de hambre reclamandole sus tierras al ladrón de Chávez |
Se
produjeron los sucesos en contra del productor agrícola Franklin Brito que,
desesperado, decide iniciar una huelga de hambre para que el gobierno le
restituyera sus derechos violados, pero lo detuvieron, lo vejaron, lo drogaron
y finalmente murió de hambre bajo custodia en el Hospital Militar de Caracas, usándolo
como ejemplo de lo que pudiera pasarle a quienes protestaran por estas
políticas comunistas.
No
contentos con la aplicación de estas políticas que estaban destruyendo nuestra
vital industria agroalimentaria, los “expertos” del Ministerio de Agricultura y
Tierras y del INTI, se dieron a la tarea loca de cambiar los usos de la tierra,
lo que se sembraba tradicionalmente se sustituyó por cultivos que nada tenían
que ver con las vocaciones de las regiones, lo que implicaba cambiar la
composición físico-química de la tierra y un empobrecimiento acelerado del
suelo fértil.
Inexplicablemente
el gobierno lanza una campaña de propaganda donde anuncia que con la asociación
de empresas y los gobiernos de Rusia, China, Vietnam, Brasil, Irán y otros,
estas tierras rescatadas serían explotadas para convertirnos en una potencia
exportadora de alimentos y productos como la soya, la palma africana, los
plátanos y otros renglones.
El
país irremediablemente cae en una espiral de dependencia alimentaria con países
en el extranjero, mientras la propaganda del gobierno nos engaña diciéndonos que
ahora somos más independientes y soberanos que nunca, la escasez en importantes
rubros se hace sentir, la inflación pone el precio de los alimentos por las
nubes, el campo está desolado y yermo, las políticas de afectación de tierras
productivas ha obligado a la gente a deforestar e intervenir áreas protegidas,
cuencas y montañas, que deberían permanecer como reservas naturales para las
próximas generaciones, y ahora son ocupadas por gente depauperada y sin
control… esto, mientras el grueso de las tierras cultivables se encuentran
abandonadas o en peligro de desertificación por su mal uso.
Es
urgente una reversión de estas políticas anti-venezolanas, creo que ya hemos
aprendido la lección de cómo la ignorancia y la insensatez pueden destruir en
un instante el trabajo de generaciones, en una actividad que necesita tiempo,
conocimiento, mucho amor y trabajo para poder ver nuestros campos de nuevo
florecer. – saulgodoy@gmail.com
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