Me releí con mucho cuidado esa pequeña obra de teoría política del Dr. Rafael Caldera, Especificidad de la Democracia Cristiana, y no dejo de admirarla como una brillante síntesis de esa corriente política; se trata de un libro de referencia para todos los partidos de la democracia cristiana en el ámbito mundial, pero a pesar de querer situarlo como un pensamiento de centro derecha, abre demasiados flancos hacia el socialismo y sucumbe en él.
Trata
de manejarse entre dos aguas, entre el capitalismo, para negar su “egoísmo”
implícito, y el marxismo, para negar su “odio” de clases; busca transar, sin
éxito, entre la práctica democrática con visos de colectivismo y el pensamiento
cristiano y su concepto de “justicia Social”, y digo “sin éxito” porque, a
pesar de sus claros conceptos jurídicos, al momento de manejar la ideología, se
deja vencer por el populismo, dejando demasiadas brechas abiertas en la defensa
de una sociedad abierta y plural.
La
manera como el Dr. Caldera actuó en vida, como Presidente de la República, en
el caso de Hugo Rafael Chávez Frías, refleja que no estaba muy seguro en cómo
proteger la democracia de sus enemigos, y es que en varias partes del libro,
cuando se sumerge en territorios donde es necesaria una definición de
principios, un compromiso inapelable, cuando el tema se extiende a sus límites,
como es el caso de los derechos de la acción política para la seguridad del
Estado, en la defensa de las instituciones democráticas para evitar su adulteración,
cae inevitablemente en un relativismo y una supuesta tolerancia “ad absurdum”.
Creo
que en muchas partes del libro privó la tendencia hacia el sacrificio, a
retroceder ante las otras doctrinas, en aras de humanismo a ultranza, de una
tolerancia suicida, con lo que quiero decir que su pensamiento nunca fue de
derecha, nunca vi el espíritu falangista y de resistencia que marca la
soberanía sobre unas ideas o un territorio.
Al
final del libro, uno queda con el sabor de la indefinición, un socialista
podría hacerlo suyo sin problemas, al igual que un capitalista; obviando
algunas formalidades oscuras en su definición de derecho a la propiedad y en el
intervencionismo del Estado, se parece en mucho a la tesis de la “Tercera Vía”,
que popularizó el gobierno laborista de Blair en la Inglaterra de los años
noventa del siglo pasado.
Aparte
de algunas consideraciones muy abstractas, el pensamiento cristiano expresado
en esta obra me dio la impresión de copiar a la prédica socialista; es claro en
que no acepta la violencia, ni la toma del poder por vías revolucionarias, no
acepta la disolución de la persona como un ente libre y sujeto consciente y
responsable de sus actos (aunque habla de un concepto híbrido, que creó Jaques
Maritain, el de “personalismo comunitario”), pero admite la prevalencia del
bien común, la propiedad con sentido social, habla de una democracia
comunitaria e insiste en la idea central de la justicia social que: “…exige
de cada uno según su capacidad e impone las cargas a los distintos miembros del
cuerpo social de acuerdo con sus funciones específicas, y con las posibilidades
y necesidades de cada uno de ellos, para lograr de esta manera, armónicamente,
el bien común”.
Es
muy difícil, en medio de este discurso “socialista”, distinguir al hombre de
centro derecha que supuestamente dirigía al partido social cristiano COPEI, y
aunque opone al materialismo marxista el valor espiritual, la primacía de lo
moral, insiste en seguir la doctrina social de la Iglesia, buena para una
institución como la Iglesia, pero que llevarla como razón de Estado es muy
peligroso, ya que los gobiernos civiles requieren de un pragmatismo y de una
capacidad de acomodo que las iglesias no tienen, o no pueden permitirse.
Caldera
se descubre como
un fiel creyente del estatismo, piensa que el Estado tiene el deber y el
derecho para: “para
dirigir, coordinar y controlar las actividades de individuos y grupos y
realizar por sí mismo aquellas actividades que exija el bien común”;
además, parece conteste en conservar la tradición jurídica, heredada de España,
de que todas las minas y riqueza bajo la tierra pertenezcan al Estado y sea
éste quien determine cómo explotarlas, que es el camino fatal que ha tomado
nuestra industria petrolera.
Hay
una parte donde, expresamente, afirma que el hombre cristiano tiene: “que
tratar de construir un orden social nuevo en el que la diferencia antihumana de
las clases sociales sea superada. Pero el cristiano no sostiene la tesis del
odio, de la destrucción recíproca entre los grupos sociales, sino que busca
como finalidad la armonía, el entendimiento y la solidaridad”; esa idea fue
tomada por Chávez como credo, para disfrazar de tolerante e inclusivo su
movimiento revolucionario, y en ese engaño, cayó un gentío.
El
socialismo emerge
en esta referencia sobre el tema tributario; ”Dentro del régimen fiscal, en
especial en lo relativo al impuesto directo, [la democracia cristiana] acoge
el principio de la progresividad en lugar de la simple proporcionalidad, para
que las clases económicas poderosas lleven el peso mayor de los gastos que
exige la sociedad; busca convertir el Estado, a través del impuesto, en un
instrumento de justicia distributiva que exige más de quienes tienen mayores
recursos, para atender a través de servicios de diversa índole a las
necesidades de los que tienen mayores carencias”.
En
cuanto a las relaciones comerciales internacionales, se pone definitivamente
del lado de la izquierda al asumir una crítica plenamente marxista: “Creo
que la idea de justicia social ha de trasladarse al campo de las relaciones
entre los pueblos; y que el sistema de los viejos tratados de comercio entre un
país y otro, que suponen una igualdad aritmética (yo le garantizo a usted
mercado para sus productos primarios, pero, en la medida equivalente, usted me
garantiza mercado para mis productos manufactureros), tiene que ser abandonado,
para establecer reglas diferenciales que impongan como obligación no como
acción meramente voluntaria o filantrópica a los países más ricos, más
poderosos o más desarrollados, mayores compromisos a favor de los pueblos más
débiles, más pobres o más atrasados“.
El
Dr. Rafael Caldera fue un gran tribuno y legislador, su Ley del Trabajo sientas
las bases para el desarrollo del sector laboral, no lo determina, en cuanto a
su desempeño político dejó un mal sabor, sobre todo en su segunda presidencia,
las expectativas hacia su persona desbordaron sus posibilidades y
circunstancias.
Finalmente,
los actuales directivos de COPEI habían anunciado una reingeniería del partido
luego de su debacle, hay que recordar que la misma se produjo cuando al Dr.
Rafael Caldera le fue imposible aplicar algunas de las máximas que recomendaba
para el partido, entre ellas, la especificidad en su descriptiva de la
democracia cristiana, no la logró en el libro que resumo, ya que se convierte
en una apología al socialismo en términos cristianos, aunque afirme que no lo
es; su inconformidad con el estado de cosas que veía no tuvo expresión política
cuando le tocó gobernar; y no practicó la democracia interna en su propio
partido, como mucha gente esperaba lo hiciera, razón por la que esa
organización política experimentó la crisis existencial que casi la hace
desaparecer.
Los
demócratas cristianos merecen una revisión completa de sus postulados
fundacionales a la luz de la aparición del chavismo, no basta en reconocer su
origen como partido demócrata cristiano y su propósito de hacer “Justicia
Social”, que ya de hecho y de derecho lo confinan al socialismo decimonono,
tenía entendido que el propósito era proyectarse hacia nuevos tiempos, mutar
hacia nuevas formas de entender la política y tratar de construir un país
diferente.
El partido
COPEI ha pasado por una prueba de fuego, y calmados los ánimos parece ser van a
conformarse con reconocer su origen y nada más, sus militantes no han tenido
una respuesta satisfactoria a los asaltos que grupos de oportunistas han
intentado, y pareciera ser que se van a conformar con un acomodo en el acogedor
sofá del socialismo, cuando creo que las expectativas surgidas de la crisis,
era elevar el entendimiento de la política y la participación a otros nivel que
los del pasado siglo XX, la democracia venezolana se merece nuevos proyectos y
búsquedas en el mundo político, no conformismos. - saulgodoy@gmail.com
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