Una de las doctrinas éticas del pensamiento ambientalista más importantes y vigentes en occidente es el panteísmo, deriva de una postura metafísica y religiosa en la que existe una identificación del mundo con Dios, es decir cada una de las manifestaciones de la naturaleza son manifestaciones de la divinidad.
Esta manera de ver el mundo tiene sus raíces en importantes
obras hindúes como los Veda y el Bhagavadgita, el budismo igualmente lo hace
suyo, los griegos acogieron esta doctrina con los estoicos y su veneración por
la naturaleza, pero fue con la publicación de la Ética de Spinoza en 1675, que el panteísmo tomó su carácter
filosófico.
El universo es Dios, parte fundamental de la sustancia,
de las fuerzas y las leyes que la rigen, Dios y naturaleza son dos nombres para
una misma realidad.
En el siglo XIX el panteísmo conformó cuerpo y
popularidad gracias al movimiento naturalista europeo, soportados por el
pensamiento de Schilling y Hegel, artistas de la talla de Beethoven en la
música y D.H Lawrence en la literatura, lo hicieron temas en algunas de sus
obras y en América, escritores como Emerson, Wordsworth y Whitman lo dieron a
conocer.
En Latinoamérica el panteísmo se hiso popular con la
poesía modernista y de vanguardia y la encontramos reflejada en los trabajos de
Darío, de Amado Nervo, de Neruda y por supuesto, de Jorge Luis Borges.
Se trata de una clara asociación del hombre con la
naturaleza compartiendo la esencia divina de la creación, pero en términos
diferentes al deísmo que nos presenta a un Dios como entidad aparte y
trascendente en la que la naturaleza es una creación desconectada de la
divinidad, el panteísmo promueve una identificación tan cercana con lo
existente, que implicaba una unidad divina, que incluiría no solo a todas las
entidades vivientes sino también a las inanimadas.
Es una ética que desplazaba al hombre de su centro y contradice
las tesis utilitaristas y antropocéntricas que han dominado el mundo moderno.
El panteísmo es central en ciertas religiones orientales
como en el taoísmo, que tiene una sólida doctrina sobre la unidad de lo
existente.
Esta idea de atribuirle un carácter “sagrado” a la
naturaleza le es repugnante a la iglesia católica que siempre ha atacado esta
doctrina como herejía, incluso, recientemente el Papa Benedicto XVI ha
advertido al mundo sobre el peligro de un panteísmo neopagano, que pone a la
naturaleza por encima del hombre (43 Jornada
para la Paz, 1 de Enero 2010) haciendo una diferenciación entre ecología
humana y ecología ambiental.
Para el panteísmo, la naturaleza deja de ser objeto de
las fuerzas ciegas de la economía y de las necesidades de la sociedad, para
convertirse en parte de una comunidad moral integrada por seres vivientes que
son iguales e importantes ante Dios, es más, son Dios.
Esta posición está adelantando hoy en día la posibilidad
de atribuirle “espíritu” a ciertas especies evolucionadas como delfines y
gorilas, e incluso, otorgarle derechos propios, con reconocimiento de su personalidad y protección
jurídica, incluso se están adelantando normativas jurídicas que le otorgan a
determinados ecosistemas, rango de sujetos de derechos, generando unos Derechos
Naturales, a la par de los Derechos Humanos, esto buscando la protección y
conservación de los mismos.
Todo lo existente forma parte de esta unidad divina, el
pensador Aldo Leopold (1949) lo expresaba de esta manera: "La ética de la tierra simplemente agranda sus límites como
comunidad para incluir suelos, aguas, plantas y animales, o colectivamente, la
tierra… una cosa es buena cuando tiende a la preservación de la integridad,
estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es mala cuando tiende a lo
contrario."
El pensamiento antropocéntrico valida y justifica solo a
las personas como parte de la comunidad moral, lo demás son apenas objetos
sometidos a consideraciones morales, es por ello que podemos observar a muchos
gobiernos disponiendo de sus recursos naturales como simple inventario de cosas
útiles para el hombre. Pero al otorgarle
al resto de la naturaleza un lugar dentro de la comunidad moral, una razón de
ser y justificar su existencia como parte fundamental del todo, nace una ética
ambientalista ligada a una metafísica.
En
occidente se ha conformado una tradición de hombres y mujeres que se llaman a
sí mismos “naturalistas”, por lo general científicos, que han descubierto en el
universo un orden y una belleza que los lleva a una contemplación reverencial
de la armonía existente, hombres como Charles Darwin, como Steven Weinberg,
premio Nobel de Física, como el mismo Einstein quien una vez escribió: “Yo no creo en un
Dios personal y nunca lo he negado sino que lo he expresado claramente. Si algo
está en mí que pueda ser llamado religioso entonces es la ilimitada admiración
por la estructura del mundo hasta donde nuestra ciencia puede revelarla”.
Hay algunos ambientalistas que intentan separar la ética
ambientalista de Dios (o más propiamente de la iglesia) pero al final, el
corazón del argumento de los panteísta es uno de valoración de la naturaleza,
la unidad divina es buena en esencia, y esa cualidad de lo bueno, es
transmitida a cada una de sus partes.
El panteísmo ha sido el verdadero motor de los actuales
movimientos ambientalistas, esta visión del mundo como un gran sistema de vida ha
generado no solo políticas, sino maneras de vida mucho más sustentables y no
violentas que otras, de allí su importancia.
Contrastada esta visión con la de los modelos populistas
y marxistas en que la naturaleza está al servicio del hombre y de la revolución,
es que se entiende el porqué de los grandes fracasos que en materia ambiental
ha tenido el comunismo en el mundo, muchos estudios apuntan a que bajo
regímenes socialista se han cometido los mayores abusos en contra del orden
natural.
En varios artículos he tratado de explicar y denunciar
las políticas erradas del actual gobierno chavista en materia ambiental, la
retórica y el abuso de conceptos vacíos que tienen que ver con etnias, ecología
y maneras ancestrales de producción, lo que hacen es enturbiar el verdadero
propósito de los gobiernos socialistas que no es otro sino la explotación
irracional de los recursos naturales.
La utilidad social de la naturaleza se ve justificada en
grandes desarrollos urbanos y obras de ingeniería, supuestamente para mejorar la calidad de vida
de las poblaciones, pero en realidad lo que hacen es devastar los espacios
naturales para satisfacer de la manera más rápida y utilitaria promesas
populistas y electorales, en el caso venezolano la urgencia económica para
conseguir divisas que el gobierno necesita para sus gastos, los ha llevado a
concebir planes como el de la explotación del llamado “Arco Minero”, que está
destinado en convertirse en uno de los desastres ambientales de mayor envergadura
de los gobiernos chavistas.
Un ejemplo claro de esto, es la terrible tendencia en los
discursos ambientalistas socialista, de utilizar posiciones panteístas como las derivadas de los pueblos Aimara y
Quechua, a través del concepto de la Pachamama,
en alusión a la madre tierra, tomado fuera de contexto y de los sistemas de
creencias aborígenes, para darle un sentido melifluo y romántico a la
explotación de la naturaleza por parte del Estado según sus conveniencias y
oportunidades.
Las nuevas leyes en Venezuela de ordenamiento territorial,
de hidrocarburos y de los espacios acuáticos, entre otras, son el claro ejemplo
de una manera centralista y planificadora de un Estado sin ética ambiental, que
disfraza sus intenciones populistas con un ropaje etno-cultural, que a la larga
resulta mucho más letal para la naturaleza, que los controles efectivos de la
actividad capitalista. - saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario