Para Olga Osakosan
Okakura
Tenshin publicó su famosa obra El Libro
del Té en 1906, lo hizo en idioma inglés; cuando el texto es traducido
primero al alemán y luego al francés, lo hace en el mejor de los ambientes
posibles, cuando los movimientos de avant-garde
de principios de siglo florecían en Europa buscando la renovación de las artes
y los estilos.
En
especial enfocaron su atención hacia las artesanías, algo bien curioso pues fue
en esas artes menores, en esas pequeñas manualidades que provenían de los
artistas del pueblo, muchas de ellas anónimas, donde los artistas que
experimentaban con nuevas formas de expresión, encontraban el verdadero
espíritu renovador de sus pueblos.
De
acuerdo a la investigación que hace la arquitecto Marielle Hladik, en su
artículo, Estética de la Imperfección:
Descubriendo el valor de la discontinuidad y la fragmentación (2010), en el
Japón de las primeras décadas del siglo XX estaba ocurriendo exactamente lo
mismo, los artistas y coleccionistas nativos volvían sus miradas sobre las
obras de los artesanos.
Y el
té, esa sofisticada ceremonia japonesa cargada de tantos significados, con sus
complejas formas y rituales, con sus distintos adminículos, era perfecta para
encontrar valores no solo espirituales sino comerciales.
Tenshin
escribió: “El té empezó como una medicina
y se convirtió en una bebida… tomar el té es un culto fundado en la adoración
de lo bello en medio de los sórdidos hechos de la existencia diaria… es en esencia
una adoración hacia lo imperfecto, es un tierno intento de lograr algo posible
en esta cosa imposible que llamamos vida.”
Se
trataba de un cambio de paradigma, de una nueva visión sobre las artes que iba
de la mano con la moda europea del Orientalismo, que ya muchos intelectuales
europeos cultivaban sobre todo por su interés sobre la cultura China y de la
India.
Por
aquella segunda década del siglo tuvieron lugar movimientos artísticos
experimentales de gran valía, que tenían a las Arts & Crafts como centro de su interés; una expresión inglesa
que agrupaba todos los trabajos artesanales y de objetos de uso diario en cuya
elaboración aplicaba un trabajo artístico, sobre todo en los detalles, en
Inglaterra surgió el movimiento Gothic
Revival, en Alemania el Deutscher
Werkkbund e, incluso, en el mismo Japón, el movimiento Mingei.
Pero
fue gracias a los coleccionistas y a los mercaderes del arte, a los verdaderos
conocedores de esas artesanías preciosas que se fue llevando el conocimiento y
el gusto por estas magníficas piezas al público general; personajes como
Siegfried Bing, Louis Gonse, Henri Cernuschi fueron no sólo grandes
coleccionistas y conocedores del arte asiático, sino importantes art dealers, muchas de esas colecciones
privadas fueron expuestas en importantes exhibiciones en las principales
capitales de Europa y de los EEUU, incluyendo Filadelfia en 1876, la Exposition Universelle en 1878 y luego
en la famosa 1900 Exposition, ambas
en París.
El
grueso de las muestras era de cerámica China, pero se incluyeron algunas piezas
de té del Japón, que causaron revuelo, ocasión que aprovechó el Embajador del
Japón para ofrecer sus ceremonias de té con motivo de la inauguración del Museo
Guimet en París; muchas de esas colecciones privadas acabaron en los grandes
museos, como el Museo Victoria & Albert de Londres o tuvieron como destino
New York y Los Angeles.
Uno
de los fundadores del Museo Nacional en Tokio, el anticuario y experto en arte
japonés Ninagawa Noritane, el mayor coleccionista de cerámica japonesa de la
época y principal contribuidor de la colección perteneciente al Museo
Británico, era quien certificaba las piezas.
Pero
volvamos al asunto del esteticismo japonés al contrario del chino, este último
con su particular acento en la perfección y el equilibrio.
Hay
un ingrediente de no intencionalidad en la belleza que resulta de la
elaboración de los objetos de uso diario en Japón, sobre todo para la ceremonia
del té, donde las imperfecciones de su manufactura y hasta la ausencia de
partes, le otorgan valor a las piezas, cosa que es inaceptable en el arte
chino.
Los
grandes estetas japoneses buscan una reapropiación del pasado, esto conlleva
una reinterpretación de la historia, que intenta una reinvención de la
tradición; esto quiere decir que, para el artista japonés, la modernidad nace
de lo tradicional, no es un acto de creación de lo nuevo, no hay borrón y
cuenta nueva, la modernidad no nace de un acto creativo original, sino que
parte de una diferencia que se logra de lo heredado, creando “lo otro” de lo
que viene dado.
Y
aquí cito directamente al arquitecto Mariel Hladik: “En el temprano inicio del siglo XX, esta estética de la irregularidad
es descrita por Yanagui Sōetsu (Muneyoshi, 1889- 1961) en su libro traducido
por el inglés Bernard Leach, El Artesano
Desconocido. Redescubriendo la
belleza de los objetos cotidianos en la vida, cuyas formas fueron hechas por
artesanos anónimos, lo que dio pié al movimiento artístico del Arte Mingei. El
tazón de té llamado Ido Kizaemon (de la Dinastía Yi en la Corea del siglo XVI)
y descrita por Yanagui Sōetsu como un modelo de belleza… Yanagui lo aprecia por
lo irregular de sus formas con pequeñas imperfecciones. Debe ser notado sin
embargo que es muy difícil reproducir esas imperfecciones artificialmente que
lo hacen hermoso, el deseo de crear artificialmente estas irregularidades está
condenado al fracaso, y advierte a aquellos que buscan reproducirlas
intencionalmente, que la belleza del objeto desaparecerá.”
Esta
filosofía de “las semillas de la imperfección” no es nueva en el arte de la
cerámica, ya existía en la pintura japonesa del siglo XIX y XVIII, no fue un
concepto fácil de asimilar por la estética occidental; aunque, finalmente, ese
vacío, ese espacio en blanco, la asimetría e imperfecciones en la obra, fueron
permeando en nuestra cultura hasta convertirse en una de las formas radicales
de expresión del arte moderno. - saulgodoy@gmail.com
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