No comulgo con sus ideas izquierdistas, pero Terry Eagleton es un pensador de valía y un escritor ameno, y sin mucha estridencia, profundo.
Detesto
a los escritores disque académicos que adrede, para parecer sapientes en sus
disciplinas, complican de tal manera sus explicaciones que hacen ininteligibles
sus textos, sobre todo en un área tan delicada como la crítica literaria, pues
bien Terry Eagleton es un escritor británico especializado en filosofía de la
literatura, ¡ugh!, filosofía de la literatura, ¿Que más aridez puede pedir
alguien sobre algo?, y sin embargo me sumergí en su libro El acontecimiento de la Literatura como si estuviera dándome un
piscinazo en un día de verano, con un agua azul y fresca, una experiencia
vigorizante y hasta divertida; quien sabe de lo que habla, lo hace para ser
comprendido, no para confundir y Terry conoce su negocio.
Lo
dice desde el mero principio del libro: “La literatura… no tiene ningún tipo de
esencia. Los textos escritos calificados de «literarios» no tienen en común
ninguna propiedad individual, ni siquiera un
conjunto de rasgos comunes.”
Su
colega y amigo Stanley Fish, otro de esos “raros” que se ocupa del fenómeno de
la literatura reitera: “la categoría “obra de ficción” no tiene en
última instancia contenido, […] no existe ningún rasgo o conjunto de rasgos que
todas las obras de ficción tengan en común y que constituyan las condiciones
necesarias y suficientes para convertirlas en una obra de ficción.”
Y
como si no fuera suficiente echa mano de la opinión de otro experto, en este
caso de E. D. Hirch que nos tira esta perlita: “la literatura no tiene
ninguna esencia independiente, ni estética ni de ningún otro tipo. Es una
clasificación arbitraria de obras lingüísticas que no presentan rasgos comunes
diferenciados y no se puede definir al modo de una especie aristotélica.”
Me
pareció definitivamente un reto empezar un libro sobre literatura donde el
autor niega la posibilidad de definir lo que es literatura, y en cierta manera
todas estas opiniones tienen razón en el sentido ¿Que pudieran tener en común
un libro como La Biblia, escrito por un colectivo de autores, con otro como
Harry Potter y la Piedra Filosofal de J.K. Rowling, o una novela policial de
Agatha Christie con el Cantar del Mío Cid? La Literatura incluye demasiados
estilos, objetivos y temas como para poder definir sus rasgos en una simple
fórmula.
Pero
Terry es un prestidigitador excepcional y recurre nada menos que a Ludwig
Wittgenstein a la caza de un criterio unificador, el filósofo vienés en su obra
Investigaciones Filosóficas, cuando
trata el espinoso problema de la diferencia y la identidad, propone como
solución los denominados parecidos familiares.
Pero
dejemos que sea Eagleton quien lo explique: “En un pasaje célebre, Wittgenstein nos
invita a reflexionar sobre qué es lo que tienen en común todos los juegos, y
concluye que no comparten ni un solo elemento. Lo que más bien hay es «una
compleja red de parecidos que se superponen y entrecruzan» A continuación, hace
la famosa comparación de esta enmarañada red de afinidades con los parecidos
existentes entre los miembros de una familia. Quizás esos hombres, mujeres y
niños se parezcan, pero no porque
todos tengan las orejas peludas, la nariz muy prominente, una boca muy salivosa
o cierto toque de petulancia. Algunos tendrán uno o dos de estos rasgos, pero
no más; otros tendrán una mezcla de varios junto con, acaso, alguna otra
característica física o de carácter, o cosas parecidas. De esto se desprende que
tal vez dos miembros de la misma familia no tengan en común ninguno en
absoluto, aun siguiendo vinculados entre sí mediante otros elementos
interpuestos en la serie.”
A
partir de este argumento, la literatura se zafó de la jaula de hierro que
ciertos académicos le habían impuesto al punto, que Christopher New pudo decir
sin temor a contradecirse: “todos los discursos literarios se
parecerían a algún otro discurso literario en algún aspecto, pero no todos se
parecerían entre sí en un único aspecto”.
Esta manera
de ver la literatura da como resultado que podamos incluir autores tan
disímiles en el género como un García Márquez al lado de un Stephen King, sin
causar indignaciones, la esencia de la literatura se salva al ponerla fuera del
alcance de determinada clase o cierta propiedad o conjunto de propiedades,
necesarias y suficientes al mismo tiempo, que posee y las hace pertenecer a
dicha categoría.
El
problema fundamental con esta aproximación sería, que si no se explican las
afinidades entre las obras literarias (y por ende sus diferencias) el concepto
quedaría vacío, puesto que cualquier cosa podría parecerse a otra en
innumerables rasgos, lo señala Eagleton de la siguiente manera: “Una
tortuga se parece a una operación quirúrgica para implantar una prótesis en que
ninguna de las dos sabe montar en bicicleta. Sin embargo, si se da un nombre a
los parecidos que están en juego,
parece que se respalda la idea de que hay condiciones necesarias y suficientes
para que un objeto sea lo que es, algo de lo que se podría pensar que la idea
del parecido familiar ha deshecho. Más bien, lo único que hemos hecho es
resituar este tipo de discurso en el plano de las categorías generales, en
lugar de en las entidades individuales.”
Lo
cierto- afirma Eagleton- es que el recurso de los parecidos familiares tiene
sus límites, no podría aplicarse al momento de querer definir arte, por
ejemplo, no hay nada más complicado que tratar de definir arte sin caer en las
referencias funcionales e institucionales, aunque desde el romanticismo para
acá, lo más notorio de una obra de arte es precisamente que está desprovista de
función, y esto, como una clara crítica hacia una sociedad esclava de la
utilidad, el valor de cambio y la razón calculadora, la función de una obra de
arte es no tener función.
En el
libro de Terry Eagleton que estamos comentando no es difícil conseguir pasajes
brillantes como el siguiente: “Se puede concebir que un haiku, la máscara
ornamentada de un guerrero, una pirueta y el blues de doce compases compartan
algunos de los denominados efectos estéticos, pero resulta difícil entender que
comparten alguna cualidad intrínseca muy distintiva. Quizá todos hagan ver lo
que de vez en cuando se denomina «forma significativa» o diseño integral. No
obstante, aun cuando así fuera, hay un buen catálogo de fenómenos vanguardistas
y posmodernos que no los comparten, a pesar de lo cual les asignamos igualmente
el nombre de arte. También hay
infinidad de objetos, como las palas o los tractores, que exhiben forma
significativa pero no se les suele considerar obras de arte, salvo quizá desde
la perspectiva del realismo socialista.”
Para
las personas que desean formarse un criterio avanzado sobre la literatura, éste
volumen de Terry Eagleton El
acontecimiento de la Literatura, es una lectura grata e iluminadora que
recomiendo no sin antes advertirles, que Eagleton utiliza el método de la
crítica marxista donde la conexión entre la narrativa y el poder es fundamental.
Emplea
las herramientas del desconstruccionismo para vencer las resistencias del
lenguaje estructurado en conceptos, los desmonta, y una vez con todas las
piezas regadas en el piso, la reconstruye teniendo como plano las relaciones de
clase y la estructura cultural sobre las que se levanta el socialismo,
destacando los vínculos y códigos que establece la ideología dominante.
Para
Terry la crítica y la teoría literaria son instrumentos de manipulación de
intereses de clase que pocas veces son vistos como tales, debido precisamente a
que conforma piezas muy sutiles de dominio pero cuyo resultado, la de instaurar
ideologías y creencias, son de importancia extrema en la siembra de valores y
actitudes. - saulgodoy@gmail.com
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