Decir que la literatura ocupa una de las más grandes parcelas del arte universal es algo obvio, por alguna razón el hombre escribe más que pinta, que hace música, que esculpe, que baila, que interpreta… y hay algo con ese apego a las palabras, con ese encantamiento que produce el verbo en la página de papel, con el juego que invita usar de la magia de las palabras en combinaciones insospechadas, contando el mundo que nos rodea.
Y del
otro lado estamos los que leemos, los que nos sumergimos en esas creaciones de
la palabra escrita y que nos abren universos distintos pero que están en éste,
que nos permiten vivir vidas que nunca hubiéramos podido experimentar de otra
manera, no podemos obviar nuestra propia realidad, nuestra subjetividad al
momento de decodificar un texto, de interpretarlo, es una síntesis donde
ponemos un importante aporte de nuestra propia experiencia.
La
literatura es uno de los elementos que conforman la identidad de las personas,
para algunos estudiosos es una de las instituciones sociales que constantemente
están reconfigurando el cambio cultural, es un gran trabajo colectivo lleno de
obras de arte individuales.
Bajo
la perspectiva que la literatura trata de representaciones artísticas de una
sociedad, que recoge estilos de vidas, creencias, ideologías y que esos textos
codifican muchas veces el alma de una época o una sociedad en su momento,
algunos historiadores asumen estos textos como material histórico relevante
para la comprensión de trayectorias sociales, lo cual es novedoso, si tomamos
en cuenta que la literatura tiende a enconcharse dentro de sus valvas como
expresiones artísticas y no más, que es la tendencia de los preciosistas y
expertos.
Si no
fuera de esta manera no pudiéramos referirnos a Shakespeare como el retratista
de la Inglaterra de los Tudor, o a Cervantes del renacimiento español, ¿o que
decir de Balzac, de Hemingway o de Borges, cada uno en términos con su propia
realidad y por medio de sus ficciones?
Hay
un contexto socio-histórico que no puede ser obviado al momento de estudiar,
comprender o vivir la literatura de cualquier autor, pretender un formalismo
literario donde lo único que vale es el “texto” es un ejercicio fútil si no se
toma en cuenta, por un lado la realidad histórica del lector y la del autor, es
aquí donde hace su aparición el historicismo.
Con
la crítica materialista de la literatura, impulsada entre otros por Habermas y
Foucault que es el marxismo aplicado al análisis literario, la literatura
corresponde a una realidad social determinada por la historia, que los
marxistas comprenden como una serie de antagonismos y lucha de clases, así como
de las formas de producción que existen en el momento.
Pero
en los años ochenta aparece Catherine Gallagher, quien afirma que el nuevo
historicismo lejos de asumir un compromiso con la compulsión nominal de obtener
“consistencia”, prefiere una posición histórica que se desarrolle lejos de los
intereses políticos, con lo que aparecen nuevos agentes, personajes, fenómenos y
situaciones que rompen con el orden histórico asociado, estos agentes que por
lo general están fuera de la historia son prácticas sexuales y discursos,
mujeres, criminales, locos, festivales, obras de teatro que desestabilizan el
rígido orden entre los sistemas de signos y las cosas, entre lo representado y
la representación, entre historia y el texto.
Ya no
se trata de ver a la literatura como una construcción de patrones elaborados
culturalmente sino productos de complejas transacciones e intercambios en
constante evolución, que se renuevan con cada lectura de esos textos, no son
especímenes clavados con alfileres como mariposas de un entomólogo, la
literatura es un fenómeno vivo, en movimiento, es un camino con senderos
infinitos que se bifurcan.
Surge la pregunta, entonces ¿Cuál es la relación
entre literatura e historia? El profesor
Evrim Doğan de la Universidad de
Ankara, en su ensayo El Nuevo
Historicismo y el Renacimiento de la Cultura (2005) responde: “Literatura,
para el nuevo historicismo, es una creación social y cultural construida por
más de una conciencia, y no puede ser descalificada como el producto de una
sola mente. Por lo tanto, el mejor
análisis se obtiene por medio del lente de la cultura que lo produce. La
Literatura es una visión específica de la historia y no una categoría aparte de
la actividad humana. El hombre mismo es una construcción social; no existe algo
llamado naturaleza humana universal que sobre pasa la historia: la historia son
una serie de rupturas entre épocas y el hombre. Como consecuencia la crítica
está atrapada en su propia historicidad. Nadie puede elevarse por encima de su
propia formación cultural, de su propia educación ideológica para entender el
pasado en sus propios términos. Como resultado, la mejor aproximación a la
crítica literaria es tratar de reconstruir la ideología de la cultura, tomando
el texto y su base y explorando las diversas áreas de los factores culturales.”
En otras palabras la
literatura y la historia sostienen una relación dialéctica, el texto literario
es interpretado como producto y productor, fin y fuente de la historia.
Al principio de mi
artículo mencionaba a Shakespeare y a Cervantes, dos autores del renacimiento europeo, que es
precisamente uno de los momentos históricos de formación clave del concepto de “hombre”
para la cultura occidental.
Uno de los autores británicos más importantes del
nuevo historicismo es sin duda Stephen Greenblatt, quien utiliza justamente el período
del renacimiento, como laboratorio para sus aproximaciones teóricas, y
personifica en Shakespeare a uno de los primeros literatos que empieza a darle
sentido a un imaginario colectivo que antes de él, estaba disperso y no hacía
sentido, la obra shakesperiana, según Greenblatt, recoge y concentra lo que él
llama “la energía social” la capacidad de organizar las experiencias físicas y
mentales del colectivo y codificarlas en las palabras de sus obras de teatro, y
que cada vez que son reinterpretadas o releídas, despliegan una parte de esa
energía que es capaz de movernos, a siglos de distancia.
Cervantes de igual manera, es un constructor de ese
humanismo que rehace, del espíritu clásico greco-romano, esa forma de vida de
los antiguos, es la misma búsqueda homérica por la belleza imperecedera, de
normas de vida y de acción que en el caso de Cervantes, las reflejó en novelas
sobre canciones de gesta, en vetustos libros de caballería, o en sus novelas
pastoriles, comedias de enredo, de capa y espada, de fantásticos viajes e
historias de amor.
Hay un enorme movimiento
académico en el mundo sobre la obra cervantina, se ha desempolvado la filología
para el estudio de sus textos originales, ahora disponibles en la red, los
archivos españoles sobre la época de oro están siendo literalmente asaltados
por investigadores de todo el mundo, en un interesante artículo de los
profesores Francisco Layna Ranz de la New York University en Madrid y del
Middlebury College en Madrid y de Antonio Cortijo Ocaña de la University of
California (Santa Barbara), titulado ¿Qué
hay de nuevo, viejo? O Cervantes after theory (2012), nos informan: “Cervantes sigue siendo letra viva. No sé si
es tiempo de tender la mano, de limar asperezas y acercar posiciones. En
cualquier caso, sí es momento de mirar hacia otras latitudes. En el último
congreso de la Asociación Española de Cervantistas celebrado en Oviedo en junio
del 2012 era más que significativa la procedencia de muchos de los ponentes:
Rusia, Israel, Brasil, India, Uruguay, Armenia, Finlandia, Serbia, Suiza,
Australia… ¿Conocemos suficientemente lo que en aquellos países Cervantes da de
sí? ¿Se ajustan a un andamiaje crítico común a otras academias o por contra
abren nuevas vías de recepción de la obra cervantina?”
Estos autores de literatura y sus obras, ahora son vistos
por el cristal del nuevo historicismo, de la nueva filología (estudios textuales),
de la paleografía, de la archivística y la catalogación, e incluso, de ese raro
animal que llaman la ecdótica, nos obligan a una relectura de estos clásicos
renacentistas, y estar atentos sobre la formación de estos novedosos atributos
a la idea del humanismo, que hoy no son lo mismo que hace una década, y al
despliegue de estas nuevas teorías y herramientas críticas. – saulgodoy@gmail.com
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