Tal y como dice la maldición china: “Vive en tiempos interesantes”, me ha tocado vivir, y con creces, en el caos. Pero tengo una buena opinión del caos; de esos momentos de desorden y cambios repentinos, en los que el azar y los grandes números toman control de un determinismo invisible aunque siempre presente, emergen patrones y direcciones, no sólo en los vórtices de violencia inusitada, sino en esas pequeñas islas de estabilidad logradas por “atractores”, que se juntan en nuevas combinaciones, que descubren, con una inteligencia propia, nuevas formas e ideas, que tratan de multiplicarse y recuperar el control en ese hervidero de energías sin dirección.
Es
por ello que no me cansaré de repetir que no cambio por nada estos tiempos de
los que soy, no sólo testigo, sino en algunos momentos víctima, interprete y atractor. Creo, sinceramente, que
Venezuela está viviendo el futuro de la humanidad, somos como un laboratorio
donde se están dando todas esas fuerzas sociales e individuales que luchan por
prevalecer en medio de la disolución del orden político, de la convivencia
humana.
Tomando
la idea de Huntington, no sólo estamos viviendo un choque de civilizaciones,
estamos probando la resiliencia de nuestra cultura occidental, atacada sin
respiro ni cuartel por la irracionalidad, por las ideologías más violentas,
ciegas y peligrosas, que se han venido preparando en Latinoamérica desde mucho
antes de que se guisara, en los años
sesenta, la Teología de la Liberación.
Y veo
que la iglesia cristiana, de la que soy parte, se está jugando el pellejo bajo
la conducción de un Papa que no está muy claro de lo que pasa en su continente
de origen, cuando su gusto por la ideología izquierdista le lleva a tomar
posiciones que en nada están ayudando a la institución religiosa, que pierde su
punto de apoyo en este marasmo de posiciones encontradas.
El
gobierno republicano de los EEUU, bajo la conducción del presidente Barak Obama,
ha permitido que se desarrollaran en el subcontinente, e incluso en su propio
país, polos ideológicos apoyados en esas ideas anti humanistas, disfrazadas de
humanismo, sacrificando la libertad por la igualdad y dando como resultado un
nuevo fundamentalismo, precipitando de la venganza, el resentimiento, la
revolución y el cobro de injusticias “históricas” de tiempos coloniales e
imperiales que ya no existen, al menos en las formas que generaron tales
reclamos y heridas en el inconsciente colectivo de muchas minorías (la mención de
que la Casa Blanca fue construida por esclavos negros, por ejemplo).
El
problema de este mal llamado “despertar de los pueblos”, que es como le dicen
en el argot libertario revolucionario, es que las causas de estos agravios ya
no existen, pero así se encauza toda esa fuerza negativa contra las
instituciones democráticas y las fuerzas productivas que alimentan el desarrollo
de los países. Así surgen esos brotes de violencia o renacen las consignas de
la subversión, o se hacen populares las filiaciones a movimientos terroristas.
Se
trata de una anti política que busca la destrucción del orden establecido, en
el entendido de que el status quo es el responsable directo de las penurias,
desventajas y falta de oportunidades que esos diferentes grupos marginales
(algunos más grandes que otros) sufren por cualquier circunstancia. Muchas de esas condiciones desfavorables son creadas por
los mismos grupos, incapaces de admitir alguna responsabilidad sobre su actual
estado, cuando es más conveniente endosarle la culpa al otro, identificando
como responsables a los que tienen éxito y están organizados.
El poder de las minorías
militantes
Todas
esas minorías que reclaman acceso al poder, sin ni siquiera tener
representatividad, ni preparación política, ni objetivos claros para
reivindicar sus pretensiones, ni mucho menos una cultura republicana y
civilista que coadyuve al mantenimiento del orden social, son elementos del caos,
sólo busca satisfacer intereses propios y egoístas amparados en una supuesta
lucha social.
Estos
son los grupos que, una vez enganchados en las estructuras de poder, se hacen
dueños de sectores completos de la administración pública, llena únicamente de
adeptos obedientes a las camarillas ideológicas y partidistas, que desestiman
la participación ciudadana, en clara preferencia por la lealtad al líder o al
grupo que los llevó a una oficina pública, que deja de ser pública para
convertirse en coto privado de un grupo de interés.
Esta
igualdad mal entendida y peor aplicada crea mayores desequilibrios sociales, generando
enfrentamientos entre los poderes y desconocimiento de la voluntad popular; al
pretender perpetuarse en el poder, generan graves distorsiones en las
interpretaciones legales y aún constitucionales, las trampas y las mentiras se
hacen frecuentes y, como no son castigadas, ni se corrige sus efectos, se crea,
por acumulación, una cultura política paralela que desdice de la democracia y
su precario equilibrio en la equidad y la justicia.
Vienen
entonces los colapsos en el orden social, los descalabros económicos, la violencia,
la hambruna y el caos. Venezuela es un país que ha entrado en esa espiral entrópica
de disolución del orden; en el caso de los EEUU, sus brotes de violencia
raciales, de protestas de emigrantes, de burbujas en Wall Street, de ataques
terroristas… se trata de manifestaciones que pueden ser controladas cuando se
detectan y se resuelven a tiempo, pero son claros indicios de que hay
corrientes subterráneas que buscan romper el orden y que, si no se les atienden
como es debido, puede que logren su cometido.
La
ideología es un componente principal en esta ecuación del caos, es como el
combustible que alimenta el fuego, porque da a las masas justificativos
preparados en laboratorios políticos, filosofías a la medida de los reclamos,
con culpables incluidos, con ánimos de revancha y esperando compensaciones
irrealizables; a la gente no le hace falta pensar, porque todo está resuelto en
unos cuantos memes y consignas que insuflan
la esperanza con aires de utopía, el paraíso en la tierra, y vienen los menos
capaces, que apelan a los sentimientos en campañas electorales populistas, a
tomar el poder.
De
esta manera se van ubicando en los gobiernos del mundo grupos populistas
socialistas, cuyo fin primordial no es producir e innovar para crear riqueza,
sino dosificar lo que encuentran, pero ya no con el criterio pragmático de “la
mayor felicidad para el mayor número”, sino de otorgar lo necesario para
sobrevivir.
La
ética está en el corazón del problema de nuestra civilización occidental; el
principal reto del mundo en la actualidad es el de la sobrepoblación mundial, que
tiene como consecuencia directa la pobreza, el crecimiento demográfico
incontrolado, para el cual la iglesia cristiana no tiene una respuesta en los
actuales momentos, todo lo contrario, se hace parte del problema porque padece una
disfunción ontológica.
Los
pensadores de la izquierda, convenientemente, no le han puesto el acento al
crecimiento humano, sino al capitalismo, como forma productiva que consume
recursos de manera intensiva y sin límites; el Papa Francisco gusta de esta
idea, pues con ella evade la presión de pronunciarse sobre el tema del control
de la natalidad, que le impone el conflicto que tiene la iglesia entre la
realidad y el dogma, pero atacando al capitalismo termina minando el concepto
de libertad; cree que, impulsando la idea de la igualdad, corrige de alguna
manera su idea de justicia social, pues cree que la libertad puede ser
limitada, y en casos extremos, prescindible.
Ese
espaldarazo al populismo socialista, claramente reflejado en su posición
durante su visita a Cuba, y la política desarrollada por Obama de acercamiento
al régimen más oprobioso de occidente, revelan una política que pretende tener
alcances mundiales, para favorecer a las minorías más radicales y resentidas,
las cuales integran el flujo de corrientes migratorias de los grupos étnicos y
religiosos más reaccionarios que existen, y con esto quiero decir “peligrosos”
para la estabilidad de occidente, pues son grupos de inmigrantes que no se
integran a la cultura receptora, que pretenden el derecho de ser autónomos y
que tienen el ánimo de conquista cultural del medio en que se implantan.
He
ahí el dilema ético para la cultura occidental eurocentrista (en la cual
incluyo a Venezuela) ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestra seguridad de
existir en libertad por un mundo de igualdad, donde los extremistas son “más
iguales” que los demás? ¿Vamos a preferir a una sociedad plural que a una
multicultural? Y en este último punto tenemos un problema, porque hay grupos
humanos que son como el agua y el aceite, porque hay culturas antagónicas, porque
hay formas de vida que no se vinculan jamás, porque hay pensamientos e ideas
peligrosas, que inducen al error y corroen el sentido común, porque en
definitiva hay diferencias insalvables en ideales y visiones del mundo…
Una receta para el futuro
El
Papa Francisco y el presidente Obama piensan que sí es posible un mundo de
iguales sin importar su cultura, Hilary Clinton piensa que sí se puede convivir
con lo extremo diferente, la actual Comunidad Económica Europea piensa que sí
puede integrar a emigrantes que crean que los equivocados son los europeos, o
cualquiera que sea diferente a ellos… contra la evidencia que se nos presenta a
diario, occidente pareciera estar renunciando a su derecho de ser cultura
principal y guía de luz del mundo, para diluirse en el montón, que prefiere
entregarle el testigo a ideologías duras como el chavismo, el fundamentalismo
islámico, el populismo socialista, los grupos armados subversivos para dejar que
le impongan a un mundo sobrepoblado un nuevo orden social, donde ilusamente
pretenden que prevalecerá la igualdad y la justicia social.
La
lógica detrás de esta posición es que, en un mundo con muchas bocas que
alimentar, con recursos limitados, la única manera de garantizar la paz mundial
es por medio del socialismo populista, en manos de gobiernos fuertes,
preferiblemente militares, que hagan posible la distribución equitativa de la
miseria y puedan mantener el orden.
Ya no
se trata de fomentar la idea de una libertad responsable, sino de imponer
políticas y modos de vida, que garanticen estabilidad y orden en un mundo en
escasez, por lo que priva la coerción y la prevalencia del argumento maltusiano.
Esta
idea de una organicidad social, convenientemente elaborada por el socialismo,
donde impera un centro desarrollado y una periferia dependiente, siempre conserva
islas de prosperidad, centros capitalistas de producción que estarán en las
grandes capitales del mundo, donde la gente que tenga el privilegio de vivir
allí, gozará del bienestar y los adelantos de la última tecnología; el resto
del mundo será controlado por un gobierno absoluto, universal, que impondrá
políticas hortadoras a la periferia, siempre que cuente con el músculo
suficiente para hacerlas cumplir.
Ya
existen diseños, elaborados de think
tanks socialistas (principalmente del partido demócrata de los EEUU), que
presentan propuestas concretas. Tengo un empresario amigo que ha participado en
varias reuniones internacionales, de corporaciones e instituciones que creen en
estos escenarios, que me asegura que lo que está sucediendo en nuestro país fue
pensado y discutido en una de las reuniones en Davos; allí se decidió el apoyo
a Chávez, conscientes de que estaban creando en Venezuela un globo de ensayo de
todas estas tesis, pero el experimento se les salió de control y se desparramó
y ahora deben recoger y reparar el desastre (¿Qué tal como teoría
conspirativa?).
El
mundo será, en menos de un lustro, como la Venezuela de hoy, con gobiernos
autoritarios, que controlen a las masas a través del uso político de la comida,
las medicinas, la seguridad personal, el control hegemónico de los medios de
comunicación… gobiernos de corte socialista, donde lo importante será el
reparto igualitario de la miseria, mientras una élite que se perpetúa en el
ejercicio del poder disfruta de los privilegios del dominio. Esto será así para
gran parte de los países del orbe, al menos que se tomen los correctivos necesarios
y entre ellos es fundamental no menospreciar la libertad, fustigar menos al
capitalismo, entender de qué se trata realmente el socialismo y presentarle
batalla al populismo, en cualquiera de sus formas, cuando apenas haga aparición
en nuestros países.
El
Papa Juan Pablo II, en ocasión de la celebración de los 50 años de la creación
de la ONU, dio un importante discurso en la Asamblea General; allí disertó
sobre la libertad humana y dijo: “La
libertad es la medida de la dignidad y la grandeza del hombre. Vivir la
libertad que los individuos y los pueblos buscan es un gran desafío para el
crecimiento espiritual del hombre y para la vitalidad moral de las naciones. La
cuestión fundamental, que hoy todos debemos afrontar, es la del uso responsable
de la libertad, tanto en dimensión personal como social. Es necesario, por
tanto, que nuestra reflexión se centre sobre la cuestión de la estructura moral
de la libertad, que es la arquitectura interior de la cultura de la libertad.”
El castrati que canta y se niega a morir
He
estado interpretando para mis lectores esta compleja realidad que nos tiene
encadenados a la miseria y la violencia; el chavismo ha sido una plaga terrible
que nos ha destruido el país, fue el vector que se aprovechó de que éramos una
sociedad abierta y democrática, que jugando con esos valores, confundiendo a la
gente, ofreciéndole lo que no podía cumplir, con la promesa a los votantes de
liberarlos de sus cadenas, sólo nos esclavizó aún más.
El
chavismo es una fuerza política que le ha dado cobijo a elementos tan
perturbadores como el narcotráfico, el terrorismo islámico, fuerzas de
liberación e independentistas que tratan de fracturar a otros estados
democráticos, como en el caso de España, los movimientos antisemitas, movimientos
sociales reconvertidos en mafias y antros de corrupción, como Las Madres de la
Plaza de Mayo en Argentina, las organizaciones de defensa de los indígenas en
Bolivia o sus cooperativas mineras, ciertos grupos de activistas negros y
organizaciones demócratas en los EEUU, algunas organizaciones de izquierda
insertas en las universidades y sindicatos chilenos, el desprestigiado Foro de
Sao Paulo, personajes tan oscuros como el ex presidente Ernesto Samper y la ex
senadora Piedad Córdoba en Colombia… toda una red de desestabilización, al
servicio de los enemigos de la democracia y trabajando en apariencia, ese es su
discurso, a favor de la mentada revolución bolivariana.
El
chavismo es una fuerza ciega, destructiva, sin capacidad de futuro, su misión
se enfoca en las necesidades inmediatas, del momento actual, sus frutos son
únicamente para un grupo de elegidos, no para todos, su éxito depende del
fracaso de la mayoría, de que se dejen explotar mansamente en aras de unos
ideales que no resisten el menor análisis racional y, aunque prediquen que se
trata de una forma radical de democracia, allí no hay nada que sustente la
construcción del espacio público, la deliberación política, la promoción de
asociaciones intermedias que preserven las libertades locales y que medien
entre las esferas individual y el poder central.
Es
por ello que, vuelvo a insistir, mientras Venezuela viva esta ordalía no habrá
paz en el continente; el de nosotros no es un problema local que puede ser
fácilmente confinado a nuestras fronteras y resuelto con la imposición de una
cuarentena, el problema es mucho más grave y creo que el Departamento de Estado
de los EEUU se está dando cuenta, y por fin la OEA se ha pronunciado; si no se
apagan las brasas del chavismo en nuestro país de una manera definitiva y
contundente, la epidemia se extenderá como ese fuego insidioso que viaja por la
vegetación rala, a nivel del suelo y que, cuando uno cree haberlo apagado, con
un nuevo golpe de viento se convierte en un voraz el incendio, incontrolable.
Las
fuerzas democráticas del continente tienen una muy dura batalla que librar en
las próximas semanas, el chavismo goza de buena salud en Cuba, Nicaragua y
Bolivia, el chavismo está retomando fuerza en algunos países, que los ponen en
situación de riesgo, como en Colombia, en Panamá, en Ecuador, en algunas islas
del Caribe y, me temo, que en algunas regiones de los EEUU.
Los
enemigos de la libertad están ganando la guerra en las mentes de los hombres y
están recibiendo apoyo de personas de nuestro bando, por parte de gente
confundida en sus principios éticos, o como diría el analista político Daniel
J. Mahoney, “los amigos inmoderados de la democracia”.
Los
venezolanos que creemos en la libertad debemos dar la lucha por nuestra
autodeterminación. Nos quieren imponer un régimen populista socialista que,
durante estos 18 años, utilizando todos los instrumentos de la manipulación
mental que sólo el totalitarismo puede manejar, ha tratado de crear a ese
“nuevo hombre”, que no es otra cosa que un sub-humano, desnutrido, sin
esperanza, sin ánimos de resistencia, un despojo manipulable. En mi opinión,
escogieron al país equivocado para hacer este experimento social; los
venezolanos no tenemos madera de esclavos, desde los Caribes, etnia nativa de
estas tierras, hay en nuestros genes suficientes reservas de independencia que
hacen impracticable este malogrado intento de robarnos lo único que nos
diferencia de los animales: la libertad.
– saulgodoy@gmail.com
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