El
filósofo alemán Peter Sloterdijk, en su libro Los hijos terribles de la edad moderna (2014) dedica un capítulo a
explicar aquella expresión que tuvo la marquesa de Pompadour y que la elevó a
la inmortalidad: après nous, le
déluge, y nos informa de las condiciones en que esta exitosa cortesana expresó
tan brillante comentario.
Esta señora, una de
las mujeres más brillantes de su época, no sólo era la amante oficial del Rey
Luis XIV de Francia, fue su consejera más confiable y regente secreta de
Francia, amiga de los hombres más poderosos e inteligentes de su época, una
lectora voraz de libros y mejor conversadora, quizás de las personas mejor
informadas del país, era también la cabeza más visible de aquella clase noble,
improductiva, dedicada al derroche y al lujo y que vivía rodeada de un pueblo
miserable e impaciente, apenas contenido por las bayonetas de los militares
adeptos al régimen.
En una fría noche de
noviembre en el año de 1757 en una fiesta vespertina en la que era anfitriona
de un dilecto grupo de personas cercanas al trono, fue llamada en privado y
presentada a un hujier que le informó de la derrota que había sufrido el
ejército francés en la batalla de Rossbach de manos de Federico II de Prusia,
quien con fuerzas de inferior número se había anotado una victoria importante.
Dejemos que sea
Sloterdijk quien nos comente el asunto:
Todavía hoy
puede uno imaginarse perfectamente cómo la anfitriona de esa reunión,
probablemente en la corte de Fontainebleau, decidida a no poner en peligro el
ánimo de sus visitantes, encontró en un instante una salida con ese buen humor
histérico-galante que es desde
antiguo uno de los requisitos de la conversación cortesana. Parece que fueron
esos modos cortesanos los que le dictaron el giro, cuya brillante falta de
escrúpulos se grabó en la memoria de la posterioridad… Generaciones posteriores
quisieron ver en el dicho el testamento de la nobleza francesa, incluso la
última palabra de la era aristocrática. Las clases despreocupadas de épocas
siguientes se apropiaron de esa rápida
ocurrencia. Los ricos y arrogantes saben muy bien desde entonces que la despreocupación
es una ficción que tiene sus costes. Quien no está dispuesto a la huida hacia
delante es proclive a la melancolía y al desequilibrio.
Creo que no hay mejor
descripción de lo que en estos momentos sucede en la corte del dictador Maduro,
allá en el palacio de Miraflores, saben, presienten, intuyen que su final está
cercano pero no quieren interrumpir la fiesta y el toque de tambor, los
revolucionarios bailan embriagados en los mejores licores y ahítos de las
exquisiteces que se hacen traer desde el imperio, mientras el pueblo muere de
hambre y mengua en las calles y hospitales.
Pero esa es una
realidad que hay que negar, como hay que negar las enormes manifestaciones de
la gente que protesta en su contra en las ciudades y pueblos, de los jóvenes estudiantes
que son asesinados por las armas de sus soldados, traidores a la patria que
creen que quedarán impunes de sus crímenes, todo lo contrario, lo que el
régimen proclama por medio de su hegemonía comunicacional es que el gobierno
revolucionario de Nicolás Maduro apenas empieza a gobernar.
Sigue el análisis
certero de Sloterdijk de aquel cuadro
histórico:
Después de
nosotros, el diluvio: si se mira doscientos cincuenta años atrás a la escena descrita de noviembre de 1757, se
impone la idea de que madame de Pompadour profetizó mucho más de lo que nadie
de su tiempo fue capaz de ver y de captar. Quien dio la bienvenida al diluvio
para que una fiesta galante no se interrumpiera manifestó un no-querer-ver, en
cuyo núcleo se ocultaba a la vez una clarividencia intranquilizadora; por no
hablar ya, naturalmente, de la exacerbación de un cinismo derrotista y de un
hálito de travesura corrupta. Solo han
de pasar treinta y seis años entre el comentario histérico de la marquesa
respecto a la derrota de las tropas francesas en Rossbach y aquel decisivo día
de enero de 1793 en el que la cuchilla de la guillotina, ampulosamente
recomendada por el doctor Guillotin, separó la cabeza del tronco de
Luis XVI.
La modernidad ha
acelerado exponencialmente los tiempos, el régimen de Maduro está resquebrajado
por todos lados, la presión internacional aumenta, el país se encuentra en
quiebra, no hay recursos para pagar la nómina del gobierno, a Cuba se le
revirtió la estrategia de tener a Venezuela como rehén, Maduro ha sido tan
inepto que descubrió el juego criminal de La Habana y el foco se concentra en
el gobierno de Raúl Castro que ahora no puede presentarse como víctima sino
como agresor, a los países del Caribe se les cayó la máscara, no son naciones
responsables ni independientes, son peones que utiliza el comunismo y las
mafias internacionales para sus propósitos, con la crisis en Venezuela por fin
se ha descubierto el entramado real de una Latinoamérica frágil, desunida,
voluble y atormentada por los demonios de las ideologías de izquierda.
Ni siquiera el
suministro de petróleo, que ha servido de chantaje por parte del gobierno
chavista puede ser garantizado, Maduro mientras baila salsa sobre el futuro de
la nación que le dio cobijo y soporte, ordena contra viento y marea la
implantación de un constituyente comunal, la receta para la destrucción final
de Venezuela.
Y mientras todo esto
sucede como si fuera una película surrealista, me pregunto una y otra vez ¿Cómo
fue todo esto posible?, trato de entender las relaciones de poder en la
sociedad, estudio el derecho constitucional, los principios de la democracia,
me sumerjo en los tratados de sociología y antropología tratando de descubrir
mecanismos ocultos, estudio las grandes tesis que explican las relaciones
internacionales, pero al final, es la historia la que siempre me apunta el
camino de dónde venimos, y hacia dónde vamos.
Hay un historiador
británico muy interesante llamado H.R. Trevor-Roper, lo he estado estudiando en
mis investigaciones sobre la ilustración escocesa de la que es un verdadero
conocedor, Trevor-Roper disfrutó de un enorme prestigio en su época pero luego
cayó en desgracia, siguió muy de cerca el desarrollo de la Segunda Guerra
Mundial, sobre todo la historia de la Alemania nazi, y en uno de sus estudios
(en realidad para un historiador, escribió poco) dice lo siguiente:
Ningún
gobernante ha puesto en práctica jamás medidas políticas de expulsión o
destrucción a gran escala sin el concurso de la sociedad… los tiranos pueden
ordenar grandes masacres, pero son los pueblos quienes las llevan a cabo… más
adelante cuando cambia el estado de ánimo, o cuando la presión social, tras la
sangría, se aplaca, el pueblo anónimo se escabulle, dejándole la responsabilidad
a los teóricos y gobernantes que ordenaron la comisión de los actos.
¿Será acaso que ha sido
nuestro mismo pueblo el causante, la razón primaria de tanta devastación? ¿Fue
acaso el pueblo de Venezuela, el mismo que ahora aborrece al tirano, el que lo
puso allí para ver la sangre derramada? ¿Se trató de un acto de automutilación,
de primitiva regresión lo que nos impulsó a la barbarie?
El escenario que me
sugieren las ideas de Sloterdijk y Trevor-Roper,
es que la revolución bolivariana fue aceptada por el pueblo de Venezuela a
manera de venganza social entre clases, una venganza que iba a tener
consecuencias desastrosas para el país, de hecho, de ser unos militares
desconocidos y de origen humilde, escalaron posiciones hasta convertirse en la
nueva oligarquía nacional gracias a sus alianzas y participación con el crimen
organizado ¿Que mejores vengadores para un pueblo oprimido y resentido que unos
militares amorales, con pretensiones de encarnar el papel de revolucionarios
cubanos, pero con un gusto por la vida peligrosa y glamorosa de los
narcotraficantes?
La combinación era
suficientemente explosiva para desatar una mortandad general, que en 18 años de
gobierno chavista, pudieran llegar fácil al millón de muertos (directos o
indirectos pero todos productos de la situación político social producida por
el chavismo), esta cantidad de víctimas saturó el nivel de tolerancia del
colectivo venezolano, que saciado de violencia y ya sintiendo que la situación
se salía de control, empieza ahora desde la otra acera a reclamar justicia y
fin del proceso revolucionario (se impone la necesidad de la sobrevivencia de
la mayoría, a pesar de los llamados pacifistas de la MUD).
Pero el núcleo duro del
chavismo madurista lo constituyen unos sociópatas suicidas, que prefieren la
muerte al abandono del poder, no les importa el mañana ni el destino del país,
prefieren seguir de fiesta y que después de ellos, no importa lo que venga, se
saben condenados, y con la resolución que da saberse atrapados y sin salida,
están dispuestos a vender caras sus vidas (según un amigo que ha estudiado la
cultura chavista, muy al estilo de las películas Carlito’s way y Caracortada,
ambas con Al Pacino en el rol estelar, films muy populares entre estos
militares).
Por supuesto, a medida
que empeore la situación del pueblo y dada las aceleradas condiciones de
deterioro del país, y debido igualmente a la incapacidad de la dirigencia
política de darle una solución definitiva al problema, lo más probable es que
el pueblo enardecido, se levante en un impresionante momento de locura
colectiva, y tome la venganza por su propia mano en un ritual de sacrificio al
mejor estilo del extinto imperio Maya en Mesoamérica, les saque el corazón a
los chivos expiatorios, y se los coma.
Estarán presentes todos
los elementos de una tragedia griega arcaica, de esas que definen de una vez
por toda la naturaleza de una raza.
Los pueblos en sus
actuaciones colectivas son impredecibles y las respuestas a mis preguntas están
no muy lejos, en el futuro próximo, cuando exista el tiempo y la distancia para
poder juzgar éste diluvio de violencia y horror. -
saulgodoy@gmail.com
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