Nota: Pido disculpas a mi audiencia por las irregularidades en mis entregas de artículos para mi Blog, pero he tenido problemas con la empresa que me proporciona el servicio de internet quienes quieren irse del país bajo las terribles circunstancias económicas que estamos padeciendo, para ello, ha estado eliminando todos los paquetes de servicios a bajo costo donde me encontraba como suscriptor, ahora sólo ofrecen los de alto costo (a dólar libre) que me hacen imposible acceder al servicio, razón por la cual debo modificar las entregas y hacer milagros para enviar mis crónicas desde un país en apuros, principalmente porque vivo en un lugar de difícil acceso a la señal de internet, gracias por su paciencia y comprensión.
Buena
parte de este dinero ensangrentado se encuentra en Cuba, una importante tajada
se encuentra en bancos en paraísos fiscales, en cuentas cifradas en las grandes
capitales europeas, en bancos norteamericanos bajo la fachada de empresas de
maletín, en Panamá, en Rusia, en China, en Centro América, en Ecuador, Bolivia
y en varias islas del Caribe… hay toda una ingeniería financiera, planificada
desde bufetes de abogados, consultores financieros, corredores de bolsa y casas
de inversión que sostienen esos flujos de dinero de la corrupción, del
narcotráfico, del crimen, que se generan en nuestro país.
Es un
dinero altamente peligroso, contaminado, marcado por la muerte de miles de
seres humanos, producto del manejo doloso y mal sano de gente desalmada,
agentes de una inmensa organización que busca imponer regímenes totalitarios en
el planeta, y lo usan para comprar políticos, funcionarios de organismos
internacionales (lo que ha sucedido con los informes de la FAO sobre la
situación alimentaria en Venezuela ha debido de encender alarmas), para
corromper entes electorales y trampear la voluntad de los pueblos, para comprar
armas y sostener la insurgencia, para sobornar jueces y fiscales y para amordazar
a los medios de comunicación.
Ese
dinero en Venezuela ha sido usado para comprar empresas e industrias, líneas
completas de comercio, muchas de ellas en asentadas estratégicamente en
negocios dedicados sostener la producción y suministro de alimentos, insumos
médicos y farmacéuticos, en transporte y energía… y utilizado para adquirir
importantes periódicos, cadenas radiales y televisoras, con toda la intención
de incidir en la opinión pública y defender sus intereses, se han posicionado
en el área del entretenimiento, del turismo, de la minería y, principalmente,
del petróleo.
Lo
que queda de nuestro aparato productivo está, en gran medida, en manos de
testaferros de esos capitales mafiosos; el sector financiero, las líneas
aéreas, los clubes deportivos, el sector inmobiliario, la agroindustrias y hatos
productivos, se han visto subyugados por esos capitales del crimen organizado,
hasta universidades y clínicas privadas se han adquirido bajo el plan de un
pronto retorno del socialismo del siglo XXI en nuestro país, en caso de que el
Plan de la Patria fallara.
El
chavismo, aparte de arruinar al aparato productivo nacional, se ha dado a la
tarea de adquirir, para su provecho y a precios viles, lo mejor de nuestras
casas comerciales, empresas e industrias, con el fin de crear una nueva clase
empresarial bolivariana socialista, acostumbrada a parasitar del estado y de
los fondos públicos.
Sobre
todo, han dedicado una importante parte del blanqueo de capitales de la
corrupción y el narcotráfico al comprar firmas y fondos de comercio con una
larga tradición en el país donde, lamentablemente, muchos de sus antiguos
dueños se han hecho parte de de este delito, pues sabían de dónde provenían los
fondos que se utilizaron para sacarlos del juego.
Lo
peligroso de tener una parte importante de las empresas privadas de una
economía en manos de criminales es que la estructura productiva va a responder
a otros intereses que no son la libre competencia y el mercado; interesados
únicamente en obtener beneficios sin importar el costo, dichas empresas van a
tener un comportamiento irregular, donde puede tener cabida la cartelización,
el monopolio, el sabotaje y la eliminación física del competidor; cuando estos
mafiosos se sientan en las juntas directivas de sus empresas no les importa la
calidad de sus productos ni la satisfacción del cliente final, sino la ganancia
a como dé lugar, y si eso significa vender comida podrida, bienes defectuosos,
mala praxis, o construcciones en mal estado, entonces eso es lo que van a
entregar.
Así
como actuaron durante sus ejercicios como funcionarios públicos, engañando,
haciendo trampas, robando a sus instituciones, maltratando a sus usuarios, de
la misma manera querrán comportarse en el sector privado, lo que generará una
fuerte resistencia a cumplir con las normas y darle los servicios y productos
que la gente merece al menor costo posible.
Los
dineros que han sacado al exterior han tenido todo tipo de uso, desde la
adquisición de variados portafolios de inversión, con acciones pertenecientes a
las 100 empresas cotizadas de la revista Fortune
como las más importantes del mundo, pasando por medianas empresas que algunos
de estos inversionistas chavistas atienden personalmente (clínicas privadas, aras
de caballos pura sangre, renta de vehículos, etc.) hasta pequeñas franquicias,
comercios, restaurantes, gimnasios, empresas de servicios que les rinden lo
suficiente como para vivir insertados y asimilados en la clase media tanto del
Imperio como de otros países capitalistas.
Las
investigaciones preliminares apuntan a que estos dineros manchados de sangre
fueron utilizados para adquirir suntuosos apartamentos en Dubai, centros
comerciales y residencias en las avenidas más caras de Miami en la Florida,
pisos completos en París y Barcelona, espectaculares oficinas en Moscú, en
enormes yates fondeados en California y algunas islas del Caribe, todas estas
operaciones inmobiliarias sepultadas en toneladas de papeles de transferencias
de bancos, de bufetes de abogados, de empresas ficticias y familiares de los
criminales que prestaron sus nombres para despistar a las autoridades.
Aunque
la experiencia ha demostrado que detrás de esos lavados de capitales, de
convertir el dinero de la corrupción y el narcotráfico en empresas legales,
persiste la actividad criminal, se perpetúa el financiamiento a los negocios
turbios que generaron tales riquezas y personas adineradas, en las que, aunque
no sean el resultado del esfuerzo personal, de sacrificios, inventiva y trabajo
legítimo, sigue viva y activa la raíz del crimen que le dio origen. De allí la
serie de perturbaciones y distorsiones que sigue ocasionando, en las economías
sanas, la presencia de esos emprendimientos del crimen organizado.
Estos
ladrones que se dicen socialistas, luego de cometer sus crímenes se han ido a
vivir al exterior, algunos han sido identificados por los venezolanos obligados
a emigrar de su país, debido a lo notorio de su cambio de fortuna y de estilos
de vida, destacándose ahora como unos cómodos empresarios, cuando su pasado
reciente era el de un funcionario público “pata en el suelo”, una persona sin
recursos, sin la habilidad de sostener un negocio legítimo sin hacerle daño a
los otros y sin la capacidad de competir libremente.
Hay algunas
cuestiones de carácter ético y moral que se derivan de tal situación, la
expoliación del patrimonio público de Venezuela ha sido tan grande y sin
control, el daño causado a la gente, ha sido de una magnitud catastrófica, que
ha empujado al país a niveles de crisis humanitaria, es decir, a grandes
sectores de la población les está negada la posibilidad de acceder a la alimentación,
la salud, la seguridad, un mínimo de calidad de vida que les garantice su
supervivencia… un caso único en la historia del mundo, por la escala y los
desastrosos resultados.
El
gobierno de Maduro continúa en su labor de expoliación del patrimonio nacional,
acaba de cerrar una operación de bonos de PDVSA con un descuento del 69%,
empresas financieras que solo atienden al rendimiento de sus inversiones sin
importarles la calidad de las mismas, han comprado esos bonos con los cuales el
gobierno de Maduro prolongará la represión y el asesinato de venezolanos por
parte de sus fuerzas militares.
No
tengo el dinero para pagar una página en el New York Times o en el Washington
Post para advertirle al público norteamericano sobre la operación que llevará
la sangre y la muerte de jóvenes venezolanos a sus carteras de inversión,
Venezuela es un narco estado, el gobierno está asesinando a la población, ese
dinero que están pagando por esos bonos, muy al contrario de lo que dice el gobierno
venezolano, no se invertirá en desarrollo y productividad, o en pagar deudas,
lo van a usar en comprar armas, contratar grupos de matones y mantener la
represión en contra del futuro de Venezuela, y la firma que se prestó a esta
jugada del crimen organizado, aún cuando la operación financiera resultare
legal, sus consecuencias son contra la vida, la democracia y la libertad,
espera de nosotros, los venezolanos que estamos siendo heridos y mutilados en
las calles haciendo resistencia contra la opresión, le paguemos a futuro esas
enormes sumas de dinero que esperan obtener, alimentando a la tiranía hoy.
Probablemente
haya venezolanos involucrados en la promoción de esta operación financiera,
elementos que creen poder sustraerse de los daños que le están ocasionando al
país, de seguro serán un poco más ricos, pero ni por un momento duden que ese
dinero maldito los va a salpicar de dolor y verguenza.
Cuando
hablamos del daño causado a estos niveles, es imposible aplicar patrones
usuales de contención y control de daños, menos aún de reparaciones y consecución
de la justicia; la gente trata de aplicar para estos casos el tratamiento usual
que le haría a cualquier ladrón que exhibe impúdico su riqueza mal habida, porque
no es el caso, empezando porque el daño hay que cuantificarlo colectivamente,
fue el país entero el que recibió el castigo de estos criminales, fue la población
toda la que sufrió el robo de los recursos públicos que arruinó al país.
No se
ha hecho un resumen de toda esa contabilidad muertos y víctimas, de pacientes
que sufrieron lo indecible en hospitales públicos porque no pudieron recibir
tratamiento para sus enfermedades que, en principio, eran curables.
Todos
esos neonatos que murieron de desnutrición, las miles de madres que fallecieron
entre terribles fiebres y dolores por una infección hospitalaria, los que caían
convulsionando en las calles porque no tenían sus medicamentos, los infartados,
los diabéticos, los que padecían cáncer, los contaminados por SIDA y que pudieron
prolongar sus existencias con calidad de vida, si hubieran accedido a sus tratamientos,
y que no pudieron, porque se habían robado los dineros del estado para traer al
país esos remedios y medicinas…
Lo
mismo hay que sumar en estas cuentas del horror, a los que padecieron hambre y
desnutrición, los millones de niños y jóvenes que le fueron negados sus más
importantes nutrientes y alimentos justo en la etapa de su desarrollo físico y
mental, que se desmayaban en las aulas de clase porque no habían desayunado.
Hay
que sumar la tragedia del padre que perdía su trabajo y regresaba a su casa sin
el sustento para su familia, de los cientos de miles de ciudadanos que
sucumbieron al hampa desatada, que prefería robar antes que trabajar y que,
imposibilitados de tener una vida regular, se alistaban en las bandas
criminales para quitarle a los que tenían a punta de pistola.
Debemos
añadir a esos funcionarios públicos que para poder redondear sus sueldos
recurrieron al soborno, a la “mordida”, a la ayudita, a las comisiones, en el
trámite normal de algún expediente o permiso y que disminuían el presupuesto de
las familias y de los emprendimientos. No se diga de aquellos que
hipertrofiaron la nómina del Estado, pagada por todos los venezolanos, sin que
de su presencia en los organismos se tradujera en algún producto o servicio
para el país o para sus ciudadanos.
Pudiera
seguir enumerando casos y situaciones de nuestra tragedia nacional, cuyos
principales actores fueron todos, y aquí subrayo, todos los funcionarios públicos,
políticos, contratistas, empresarios, particulares, empresas, que se
beneficiaron de alguna manera en este festín de antropófagos cuya víctima fue
el pueblo de Venezuela.
Y tan
alejados estamos de lo que hasta ahora entendíamos como corrupción, que tenemos
que concientizar que este gobierno hizo de la corrupción y el latrocinio una
política pública; todos aquellos que participaron de esa gran cayapa contra el
ciudadano común, contra los hombres, mujeres y niños que inocentes esperaban
una mejor vida, con más oportunidades para prosperar, lo hicieron a conciencia
de que estaban siendo parte de un gran desfalco a la nación.
Para
estos casos del socialismo bolivariano del siglo XXI ya no cabe la aplicación
de la moral pequeño burguesa del siglo XX, que pretendía proteger a las
familias de los corruptos, con el argumento de que eran inocentes e
irresponsables de los “pecadillos” de sus padres, tampoco es suficiente la
argumentación de las ciencias penales, que individualiza la responsabilidad del
que comete el crimen, esto se sale absolutamente de todo patrón ya que se trata
de la ruina de toda una nación, producto del rompimiento de toda regla moral y
ética que contuviera estas actuaciones de corrupción generalizada, que por las
cifras calculadas, se eleva en más de 350 millardos de dólares en 18 años de
gobierno, es el más grande desfalco que se le haya propinado a un gobierno por
sus mismos funcionarios, en la historia de la humanidad.
Si
vamos a enfrentar con éxito esta terrible situación debemos crear nuevos
instrumentos de justicia, que nos permitan lidiar con estos casos; si el
argumento era que antes, durante los 40 años de gobiernos democráticos, nadie
hizo ni dijo nada de los corruptos que salían de los gobiernos con fortunas que
no podían justificar, y que por esta actitud del pasado, sería “injusto”
proceder ahora en contra de los corruptos bolivarianos, estamos condenándonos
como pueblo, a asumir nuestra responsabilidad ¿Cuál sería el aprendizaje de
estos tiempos de crisis si continuamos accediendo a la impunidad y la
indolencia? ¿Es que somos un pueblo corrupto y de raíces criminales que nos
marca con la impronta del latrocinio como parte de nuestra naturaleza, y por
ello vamos a aceptar que nos hagan daño cuando a alguien se le ocurra? ¿Vamos a
perpetuar un comportamiento irracional e inmoral porque en el pasado no fuimos
capaces de actuar con bases a principios?
Y
tenemos que buscar soluciones. Debemos pensar en unos fondos de retorno de
capitales mal habidos, en los que, por voluntad de los involucrados, se
devuelva esos dineros robados. Igualmente hay que crear instituciones
especiales que atiendan a las familias de esos pillos como víctimas de sus
crímenes. Hacer uso de taquillas de denuncias, donde la gente pueda enviar
datos sobre el paradero de algunos de esos corruptos o narcos a la policía;
también habría que crear una fiscalía especial para hacerle seguimiento a estos
casos, de un unidad de seguimiento especial a estos dineros de la corrupción y
una oficina en todas nuestras embajadas donde se puedan cursar denuncias sobre
nacionales viviendo en esos países, disfrutando de los dineros robados.
Todas
las familias de los corruptos, incluyendo a los hijos, que no denuncien su
situación o, por lo menos, se desliguen públicamente del crimen de sus familiares,
deben ser considerados como cómplices en estos crímenes en contra de la
humanidad, porque no fueron esas cuentas en divisas, no fueron los inmuebles de
lujo o el tren de vida que ahora llevan, ni las costosas universidades y
colegios donde sus vástagos cursan hoy estudios por las que son juzgados y
rechazados, sino por los millones de venezolanos que, por esas acciones,
sufrieron la más terrible de las suertes, al arrancarles la vida, no importa si
fue por un dólar o por cien millones.
Cualquier
persona podría considerar que mal poner padres ante sus hijos es algo horrible,
pero ha sido mucho más doloroso para la moral pública, la actitud de unos
padres creyendo o justificando sus fechorías y actos contra los venezolanos,
como un acto de amor por sus hijos.
Es
verdaderamente inmoral que unas personas, con la excusa de dejarles un
patrimonio para el futuro de su prole, haya arruinado a miles, millones de
familias como ellos, con dinero manchado de sangre, en cada dólar o euro o
bolívar que provino del gobierno de Chávez y Maduro por medio de sus negociados
y corrupción, aún aquellos que creyeron estar simplemente devengando una ganancia
justa por hacer su trabajo, que consistía en que el socialismo bolivariano
creciera y se hiciera fuerte sobre la vida y conciencia de los venezolanos, en
ese dinero hay una carga de injusticia y dolor que difícilmente puede ser
“lavado” poniéndolo a circular de cuenta en cuenta en instituciones bancarias,
o convirtiéndolo en cifras digitales en la pantalla de una computadora.
Para
que no nos vuelva a ocurrir lo que hicieron los chavistas y sus asociados con
nuestro país, el castigo debe y tiene que ser ejemplar, que la sensiblería de
telenovela barata no prive al momento de hacer justicia, que se imponga el
sentido de nación; al ladrón y a su familia, hay que castigarlos, actuaron en
contubernio para delinquir, lo menos que les corresponde es que se responsabilicen
como grupo familiar, pues son los beneficiarios del crimen.
Todavía
hay hijos y nietos de nazis señalados y arrepentidos de la Segunda Guerra
Mundial, son responsabilidades generacionales que se trasmiten, así de grave
son las culpas que generan los grandes holocaustos, y no les quepa la menor
duda, los chavistas cometieron un holocausto en Venezuela, al final de las
cuentas, son millones de muertos los que se deben contabilizar en estos 17 años
de horror.
Al
menos, para que las cosas queden claras, se hace necesario que los familiares
del corrupto anuncien públicamente su no participación en el uso y disfrute de
la cosa robada y, por supuesto, en caso contrario, que corra con la
responsabilidad del conocimiento de que están disfrutando de los beneficios de
un crimen de lesa humanidad. –
saulgodoy@gmail.com
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