Cada
vez que me informo sobre el estado de la filosofía en Latinoamérica me queda
más y más claro el daño terrible que le ha causado el marxismo, pareciera
existir una afinidad perfecta entre nuestro carácter y el pensamiento
socialista (una de las derivaciones del marxismo) que parecen amoldarse como
sombrero a la cabeza.
La
filosofía comunista tiene acaparado el mundo editorial y académico
latinoamericano en todas sus variantes, ahora, hasta las creencias animistas de
nuestros pueblos aborígenes pasan como versiones puras de un socialismo
“natural”, la revolución cubana y sus efectos en el pensamiento social y político
persisten en sus versiones postmodernistas, la ontología heideggeriana es
favorita en las elucubraciones de la nueva metafísica que se imparten en
nuestras universidades, Marx es revisado críticamente por el nuevo
psicoanálisis que se cultiva en Argentina, por las corrientes indigenistas
bolivianas, por el laborismo brasileño y las milicias venezolanas.
El
espíritu de sumisión al líder y las ideas de liberación a la opresión, aunque
contradictorias, se suman en un ramillete de culpas, de sentimientos de venganza,
de enormes complejos de inferioridad, de fantasías decimonónicas que van desde
el buen salvaje al magnífico revolucionario, del justiciero social tipo Robin
Hood de las pampas y llanos, hasta la figura del padre o la madre que trata con
rigor y amor a su pueblo, todo lo que es sentimental se potencia en grado sumo,
lo racional se descarta como si fuera un veneno.
El
pensador venezolano Carlos Rangel ha sido muy claro en señalar que esos mitos
fundamentales del ser latinoamericano fueron creaciones de los europeos, el
Nuevo Mundo no es sino una de las tantas fugas del pensamiento mítico de los
conquistadores que fueron trasplantados en la mente calenturienta de nuestros
antecesores, toda esa carga fantástica atribuidas a las Indias Occidentales venían
ya emparentada con las utopías elaboradas por Tomás Moro, de Juan Jacobo Rousseau,
con la leyenda del Dorado, que no eran sino elucubraciones sobre informes y
crónicas de viajeros de la época que no solo exageraban, sino que sin rubor
mentían, sobre lo que vieron en estas tierras.
Para
cuando se dieron los movimientos independentistas en nuestra América una de las
influencias más perniciosas que se dieron fue la del socialismo utópico,
antecesor del socialismo marxista, y que llenó la cabeza de mucha gente, sobre
todo de políticos, de ideas extrañas sobre experimentos sociales que no tenían
ni pies ni cabeza, de nuevo eran propuestas europeas que de todos los lugares,
fue en nuestra América donde vinieron a probarlas y hacerlas realidad.
Hay
una rama de la filosofía que es la teología, que cultivada por la Iglesia
postulaba principios y valores humanos, que servían de freno a los intentos
opresivos y abusivos de ciertos gobiernos sobre sus propios pueblos, u otros
que conquistaban, la teología sostenía que el amor, la tolerancia y la paz era
fundamentales para la convivencia humana y de allí surgieron una serie de ideas
ensayos societarios que fueron practicados en nuestra América, sobre todo por
los jesuítas.
Las
ideas sociales de la Iglesia fueron en un momento dado, tomadas como principios
rectores del socialismo primitivo, las virtudes de un buen gobierno donde
imperara la justicia, la igualdad y el respeto mutuo fueron guías fundamentales
para pensadores del siglo XVIII y XIX, pero el marxismo se apropió de muchos de
estos principios, y descartó a la Iglesia como cómplice de la explotación
burguesa del proletariado.
Tuvo
que esperar la Iglesia al siglo XX, y de todos los lugares, en Latinoamérica,
para que ocurriera un proceso a la inversa, y fuera la Iglesia colonizada por
el marxismo, proceso que aún continúa y que ha llegado hasta ocupar la mitra
papal.
La
teología de la liberación, el fenómeno político que conmovió el principio de
autoridad y la unión de la Iglesia, nace de esa filosofía de la liberación, que
como apunta el brasileño Antonio Sidekum, en el compendio Pensamiento Crítico Latinoamericano (2005) dispone de una ideología
renovada en términos postmodernos: “La
filosofía de la liberación como un pensar que surge de una historia de
sufrimiento y que por lo tanto sirve como fundamento ético para comprender la
alteridad. Ella será, en este sentido,
una nueva dimensión de la filosofía.
Esta filosofía coloca un nuevo horizonte en la luz de la historia. Ella apunta a los derechos fundamentales de
los oprimidos y de sus virtudes”.
Un
pensamiento que Hugo Chávez y Nicolás Maduro usarían en sus discursos contra la
democracia y las libertades individuales.
Casi
todos los tratados que he leído empiezan con la pregunta por el ser del
latinoamericano, de entrada el problema de nuestro continente es uno de
identidad, con sus consecuencias metafísicas que nos impiden poner los pies en
la tierra, hay todo un constructo sobre nuestro pasado antes del descubrimiento
que no nos hemos podido despegar de la piel, hay una falsa historia que tiene
que ver con nuestro pasado, una época de oro donde los socialistas quieren
hacernos creer, éramos auténticos y originales, hay una añoranza por esa vida
tribal y neolítica, supuestamente ecológica y comunitaria que nos llevan a la
añoranza por una utopía originaria.
El
gran poeta y esteta cubano José Lezama Lima, en su indispensable obra La Expresión Americana (1993) nos
refiere:
De Sarmiento a Martí, pasando por Bilbao
a Lastarria, en el siglo XIX; de Rodó a Martínez Estrada, en un primer arco
contemporáneo que incluye, entre otros muchos, los nombres de Vasconcelos,
Ricardo Rojas, Pedro Henríquez Ureña y Mariátegui, las respuestas a aquellas
indagaciones variaron de acuerdo con las crisis históricas, las presiones
políticas y las influencias ideológicas,
En sus escritos América había pasado por el sobresalto de las antinomias
románticas (¿civilización o barbarie?), por los diagnósticos positivistas de
sus males endémicos, por la comparación con Europa y la cultura angloamericana;
algunas veces había reivindicado su latinidad, otras, la autoctonía indígena;
se vio erigida, posteriormente, como el espacio cósmico de la quinta raza y
hasta conceptualizó su bastardía fundadora.
No existió intelectual prominente en su tiempo que permaneciera
indiferente a la problemática de la identidad.
Ya fuera con pasión vehemente o frialdad cientifista, con optimismo o
desaliento, con visiones utópicas o apocalípticas, nacionalista o
hispanofóbicas, progresistas o conservadoras, los ensayistas del americanismo
expresaron-como en un texto único- su angustia ontológica ante la necesidad de
resolver sus contradicciones de una manera que certificara su identidad.
Los
socialistas se aprovecharon de esta debilidad, olieron como si fueran lobos la
sangre que brotaba de nuestra herida existencial, y para devorarnos a gusto,
nos impusieron sus ideologías, especialmente diseñadas para pueblos confundidos,
fue así como el progresismo, la social democracia, el estado social de derecho,
la democracia cristiana, el nacional socialismo, el comunismo, son todas
fórmulas que nos retrotraen a ideas superadas de organización social, donde el
líder, ahora transmutado en un estado centralista y poderoso, un estado
paternalista y benefactor que reparte justicia entre sus súbditos, y que
controla a una masa informe de clientes del partido de gobierno donde tratan de
nulificar al individuo en beneficio del colectivo.
Pretendemos
ser originales en nuestras formas políticas, nos jactamos de una manera
particular y novísima de ver el mundo, pero todo lo que ha producido nuestra
cultura mestiza está fuertemente emparentado con nuestra herencia occidental,
dominado por sus ideologías, en especial por esa corriente del historicismo
alemán que es el marxismo y sus formas estéticas, incluso, muchas veces
deformadas por nuestro falso orgullo de ser diferentes.
Bien lo dice el profesor español Carlos Beorlegui en
su obra El Pensamiento Filosófico
Latinoamericano (2010): “La obsesión de los más
interesantes pensadores iberoamericanos ha sido siempre encontrar su identidad
y su lugar en el mundo de la cultura universal, especialmente tras desgajarse
políticamente de la Colonia española, intentando lo que los intelectuales de la
generación romántica denominaron la «segunda emancipación»”.
A finales de la década de los treinta del pasado
siglo, Latinoamérica recibió un nutrido grupo de pensadores y académicos
españoles que venían exilados o emigrados por motivo de la guerra civil en
España y la caída de la República.
Casi todos eran socialistas y comunistas, muchos de
ellos eran filósofos de profesión entre los que se encontraban ilustres
profesores como Joaquín Alvarez Pastor, José Ferrater Mora, José Medina
Echeverría, Juan David García Bacca, Ramón Xiran y muchos otros, que entre
otras cosas, instauraron los estudios del pensamiento marxista en nuestras
universidades, sistematizando unas ideas supuestamente libertarias,
definitivamente historicistas y contundentemente anticapitalistas.
Uno de ellos fue el profesor José Gaos (1900-1969)
quien desarrolló una productiva actividad en México y quien opinó sobre la
filosofía elaborada en la región lo siguiente:
La
filosofía de los países hispanoamericanos y de España presenta rasgos típicos
de toda ella: la preferencia por los temas y problemas sueltos sobre los
sistemas, por las formas de pensamiento y de expresión más libres y bellas
sobre las más metódicas y científicas, el gusto por las orales, el politicismo
y el pedagogismo distintos de los pensadores categoría peculiar de la cultura
de estos países.
Uno
de los dilectos alumnos de Gaos fue el filósofo mexicano Leopoldo Zea, con una
fecundísima obra que se adentró al nuevo milenio, la obra de Zea se ha tomado
como la base sobre la que funda la filosofía de la liberación, que para los
pensadores marxistas latinoamericanos se trata de la joya de la corona de
nuestra filosofía Latinoamericana, y con la que justifican todas las
revoluciones socialistas del continente, la visión del mundo de Zea, partía de
una postura maniquea muy marcada, dijo en su obra La Filosofía Americana como Filosofía sin más, (1969):
“El mundo está dividido en dos
grandes grupos: en el grupo de los países pobres y de los ricos, de proletarios
y dueños de los instrumentos de producción, de pueblos subdesarrollados y
pueblos en plenitud de desarrollo y el abismo lejos de cerrase, se abre día
tras día”.
Por
razones exclusivamente ideológicas la propiedad privada es aborrecida, excepto
para quienes son factores de poder, hay un igualitarismo a ultranza que lo que
promueve es la mediocridad y la tendencia en los pueblos a conformarse con el
menor esfuerzo posible, no hay cultura del trabajo productivo, no hay tradición
en el ahorro ni en la inversión, en su lugar florecen las economías de
sobrevivencia, las de sustento familiar, la de la pequeña unidad agraria, las
cooperativas, que genera una cultura del conformismo y la fatalidad, el odio
generado hacia el latifundio y las grandes empresas hablan claramente de esa
visión que condena y combate las economías de escala, los grandes
emprendimientos, la visión corporativista.
La explotación
del rico hacia el pobre es el mantra de nuestros textos de filosofía clásica,
la opresión del más fuerte sobre el débil, la esclavitud de indios, negros y
mestizos por los blancos dueños de los medios de producción, toda una tesis de
discriminación racial sustentado en patrones históricos que son resaltados y
manipulados para inducir, y esto lo creo así, el complejo de inferioridad en
nuestros pueblos, ese es el caldo de cultivo de la filosofía de la liberación.
La
filosofía de la liberación ha sido la gran culpable de nuestra malformación
espiritual y de carácter, el destacar nuestra calidad de víctimas, de hombres
usados, de pueblos atropellados por imperios, por empresas, por aventureros y
blancos, nos ha llevado a la creación de unas tesis como la de pertenecer a una
supuesta periferia, lejos del centro de poder, la de ser subdesarrollados,
partes de un Tercer Mundo, o de países en vías de desarrollo, del sur pobre
frente a un norte rico, el uso del sempiterno argumento del neocolonialismo, de
ser explotados por el capitalismo salvaje, de ser alienados y ciegos
consumistas, gente manipuladas por modas y mercados, por publicidad y una red
mundial de información que nos niega nuestra realidad.
Uno
de los supuestos filósofos de la liberación, el argentino Enrique Dussel,
admirado y varias veces premiado por el gobierno bolivariano de Venezuela,
considerado por los comunistas del continente uno de los valores más
importantes del pensamiento filosófico de Latinoamérica, quien acusa a europeos
y norteamericanos de querer imponernos maneras de vida e ideologías que nada
tienen que ver con nuestra idiosincrasia, nos dice en una de sus obras Introducción a la filosofía de la
liberación (2010):
¿Por qué el oro es para
mí un valor? Si fuera San Francisco de
Asís, al ver una moneda de oro en el suelo, la patearía con desprecio porque
para él no era una mediación para su proyecto de “estar-en-la-santidad”. Pero
si junto a San Francisco caminara un habitante del burgo (un burgalés o burgués),
y hubiera visto la monedita, se habría zambullido en el acto y atrapado la
moneda, porque era una mediación para su proyecto. ¿Cuál era su proyecto? Era el fundamento de su mundo, era
"estar- en-la-riqueza". Porque ese era el fundamento o el proyecto de
su mundo, el ente concreto "oro" vale; vale por ser mediación (ser
"medio-para") para su proyecto. Por otra parte, hay que ahorrar el
oro para llegar a ser rico. Por ello no queremos perder tiempo, porque es oro.
Es así como tenemos relojes privatizadamente, cada uno en su muñeca, para
ahorrar "oro". Con esto quiero decir que en el fondo del reloj está
el proyecto de "estar-en-la-riqueza" del hombre moderno europeo,
quien ahorra el tiempo porque es oro y así se lo exige su proyecto.
Dussel
tiene una extensa obra gran parte de la cual, se basa en el existencialismo
satreano, en la hermenéutica Heidegeriana y en la ontología de E. Levinas (todo el asunto de
la alteridad), con un lenguaje complicado, con diagramas oscuros e
interpretaciones infantiles, trata de levantar una razón para la liberación
latinoamericana como causa principal de las luchas revolucionarias y
socialistas, igual sucede con sus promotores y adláteres como Pablo Guadarrama
González, Arturo Andrés Roig, Augusto Salazar Bondy y tantos otros, cuyos
nombres se encuentran en las marquesinas de las salas show del pensamiento
marxista contemporáneo, y aupados por organizaciones y centros de
investigaciones sociales, financiados por Cuba y la Venezuela socialista
bolivariana, en una campaña intensiva por colonizar mentes y frustrar
espíritus, sobre todo jóvenes.
Para
la filosofía latinoamericana que se vende en las universidades, la experiencia
por la liberación del otro que se encuentra en la injusticia, es clave para la
ética que se enseña, mientras no se plantee al socialismo o a los gobiernos
comunistas como los verdaderos opresores, basta que un gobierno sea de derecha
para que le llueva todo “el pensamiento crítico” posible, pero si es de
izquierda, si son gobiernos que producen pobreza, violencia y muerte como es el
caso del de Cuba y Venezuela, entonces sobreviene el silencio y la complicidad.
Todo
ese lenguaje acomplejado, de víctimas de un bulling
mundial, de constante señalamiento de nuestra condición de seres inferiores, de
segunda, de alguna manera tiene que afectar nuestra imagen y respeto por
nosotros mismos, toda esa trampa-jaula de lenguaje denigratorio y llenos de
resentimiento hacia los demás, nos impiden en gran medida incorporarnos a la
civilización global, nos hace ser “diferentes”, creernos menos que los demás.
Esa
condición es justamente la que le interesa al marxismo producir en los
latinoamericanos, hundirnos en nuestra condición de pueblos dependientes y
pobres para desde allí cultivar a los revolucionarios, a las fuerzas
insurgentes y movimientos de liberación nacional, a los terroristas,
narcotraficantes, criminales, dictadores y gobiernos de izquierda, sujetos al
mandato de la vanguardia revolucionaria que no es otra que la que manda en Cuba
desde hace 60 años, la Cuba de los Castro.
El
pensamiento de la liberación es una alcabala que impide nuestra verdadera
emancipación, la tarea del intelectual Latinoamericano debería ser la de deslastrarnos
de esas ideas que nos empequeñecen, y de entrada nos hacen unos pueblos envidiosos,
por lo tanto, resentidos, ante el desarrollo de otros países, nos hace ver el
éxito y la riqueza como valores negativos, entre ellos creer que esos países
son prósperos porque nos robaron, que todo lo que tienen es gracias a lo que se
llevaron de nuestra tierra. - saulgodoy@gmail.com
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