De
acuerdo al filósofo y lingüista Jud Evans hay ciertos trucos que nos juega esa
parte de nuestra carne que piensa (el cerebro), que coaligado con las trampas
del lenguaje, han hecho posible el surgimiento, entre otras cosas, de la
religión o la metafísica; como si fuera un pantano primordial, con una espesa
niebla flotando sobre su superficie, ese subproducto, que son los gases que
desprende el metano, nos hacen ver dioses y pensar que existe un Olimpo y que
tenemos algo llamado alma.
“Somos los desafortunados
herederos de una representación neural, religiosamente inspirada del cerebro,
que forma una casa sarcoidal segura, para un inquilino que es un
espíritu-transcendental que de alguna manera existe (aunque nunca se explica
cómo) y que se maneja desde adentro como el propietario de nuestro cuerpo
físico. Para los dualista mente-cuerpo
nuestros carnosos cuerpos existen como unos inadecuados contenedores bípedos de
carga, para que hagamos de taxis a eso, que la tradición filo-religiosa llama
alma o espíritu.”
Evans
no se anda por las ramas, acusa directamente a la doctrina dualista de Platón,
a la que se refiere como primitiva e infantil, que el hombre moderno ha
internalizado, de que el mundo es espíritu y materia, pretendiendo asegurarnos
de que la “realidad” existe, en vez de lo que es actual y real, las acciones no
existen, existen son las entidades capaces de accionar, el movimiento no
existe, lo que sí existe es el brazo moviéndose, y efectivamente hay una
diferencia importante.
Esa
malignidad metafísica producto del dualismo mente-cerebro es el cáncer
platónico o tumor trascendentalita que se ha metastatizado, e infectado la
cultura de la comunidad humana. Nuestro
léxico está contaminado- nuestra semántica desprestigiada. El persistente uso
de términos reificativos: mente y conciencia, por parte de la industria de la
psicología, como convenientes atajos ficticios para su imaginada y oscura parte
inmaterial de la persona, es una doctrina pasada de moda e innecesaria de que
existe algo llamado “realidad”, que consiste de dos elementos básicos y
opuestos, uno corpóreo y otro conceptual.
Hay
un proceso de impostación en que la acción, toda acción que realiza el cerebro
se convierte en una cosa, algo que existe autónomo y con vida propia, como si
eso que creó esa carne que piensa, se desprendiera de ella y pudiera manejarse
por sí misma, como por ejemplo, la danza, la danza no existe como un ente
aparte de los cuerpos humanos que se mueven rítmicamente o interpretan con sus
cuerpos una música determinada, existen los cuerpos que danzan, pero no la
danza, un término que usamos para ahorrarnos innumerables explicaciones pero al
que no debe dársele existencia propia.
Ese
órgano de consistencia gelatinosa que pesa unos tres kilogramos, gris,
corrugado y húmedo contenido en nuestro cráneo, está en continua actividad,
procesando información tanto de nuestro cuerpo como del medio ambiente, con lo
que el cerebro está en un constante estado de modificación, ajustándose a la
nueva información, reconfigurando sus sistemas y conexiones, esa actividad es
lo que llamamos usualmente cerebro, mente, conciencia, memoria, que son maneras
de sentir esta continua remodelación de su schemata
física, adaptándose a las condiciones de la nueva modalidad existencial que
surge en cada instante y sin que tenga que recurrir a ese invento humano
llamado tiempo (segmentado en segundos, minutos, horas, días, años, siglos,
etc.) y como todo objeto perteneciente al continuum universal, el cerebro está
sujeto a cambios hasta que degenera y muere, y su materia descompuesta se hace
parte de esas substancias de las que dispone el universo para su permanente proceso
de reciclamiento.
Hay
un ejemplo bastante ilustrativo de utiliza Evans en buena parte de sus escritos
que es el de las chispas de luz en los árboles de navidad, el efecto de
estrellitas titilando, que no es otra cosa que el producto de la electricidad
conducida por un cable hacia una serie de bombillos programados para encenderse
y apagarse a ciertos intervalos alrededor del troco y las ramas de un árbol de
navidad.
Igual
que el cerebro con sus “temporales
transformaciones electro-químicas durante intermitentes estallidos de
conectividad en sus redes”, que es lo que produce el pensar; si separamos
los cables y las luces del efecto de estrellitas titilando, no hay chispas de
luz en el árbol, de igual manera, si le quitamos la actividad electro-química
al cerebro no obtendremos pensamiento.
Desde
el punto de vista de la fenomenología quien observa el destello de luces en un
árbol de navidad, ese efecto se traduce como algo existente, real, pero lo que
verdaderamente existe son los cables, las luces programadas y la electricidad, igual
sucede cuando interactuamos y se produce el pensar, el pensamiento parece algo
real, objetivo, en el caso humano lo que existe es el cerebro actuando por sus
redes neurales, sus sinapsis, procesos de abstracción y el uso ancilar del
lenguaje.
Igual
sucede con el existir, el existir no
existe como tal, lo que presenciamos es a un ser vivo con la capacidad para la
existencia, que es diferente, y aquí Evans nos enseña como el lenguaje nos
engaña en nuestra manera de ver el mundo, el existir como cosa autónoma e
independiente del ser nos ha llevado por caminos extraviados, al punto que se
han desarrollado sistemas filosóficos al respecto que terminan en un extenuante
enredo de palabras y significados, propios de alucinados y dementes.
Si la
ontología trata de lo que realmente tiene existencia y decimos que las ideas
existen, no sólo le estamos haciendo un flaco favor a la ontología sino que nos
veremos en dificultades probando que las ideas tienen vida propia, cuando
alguien se atreve afirmar que las ideas existen fuera del cerebro humano
deberían probar en qué forma existen para poder examinarlas y confirmar su
presencia física.
A lo
que hemos podido llegar es que por medio del fMRI o Petscan o aparatos de
imágenes para el cerebro es simplemente en el registro de las partes activas,
procesadoras, del cerebro en sus variadas operaciones cognitivas, el aparato ni
graba ni interpreta las ideas, tan solo registra las zonas de actividad eléctricas
y sus intensidades durante el proceso de pensar de las diferentes redes
neurales.
Las
ideas no existen impresas en las páginas de los libros, o en los sonidos de las
palabras, o en los pixels de una imagen, ni siquiera en los números de una
ecuación, las ideas solo existen durante el proceso cerebral de las personas
leyendo y comprendiendo el libro, procesando la conversación, contrastando la
imagen con otras muchas en sus bancos de memorias o construyendo el desarrollo
lógico de las propuestas matemáticas, ese mundo de las ideas sólo existe en
cada uno de nuestros cerebros, no es un lugar “allá afuera” al que podemos
visitar.
El
intercambio de ideas solamente es posible entre dos seres humanos sumergidos en
un proceso de canje de información, y conformado por un estado existencial de
comunicación, que implican cambios recíprocos en la conformación físico-química
en algunos centros de procesamiento de lenguaje, memoria, validación y
redundancia de sus respectivos cerebros.
Uno
de los problemas usuales en este intercambio por medio del lenguaje es que el
significado de las palabras, principalmente por la abundancia de las mismas y
sus distintas connotaciones, pueden tornarse en un problema, sobre todo al
tratar asuntos complejos como podrían ser temas de filosofía o legales, es muy
común que las personas malinterpreten el significados de ciertas palabras lo
cual implicaría resultados en acciones indeseables, y esto lo vemos a diario,
sobre todo en el discurso político.
Evans
es de los que piensan que la materia, como abstracción universal de lo que
existe, no es un concepto válido, pues todo el universo existe ocupando
espacio, lo que no existe no existe y punto, hay una palabra que prefiere que
es matergía, que incluye la energía presente
en toda materia, aunque tampoco estoy seguro de que su opinión calce
adecuadamente con recientes descubrimientos de partículas cuánticas sin materia
que son energía pura, pero igual, ocupan espacio, este es precisamente uno de
esas instancias donde el lenguaje debe ser depurado al máximo para evitar malos
entendidos, aunque en las matemáticas desarrolladas para estos menesteres al
parecer no existe tan confusión.
Evans
(de quien ya hemos vendió hablando en anteriores entregas) es uno de los
innumerables filósofos nominalistas que han puesto el dedo sobre la llaga y han
hurgado sobre el concepto de la realidad humana, tratando de despojarse de esos
mitos y leyendas que muchos de nosotros todavía arrastramos como un pesado
fardo, y que no pocas veces nos impiden llegar a términos con nuestra verdadera
naturaleza. - saulgodoy@gmail.com
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