sábado, 15 de julio de 2017

Un mundo de mentiras


De acuerdo al filósofo y lingüista Jud Evans hay ciertos trucos que nos juega esa parte de nuestra carne que piensa (el cerebro), que coaligado con las trampas del lenguaje, han hecho posible el surgimiento, entre otras cosas, de la religión o la metafísica; como si fuera un pantano primordial, con una espesa niebla flotando sobre su superficie, ese subproducto, que son los gases que desprende el metano, nos hacen ver dioses y pensar que existe un Olimpo y que tenemos algo llamado alma.
“Somos los desafortunados herederos de una representación neural, religiosamente inspirada del cerebro, que forma una casa sarcoidal segura, para un inquilino que es un espíritu-transcendental que de alguna manera existe (aunque nunca se explica cómo) y que se maneja desde adentro como el propietario de nuestro cuerpo físico.  Para los dualista mente-cuerpo nuestros carnosos cuerpos existen como unos inadecuados contenedores bípedos de carga, para que hagamos de taxis a eso, que la tradición filo-religiosa llama alma o espíritu.”
Evans no se anda por las ramas, acusa directamente a la doctrina dualista de Platón, a la que se refiere como primitiva e infantil, que el hombre moderno ha internalizado, de que el mundo es espíritu y materia, pretendiendo asegurarnos de que la “realidad” existe, en vez de lo que es actual y real, las acciones no existen, existen son las entidades capaces de accionar, el movimiento no existe, lo que sí existe es el brazo moviéndose, y efectivamente hay una diferencia importante.
Esa malignidad metafísica producto del dualismo mente-cerebro es el cáncer platónico o tumor trascendentalita que se ha metastatizado, e infectado la cultura de la comunidad humana.  Nuestro léxico está contaminado- nuestra semántica desprestigiada. El persistente uso de términos reificativos: mente y conciencia, por parte de la industria de la psicología, como convenientes atajos ficticios para su imaginada y oscura parte inmaterial de la persona, es una doctrina pasada de moda e innecesaria de que existe algo llamado “realidad”, que consiste de dos elementos básicos y opuestos, uno corpóreo y otro conceptual.
Hay un proceso de impostación en que la acción, toda acción que realiza el cerebro se convierte en una cosa, algo que existe autónomo y con vida propia, como si eso que creó esa carne que piensa, se desprendiera de ella y pudiera manejarse por sí misma, como por ejemplo, la danza, la danza no existe como un ente aparte de los cuerpos humanos que se mueven rítmicamente o interpretan con sus cuerpos una música determinada, existen los cuerpos que danzan, pero no la danza, un término que usamos para ahorrarnos innumerables explicaciones pero al que no debe dársele existencia propia.
Ese órgano de consistencia gelatinosa que pesa unos tres kilogramos, gris, corrugado y húmedo contenido en nuestro cráneo, está en continua actividad, procesando información tanto de nuestro cuerpo como del medio ambiente, con lo que el cerebro está en un constante estado de modificación, ajustándose a la nueva información, reconfigurando sus sistemas y conexiones, esa actividad es lo que llamamos usualmente cerebro, mente, conciencia, memoria, que son maneras de sentir esta continua remodelación de su schemata física, adaptándose a las condiciones de la nueva modalidad existencial que surge en cada instante y sin que tenga que recurrir a ese invento humano llamado tiempo (segmentado en segundos, minutos, horas, días, años, siglos, etc.) y como todo objeto perteneciente al continuum universal, el cerebro está sujeto a cambios hasta que degenera y muere, y su materia descompuesta se hace parte de esas substancias de las que dispone el universo para su permanente proceso de reciclamiento.
Hay un ejemplo bastante ilustrativo de utiliza Evans en buena parte de sus escritos que es el de las chispas de luz en los árboles de navidad, el efecto de estrellitas titilando, que no es otra cosa que el producto de la electricidad conducida por un cable hacia una serie de bombillos programados para encenderse y apagarse a ciertos intervalos alrededor del troco y las ramas de un árbol de navidad.
Igual que el cerebro con sus “temporales transformaciones electro-químicas durante intermitentes estallidos de conectividad en sus redes”, que es lo que produce el pensar; si separamos los cables y las luces del efecto de estrellitas titilando, no hay chispas de luz en el árbol, de igual manera, si le quitamos la actividad electro-química al cerebro no obtendremos pensamiento.
Desde el punto de vista de la fenomenología quien observa el destello de luces en un árbol de navidad, ese efecto se traduce como algo existente, real, pero lo que verdaderamente existe son los cables, las luces programadas y la electricidad, igual sucede cuando interactuamos y se produce el pensar, el pensamiento parece algo real, objetivo, en el caso humano lo que existe es el cerebro actuando por sus redes neurales, sus sinapsis, procesos de abstracción y el uso ancilar del lenguaje.
Igual sucede con  el existir, el existir no existe como tal, lo que presenciamos es a un ser vivo con la capacidad para la existencia, que es diferente, y aquí Evans nos enseña como el lenguaje nos engaña en nuestra manera de ver el mundo, el existir como cosa autónoma e independiente del ser nos ha llevado por caminos extraviados, al punto que se han desarrollado sistemas filosóficos al respecto que terminan en un extenuante enredo de palabras y significados, propios de alucinados y dementes.
Si la ontología trata de lo que realmente tiene existencia y decimos que las ideas existen, no sólo le estamos haciendo un flaco favor a la ontología sino que nos veremos en dificultades probando que las ideas tienen vida propia, cuando alguien se atreve afirmar que las ideas existen fuera del cerebro humano deberían probar en qué forma existen para poder examinarlas y confirmar su presencia física.
A lo que hemos podido llegar es que por medio del fMRI o Petscan o aparatos de imágenes para el cerebro es simplemente en el registro de las partes activas, procesadoras, del cerebro en sus variadas operaciones cognitivas, el aparato ni graba ni interpreta las ideas, tan solo registra las zonas de actividad eléctricas y sus intensidades durante el proceso de pensar de las diferentes redes neurales.
Las ideas no existen impresas en las páginas de los libros, o en los sonidos de las palabras, o en los pixels de una imagen, ni siquiera en los números de una ecuación, las ideas solo existen durante el proceso cerebral de las personas leyendo y comprendiendo el libro, procesando la conversación, contrastando la imagen con otras muchas en sus bancos de memorias o construyendo el desarrollo lógico de las propuestas matemáticas, ese mundo de las ideas sólo existe en cada uno de nuestros cerebros, no es un lugar “allá afuera” al que podemos visitar.
El intercambio de ideas solamente es posible entre dos seres humanos sumergidos en un proceso de canje de información, y conformado por un estado existencial de comunicación, que implican cambios recíprocos en la conformación físico-química en algunos centros de procesamiento de lenguaje, memoria, validación y redundancia de sus respectivos cerebros.
Uno de los problemas usuales en este intercambio por medio del lenguaje es que el significado de las palabras, principalmente por la abundancia de las mismas y sus distintas connotaciones, pueden tornarse en un problema, sobre todo al tratar asuntos complejos como podrían ser temas de filosofía o legales, es muy común que las personas malinterpreten el significados de ciertas palabras lo cual implicaría resultados en acciones indeseables, y esto lo vemos a diario, sobre todo en el discurso político.
Evans es de los que piensan que la materia, como abstracción universal de lo que existe, no es un concepto válido, pues todo el universo existe ocupando espacio, lo que no existe no existe y punto, hay una palabra que prefiere que es matergía, que incluye la energía presente en toda materia, aunque tampoco estoy seguro de que su opinión calce adecuadamente con recientes descubrimientos de partículas cuánticas sin materia que son energía pura, pero igual, ocupan espacio, este es precisamente uno de esas instancias donde el lenguaje debe ser depurado al máximo para evitar malos entendidos, aunque en las matemáticas desarrolladas para estos menesteres al parecer no existe tan confusión.
Evans (de quien ya hemos vendió hablando en anteriores entregas) es uno de los innumerables filósofos nominalistas que han puesto el dedo sobre la llaga y han hurgado sobre el concepto de la realidad humana, tratando de despojarse de esos mitos y leyendas que muchos de nosotros todavía arrastramos como un pesado fardo, y que no pocas veces nos impiden llegar a términos con nuestra verdadera naturaleza.  -  saulgodoy@gmail.com






No hay comentarios:

Publicar un comentario