Para
los que estudiamos lingüística y filosofía del lenguaje, el nombre de Whorf no
es extraño, su obra es constantemente referenciada por los más importantes
científicos del lenguaje, aún cuando no era su profesión, la exactitud y el
rigor de sus trabajos son indiscutibles, y mientras vivió, fue uno de los más
admirados expertos en morfología, fonética y sintaxis, estudió con especial
dedicación el lenguaje de los indios Americanos, entre ellos el Hopi, el Maya y
el Azteca, de los que publicó importantes contribuciones.
Benjamin
Lee Whorf (1897-1941), nació en Boston y se graduó de ingeniero químico en la
prestigiosa MIT, trabajó casi toda su vida con una de las principales empresas
de seguros de Norteamérica como especialista en reducir riesgos de incendio en
plantas químicas, desde muy joven se interesó por el tema del lenguaje y en su
tiempo libre investigó en las mejores bibliotecas, este interés lo llevó a
hacer amistad con el profesor Edward Sapir, de la Universidad de Yale, uno de
los más importantes expertos en lenguas nativas de Norteamérica con quien luego
publicaría varios trabajos, entre ellos la conocida hipótesis Sapir-Whorf, de
la que en 1957 el escritor de ciencia ficción Jack Vance se inspiró, para
escribir y publicar una de sus mejores novelas, The Lenguages of Pao.
Tuvo
la oportunidad de viajar a México becado por el gobierno norteamericano y en
1933 publica una investigación en la que adelanta la manera de cómo descifrar
los petroglifos no numéricos de las pirámides Mayas.
Durante
los últimos años de su vida el ingenio de Whorf, siempre inquieto, exploró
caminos no convencionales en la relación mente-lenguaje-realidad, y desarrolló
unas teorías casi metafísicas que no se atrevió a publicar por los medios
usuales de sus anteriores investigaciones, eran hipótesis muy avanzadas
(algunos dicen que se volvió loco) las cuales no podía probar ni sustentar en
base a la experiencia, por lo que decidió publicarlas en una de las revistas
más importantes de teosofía de la India, no porque estuviere de acuerdo con
algunas de las corrientes teosóficas del momento en ese país, sino porque la
audiencia de aquella publicación estaría mejor preparada para entender lo que
quería decir.
Hoy voy
a tratar de explicarles el secreto de Whorf.
Whorf
empieza por señalar que el lenguaje de la ciencia en occidente, derivado de una
rama del indoeuropeo, había llegado a un límite en donde empezaban a suceder
cosas extrañas, entre ellas un enredo de carácter lingüístico que ya había sido
denominado como el problema de Babel, es decir, para los distintos dialectos de
la ciencia, la misma palabra empezaba a significar cosas totalmente diferentes,
por ejemplo la palabra “espacio” tiene un significado muy diferente para un
psicólogo que para un físico.
Pero
el problema es mucho más complejo, cada lenguaje y sub-lenguaje viene
constituido por un punto de vista y unos patrones de resistencia que lo hacen
irreductible a otras interpretaciones, y estas resistencia aíslan el lenguaje
de otras disciplinas de la ciencia, pero lo peor ocurre cuando una ciencia
entra en el territorio de lo novedoso, de lo inexplorado, que lo obliga a
cortar con la tradición lingüística de su propio lenguaje, cuando ya no puede
utilizar esa matriz cultural de la que vive su lenguaje, que ha sido exprimida
y sobre trabajada al límite, en ese
momento la observación científica parece salirse fuera de foco y el progreso en
el entendimiento del universo, se ve comprometido por insuficiencia en el
lenguaje.
Todas
las ciencias tienen “allá afuera” un mundo nóumenal- un hiperespacio en una
dimensión más avanzada y compleja, donde todas las cosas tienden a unificarse-
y que espera ser descubierto en su primer aspecto, que no es otro, que en el
plano de los patrones de relaciones.
Se
trata de un mundo de infinitos pliegues que guarda una afinidad con la rica y
sistemática organización de nuestro lenguaje, incluyendo a las matemáticas y a
la música como lenguajes sucedáneos.
Esta idea fue explorada en el pasado por Platón,
pero muchos pensadores contemporáneos la han acariciado, con en el caso del
mundo de los objetos aprehensivos de Whitehead, en la física de la relatividad
y su continuum de cuatro dimensiones, en el tensor de Riemann-Christoffel que
trae a colación la suma de todas las
propiedades del mundo en cualquier punto-momento y quizás en la más provocatica
de todas, la contemplada por Ouspensky en su Tertium Organum.
Lo que sí decía de novedoso Whorf era que en el
mismo lenguaje había inscrita una premonición de ese mundo vasto y desconocido,
al que pertenece nuestro mundo físico, que es apenas la piel, la superficie, de
algo en que estamos metidos y al que pertenecemos, y que sólo ha sido por medio
de las matemáticas que hemos podido aproximarnos.
Whorf era un lingüista experto en la observación de
patrones complejos presentes en los lenguajes que estudiaba, muchos de estos
lenguajes eran una combinación de dibujos, números, objetos, letras, palabras,
filigranas que se tejían en composiciones que se repetían con variaciones, el
podía ver ritmos y diferencias temáticas, significados escondidos en distintas
puntuaciones y claves, podía abarcar con una sola mirada los grandes temas, de
igual manera se le presenta el universo al hombre de ciencia, con la diferencia
que su avance lo hace por pedazos, por partes.
Esto es problemático ya que en el orden del universo
hay un sentido cósmico de las cosas, patrones que conforman grandes unidades,
que a su vez son parte de otras aún superiores en magnitud, que son parte de
enormes comarcas en progresión continua hasta formar continentes, galaxias
enteras, regiones inconmensurables, planos y niveles que trabajan al unísono,
aún dentro del caos.
El científico al no tener las claves necesarias para
comprender el orden superior y descubre apenas una parte del universo operando,
no puede entender cómo encaja esta parte en el todo, a veces ni siquiera puede
hacer observaciones sobre la jerarquía de eventos que presencia, a qué nivel
pertenece, que planos afecta…
Y vuelve a sorprendernos Whorf cuando nos desmonta
las partes en que está compuesta el habla en el lenguaje y nos dice, el hombre
cuando habla lo que hace es copiar unos trucos que ha aprendido, sin saberlo,
del universo. De su expresión física, del sonido, parte el conjunto de órganos
que hacen posible las ondas sonoras, para luego seguir con el plano fonético
donde concurren consonantes, vocales, acentos, tonos, diferentes para cada
lenguaje, luego se integran los morfemas a partir de los fonemas, estos son
parte de una sintaxis que es ya un orden superior, y así hasta llegar a
elaborar pensamientos capaces de describir las diferentes realidades.
Para nosotros los occidentales no es fácil
comprender que lenguaje y naturaleza están unidos por un entramado interno,
pero en culturas más antiguas que las nuestras, como la india, encontramos
fenómenos como el Arte Mántrico que en su más elevada expresión se convierte en
el Yoga Mantra que maneja una serie de recursos sonoros, los mantram,
que nos asisten en transmitir, controlar y amplificar una panoplia de
fuerzas que los organismos vivos transmiten, sin que nadie lo note, a muy bajas
frecuencias.
Así como las matemáticas nos auxilia para encontrar
la justa posición de cables, diales, antenas y energía para poder transmitir,
por medio de un aparato calibrado, música a gran distancia para que otro
dispositivo de las mismas características lo capte, de igual manera, la mente
puede ser configurada para que reciba manifestaciones de fuerzas que antes
pasaban inadvertidas.
Pues igual que una radio o que una planta eléctrica,
que por medio de magnetos crea campos de fuerzas que producen electricidad y
que utilizamos para que haga el trabajo que requerimos, la lingüística puede
ser conformada para idénticos propósitos.
Hay que profundizar en la investigación del
lenguaje- propone Whorf- el simple hecho de que podamos comunicarnos sin estar
al tanto de las complejidades que ocurren para que esto suceda, ya implica caer
en una ilusión que sobre simplifica nuestra relación con el cosmos.
Y en este punto dejo que sea el propio Whorf quien
les refiera una de sus ideas principales:
Este
estudio muestra que las formas que adquieren los pensamientos de las personas
están controladas inexorablemente por leyes de patrones de la que somos
inconscientes. Estos patrones vienen
dados por intrincadas sistematizaciones de nuestro propio lenguaje y que
contrastados con otros lenguajes, especialmente si son de una familia
lingüística diferente… cada lenguaje cuenta con su propio y vasto sistema de
patrones diferente a otros, en los que están culturalmente ordenados en la
forma de categorías por las cuales la personalidad no sólo se comunica, pero
analiza la naturaleza, se da cuenta o desecha tipos de relaciones y fenómenos,
encausa su razonamiento y construye así, el hogar de su consciencia.
Y
en este punto Whorf nos señala que para pensar, necesariamente no empleamos
palabras, en sus investigaciones ha encontrado pueblos que pueden procesar sin
ningún problema, conceptos como tiempo y genero, o palabras que hacen
señalamientos a propiedades espaciales utilizando otros paradigmas simbólicos y
de orden. En este punto de su trabajo nos introduce en algunas características
del sánscrito donde afirma, el orden simbólico es holístico de este lenguaje.
Palabras
como Nāma y Rūpa son formas de organización del espacio, una especializada y la
otra para designar grandes géneros, una para diferenciar un pantano de un
desierto, y la otra para enmarcar un gran género las diferentes composiciones
de suelo, dice Whorf: “El nivel de Arūpa
es el de los patrones, de las cosas sin formas, sin organización visual, que no
marcan un espacio… es un importante referente lexical. Arūpa es el medio de los
patrones, que pueden ser actualizados en el espacio y tiempo por los materiales
que se encuentra en los niveles inferiores, pero que su naturaleza es
indiferente al espacio y el tiempo.”
Es
por medio del lenguaje en el plano inferior de las palabras que el hombre teje
su red de ilusiones que los hindúes llaman Māyā, a la que le atribuyen el
carácter de “realidad”, pero occidente está a punto de dar un paso importante
hacia la expansión de la conciencia, ya la lingüística está llegando a la
comprensión de un gran sistema referencial de lenguas que las abarca a todas,
que suma todas las formas lógicas de análisis, donde nos es posible entender
los diversos puntos de vistas de otras sociedades, lo que considerábamos
“extraño” de otras culturas lo estamos incorporando a nuestras vidas cotidianas.
Whorf
alega por ejemplo, que la lengua japonesa tiene una ventaja comparativa con
otras lenguas que la hacen especial para actividades que requieren concisión y
gran detalle, el hecho que una misma oración pueda referirse a dos sujetos
distintos, marcando la expresión con ga
o wa para distinguirlas, lo cual es
impensable en inglés o castellano, donde la oración es construida de manera
específica para cada sujeto, lo que le da al japonés una ventaja al momento de
tratar temas científicos.
De
esta manera en la última parte de su artículo nos da ejemplos de lenguas como
la de los Algonquins que tienen dos terceras personas diferentes, o la de los
Zulus que tienen dos maneras distintas de plantear el pasado, o la de la lengua
Coeur d’Alene, de una tribu de indios en Idaho, que tienen una manera de
representar causales para una acción de tres maneras distintas, lo que la haría
una excepcional herramienta para desentrañar delicados asuntos de orden legal.
Whorf
llama al lenguaje ordinario, el situado en el primer plano “el carnicero de la
realidad” ya que su función radica en hacer pedazos la gran unidad cósmica,
separa en porciones lo que nunca se debió separar de un todo, y que funciona en
sincronía. Basta que una persona sea sacada de su medio y puesta en medio de
una cultura foránea donde no conoce el lenguaje, para que caiga en cuenta que
hay cosas básicas que resultan reconocibles para todos, sin necesidad de
palabras específicas para nombrarlas, que hay sensibilidades que son
universales, que incluso hay cierta “música” en las palabras que nos conecta.
El
estudio científico del lenguaje ha llegado a terrenos insospechados, incluso
para el tratamiento de ciertas neurosis que son la recurrencia de ciertos
sistemas de palabras, de narrativas, que atrapan a las personas y las
atormentan, pero si se les enseña los patrones desde donde estas recurrencias
actúan, es posible descubrir salidas y aliviar, o curar estas enfermedades.
Finaliza
Whorf explicando, que lo que está sucediendo con la física cuántica, donde el
lenguaje limita la comprensión de la observación científica, que la lógica
gramatical ya no es suficiente para describir estados de la materia, los
diferentes espacios, las distorsiones del tiempo, los fenómenos de las
estructuras, las fuerzas que entran en
juego, es la necesidad obvia de entrar en el plano de Arūpa, elevar nuestra
comprensión y ver el mundo desde el patrón de relaciones cósmicas, pero el
mundo científico no está preparado, y lamentablemente, Benjamin Whorf dejó este
mundo cuando apenas esbozaba su idea. – saulgodoy@gmail.com
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