jueves, 6 de diciembre de 2018

Los hombres recios



Cuando investigué sobre literatura costumbrista empecé por buscar los términos en inglés ya que tenía a mano un diccionario especializado en términos literarios, es el The Routledge Dictionary of Literary Terms (2006), donde la entrada estaba denominada como Nacionalismo y estudios étnicos (Nationalism and ethnicity studies) y en una de sus partes explicaba lo siguiente:

Uno de los más importantes etnicistas es Anthony Smith, quien argumenta que las naciones están ancladas en unas comunidades preexistentes llamadas etnias. Estas son más o menos culturalmente homogéneas, consistentes de un “complejo mito-simbólico” que forma un fondo de significados históricos compartidos, a la que cada persona de esa etnia tiene acceso, que une a la gente, y que amarra al pueblo a un territorio histórico que considera su hogar… Los modernistas, por otro lado… representado principalmente por Ernest Gellner… son escépticos de estos lazos entre las culturas nacionales modernas y estos elementos pre modernos que pudieran ser detectados en ellas. Toman una actitud más instrumental en la formación de la identidad nacional pretendiendo que el nacionalismo reforma la cultura como respuesta a los nuevos problemas socio-políticos que se suceden y por las transformaciones de la realidad social en modernidad… constantemente cambiando debido a la movilidad de las sociedades; a su sistema educativo centralizado que resulta en un lenguaje vernáculo institucionalizado.

Me gusta y disfruto la literatura costumbrista, esa que intenta ir a las raíces de los pueblos y sus culturas; uno de los más grandes escritores en la lengua castellana que pertenecen a este grupo es mi admirado Azorín, a quien venero como uno de los más importantes escritores de nuestra lengua.  Azorín tiene un libro que recomiendo a todo evento y es La ruta de Don Quijote (1905), que fue un viaje que nuestro escritor realizó como periodista, para recorrer todos los caminos y lugares donde estuvo este magnífico personaje creado por Cervantes.
Se tiene que tener unos sentidos muy aguzados y un repertorio literario de vasto alcance, para realizar y dejar registro de una odisea como la que hizo Azorín en su recorrido por La Mancha y recoger en sus escritos nada menos que el alma de España, ese complejo mito-simbólico del que habla Anthony Smith en la definición que dimos al principio.
Guardando las distancias, eso fue lo que hizo mi amigo Vicente Carrillo-Batalla en su obra Sabanas de Soledad, relatos y estampas (2018) con la que me obsequió y privilegió para que le diera mi opinión, cosa que estoy haciendo en este breve escrito, en un momento en que nuestro país necesita de este tipo de trabajo, memorioso, bien escrito, y que explora esas raíces que se niegan a ser desalojadas del terruño del que son parte.
Vicente vivió y fue parte de un pasado que tenemos aún fresco en nuestra piel, era vástago de una estirpe de ganaderos, de familias que tenían como negocio el mantener enormes hatos para la explotación extensiva e intensiva de grandes pies de ganado vacuno, tanto de carne como de leche, para ello se necesitaban de enormes extensiones de tierra para poder sembrar los pastos y contar con el agua que se requería para una operación de tal envergadura, y esos lugares solo podían ser viables en los llanos venezolanos.
Vicente es hoy un abogado y empresario de las finanzas, maneja carteras importantes de inversiones internacionales, se la pasa viajando entre las príncipes ciudades del mundo atendiendo sus múltiples ocupaciones, fue durante el último gobierno del presidente Caldera, Cónsul de Venezuela en New York, posición que ocupó con una acertada gestión que le valió los más diversos reconocimientos en el servicio exterior, y en el que consolidó importantes relaciones, que todavía conserva en los más altos círculos de la política mundial.
Y a pesar de todo ese cosmopolitismo y sofisticación de la que es parte, su verdadera naturaleza es la de un vaquero venezolano, un verdadero cowboy del trópico, un llanero, siempre listo para iniciar una jornada de arreo sobre su montura favorita, y departir con la rudeza de sus empleados en una caravana que lo llevará a nuevos potreros para que el ganado paste con holgura, pendientes de los animales que se extravían, de los tigres y caimanes que acechan en cada cañada, de los cuatreros que se valen de los inmensos espacios para cometer sus fechorías, de las manifestaciones de la naturaleza que no dejan de sorprender con su fuerza, en enormes incendios, inundaciones catastróficas, sequías inquebrantables.
En una nota a pie de página nos dice: “Iván Darío Maldonado me ha dicho que el General Batalla- según lo contó su tío Ricardo Julio Bello- era un hombre que sabía organizar muy bien los arreos de ganado desde Apure hasta el centro e incluso hasta Villavicencio, a donde también los llevaba cuando el mercado colombiano ofrecía mejores condiciones. Tal era su buena fama en estos menesteres, que muchos ganaderos de la zona le pedían al General Batalla que les llevase sus ganados y a cambio le ofrecían muy buenas compensaciones”.
Tengo la fortuna de compartir con Vicente no solo grandes recuerdos y aventuras de juventud, sino que soy un usuario privilegiado de su muy bien dotada biblioteca personal, sin que me quede nada por dentro, quizás una de las más completas en Venezuela sobre Arte, Historia y Literatura, no solo es un bibliófilo empedernido sino un voraz lector, sobre todo de nuestro gran Don Rómulo Gallegos y un admirador y amigo, mientras vivió, del gran escritor colombiano Don Gabriel García Márquez.
Sabanas de Soledad, es una rara combinación de memorias, crónicas y estudio antropológico de nuestras raíces llaneras, se llevó varios años escribiéndola, y al final tuvo que editarla para reducir su volumen de páginas, hasta las sustanciosas casi 500 páginas a las que llegó en su versión final, pero el resultado no pudo ser más feliz, pues en mi opinión es una obra necesaria, vital y que todo venezolano debe leer con orgullo de ver retratada una Venezuela heroica, que existió hasta no hace mucho, y que está desapareciendo de manera acelerada, pero que conforma el arquetipo vital de los venezolanos libres, industriosos y corajudos que todavía llevamos en la sangre.
Vicente hizo un estupendo trabajo de recopilación e investigación sobre todo en usos lingüísticos, en toponimia, en la cultura de nuestros llanos, especialmente en sus leyendas y folklore, la recomiendo a musicólogos, etnógrafos, a naturalistas y ecologistas; sus observaciones sobre la fauna y el paisaje están muy bien soportadas, es como estar allí  protegido del sol inclemente debajo de los grandes samanes o aguaitando al venado en la noche poblada de mosquitos hambrientos, su entendimiento del negocio de la ganadería no tiene desperdicio, era un gran negocio en todo el sentido de la palabra, que incorporaba no sólo medios tecnológicos de punta en genética animal, sino en las grandes inversiones industriales necesarias para mantener aquel plantel productivo a punto e interconectado.
En el capítulo dedicado a los Llaneros del Romanticismo nos apunta un testimonio de un lugareño:

El ganado “moreño” se conocía porque era “criollito”, de ese que había en el llano enantes y que se fue acabando cuando trajeron el ganado blanco- apunta José Loro- Pero en Menoreño había ganado criollo hasta no hace mucho- ganado enrochelado, pero era bastante-, Ud. lo conoció- me decía-, porque cuando ustedes compraron el hato había esas grandes cachilaperas en los montes y sabanas de Menoreño; allá lo vide yo a Ud. remontando en Buena Vista con los llaneros del hato, cuando empezaron los trabajos; Ud. siempre andaba con un sombrerón y un revolver… Y ese ganado si era bien bravo, no como el de ahora que es bravo pero se trabaja más fácil. Había que cuidarse de aquellos toros “a toda punta” que salían en los rodeos. En ese tiempo se pagaba era por el lazo y había que ser bien llanero para el trabajo.

Para ser un productor del campo se necesita no solo conocimiento, pericia, voluntad sino mucho amor por la tierra y la gente que la habita, Vicente nos trasmite ese sentimiento, en el transcurso de la obra obtenemos una serie de conversaciones, relatos y estampas de esos valientes del siglo XX que compartieron la aventura de la ganadería con Vicente, familias de nobles abolengos que sentían con pasión el arraigo por la tierra, y que son parte de la historia contemporánea del país, constructores de una nación cuyos orígenes se pierden en las brumas de aquellos primeros conquistadores alucinados, explorando mundos poblados por monstruos y seres fantásticos, y que luego fueron colonizados por aquellas montoneras de lanceros semidesnudos a caballo, que enfrentaron al mejor ejército de su época, y los derrotaron, bajo el comando de ese verdadero centauro de los llanos, José Antonio Páez.
Nos trae las historias de aquellos poetas que vieron y escucharon al catire Florentino echar sus coplas contra el diablo y aquel bongo inmortal que remontó el Arauca; en uno de sus capítulos más memorables titulado Arpa, Cuatro y Maracas, nos deja una relación de los músicos y cantantes que tuvo el gusto de conocer y disfrutarlos en sus tenidas en directo, y en el medio donde hicieron sus artes.
Vicente ha logrado con este libro algo mucho más ambicioso que su proyecto original de dejar sus memorias de una vida que difícilmente volverá, como todos los grandes empresarios del agro sufrió de las injustas expropiaciones del régimen chavista, fue hostigado y despojado de muchas de sus tierras productivas, pero creo, que sin proponérselo, hizo un libro de historia de nuestro país, en la mejor tradición de un Ramón Díaz Sánchez y con el espíritu científico de un Adolfo Ernst, es un recuento épico de una actividad reservada sólo para verdaderos héroes y constructores de un país, y que por extensión, al igual que Azorín capturó el espíritu de España, Vicente en estas páginas, logró capturar el alma de los venezolanos.
La edición que leí es una limitada de muy pocos ejemplares, pero ya se encuentra en conversaciones para hacer una edición comercial e incluso digital de su libro, que estoy seguro se convertirá en un hito de esa literatura nacionalista y de estudios étnicos, tan necesaria en estos momentos de decadencia y declinación. Sabanas de Soledad es el bálsamo irremplazable de conocimiento y amor por el país, y nos llega a buen momento.  -   saulgodoy@gmail.com










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