sábado, 2 de febrero de 2019

En contra de una equivocada unidad política



Una buena parte de los venezolanos tienen una idea equivocada de lo que significa la unidad política, y esta confusión nos ha llevado a otorgarle carta blanca a algunos líderes, partidos e instituciones de gobierno que han tomado nefastas decisiones, en medio de grandes presiones sobre situaciones complejas, que más bien requerían pluralidad en su aproximación.
Cuando un partido, un líder político, o activistas, piden unidad lo que en realidad están requiriendo es un apoyo total y ciego sobre ciertos asuntos públicos, justamente para apurar o concretar una posición o respuesta que va a afectar a todo un grupo social, y lo hacen por múltiples razones, entre ellas, porque del otro lado hay un grupo que actúa de igual manera, convirtiéndose en una masa de opinión o votos que pudieran lograr una política que favorezca a ese grupo y perjudique al contrario.
Puede también ser una exigencia del grupo a sus miembros como fórmula de lealtad y confianza y utilizando una estructura autoritaria vertical, o una unidad de creencias, sobre todo morales o religiosas y nos convierten en iglesia, precedida por un sacerdote o pastor y normada por un dogma, siempre que se habla de unidad se le pide a la gente que renuncie a una parte de su libertad de pensar y de actuar para integrarse a un grupo que ya tiene objetivos trazados, propósitos y medios para obtener sus fines.
Una sociedad en términos modernos está constituida por una serie de grupos de interés, que se reúnen en torno a un conjunto de metas y planes para lograr sus propósitos particulares, estas pretensiones por lograr sus fines pueden ponerlos en conflicto con otros grupos que igualmente requieren de esos recursos o se contradicen en cuanto a sus usos, lo que genera una competencia cuyo fin es prevalecer sobre los otros, o llegar a términos por un uso compartido.
Los grupos de interés, llámense partidos, religiones, corporaciones, comunidades o tribus, tienen sus intereses claramente establecidos, mientras más abstractos sean sus fines y más generales sus propósitos se hacen menos predecibles, y sus logros son más difíciles de controlar.
El sociólogo David Truman describe a un grupo de interés más como un patrón de interacción que como una suma de individuos.
En una sociedad participativa y deliberativa como la democrática no hay dogmas ni posiciones preestablecida con valor absoluto de verdad, aún dentro de los grupos de interés existe la necesidad de que sus participantes hagan uso de sus derechos de opinión y aún de disidencia.
En el caso venezolano, en los últimos veinte años hemos estado viviendo bajo la hegemonía de un estado totalitario, de carácter militarista, con una cadena de mando preestablecida que obliga a sus activistas y asociados a actuar en forma unitaria, sin diferencias, obedeciendo una orden, de modo que, al momento de competir por los recursos en un sistema que se hace pasar por democrático, pero que no lo es, condena al pluralismo a perder cualquier competencia en asuntos de políticas públicas sometidas a un proceso de elección.
Hanna Arendt en su libro Los Orígenes del totalitarismo claramente formula:”La dominación total es la única forma de gobierno con la que no es posible la coexistencia. Por ello tenemos todas las razones posibles para emplear escasa y prudentemente la palabra totalitario”.
Nuestro mundo político democrático estuvo ligado desde sus orígenes a los principios comunistas del marxismo y el socialismo, de estas ideologías se desprendieron nuestros primeros partidos políticos republicanos y fue bajo estas visiones que se construyó nuestra democracia, lo cual está claramente reflejado en las últimas constituciones que se ha dado el país.
La simiente del totalitarismo se encuentra claramente sembrada en la intención del legislador de hacer un estado nacional fuerte, centralista, autoritario (con plenos poderes),dueño de los medios de producción y de las riquezas del país, y con la obligación de todos los ciudadanos de sostenerlo en una obediencia perruna, ese fue el modelo de estado que surgió luego de la Segunda Guerra Mundial y el que copiamos sin haber creado una ciudadanía preparada y participativa que hiciera de contrapeso a un sistema de poder cuya inclinación natural era hacerse independiente de la base popular sobre la que descansaba, en Venezuela el hecho que provocó la inclinación de la balanza a favor de un estatismo exacerbado, fue la autonomía económica del estado frente a sus ciudadanos lograda, al convertirse en el dueño de la riqueza petrolera, desvinculándose de su obligación de servicio y responsabilidad con sus constituyentes.
Dentro de la historia de los partidos políticos en nuestro país no ha sido un hecho fortuito la proliferación de frentes, coaliciones, bloques, pactos, ligas, que aglutinaban diferentes organizaciones de un mismo talante ideológico para conseguir los votos y apoyos suficientes para derrotar al opositor, igual desde el gobierno, y una vez conseguidos los objetivos la unidad se disolvía, pero era necesario ese factor común que los amalgamaba, ese interés específico de lucha, la otra forma de unidad que se ha dado repetidamente en el ambiente parlamentario es el llamado “voto entubado”, los votos de una parcialidad conformados como un todo unitario para inclinar los resultados de una elección, pero igual, una vez alcanzado el objetivo se disolvía.
Venezuela corrió con la suerte que los líderes que alcanzaron el poder eran en su mayoría demócratas convencidos, lo que permitió que el país evolucionara sobre esas premisas, pero en la práctica, estaba todo dado para que el sistema diera un giro hacia el totalitarismo en cualquier momento, que fue lo que sucedió con el chavismo.
Empezó entonces un proceso de concentración de poder tanto en los estamentos militares como en lo civil por medio de la creación de un partido socialista único, que respondía directamente a los comandos de los jefes del movimiento castrocomunista, que a su vez respondían a las directrices del gobierno de Cuba.
El régimen en manos de Chávez, para guardar las apariencias, conservó las instituciones democráticas, las cuales penetró y controló con sus adeptos, entre ellos el CNE, el organismo electoral, al que convirtió en un cuarto poder al servicio de la revolución bolivariana socialista.
Para poder competir en ese clima totalitario, que repito, es lo más lejos que se puede estar de una democracia, los factores de oposición empezaron a utilizar un concepto de unidad que no era otra cosa, que copiar el comportamiento organizacional del chavismo, bajo el argumento que la única manera de hacerle frente al aparato totalitario era actuar como ellos, por lo menos a lo que la expresión electoral se refería.
De allí aparecieron las tarjetas únicas, que reunía en la órbita de los partidos más fuertes a una constelación de pequeñas organizaciones que aspiraban al poder, pero desde un principio han debido haber sabido sus promotores, que frente a un CNE parcializado por los intereses del gobierno, no había formula exitosa que pudiera romper con el manejo de los resultados finales.
Fue de esta manera que el gobierno fascista bolivariano aprovechó tal iniciativa para arrojarle algunos espacios políticos a la oposición, no sólo para conservar la apariencia de que se trataba de un proceso democrático, sino para premiar a sus agentes colaboracionistas en la oposición con algunas gobernaciones y alcaldías, que como todos sabemos eran sus presupuestos lo que verdaderamente interesaban, pues con ellos financiaban la llamada “Unidad”.
Era obvio para todos, los arrebatos de las elecciones que hacía el chavismo, los números no cuadraban, los procesos se viciaron al punto de permitir el voto asistido, el voto fantasma, listas de electores manipuladas, material electoral desaparecido lo que hacía imposible su verificación, interferencia en los centros de votación, presencia de los infames “puntos rojos” verificando a sus seguidores y amenazando a los contrarios, la vulgar compra de votos con dinero, electrodomésticos o comida, el control absoluto de los observadores internacionales, pero la llave secreta era la manipulación electrónica de los votos en el conteo final, el grueso de la trampa estaba en el software de las máquinas que se usaban en el proceso automatizado impuesto.
A pesar de esto, los partidos políticos de la oposición cebados con el enorme apoyo que conseguían con la tesis de la unidad, en la forma de estadísticas de votantes que convertían en miembros de las organizaciones, aprovechaban éste supuesto crecimiento para conseguir financiamiento interno y externo, apoyo de las organizaciones internacionales a las que estaban asociados, registraban estas supuestas nóminas clientelares en el CNE para aumentar sus espacios políticos, la conformación de sus circuitos, prerrogativas como escoger espacios en el tarjetón, tiempo de exposición en los medios, todo esto con una militancia, totalmente artificial.
Pero el argumento de la unidad utilizaba otro recurso falaz y es el que dice que diez ramas juntas es más difícil de romper que una, y el argumento militar que pasó a la política de que la unión hace la fuerza, refiriéndose al volumen, la densidad, la masa, como condición de resistencia a la presión del enemigo en el punto de contacto, obviaban toda consideración a la fuerza bruta del gobierno militarista, a su desprecio por la verdad y los procesos limpios y equilibrados, el chavismo ganaba las elecciones aún siendo minoría.
El concepto de unidad política en Venezuela es diferente al de otras partes en el mundo donde la unidad se negocia, y por lo general trata de asuntos muy puntuales, se pide la unidad para pasar una ley, para votar sobre un determinado tema, para promover a un candidato, para vetar una moción de los contrarios, y para llegar a la unidad sus proponentes deben estar dispuestos a otorgar favores, ceder posiciones, intercambiar apoyos, renunciar propósitos, etc., es decir es una táctica no una estrategia, es una herramienta no un fin en sí mismo.
Terry Eagleton el estudioso británico de la ideología, de inclinación marxista, ve estos intentos de unitarios como mecanismos de cierre discursivo que impiden otras discusiones y posiciones, sus promotores convierten la unidad en una concepción esencialista no sujeta a revisiones, lo que hacen es enmarcarla en una serie de valores y sentimientos que enaltecen, y a quienes la aceptan, pasan a ser parte de una familia, un sujeto de clase con identidad propia, es la nueva epistemología tribal.
La unidad en nuestro país es otra cosa, es solidaridad absoluta de parte de quien la otorga, es una apuesta ciega pues no se sabe ni el objeto de la misma, es universal ya que puede ser sobre cualquier cosa, es anónima pues se desconoce quiénes serán los beneficiarios de tal medida, por lo general son listados de nombres que muy poca gente sabe quiénes son, elaboradas por los partidos integrantes de la unidad, todo se resume a unos principios generales de democracia, estado de derecho, justicia, constitución, libertades y otros, que conforman sus intenciones, pero lo más característico, es que se trata de una unidad eterna, no tiene fin, sirve para todo menos para qué la diversidad de ideas se encuentren y hagan su síntesis, que es lo esencial en democracia.
Cuando piden el voto es por una nómina que nadie sabe a quién incluye y dónde termina, aunque siempre hay unas figuras que lideran la campaña unitaria, tampoco sabemos hasta donde alcanza ese apoyo que uno brinda ya que puede extenderse a otras personas, ideologías, arreglos y regiones de los que uno no está enterado, lo peor del asunto de ésta concepción de unidad, es que hay una presión social, una especie de bulling que se le hace a quienes no están dentro del redil unitario, en este sentido, los partidos pertenecientes a la unidad pretenden que la decencia y la razón les pertenece, y aquellos que dudan o no quieren brindar su apoyo, son cuestionados, mal vistos y les cuestionan incluso su lealtad al país.
Los llamados a la unidad se han convertido en una verdadera burla a la inteligencia y al espíritu democrático, en estos veinte años de chavismo gracias a la tendencia unitaria nos hemos convertidos en un movimiento colectivista más que pluralista, totalitarista más que democrático, en un amorfo monismo más que en un ciudadanía que se prepara para las deliberaciones, discusiones, críticas, confrontaciones y negociaciones que se deben dar en un ambiente republicano.
El pluralismo implica incorporar a la vida política más actores y participantes en las discusiones y decisiones, la unidad definitivamente cierra ese compás y constriñe los protagonistas a una élite dominante; gracias a esta pésima moda nos hemos transmutado en una manada de gente, no en ciudadanos interactuando, en unos adoradores al tótem de la unidad, que en una sociedad dispuesta al debate y a los argumentos; en nuestro caso estamos obligados a confiar en los jefes de los partidos que se reúnen en torno a la fogata y cocinan sus decisiones que transmiten a la tribu; en mi humilde opinión se trata del peor concepto de unidad aprendido de los maestros de la hegemonía ideológica, de la más primitiva manera de hacer política.  -   saulgodoy@gmail.com






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