El
descubrir que se es mayor de edad, que uno tiene responsabilidades, así como
una cierta libertad de elección, que se nos permite hacer y decir cosas que
antes no podíamos, que ingresamos a otro nivel de relaciones con los otros y
con el mundo, es un hallazgo que puede ser estimulante y, a veces, aterrador
Cuando
éramos adolecentes queríamos ser como los adultos y contábamos los días que nos
separaban de la mayoría de edad, tener una licencia de conducir, comprar e ingerir
libremente bebidas alcohólicas, entrar en locales donde antes no podíamos, tener nuestras propias
cuentas en bancos y comercios sin las firmas de nuestros padres, comprar cosas
y hacer negocios que antes no podíamos… poco pensábamos en las obligaciones que
aquel nuevo estatus nos iba a traer, la responsabilidad que acarreaba tener la
edad para que se nos aplicara todo el peso de la ley si nos metíamos en
problemas, tener que responder por nuestras acreencias en los términos que
fueron contratadas, sin excusas ni retardos, enfrentar nuestros conflictos sin
apoyo, ni las ventajas ni la excusa de la falta de experiencia.
Mayoría
de edad significa independencia y ésta es una condición que nos hace asumir la
vida en términos personales, principalmente de valores, de principios de
actuación, de creencias, de sujeción a las costumbres y las leyes, para lo
bueno y lo malo.
Simultáneamente,
ese momento de nuestras vidas debería ser también cuando la sociedad en que
vivimos nos reconoce en nuestro papel como ciudadanos, con todos sus derechos y
obligaciones, a cargo de nuestras propias decisiones, que van afectar nuestra
vida en comunidad, desde el tipo de gobierno que nos damos, pasando por elegir
a nuestros representantes locales y nacionales, por expresar nuestras opiniones
sobre los asuntos públicos, que afectan nuestra calidad de vida, nuestras
libertades, hasta cuáles serán las penas que se le impondrá a aquellas personas
irresponsables que, con sus actuaciones criminales, afectan la seguridad de
nuestra comunidad.
Con
los venezolanos ha sucedido algo muy curioso, quienes llegamos a la mayoría de
edad, aunque tenemos derechos y deberes en materia económica y en algunos
aspectos cívicos y penales, no somos ciudadanos, en el sentido amplio de la palabra;
todo nuestro sistema legal, incluyendo el constitucional, limita el ejercicio
de nuestra ciudadanía frente a un estado centralista, planificador, dueño de
los principales medios de producción de riqueza (petróleo, tierras, recursos
naturales), benefactor a su conveniencia, autoritario, militarista… y, para
acceder a él, se necesita del concurso de las organizaciones políticas, de los
partidos, lo que se traduce en que los venezolanos no tenemos un espacio
público, nos tienen negada un ágora donde discutir de nuestros asuntos, todo
está acaparado por los operadores políticos que trafican con nuestros votos.
Lo
hemos visto claramente en estos últimos tiempo con la convocatoria de los
cabildos abiertos, lo que debió ser un ágora para el encuentro de los privado y
lo público, para constituir, crear, evolucionar los contenidos del bien común,
lo convirtieron en escenario para políticos de los partidos y sus discursos
populistas sobre justicia social, para organizar marchas, puntos de encuentros,
para no permitir que la sociedad se expresara sino para que escucharan
instrucciones y cómo manejarse en esas grandes movilizaciones a favor del
presidente interino.
La
política en nuestro país está exclusivamente entendida como la actuación desde
los partidos, de los partidos y para los partidos, el ciudadano queda relegado
a un tercer y cuarto plano, su actuación más importante se ejerce por medio del
voto en actos electorales, siempre supeditados al acompañamiento de los
partidos políticos; todas las expresiones de participación ciudadana directa,
por medio de grupos de interés (económicos, culturales, urbanísticos,
ecológicos, etc.), de defensa de derechos humanos, de organizaciones vecinales,
de opinión, de distintas ONG’s, de minorías organizadas, etc., están relegadas
por debajo de la actuación de los partidos políticos.
Tal
situación nos convierte en unos menores de edad políticos, en los eternos
adolecentes, cuya vida en sociedad es decidida por otros, pero con la
desgraciada condición de que corremos con las consecuencias de las decisiones
mal tomadas por los partidos políticos y sus líderes, porque sus errores de
apreciación y conducción pueden sumirnos en el caos social, como ya nos ha
sucedido y como sigue pasando.
Desde
este punto de vista, no somos una nación en todo el sentido de la palabra; la
voz de un ciudadano que, en otros países más desarrollados, puede convertirse
en alerta, en guía, o propulsar cambios importantes en las cortes, en los
cuerpos legislativos, en cualquier instancia que actúe con argumentos de
acuerdo a la ley y en pleno ejercicio de sus derechos, no halla en Venezuela tal
oportunidad, tenemos que recurrir a los partidos políticos y morir en esa
playa.
Y lo
digo en tono tan desesperanzador porque en nuestro país los partidos políticos
tienen sus propias agendas, donde, por lo general, los ciudadanos no están
incluidos, sólo son tomados en cuenta como votos, como masa electoral; para
ellos somos un gran número, que es lo único que les importa al momento de
imponer sus candidatos, muchas veces desconocidos, nos presentan unos listados,
especies de combos de oferta, para que votemos en cambote, por un color o un
rostro, o una consigna; no hay programas, ni discurso ideológico, ni visiones a
mediano plazo, lo que nos ofrecen es puro populismo, poder popular, al pueblo
mandando, felicidad, abundancia, regalos, fiestas… la política, tan fundamental
para el buen funcionamiento de una sociedad, se ve constreñida a grupos de
poder, a exclusivos clubes y nomenclaturas donde se toman las más importantes
decisiones para la república, y sin la participación de los ciudadanos.
Pero,
como nunca la habíamos pasado tan mal, como antes en la historia reciente no
morían venezolanos en grandes números por hambre, por falta de atención médica,
como víctimas del hampa, como lo que ganamos trabajando para nuestro sustento
no alcanza para sostenernos, ni a nuestras familias, sentimos en nuestras vidas
el fracaso de sus políticas y las mentiras de sus promesas, y es cuando nos
preguntamos quiénes nos representan, dónde están nuestras vocerías, quién es el
responsable de nuestros males…
Tenemos
ahora una oportunidad de rectificar, de realmente empoderarnos de nuestro
destino, de cambiar muchas cosas que no funcionan y de tener voz y ser parte de
importantes decisiones del país; y aunque todavía tenemos a las rémoras de la
vieja política pegadas al cuerpo, tratando de conducir nuestro futuro hacia sus
agendas, ya la gente no se queda callada, ni acepta sus designios como si
fueran ovejas; y aunque algunos de ellos han logrado colocarse, durante esta
transición, en puestos salidores, porque el presidente interino, el Sr. Guaidó,
los ha puesto allí, a pesar del enorme apoyo que ha conseguido, al convertirse
en la esperanza de los venezolanos, el descontento contra algunas de sus
decisiones se está expresando y hay resistencia.
Queremos
salir del chavismo, eso está claro, y no hemos salido de ellos porque hay
intereses creados para que se queden allí el mayor tiempo posible, recogiendo
sus cofres del tesoro, cavando trincheras, agrupándose para la batalla final…
privan los intereses creados, los compromisos adquiridos luego de veinte años
de complicidades.
Lo
que sí nos hemos dado cuenta los venezolanos en carne propia, es que el poder
está cada vez más lejos de la política nacional, el flujo de los capitales, de
la tecnología, de la información, de la cultura que impacta el mundo, del
manejo de las crisis regionales, son asuntos extraterritoriales, nuestro
políticos poco pueden hacer por variar esas corrientes y decisiones, lo que
importa se resuelve fuera de nuestra fronteras, de modo que es una ilusión
quienes prometen independencia y soberanía, puede ser que sea una de las
razones para nuestra apatía política.
Y
luego de tantos muertos y víctimas de la dictadura militar chavista,
monitoreada desde Cuba, hay algunos de esos parlamentarios que tenemos en la
AN, creen disponer de todo el tiempo del mundo, incluso para llegar a ciertas
negociaciones, pésimas negociaciones, que si se dan sólo van a producir desgracias,
porque no todas las negociaciones son buenas, de hecho, la mayor parte de ellas
son malas y siempre hay alguien que sale pagando los platos rotos,
principalmente el pueblo.
No es
tiempo de hacernos los locos y dejar en manos de los políticos nuestro futuro;
ellos han demostrado que son unos incapaces, durante veinte años sólo han negociado
sus intereses, buscando no perder sus espacios, y a la gente la han dejado
abandonada en la calle… nos han jugado como si fuéramos fichas de póker, se han
burlado de nosotros… el presidente interino, el Sr. Guaidó, no sería lo que es
sin nosotros, los partidos lo pusieron allí, es parte de un plan, no nos
hagamos los idiotas, no es un milagro ni un fenómeno, nos cae bien, es una
persona sencilla, tiene buenos asesores, pero tiene pésimas compañías, es causa
de innumerables circunstancias y la razón de su éxito somos cada uno de
nosotros, sus fanáticos y creyentes, que lo siguen como a un Dios, y los que le
cuestionamos las decisiones que nos parecen erradas. Nos une el interés de
salir de Maduro y su clan del crimen, rescatar el país, reconstruirlo y tener
un hogar para todos los venezolanos.
El
éxito de Guaidó será el éxito de todos nosotros, por eso nos interesa que lo
haga bien; es imprescindible para nuestra sobrevivencia que lo haga bien, que
sepa escoger con cuidado quiénes son sus verdaderos aliados, y en eso tenemos
todos que trabajar… pero lo primero que tenemos que hacer es reclamar nuestra
mayoría de edad, que seamos tratados como ciudadanos, no como simples votos,
sólo números. - saulgodoy@gmail.com
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