viernes, 15 de marzo de 2019

El complejo del hombre bueno en la política venezolana



Los políticos viven de la imagen que quieren proyectarle a sus seguidores y adeptos, para ello invierten tiempo y recursos económicos tratando de ajustarla a lo que los expertos en marketing llaman “expectativas idealizadas”, que es esa idea subliminal, que tiene que ver con el colectivo inconsciente de lo que las masas, en este caso, los votantes, desearían que sus líderes tuvieran como virtudes, consideradas como deseables.
Es algo complicado de entender, pues habría que creer que un cuerpo colectivo es capaz de sostener un ideal común, que solo existe en sus fantasías, sobre aspectos personales de un político, empezando porque tendríamos que dar por cierto que el colectivo tiene la capacidad de sostener una fantasía diferente e independiente de aquella que producen sus miembros individuales; esto podría solventarse con explicaciones e interpretaciones estadísticas, sumando diferentes encuestas sobre grandes grupos que sirven de muestra, se podría inferir ciertas cualidades comunes, que los encuestados esperarían de sus conductores, y trasladarlas a un perfil general, que no existe en la realidad, pero que se puede construir mediáticamente.
Cuando un político sale en sus fotos promocionales con su familia, besando niños, abrazando ancianos, entregando reconocimientos y premios, sonriendo y saludando a sus copartidarios, en compañía de su mascota, lo que se quiere dejar establecido es que se trata de un hombre responsable, con buenos sentimientos, que reconoce el valor de los otros, que se interesa por el prójimo, que tiene una serie de principios sólidos en cuanto familia, humanidad, empatía, simpatía y calidez humana; sin importar si en su vida privada es un energúmeno o un sociópata, la imagen que se difunde en los medios da cuenta de un ser humano que suma una serie de cualidades ideales, que la gente quiere para quienes van a representarlos o a conducir sus destinos como integrantes de un cuerpo social.
Esto es de lo más normal en una campaña electoral o promocional de cualquier político, asegurar esos valores que el grueso de la gente considera positivos en un líder, y que ha adquirido por medio de un proceso de aprendizaje y exposición a los medios masivos de comunicación, en donde ha asimilado ciertos patrones de conducta, modelaje de estilos de vida, iconografías asociadas al éxito y a la solvencia moral; en el caso venezolano y de muchos países de Latinoamérica, la influencia de las telenovelas y de las creencias religiosas han marcado ese idealismo de manera importante.
Y en este punto debo decir que en el mundo hay diversas maneras de ver el ideal del hombre bueno; en nuestro patio, el hombre bueno es sinónimo de honestidad y equilibrio en todas las situaciones de vida que se le presenten, aún las más difíciles, un hombre bueno no se doblega ante la maldad y la trampa, no cae en tentaciones, es responsable, dice la verdad y es fiel a sus amores, amigos y seguidores, su palabra es una y no soporta el sufrimiento ajeno, interviniendo a favor de la víctima apenas detecta una injusticia.
Es lo más cerca a un santo que existe y, precisamente por su carácter abierto y bondadoso, es sujeto de todo tipo de enredos de personas débiles de carácter y algunos verdaderamente malos, que buscan su ruina y perdición; el hombre bueno latinoamericano siempre termina perdonando a sus enemigos o tratando de reformar a quienes le han hecho mal; el hombre bueno tiene en el bien de los otros su más grande recompensa.
En algunas culturas, como la europea o la norteamericana, hay en el hombre bueno rasgos dignos del guerrero; ser bueno no es ser idiota, ni cobarde, ni acomodaticio, ni “vivo”, ni siquiera un buen samaritano, hay mucho de egoísmo en el hombre bueno anglosajón, un egoísmo práctico, que implica estar bien primero él o ella, lo que significa triunfar en sus objetivos, alcanzar la independencia material, elevarse sobre los demás y asegurar su predominio en un mundo en competencia; primero está él y los suyos y, en un segundo o tercer lugar, los demás.
El hombre bueno, en Latinoamérica, es colectivista, es el hombre del pueblo, generoso y espléndido, que antepone el interés de los demás por sobre el suyo propio, el que está con el pueblo, que es pacifista, tolerante, dispuesto a poner la otra mejilla ante una afrenta… muy al contrario con el hombre bueno nórdico, para quien la austeridad y la templanza rigen la vida del común, donde el sacrificio y la aventura riesgosa son el reto cotidiano de sus líderes; al hombre bueno nietzscheano no le tiembla el pulso para mandar a sus hombres a la guerra; decía el filósofo de Basilea: “…uno debe aprender a sacrificar a muchos y tomar en serio no escatimar hombres en sostener una causa.”
El hombre bueno latinoamericano está más cercano al altruismo, que muchas veces se confunde con la cobardía y la hipocresía, sus estrategias de sobrevivencia lo hacen convertirse en necesario para los demás, prefiere sacrificar sus metas para lograr que otros avancen, lo que quiere decir que está dispuesto al sacrificio, no le gusta la violencia, ni la imposición y sus victorias se logran gracias al trabajo en cooperación con los demás.
El profesor de filosofía Stephen R. C. Hicks, en su ensayo Egoísmo en Nietzsche y Rand (2009), nos dice que en todo sistema ético lo normativo sigue a lo valorativo, son los valores los que determinan las conductas esperadas, y en este sentido nos refiere:

Los dos grandes contendores en la historia de la ética son el yo y los otros. La ética del interés propio sostiene que el yo es el mayor valor, que uno debe seguir y satisfacer su propio interés, y que uno debe medir todos los otros valores en términos del impacto sobre nuestro propio interés. Son las teorías del egoísmo- del griego ego que se refiere a uno mismo, al yo. .. La ética que rechaza el interés propio como principal valor usualmente lo sustituye por el interés de los demás y mide todos los otros valores en términos del impacto en el interés por los otros. Estas teorías son altruistas- derivada del latín alter que el otro, altruismo es entonces el principio de otro-ismo.

Como ya deben suponer mis avispados lectores, el hombre bueno en Latinoamérica es fundamentalmente un altruista, no por naturaleza, porque creo que no hay seres más egoístas que los Latinoamericanos, sino por imposición cultural, especialmente gracias a los arquetipos de la novela radial cubana, antecesora de las telenovelas y del socialismo y, por supuesto, por causa de la moral cristiana.
Al venezolano le han robado la agresividad, el espíritu combatiente, su naturaleza Caribe, en la que destacaba la rebeldía, ser indoblegable, y la han sustituido por una extraña amalgama de vocación de mártir, ligado con pacifista a ultranza y con una especie de idiotismo conformista, siempre a la espera de un gladiador que dé las batallas por él, o por el milagro que lo salve de una situación comprometedora; los venezolanos parecieran haber perdido su facultad y habilidad para la sobrevivencia ante un enemigo violento y opresor y, en vez de luchar por su vida y sus derechos, prefiere negociar y ceder, acomodarse ante el agresor.
Me da una profunda lastima ver a nuestros jóvenes políticos publicitarse como si fueran unos bobos “perdona vidas”; no hay afrenta, por más grave que ésta sea, que no se pueda perdonar u olvidar, incluso la violación de la propia familia por parte del enemigo, se esperan sean perdonados la tortura y el exterminio; la prédica, desde los estrados de nuestra política nacional, es la de la resistencia pacífica ante un enemigo agresivo; la negociación se utiliza como recurso para eludir la confrontación, necesaria ante una actitud irresponsable y cruel; el hombre bueno latinoamericano oculta su cobardía aprendida con la claudicación de su derecho a existir.
Están tan trastocados nuestros valores que vale más un enemigo sano y sin un rasguño que cien de nuestros hermanos masacrados a mansalva; hasta ese grado de degradación hemos llegado por aceptar valores que no son nuestros, por insistir en poner la otra mejilla y permitir una y otra vez que las líneas rojas de nuestros principios sean cruzados y estemos continuamente replegándonos, hasta el punto de perder nuestros propósitos más valiosos.
En estos días vi a uno de nuestros líderes llamar al respeto de la memoria del asesino de Chávez en el aniversario de su desaparición, porque del lado de nuestros enemigos (quienes te matan y te roban; son tus enemigos y punto, no hay otra interpretación) pudieran sentirse mal con un desplante por parte de la oposición. Tuve que contener la nausea que sentí ante el equivocado reclamo; igual me sucede con los defensores de la impunidad de los chavistas, con sus intentos de perdón y la oferta de inmunidades.
Una de las principales causas por la que perdimos al país es, precisamente, por este enfermizo acondicionamiento de nuestra voluntad a recibir palos en vez de darlos; y seguimos impasibles, sacrificando la vida de inocentes ante una maquina moledora de carne y actuando por principios altruistas… a todos ellos, mi incondicional desprecio.  -   saulgodoy@gmail.com



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