Aunque
ya hemos tratado este tema en un anterior artículo, no puedo sino seguir
elaborando sobre un tema que me apasiona, la confrontación del público con el
arte, de la persona con la obra, es fundamental en la comprensión de la
experiencia estética, que como ya lo he señalado en varias ocasiones, resulta
fundamental en nuestra vidas porque de alguna manera le dan sentido a la
existencia.
El
profesor Vladimir .I. Konečni del Departamento de Psicología de la Universidad
de California, San Diego tiene una propuesta para sustituir lo que denominamos
“emociones estéticas”, aquellas que se desprende al experimentar el arte
presencialmente, sobre todo en el caso de la música, o estar ante una maravilla
natural y cuya descriptiva es confusa e imprecisa, por una nueva, que incluya:
el asombro estético, ser “tocado”, profundo en nuestro espíritu y ese
escalofrío, esa piel de gallina que somatiza una respuesta corporal ante el
estímulo de lo sublime.
En psicología
experimentar la felicidad y el miedo tiene un sustento de seguridad que es
importante, si no está presente este elemento de seguridad la experiencia puede
hacerse no sólo insoportable sino peligrosa, no es lo mismo sentir asombro por
la explosión de un volcán en una película, en la seguridad de nuestro asiento
en el cine, lejos del hecho real, que hacerlo personalmente con todas las
amenazas que eso representa incluyendo el peligro de muerte, la experiencia
estética es absolutamente diferente.
Sentir
la felicidad es otro asunto y de nuevo está involucrado elemento seguridad, a
una persona recién infartada no se le recomiendan emociones fuertes que
incluyen las buenas noticias, es necesario que la persona tenga un mínimo de
confort y seguridad para que la experiencia estética pueda ser realmente
apreciada, los barrios pobres que se encuentran cerca de las pirámides en
Egipto y viven cerca de estos monumentos, no siente el asombro ni el placer de
verlos, su cotidianidad en la supervivencia se los impide, de allí la necesidad
de ciertos requisitos mínimos de seguridad y confort para poder disfrutarla.
Hay
un condicionamiento que viene desde muy atrás en la historia de la humanidad
donde la experiencia de lo sublime se relaciona con experiencias religiosas y
místicas, sobre todo con un viaje iniciático que termina luego de sortear
caminos difíciles para poder presenciar la compañía de un maestro espiritual,
un templo o paraje, hay quienes hacen un peregrinaje para encontrarse con las
ruinas de Machu Pichu, o hay quienes lo hacen sólo para ver la Mona Lisa de
DaVinci en el museo del Louvre en París, o ir a escuchar una ópera de Wagner en
Bayreuth, el hombre primitivo, dentro de sus circunstancias y posibilidades,
también lo hacía para obtener esa goce intenso y único.
Hay
quienes para experimentar el estimulo ante la presencia de un espectáculo
natural, hacen largos viajes, algunos requieren de especiales habilidades como
el de los montañistas en su afán por coronar una cumbre, o pequeños grupos para
acceder a remotos lugares como los polos, o los que buscan en las aventuras
oceánicas, sacrifican el confort y la seguridad para poder exponerse a lo
sublime, son personas que pertenecen a una élite de los sobrevivientes que han
estado allí, donde muy pocos llegan y han presenciado lo real maravilloso.
Hay
un tránsito interesante entre el asombro y la veneración que la persona siente
por lugares y personas sagradas o investidas de poder, y el mismo sentimiento, pero
esta vez hacia artefactos hechos por el hombre, o sus interpretaciones en
diversas artes, al declamar, cantar, danzar o hacer música, que sería nuestra
aproximación mucho más mundana de la experiencia estética, el encuentro con la
obra de arte.
Cuando
algo nos mueve o nos “toca” en la presencia de una obra de arte, puede que no
sea tan intensa la sensación como la del aventurero que busca a Dios en las
alturas o en las profundidades de la tierra, pero es sin duda una muy agradable
sensación, aun en el caso de sentir terror o miedo inducido por una música o un
film, la experiencia estética está allí en medio de ese cúmulo de sensaciones
que nos embargan, hay quienes las llaman emociones genuinas, que podrían
producirse al mirar un cielo estrellado en una especial disposición de ánimo
que abra el camino hacia estadios profundos del alma, quizás eso fue lo que nos
quiso decir el filósofo Emanuel Kant con el epitafio que se mandó a labrar
sobre su tumba “Un cielo estrellado sobre
mi cabeza y dentro de mí la ley moral”.
Cuando
una persona confronta arte y le gusta, al punto de sentirse “tocado”, la pieza
que observa, lee o escucha, lo lanzan por una serie de asociaciones personales
que sin ese vínculo, o exposición al arte, no hubieran aparecido, se despiertan
una variedad de emociones y sentidos que difieren grandemente entre la
tristeza, la alegría y el miedo.
Esas
ideas, recuerdos, sensaciones y emociones que lo vinculan al objeto o
performance, es lo que hace que uno reconozca el valor de la pieza, esa
relación causa-efecto en la naturaleza cognitiva o emocional que despierta en
la persona lo atan al objeto o a la acción, aún tratándose de materia lógica,
numeral, de información dura y elegancia en los postulados, hasta una fórmula
matemática pudiera tener alcances sobre la trinidad estética en un experto.
El
profesor Konečni, nos menciona en su trabajo como el arte contemporáneo, en
algunas búsquedas experimentales, obvian lo sublime y su experiencia, en lo que
se ha denominado “la deconstrucción destructiva” que es una forma política de
la expresión artística que pretende dejar al arte clásico como evidencia de la
opresión de ciertas élites, de curadores, críticos e instituciones como museos
y galerías, gobiernos y patrones del arte, que pretenden perpetuar un solo tipo
de arte y experiencia estética en detrimento de la búsqueda creativa.
Vemos
entonces exhibiciones de arte que no tienen sentido sino en una reconversión intelectual,
en una crítica o burla a lo establecido, muestras como la de automóviles
involucrados en accidentes fatales, en la destrucción del objeto como podrían
ser en el sacrificio público de animales, puedan ser llamados arte, solo
aplicando la tesis de la destrucción destructiva.
La tesis
del profesor Konečni ha abierto un nuevo debate sobre la naturaleza del arte. -
saulgodoy@gmail.com
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