jueves, 14 de marzo de 2019

La trinidad estética



Aunque ya hemos tratado este tema en un anterior artículo, no puedo sino seguir elaborando sobre un tema que me apasiona, la confrontación del público con el arte, de la persona con la obra, es fundamental en la comprensión de la experiencia estética, que como ya lo he señalado en varias ocasiones, resulta fundamental en nuestra vidas porque de alguna manera le dan sentido a la existencia.
El profesor Vladimir .I. Konečni del Departamento de Psicología de la Universidad de California, San Diego tiene una propuesta para sustituir lo que denominamos “emociones estéticas”, aquellas que se desprende al experimentar el arte presencialmente, sobre todo en el caso de la música, o estar ante una maravilla natural y cuya descriptiva es confusa e imprecisa, por una nueva, que incluya: el asombro estético, ser “tocado”, profundo en nuestro espíritu y ese escalofrío, esa piel de gallina que somatiza una respuesta corporal ante el estímulo de lo sublime.
En psicología experimentar la felicidad y el miedo tiene un sustento de seguridad que es importante, si no está presente este elemento de seguridad la experiencia puede hacerse no sólo insoportable sino peligrosa, no es lo mismo sentir asombro por la explosión de un volcán en una película, en la seguridad de nuestro asiento en el cine, lejos del hecho real, que hacerlo personalmente con todas las amenazas que eso representa incluyendo el peligro de muerte, la experiencia estética es absolutamente diferente.
Sentir la felicidad es otro asunto y de nuevo está involucrado elemento seguridad, a una persona recién infartada no se le recomiendan emociones fuertes que incluyen las buenas noticias, es necesario que la persona tenga un mínimo de confort y seguridad para que la experiencia estética pueda ser realmente apreciada, los barrios pobres que se encuentran cerca de las pirámides en Egipto y viven cerca de estos monumentos, no siente el asombro ni el placer de verlos, su cotidianidad en la supervivencia se los impide, de allí la necesidad de ciertos requisitos mínimos de seguridad y confort para poder disfrutarla.
Hay un condicionamiento que viene desde muy atrás en la historia de la humanidad donde la experiencia de lo sublime se relaciona con experiencias religiosas y místicas, sobre todo con un viaje iniciático que termina luego de sortear caminos difíciles para poder presenciar la compañía de un maestro espiritual, un templo o paraje, hay quienes hacen un peregrinaje para encontrarse con las ruinas de Machu Pichu, o hay quienes lo hacen sólo para ver la Mona Lisa de DaVinci en el museo del Louvre en París, o ir a escuchar una ópera de Wagner en Bayreuth, el hombre primitivo, dentro de sus circunstancias y posibilidades, también lo hacía para obtener esa goce intenso y único.
Hay quienes para experimentar el estimulo ante la presencia de un espectáculo natural, hacen largos viajes, algunos requieren de especiales habilidades como el de los montañistas en su afán por coronar una cumbre, o pequeños grupos para acceder a remotos lugares como los polos, o los que buscan en las aventuras oceánicas, sacrifican el confort y la seguridad para poder exponerse a lo sublime, son personas que pertenecen a una élite de los sobrevivientes que han estado allí, donde muy pocos llegan y han presenciado lo real maravilloso.
Hay un tránsito interesante entre el asombro y la veneración que la persona siente por lugares y personas sagradas o investidas de poder, y el mismo sentimiento, pero esta vez hacia artefactos hechos por el hombre, o sus interpretaciones en diversas artes, al declamar, cantar, danzar o hacer música, que sería nuestra aproximación mucho más mundana de la experiencia estética, el encuentro con la obra de arte.
Cuando algo nos mueve o nos “toca” en la presencia de una obra de arte, puede que no sea tan intensa la sensación como la del aventurero que busca a Dios en las alturas o en las profundidades de la tierra, pero es sin duda una muy agradable sensación, aun en el caso de sentir terror o miedo inducido por una música o un film, la experiencia estética está allí en medio de ese cúmulo de sensaciones que nos embargan, hay quienes las llaman emociones genuinas, que podrían producirse al mirar un cielo estrellado en una especial disposición de ánimo que abra el camino hacia estadios profundos del alma, quizás eso fue lo que nos quiso decir el filósofo Emanuel Kant con el epitafio que se mandó a labrar sobre su tumba “Un cielo estrellado sobre mi cabeza y dentro de mí la ley moral”.
Cuando una persona confronta arte y le gusta, al punto de sentirse “tocado”, la pieza que observa, lee o escucha, lo lanzan por una serie de asociaciones personales que sin ese vínculo, o exposición al arte, no hubieran aparecido, se despiertan una variedad de emociones y sentidos que difieren grandemente entre la tristeza, la alegría y el miedo.
Esas ideas, recuerdos, sensaciones y emociones que lo vinculan al objeto o performance, es lo que hace que uno reconozca el valor de la pieza, esa relación causa-efecto en la naturaleza cognitiva o emocional que despierta en la persona lo atan al objeto o a la acción, aún tratándose de materia lógica, numeral, de información dura y elegancia en los postulados, hasta una fórmula matemática pudiera tener alcances sobre la trinidad estética en un experto.
El profesor Konečni, nos menciona en su trabajo como el arte contemporáneo, en algunas búsquedas experimentales, obvian lo sublime y su experiencia, en lo que se ha denominado “la deconstrucción destructiva” que es una forma política de la expresión artística que pretende dejar al arte clásico como evidencia de la opresión de ciertas élites, de curadores, críticos e instituciones como museos y galerías, gobiernos y patrones del arte, que pretenden perpetuar un solo tipo de arte y experiencia estética en detrimento de la búsqueda creativa.
Vemos entonces exhibiciones de arte que no tienen sentido sino en una reconversión intelectual, en una crítica o burla a lo establecido, muestras como la de automóviles involucrados en accidentes fatales, en la destrucción del objeto como podrían ser en el sacrificio público de animales, puedan ser llamados arte, solo aplicando la tesis de la destrucción destructiva.
La tesis del profesor Konečni ha abierto un nuevo debate sobre la naturaleza del arte.  -  saulgodoy@gmail.com








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