En el
interesante libro de Roger E. Olson, El
viaje de la Teología Moderna, De la Reconstrucción a la Deconstrucción (2013),
del cual desconozco que exista una traducción al castellano, hay un pasaje
donde recuenta aquella ocasión, en 1802, en que Napoleón Bonaparte, Emperador
de Francia, convoca ante su presencia al astrónomo Pierre-Simon Laplace, que
acababa de publicar su obra Méchanique
céleste (traducida generalmente como Cosmología), en varios tomos, y que
estaba revolucionando el mundo científico de su época; se trataba de su versión
del universo, aplicando las leyes naturales que Newton había descubierto.
De
acuerdo a registros de la época sobre aquella reunión, el Emperador le pregunta
a Laplace sobre el lugar de Dios en aquella descriptiva del universo, y el
astrónomo le responde “Je n’avais pas
besoin de cette hypothèselà” (“Señor, no tengo necesidad de esa hipótesis”).
A
Napoleón le pareció de lo más normal que un científico como Laplace le diera
esa respuesta, pero para el resto de la comunidad, sobre todo para la iglesia,
la declaración del científico era inaceptable y se armó un gran revuelo que,
como usualmente sucede, ayudó a publicitar más la obra.
Aquello
era parte de la avalancha de la llamada Ilustración, que señalaba el inicio de
la Modernidad, producto de los cambios fundamentales en la visión del mundo que,
desde los tiempos del descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón,
se instalaba poco a poco en las mentes de los hombres y se consolidaba con los
descubrimientos científicos, que surgían como hongos en el paisaje después de
la lluvia.
Le costó
a la Iglesia digerir que el poder que tenía en el mundo iba en retirada; si en
el pasado podía coaccionar, reprimir y suprimir a los enemigos de la fe, ahora,
en tiempos de la razón, su respuesta inquisitoria y de procesos judiciales
contra lo que consideraba herejías (oposición) ya no era posible, ni tenía el
mismo efecto; su autoridad sobre el dogma religioso se diluía, en medio de los
descubrimientos y avances científicos; por primera vez, en su larga y exitosa
historia, el cristianismo se preguntaba si la reforma, ese proceso de ruptura y
violencia que dividió a la Iglesia, entre otras causas, por su incapacidad al
cambio, había sido, al fin de cuentas, necesario.
Pero
la lucha de la Iglesia iba a tomar un giro inesperado, ya no sería tanto
por probar la vigencia o no de sus
doctrinas y creencias, sino por la sobrevivencia misma de la institución contra
una ideología que quería su desalojo en la vida social… eso sucedió con la
aparición del comunismo.
La
Iglesia era de las pocas instituciones que permanecía fiel a su estructura
autoritaria, centralista, vertical, el modelo perfecto de absolutismo,
evidenciado en el Vaticano y el papado como fuente de autoridad espiritual; la
única manera de entender el poder de Dios hacia los hombres se replicaba en el
modelo eclesiástico, con un Papa a la cabeza, como pastor de multitudes, y una
iglesia a su servicio para poder gobernarla.
Era
una estructura de poder envidiada y apetecida por los comunistas, como modelo
de gobierno. Con esa ideología, que apareció ya consolidada a finales del siglo
XIX y principios del XX, a pesar de que era vista como parte de esa
superestructura del capitalismo dominante, los revolucionarios marxistas se
propusieron infiltrar y tomar la Iglesia Católica; así surgió una estrategia perniciosa
en ese proceso de mimetismo de la izquierda, en que desarrollaron una parte de
su filosofía sobre las líneas de los valores humanistas de la Iglesia Católica,
copiándolos y haciéndolos suyos… y no fue muy difícil, se valieron de los
postulados de amor al prójimo, solidaridad con tus hermanos y la exaltación de
los pobres y los más necesitados; al comunismo le fue fácil transformar la
piedad y la caridad en obligaciones partidistas para sus miembros, porque el
camarada encarnaba al nuevo cristiano y la solidaridad, lo que fusionaba a la
clase obrera.
Esa
práctica del comunismo de mutarse en los valores cristianos prendió las alarmas
dentro de la Iglesia; dependía de los Papas mantener la resistencia de este
ataque, y algunos de ellos enfrentaron esta nueva amenaza, otros pontífices lo
vieron como una oportunidad de incrementar su poder sobre una feligresía que se
les presentaba separada por discriminaciones políticas y militares; mientras la
revolución rusa se expandía por el mundo, sobre todo por Europa, algunos Papas
prefirieron amoldarse a los gobiernos totalitarios de izquierda, para poder
mantener su influencia en esos países detrás de la cortina de hierro, como fue
el caso de la mayor parte de los países de la Europa del Este y los Balcanes.
La
Iglesia tuvo que enfrentar varios problemas de orden político que atentaban
contra su estabilidad institucional, el primero era de origen interno,
problemas con el reinado de Italia y su gobierno que, por un lado, bajo el lema
de la Unificación Italiana, reclamaba la incorporación del estado del Vaticano
a la unidad nacional; eso puso en conflicto la autoridad del rey de Italia y
las Dos Sicilias, Francisco II (1836-1894), con el poder papal; el otro asunto
era la presión para adelantar cambios doctrinarios, administrativos y
políticos, que ejercían algunos sectores dentro de la Iglesia, pues deseaban
modernizar la Iglesia para adecuarla a los nuevos tiempos… las fuerzas
progresistas pedían cambios urgentes.
Esta
situación hizo obligante la realización de aquel primer Concilio Vaticano, que
fue llevado a cabo por el Papa Pio IX y que, tal como lo recoge en su acucioso
ensayo, La lucha de la Iglesia contra el
comunismo (2009), del investigador mexicano Joseph Ferrero: “Los propósitos del Papa, que sólo pensaba
en una consolidación del poder máximo en el sentido tradicional, se enfrentaban
a las ideas de toda una serie de obispos y también de laicos, espiritualmente
interesados, que esperaban una transformación del poder eclesiástico en un
sentido que correspondiera a las exigencias del siglo”.
Fue
el Papa León XIII quien, desde su asunción al trono de San Pedro, en 1875, tuvo
que enfrentar al que sería un enemigo de cuidado, ya Marx tenía a la Iglesia
como objetivo a neutralizar por parte de las fuerzas del proletariado, por ser
aliada de la burguesía explotadora, y el pontífice estaba claro en que el
capitalismo era necesario para el sostén de la clase obrera y la estabilidad de
la economía en la sociedad; estaba consciente que había asuntos que resolver,
problemas de justicia y equidad que se desprendían de la práctica del
capitalismo, pero confiaba en que podía encontrárseles soluciones; en 1891
calificó al socialismo de “un cáncer que
pretendía destruir los fundamentos mismos de la sociedad moderna”.
Este
Papa fue el que introdujo, por primera vez, el concepto eclesial de Justicia
Social; por un lado, apoyaba la intervención del estado en asuntos de
regulación de la economía, y por el otro defendía, de manera clara, el respeto
a la propiedad privada. Todavía se discute si los resultados de este Primer
Concilio Vaticano apoyaban o no a la tendencia socialista dentro de la Iglesia,
lo que sí quedó claro es que afianzó aun más el poder del Papa sobre la
institución, otorgándole el recurso adicional de la infalibilidad.
Desde
principios del siglo XX, la vida política del Vaticano se caracterizó porque procedía
de unos papas conservadores, anti modernistas; fue el caso de los Papas Pio X
(Guiseppe Sarto), Pio XI (Aquile Ratti), Pio XII (Eugenio Pacelli)… pero con la
llegada de Juan XXIII (Angelo Roncalli), la gran nave del cristianismo empezó a
hacer aguas.
Estos
papas tuvieron que afrontar las dos guerras mundiales y la Guerra Fría y, con
cuestionables niveles de éxito, la mayor parte de sus actuaciones pasaron como
moderadas; pero era inevitable, Europa estaba conmovida por otros motivos e
intereses, los servicios diplomáticos y de inteligencia de todos aquellos
bandos jugaban con agresividad en el tablero europeo y el Vaticano era, sin
duda, un territorio en apariencias neutral, pero muchas veces fue obligado, a
punta de pistola, a tomar decisiones bastante comprometedoras.
De
acuerdo al historiador Paul Johnson, en su Historia
del Cristianismo (1976), para el año de 1914 la Iglesia estaba ocupada en
ajustarse a los nuevos conocimientos, que surgían de todos lados; los papistas
creían que Roma se transformaría en el centro del universo cristiano y el Papa
en su máxima autoridad; los protestantes estaban embarcados en sus misiones
evangélicas, sobre todo los norteamericanos con su voluntarismo, que llevó a sus
pastores a remotas regiones del planeta para predicar la palabra de Dios; en
Europa había una gran expectativa sobre los beneficios y el progreso que el
mundo recibía del trabajo, la industria y la inventiva de la raza blanca.
Todo
esto se reduciría a meras ilusiones con el estallido de la Primera Guerra
Mundial, a ese respecto nos dice Johnson:
La Guerra hizo caer en cuenta la
superficialidad con que la cristiandad europea, supuestamente basada en una
moralidad común, probó que aparte de una red de relaciones matrimoniales entre
las familias reales para prevenir Armagedón, o para detener mutuos genocidios
(…) Las divisiones de la cristiandad, en cuanto a doctrinas y diferencias
eclesiásticas, tan rica en historia, tan estridentemente debatidas y
defendidas, probaron ser totalmente irrelevantes… ninguna de las iglesias
cristianas pudieron jugar un papel en el conflicto en ciernes, ni ofrecer posibilidades
de reconciliación.
Cuando
la guerra, se peleó en las trincheras, ni siquiera los sacerdotes y monjas se
contuvieron por sus valores religiosos, pudieron más sus nacionalismos y todos
fueron parte activa de la guerra, algunos más allá de las expresas
prohibiciones canónicas de no usar armas y derramar sangre… 79.000 voluntarios
religiosos fueron movilizados; de estos, 45.000 provenían solamente de Francia,
5.000 sacerdotes franceses perdieron la vida en acción.
Para
la Segunda Guerra Mundial, ya el Vaticano era un bastión importante en la
estrategia de los bandos en pugna, se convirtió, no sólo en una encrucijada de
denuncias, ayudas, y pactos humanitarios, sino también en un mercado de
favores, traiciones y trampas.
El
gobierno de Stalin aprovechó los vínculos de la Iglesia Ortodoxa Rusa con el
Vaticano para introducir sus agentes y espías; igual hizo Mussolini y su
gobierno fascista; Hitler se convirtió en la peor pesadilla del papado. Aún más
peligroso que el comunismo, el dictador alemán despreciaba al cristianismo como
una religión de esclavos y, para después de darle la solución definitiva al
problema judío, tenía planes siniestros para la iglesia de Cristo. Los aliados
utilizaron la presencia de la iglesia en el mundo para llevar a cabo operaciones
encubiertas, de modo que fueron años en que el Vaticano se convirtió en un hervidero
de complots e intrigas.
En esos
tiempos de guerra, el Vaticano se contaminó con diferentes grupos de dudosa
reputación; parte del clero tenía afiliaciones con sociedades secretas, sobre
todo con la masonería internacional, la mafia italiana y otras organizaciones
criminales. En algunos de los órganos auxiliares de la Iglesia hubo
infiltración de incierta procedencia, entre ellos se destaca la IOR (Instituto
para las Obras de Religión), que era el banco del Vaticano, donde se enquistó
una peligrosa organización para el lavado de dinero e inversiones de dudoso
origen, que tuvo su mejor momento durante el pontificado de Juan XXIII,
conocido como “el Papa bueno”, un masón muy activo y con amplias conexiones con
personajes bastantes oscuros; de allí nació la logia P-2, que tendría una
singular ascendencia sobre las finanzas del Vaticano, llevándolo varias veces
al borde de la quiebra y se sospecha que los integrantes de esa logia fueron
autores en la planificación y ejecución de asesinatos de banqueros, y serían sospechosos
de manejar la tenebrosa muerte de Albino Luciani, el Papa Juan Pablo I, quien
estuvo apenas 33 días en el trono del Vaticano.
Desde
hace mucho tiempo, la corrupción y el vicio han estado presentes en la historia
del papado; hábilmente, la iglesia siempre ha salido victoriosa y demostrado
una resilencia admirable, pero nunca había sido tomada por el socialismo, llevaba
dos siglos combatiéndolo, la mayor de las veces con una inteligencia admirable,
con una voluntad de hierro, hasta el momento en que surge en el horizonte la
figura del sacerdote jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, cuya investidura
como el Papa Francisco marcaría el asalto de la Iglesia por las fuerzas del
comunismo; este episodio se complementa con la llegada del sacerdote venezolano
Arturo Sosa a General de la Compañía de Jesús; en términos de la cultura
popular, eso significaría que tanto el Papa blanco como el Papa negro, ambos,
son fichas activas de las fuerzas revolucionarias de la izquierda mundial.
Lo
que quiero decir es que, con la llegada de estos dos individuos, ya la Iglesia
Católica, Apostólica y Romana está infiltrada por agentes del socialismo, que habían
preparado el escenario para la entronización de estos dos Latinoamericanos,
comprometidos con el Nuevo Orden Mundial, ambos fichas fundamentales de la
Agenda 21 de la ONU, del Desarrollo Sustentable, que es el plan socialista para
el mundo, disfrazado de Agenda Ambiental, y que implica cambios profundos en la
redistribución de la riqueza en el mundo, así como importantes modificaciones
en el derecho de propiedad, patrones energéticos, flujos de inversión y, sobre
todo, cambios políticos hacia un colectivismo sin precedentes, con gobiernos
autoritarios que mantengan el orden durante estos cambios en las reglas
globales de relaciones.
El
escándalo desatado por la historia del arzobispo de Washington, MacCarrick, uno
de los altos oficiales cercanos al Papa Francisco, refleja algunos de los modos
operandi que ciertos servicios de inteligencia aplicaban en el entrenamiento y
reclutamiento de sus agentes para el Vaticano: “He (McCarrick) spent
a year of his young life in what appears to be a Swiss training center
established by the Soviets.” (Pasó un año de su vida en lo que se
sospecha era un centro de entrenamiento en Suiza establecido por los
soviets). Su modus operandi era el usual en el espionaje
soviético: corromper a sus allegados con el sistema MICE (Money, Ideology, Commitment, Extorsion, en el caso del ex cardenal
era extorsión por pederastia) y le permitió llegar a lo más alto hasta ser
protegido del Papa Bergoglio, a pesar de saber éste de sus fechorías. Su
misión era debilitar internamente a la Iglesia y llenar altos cargos con otros
de su mismo corte para torcer la doctrina y las enseñanzas católicas.
Este objetivo se ha cumplido en la Iglesia exitosamente por obra de muchos en
los últimos 50 años. La KGB (hoy FSB) dedica el 85% de su presupuesto a
cambiar la mentalidad y tendencias de la sociedad, y apenas 15% a espionaje.
La
Iglesia socialista se alió con el partido demócrata de los EEUU y la
Internacional Socialista para lograr un frente común, líderes y financistas
como Barak Obama, George Soros, Fidel Castro, una enorme cantidad de artistas
del Hollywood rojo rojito que promueven sus planes de dominación mundial por
medio de la filosofía de la liberación; en el caso de la Compañía de Jesús es
inaceptable que le den mayor importancia a su cartera de inversiones que tienen
en Cuba (hoteles, bienes raíces y otras), y presionen al gobierno español para
que proteste por las medidas de embargo que los EEUU le ha impuesto al régimen
castrista, que las pérdidas de vida que sufre Venezuela, precisamente por la
injerencia policial y militar cubana en
nuestro país.
Nunca
antes la Iglesia ha estado tan marcada por la llamada Justicia Social y
Ecumenismo como en los actuales momentos, al punto que ya es prácticamente irreconocible
la verdadera Iglesia; el Papa Francisco es, en la realidad, un Anti Papa, que
ha dado todas las señales de una decadencia in
extremis, dice que no hace la señal de la cruz cuando bendice para no herir
susceptibilidades, si nos fijamos en su apoyo al matrimonio homosexual, su
encubrimiento de los escándalos de pedofilia entre los altos círculos del
Vaticano, sus cambios en los rituales para hacerlos más “amigables”, con la excusa
de un acercamiento al hombre y la mujer común, el blanqueo de dineros producto
de la corrupción del chavismo en Venezuela… son todos síntomas de una extraña
mutación hacia valores ajenos a nuestra verdadera religión.
Su
apoyo abierto a regímenes totalitarios y sus líderes, en especial su interés en
preservar el régimen cubano de Raúl Castro y el de Evo Morales en Bolivia, con
quienes se ha reunido y a quienes ha bendecido, su banalización de ciertas reglas
que protegían la integridad familiar, como su acercamiento a los divorciados…
todo indica que el comunismo internacional está haciendo algo mucho más
productivo y letal que simplemente destruir a la Iglesia, como lo quería Marx, porque
quieren aprovecharla como un vehículo disponible para la indoctrinación de sus
valores y principios… y los vemos utilizar a la Iglesia para contaminar a
occidente con el Socialismo del Siglo XXI.
Soy
de la opinión que los fieles somos parte fundamental de la Iglesia, nosotros
somos quienes la sostenemos y le brindamos apoyo, no creo que debamos
permanecer sin hacer nada mientras la toman estas fuerzas materialistas y antropocéntricas
que quieren transformarla, creo que nuestra Iglesia nos necesita para expulsar
a los revolucionarios del templo de Dios, debemos unirnos y repudiar a estos
mercaderes del marxismo, el cristianismo no es comunismo, y tanto el Papa
Francisco como el General de los Jesuitas, Arturo Sosa, nos están moviendo el
piso de nuestras creencias y matando nuestra espiritualidad, no lo permitas. -
saulgodoy@gmail.com
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