De
entrada aclaro, no son sólo los revolucionarios quienes asesinan personas, hay
muchos grupos, instituciones, individuos, que lo hacen y por diversas razones,
pero siempre me ha llamado la atención la excusa de los revolucionarios para
hacerlo, los motivos que lo impulsan, las justificaciones que aducen al momento
de ejecutar a sus víctimas.
En
Venezuela, mi país, donde tenemos a un gobierno que se autodenomina
“revolucionario”, la pena de muerte, aunque no está consagrada en la
constitución ni en ninguna ley de la República, es una práctica que el gobierno
chavista ha ejercitado con impunidad y alevosía, ha revestido este delito de
asesinato con una excusa de carácter legal e ideológico, al punto, de que
cuenta con sus propios escuadrones de la muerte, funcionarios uniformados, en
vehículos oficiales, en condición de anonimato y hacen su trabajo de manera
abierta y rutinaria.
El
asesinato de personas se ha convertido en una tarea usual por parte de órganos
policiales y represivos del estado, la dictadura de Maduro se ha caracterizado
como un régimen sangriento y violento y ha hecho de la pena de muerte, una
actividad de gobierno como cualquier otra, pero debemos aclarar, lo común en
estos casos es que no existan procesos judiciales, ni sentencias de un órgano
jurisdiccional, ni la aplicación de la ley, excepto por unos escuetos reportes
que indican resistencia armada al arresto o intento de fuga, si acaso firmado
por algún fiscal de turno, también es común que se manipule la escena del
crimen para dejar indicios de resistencia, armas, material sedicioso, drogas y
otros elementos que imputen peligrosidad a la víctima.
Las
personas que caen muertas en estos operativos, en su gran mayoría cuentan con
antecedentes penales, con un prontuario policial por diversos delitos y
reconocidas como delincuentes peligrosos, pero también caen en estos “operativos
de profilaxis social” personas inocentes, testigos inoportunos presentes en el
lugar y momento equivocados, víctimas colaterales producto de los
enfrentamientos, personas consideradas “incómodas” por el régimen, militantes
de la oposición política, testigos o participantes en algún procedimiento
encubierto y que necesitan “limpiar”, o víctimas de alguna venganza personal de
funcionarios actuantes.
Estos
números rojos envuelven a una serie de personas que se confunden con una idea
equivocada y peor ejecutada de justicia, la matanza al por mayor envuelve a una
serie de casos que no pasan de ser ejecuciones sumariales en el sitio y que no
tienen mayor repercusión, aunque en regímenes totalitarios como el de Maduro
estos actos de justicia revolucionaria son claves en el mantenimiento del
supuesto orden y paz social, que en realidad es un aviso, una amenaza muy
directa en contra de elementos contra-revolucionarios y enemigos del régimen,
de lo que el gobierno está en capacidad y dispuesto a hacer por conservar el
poder.
Los
revolucionarios socialistas bolivarianos son una mutación de los
revolucionarios cubanos, unos predadores de seres humanos que se han hecho con
el poder político de un país, y mantienen a sus sociedades bajo un control
militar-policial, con la amenaza de muerte sobre sus cabezas en caso de que
quisieran revelarse en contra de su hegemonía.
La
gran cantidad de presos políticos que tienen, las torturas que se les inflige,
las muertes accidentales, por enfermedades, por excesos de violencia o por
descuidos es considerable, cuando alguien es detenido por razones políticas
inmediatamente pierde su derecho a la vida y queda de parte de funcionarios
policiales decidir sobre el grado de padecimiento que ha de sufrir privado de
su libertad, sin testigos, sin defensa, sin derechos.
En
todas las revoluciones se repiten estos casos de excepción, de suspensión del
estado de derecho para ciertos individuos que entran en un régimen especial de nuda vida, como nos lo descubrió el
filósofo italiano Giorgio Agamben, al descifrar los campos de exterminio nazis
durante la Segunda Guerra Mundial, y las secuelas que han perdurado a estos
crímenes de guerra; todas las revoluciones han cojeado de esa pata y todas
insisten en justificar estos delitos como producto de condiciones especiales
que les otorga el derecho y las leyes.
Lo
cual es sumamente curioso, ya que las revoluciones tienden a terminar con el
orden establecido, en el caso de las revoluciones comunistas o socialistas, con
el orden burgués, que implica desmontar esa superestructura de normas y
procedimientos que conforman el mundo del derecho, y que sea justamente el
derecho burgués, la lógica jurídica racional del ordenamiento legal, la que ha
sostenido la supuesta explotación de una élite oligarca en contra de un pueblo
oprimido, la que utilicen los revolucionarios para justificar sus crímenes de
lesa humanidad.
Los
revolucionarios adoptan cualquier estrategia que les permita continuar con su revolución,
no importa si esta es legal o no, actuando bajo el principio del poder absoluto
que da el monopolio de la violencia institucional, y bajo el argumento de
defender a la comunidad o la tranquilidad social, crean estas condiciones de
violencia selectiva con el propósito de crear temor y miedo en la población,
sirviéndose de estas ejecuciones como una forma de control social, algo similar
a las antiguas picas donde exhibían las cabezas decapitadas de los enemigos de
las ciudades en los muros de entrada, para que forasteros y comuneros tuvieran
presentes el ejemplo de lo que sucede si no cumplieren con los preceptos de los
amos del orden.
Los
revolucionarios que llegan a los puestos de liderazgos, todos, sin ninguna
excepción cumplen con el requisito obligado de tener en su haber actuaciones
que han costado vidas, son asesinos consumados y dispuestos al sacrificio
final, de hecho, en el caso de los chavistas llevan las acusaciones y procesos
judiciales internacionales como violadores de derechos humanos en su contra,
como si fueran collares de orejas del enemigo caído alrededor del cuello,
mientras más demandas por responsabilidad en masacres, atentados, muertes y
desapariciones, mayor el orgullo y la autoritas
que reflejan sus oscuros expedientes.
Todas
las revoluciones se caracterizan por estados de excepción y poderes de
emergencia, el clima natural de las revoluciones es la violencia que se
requiere para desbancar el viejo orden y crear el nuevo, lo que significa
situaciones de fuerza, confiscaciones, detenciones, allanamientos, arrestos,
procesos populares de justicia… tanto Arendt como Foucault se enfrentaron a una
novedosa forma de “justicia” producto de los regímenes totalitarios de
aparecieron en el siglo XX y que se afincaban en los aspectos biopolíticos de la dominación total, de la existencia de zonas
sin ley en las que era imposible separar los hechos de lo que era correcto,
lugares donde la vida humana que quedara atrapada podía ser asesinada, o dejada
abandonada para que muera, o mantenida a penas en el límite de la sobrevivencia,
allí nacieron los campos de concentración, las prisiones para los presos
políticos, “las tumbas” y helicoides.
La
revolución cubana cobró su cuota de víctimas en el momento de su irrupción, y
sigue exigiéndola para mantenerse luego de sesenta largos años en el poder, sin
que exista la posibilidad de que alguien o algo les reclame un cambio, esa
revolución fue su principal producto de exportación hacia el resto de
Latinoamérica y África.
El
chavismo les compró la franquicia, y en estos últimos veinte años la revolución
bolivariana ha sacrificado cuatro millones de vidas de venezolanos en los
altares de la utopía socialista, cinco millones de desplazados y mantienen a 17
millones de rehenes en condiciones de hambruna e insalubridad, y todavía
contamos con políticos de una supuesta oposición que piensan, que esta
situación puede sostenerse indefinidamente, para conveniencia de sus intereses
y prejuicios morales.
En su
ensayo La ley y la sacralidad de la vida
del pensador Miguel Vatter nos recuerda:
De acuerdo a la versión de Arendt, la
condición decisiva para la política totalitaria fue la aparición del animal laborans, un ser humano que
trabaja en orden para vivir y vive en orden para trabajar. Y como eltrabajo es,
para Arendt y Marx, la condición por medio de la cual el ser humano se
relaciona con su vida biológica, la reducción de todas las formas políticas y
culturales de la vida humana (bios) al mantenimiento de la vida natural del
trabajo (zoe) no podía tener otro resultado que la zoologización de la política que caracteriza a los regímenes
totalitarios; la creación de una “raza superior” de hombres por un lado, y la
producción de una forma de vida “sin valor” que pueda ser completamente
controlada, manipulada y eventualmente exterminada.
Es tan revelador que el dictador Maduro se
autodenomine el “presidente obrero” y que la revolución viva en función del
pueblo trabajador, y que simultáneamente haya creado a una élite de conductores
y líderes que no trabajan sino que viven la “vida loca”, una clase aparte que
nada les falta, que todo lo tienen en medio de un país en miseria, donde la
mayoría del pueblo está siendo explotado de la manera más opresiva, trabajando
para sostener a la casta revolucionaria en Venezuela y Cuba, a cambio de su
salud y su vida.
En términos de la modernidad soberanía ya no
significa que el estado tenga la decisión de vida o muerte sobre un individuo,
sino asegurar por medio de la vigilancia masiva y un régimen policial, la
seguridad de una gran masa de ciudadanos, y en regímenes totalitarios, la
potestad de exterminio sobre esa masa de población.
Esa necesidad de emitir carnets a diferentes grupos,
de listados y registros, de censos y catastros, de banco de datos, de la
obligación de suministrar información individual es simplemente la necesidad
que tiene el estado de tener a su población bajo control, de allí que las
nuevas tecnologías de manejo de grandes volúmenes de data, de vigilancia por
cámaras, por drones, con programas de
reconocimiento de rostros, con permisos y pases especiales entre zonas de
seguridad, con chips especiales con
información magnética… la tecnología 5G en internet está en plena capacidad de
prestar servicios de vigilancia masiva a las autoridades estatales, eso es lo
que empresas chinas han desarrollado y puesto en práctica en su paísy áreas de
influencia, y es lo que está contratando la dictadura de Maduro, para tenernos
a todos en estado permanente de sospecha.
Los chavistas asesinan gente porque es parte de su
oficio, esa cantidad de muertos los mantienen en el poder, gozando de
privilegios que nadie más tiene, incluyendo una gran impunidad, son los dueños
del país y con esto incluyo a la población, tienen soberanía absoluta sobre
nuestras vidas y pueden, si se lo permitimos, que empiecen programas de
exterminios masivos, todo está planificado para que eso suceda de esa manera,
ya una de sus lideresas declaró a la prensa, ellos no están aquí para gobernar,
sino para garantizar que la revolución permanezca… por siempre.
Pero algunos de nuestros representantes políticos en
la llamada oposición democrática, están creyendo otra cosa, no le están dando
crédito a estos revolucionarios asesinos, creen que se trata de gente que puede
razonar y tener algo de espíritu republicano, el mínimo necesario para negociar
con ellos, e incluso cohabitar y gobernar conjuntamente, pregunto ¿Le confiaría
usted su futuro a un político tan confundido?
- saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario