Robert
Oppenheimer (1904-1967), el padre de la bomba atómica, en los últimos meses de
su vida recibió una serie de honores y reivindicaciones que, por un lado,
enaltecían sus contribuciones a la ciencia, a su papel en la guerra a favor de
la causa aliada y su patriotismo, al adelantar el proyecto de un arma de
destrucción masiva que ayudó, de manera definitiva, a ponerle punto final a la
Segunda Guerra Mundial, y que obligó al Japón, luego de la destrucción de
Hiroshima y Nagasaki, a rendirse incondicionalmente.
Pero
también fueron actos que trataban de restituirle el honor perdido, a causa de
investigaciones y juicios políticos que lo habían hecho perder la confianza de
las autoridades en su persona, por tener simpatías con el comunismo y por la
sospecha de haber contribuido a que los rusos pudieran desarrollar su propio
arsenal atómico, no era poca cosa, sospechaban de él como un espía, de hecho,
había perdido su credencial de seguridad, y el gobierno de su país lo había
apartado de todas las instalaciones y laboratorios de investigación atómicas,
que él había ayudado a diseñar y construir, para colmo de males, el FBI lo
estaba siguiendo y monitoreando.
En
una reunión que él ayudó a promover, de académicos e intelectuales para
asegurar por medio de ONG’s que el gobierno norteamericano estuviera lo
suficientemente vigilado para que su actividad atómica fuera segura para el
mundo, que se realizó en New York en 1964 confesó ante el selecto público lo
siguiente:
“Hasta hace poco… apenas hice algo, casi
nada, o no quise hacer nada, ni siquiera un artículo sobre física, o una
charla, o al leer un libro… al hablar con un amigo, o querer a alguien, se
levantaba en mí una inmensa sensación de fracaso y que algo estaba mal. Aquello
se tornó imposible… vivir con alguien más teniendo presente que lo que yo había
hecho era apenas una parte de la verdad… y en el intento de salir adelante y ser
un hombre razonable, caí en cuenta que mis preocupaciones sobre mis acciones,
eran válidas e importantes, pero que no eran la historia completa, que debía
haber una manera complementaria de ver aquello, porque había gente que no veía
las cosas como yo las veía, y necesitaba verlas como ellos las veían, lo
necesitaba”.
Oppi, como lo llamaban sus allegados, amigos y
alumnos, nunca pudo llevar una vida normal luego de que fuera el jefe del
Proyecto Manhattan, en Los Álamos, Nuevo México, donde fabricaría el arma más
mortífera del mundo, nunca pudo superar el horror que sintió mientras recibía
los despachos desde el Japón contabilizando las muertes y la destrucción que
sus bombas “Little Boy” y “Fat Man” habían ocasionado.
No en vano cuando probaron por primera vez el
prototipo que habían construido en el campo de pruebas de Alamogordo, en julio
de 1945, y vio aquella enorme explosión desde el bunker de cemento reforzado
que le servía de puesto de observación que sacudió el desierto, dijo, citando
el Bhagavad
Gita: “Me he convertido en la muerte,
en el destructor de los mundos.”
Creo que fue en una revista Omni, que leí un artículo donde estaba el testimonio de un vaquero
que cuidaba un rebaño de ganado situado a varias decenas de kilómetros del
sitio de la explosión, que cuando se produjo el flash de luz en el horizonte,
pudo ver los esqueletos de los animales que pastaban plácidamente como si se
tratara de una placa de rayos X.
El desarrollo de aquellas armas es una de las
historias más increíbles de la ciencia moderna empezando que para el año de
1938 la física teórica era una de las especialidades universitarias más oscuras
e incomprendidas del mundo, pero en las que estaban ocurriendo una serie de
adelantos que cambiaban de manera radical la manera de entender al mundo y que
sólo estaban al alcance de un puñado de especialistas.
Alemania, Inglaterra, Francia, Suiza, los países
nórdicos y los EEUU eran algunos de los sitios donde científicos desarrollaban
algunas aplicaciones, sobre todo con fines de entender las fuerzas cósmicas que
detectaban en el espacio, y para encontrar fuentes alternas de energía útiles
en la tierra, y fue ese año en que se habló por primera vez, en la posibilidad
de embridar y utilizar la energía que sabían se producía al dividir el átomo.
Para los años treinta del pasado siglo en los EEUU,
sólo en el estado de California e Illinois, en la Universidad de Berkeley y en Caltech,
y en la Universidad de Chicago, eran de los pocos lugares donde se practicaba
la física teórica y experimental, y fue gracias a la gestión de los rectores de
esas casas de estudio en lograr mejorar esos recursos, atrayendo profesores,
construyendo modernos laboratorios y contando con presupuestos para
experimentos, que fueron preparándose para participar en una de las competencias
más peligrosas en la historia de las ciencias.
La humanidad estaba descubriendo los secretos de la
energía de las estrellas y desentrañando los misterios de la materia y para
hacerlo había que prepararse; era un emprendimiento sumamente costoso que muy
pocos países del mundo podían entender y costear, visto la cantidad de máquinas
y sensores que tenía que tener a disposición, de los complicados procesos para
hacerse con los materiales propulsores, lo cual pasaba por un gusto demasiado
exótico para el mundo académico de la época, de hecho, el desarrollo de la
energía atómica nació gracias a distintos eventos que se produjeron en
diferentes países casi simultáneamente, afortunadamente se compartieron dentro
de esa comunidad científica, nadie se imaginaba que a los pocos años habría el
interés de gobiernos en invertir enormes sumas de dinero en esas
especialidades.
Los estudios de los campos eléctricos y magnéticos
estaban en pañales, las observaciones de partículas subatómicas de iniciaron
con buen pie al conseguirse nuevas maneras de bombardear núcleos atómicos con
partículas de alta energía, entre ellas gracias a un invento del profesor Ernest O. Lawrence en la Universidad de
Berkely, el ciclotrón, que de la noche a la mañana inundó a ambas universidades
californianas con montañas de información, que se producían en sus
experimentos.
En 1932 se produce la primera reacción nuclear
producida por el hombre en condiciones de control, ese mismo año Chadwick
descubre el neutrón, en 1933 Hitler utilizando sus poderes dictatoriales
expulsa a todos los profesores judíos de las universidades alemanas, muchos de
ellos fueron reclutados por los EEUU, y California los recibió con los brazos
abiertos, en 1934 Joliot-Curie descubren la radiación artificial, Enrico Fermi
descubre que utilizando uranio logra esa misma radiación utilizando neutrones,
los alemanes Hahn y Strassman reportan que lo que hizo Fermi fue la primera
fisión atómica, Meitner y Frisch descubren enormes cantidades de energía que se
desprenden durante el proceso de fisión, Szilard prevé la posibilidad de que en
una reacción en cadena controlada se pueda producir abundante energía… y hasta
pueda utilizarse como un arma.
Szlilard le escribió una carta al presidente
Roosevelt, firmada por Einstein, en donde le advierten de tal posibilidad y del
peligro que en la Alemania de Hitler se tenga ese conocimiento, el presidente
nombra un Comité del Uranio para que investigue sobre el asunto, pero sin mucho
urgencia.
Para 1936 estaba el joven profesor de física
teórica, Robert Oppenheimer trabajando en Berkeley, uno de los matemáticos
físicos más brillantes del mundo, en el medio de un nuevo campo de conocimiento,
el de la física atómica y cuántica que se abría en California, y contando con
el Laboratorio de Radiación de Berkeley que llevaría el nombre de su amigo y
fundador, E.O. Lawrence, y con quien trabajaría construyendo la bomba atómica.
Pero, ¿Quién era éste Oppenheimer?
Nacido en New York de una familia acomodada de
emigrantes judíos, creció en medio de la alta sociedad de la Gran Manzana,
acudió a las mejores escuelas, graduándose de química en la Universidad de
Harvard con estudios en filosofía y literatura francesa, fue primero en su
clase, era un elegante jinete y un enamorado de los rudos paisajes de Nuevo
México donde iba a pasar largas temporadas para reponerse de una salud frágil,
adquiriría un rancho para sus caballos que se llamaba “Perro Caliente”, en castellano, desde donde exploraría el enorme
desierto.
Se fue a estudiar a Inglaterra donde se enteró de
los trabajos exploratorios de la nueva física por parte de Plank, Einstein y
Bohr, y gracias a una invitación del profesor Max Born ingresó a la Universidad
de Göttigen, Alemania, para ese momento uno de los principales centros de
Europa en física teórica, donde tuvo la oportunidad de trabajar con genios de
la categoría de Werner Heisenberg y
Wolfgang Pauli, por cierto, Heisenberg sería el escogido por Hitler para
adelantar los trabajos en conseguir para la Alemania nazi una bomba atómica
(escribí un artículo sobre Heisenberg y otro sobre Pauli que están en mi blog El Tambor del Hortador).
En 1936, cuando estalla la Guerra Civil en España,
Oppenheimer se encuentra asentado en Berkeley como profesor asistente en el
Departamento de Física, su padre le había dejado una sustancial herencia y con
la misma hizo donaciones a diversas organizaciones que apoyaban a los
republicanos, había conocido a Jean Tatlockt y al profesor de literatura
francesa Haakon Chevalier, ambos miembros del Partido Comunista, quienes lo
interesaron en las causas revolucionarias y lo introdujeron en el mundo de la
política radical, muy pronto su nombre empieza a figurar en reportes del FBI
como simpatizante del comunismo.
La Universidad de California venía siendo objeto de
financiamientos y proyectos conjuntos con el gobierno norteamericano,
especialmente con los militares, quienes habían relegado todo la asesoría
tecnológica sobre la nueva física en esta casa de estudio, por instancia del gobierno
de Inglaterra se le imprimió un mayor interés a la posibilidad de utilizar la
energía atómica en el desarrollo de una nueva arma, teniendo la preocupación
que sabían del desarrollo alcanzado por los alemanes en esta área, la Casa
Blanca empezó a tomarse muy en serio una carrera por el poder atómico, hubo una
reestructuración dentro del Comité del Uranio, se asignaron mayores recursos y
los militares tomaron un papel protagónico.
De la noche a la mañana el conseguir un arma atómica
se convirtió en prioridad para el gobierno norteamericano, si esto era posible,
tenían que ser ellos los dueños de tal adminículo, y no escatimaron costos, de
esta manera nace el Distrito de
Ingeniería Manhattan, el nombre clave de un superproyecto secreto que
involucraría a las universidades de Chicago y California y toda una serie de
laboratorios y empresas claves de minería y refinación, metalurgia, química,
electricidad y construcción, que estarían centralizados en una sola unidad de
investigación y desarrollo para poder mantener la seguridad necesaria.
Fue de esta manera como entró Robert Oppenheimer
como una de las cabezas responsables en este proyecto en el que se gastaron la
exorbitante suma de 2 billones de dólares, en plena Segunda Guerra Mundial, por
supuesto, la seguridad era una prioridad, de modo que el pasado de Oppenheimer
siempre fue considerado como un riesgo, pero pudo más su experticia y
liderazgo, y sin dejar nunca de estar bajo vigilancia, se convirtió en el
responsable y motor de una de las comunidades científicas más complejas y
productivas de la historia.
La Universidad de California fue contratada como
administradora del proyecto pero con severas restricciones de información, no
sabían que era lo que hacía el proyecto, ni quienes lo manejaban, ni lo que
estaban haciendo, al único que le dieron información sobre donde estaba ubicada
fue al rector de la universidad, y eso, porque lo requería para contratar
algunos seguros; los pocos que sabían algo, era sobre un rumor que estaban
trabajando sobre un rayo de la muerte.
Oppenheimer, luego de su triunfo al conseguir la
bomba, sufrió mucho en lo personal viendo su reputación devastada por las
investigaciones sobre las brechas en la seguridad del proyecto, los rusos
efectivamente habían obtenido información con sus espías que les permitió
conseguir su bomba en tiempo record, sorprendiendo a los EEUU, la llamada
Guerra Fría aumentaba de intensidad mientras se descubrían anillos de espías en
Canadá y que afectaban el ambiente científico aliado y que fue la razón por la
que las investigaciones fueron tan rudas e implacables, cometiéndose algunos
excesos, todo, para al final descubrir que era del lado de los ingleses donde
estaba el verdadero coladero de información.
En términos de seguridad el Proyecto Manhattan, dado
su tamaño había sido todo un éxito, sólo se descubrió un caso importante de
espionaje de un científico alemán de apellido Fuchs que pudo haber hecho algún
daño, de resto, todo el aparato de contraespionaje había funcionado a la
perfección.
Oppenheimer le dio un giro a sus actividades y desde
la recién fundada Comisión de Energía Atómica, de la cual era su presidente, se
opuso de manera rotunda al desarrollo de la bomba de hidrógeno, la temida
Bomba-H con un poder destructivo enorme, pronto se convirtió en centro de
ataque de sus enemigos políticos y lograron neutralizarlo, aparte de ello,
vivía una crisis personal, de conciencia sobre sus propios actos que lo
martirizaban.
Pero era un hombre valiente, que le tocó vivir en
una de las encrucijadas más duras que la vida pueda poner a una persona, y a
pesar de su inteligencia y conocimiento, las circunstancias lo atraparon y tuvo
que correr con sus consecuencias; cuando en 1960 fue invitado a visitar Japón
por un grupo de intelectuales de ese país, y a pesar de todas las opiniones en
contrario que le advertían que no fuera, pues temían reacciones en su contra,
el científico aceptó y fue; de alguna manera, aunque no era el responsable de
ordenar el ataque, estuvo al frente de la construcción del arma que mató un
estimado de 210.000 personas, el 95% civiles, arrasó con dos ciudades de
mediano tamaño y eso lo torturaba… pero si no lo hubieran hecho, Japón jamás se
hubiera rendido, estaban decididos a luchar hasta la muerte, de modo que para
muchos, aquellas bombas evitaron millones de muertes de ambos bandos.
A partir de la presidencia de los Kennedy hubo un
cambio de actitud con respecto al científico y trataron desde el gobierno, de
brindarle el reconocimiento por su labor negada por tanto tiempo, se le hicieron
todo tipo de honores y reconocimientos, pero el resto de su vida prefirió
dedicarla a promocionar el estudio de la ciencia entre la juventud y plantearse
cuestiones de orden moral sobre la vida de un científico; murió de cáncer en la
garganta en 1967, en su funeral estaban todos los jefes militares con los que
trabajó en Los Álamos; sus cenizas fueron esparcidas en el mar Caribe, en las
Islas Vírgenes, donde los Oppenheimer residían en vacaciones.
Para quienes tengan interés en la vida de éste
extraordinario hombre hay decenas de obras sobre su vida y acerca del proyecto
Manhattan, para éste trabajo nos basamos en el trabajo de la Universidad de
California, Berkeley, en celebración de su centenario y que se puede encontrar
en Internet, en especial recomiendo la versión novelada de esta gesta, que hizo
el escritor Martin Cruz-Smith en su obra Los
Alamos (1986). - saulgodoy@gmail.com
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