Sherlock
nunca utilizó esa frase, en ninguna de las obras originales; aparentemente, fue
un invento de uno de los guionistas que trabajaba en una de las tantas
versiones que se han hecho sobre la vida del detective más famoso del mundo;
pero igual, la leyenda de Sherlock Holmes está hecha de una cantidad de
agregados que, a través del tiempo, han formado parte de esa rica turba de
donde se destiló esta historia.
Pero,
primero el cuento de cómo escribí esta historia: En uno de esos apagones, tan
frecuentes que tenemos que sufrir los venezolanos, gracias al desgobierno
socialista chavista-madurista, por falta de servicio eléctrico, encendí una
vela en un anexo a mi biblioteca que se encuentra a las afueras de mi cuarto y
me fui a la cocina a preparar la cena; la noche estaba inquieta, los truenos
anunciaban lluvia, y el viento estaba particularmente activo, levantando las cortinas
de las ventanas; en una de esas, derribó la vela que estaba con mis libros y se
inició un pequeño incendio.
Mi
perro me avisó con sus ladridos que algo pasaba
en mi cuarto; cuando fui a ver, efectivamente, la vela caída había
iniciado un pequeño fuego sobre unos papeles… afortunadamente, tenía en mi casa
un extintor pequeño de incendios, de esos que se llevan en los autos y pude
apagar la candela rápidamente. Pero se quemaron varias cosas, entre ellas, mi
libro de las obras completas de Conan Doyle, el volumen II, con las primeras
historias de Sherlock Holmes.
No
soy de los que dan un libro por perdido de buenas a primera, lo revisé para ver
qué podía salvar y, quitándole las partes chamuscadas, pude recatar la historia
completa de Estudio en Escarlata y
una buena parte de El Signo de los
Cuatro… y como obligación póstuma con mi libro, me leí las historias y
volví a descubrir porqué Doyle es uno de mis escritores favoritos; luego caí en
cuenta en que no había escrito nada sobre Sherlock, decidí hacerlo al momento.
Sir
Arthur Conan Doyle (1859-1930) nació en Escocia; fue médico de profesión, pero
quería ser escritor y lo logró, pero no como él quería… Arthur quería ser
reconocido como un gran escritor de novelas históricas, admiraba a ese otro
paisano suyo, a Sir Walter Scott, quien, prácticamente, junto con Cervantes, fueron
los creadores de la novela tal como hoy la conocemos.
Y se
fajó como los buenos escribiendo densas obras, que jamás le reportaron ni fama
ni riqueza, entre ellas Micah Clark,
sobre la rebelión de Monmouth de 1685, y, posteriormente, en 1902, The War in South Africa: Its Cause and Conduct, que le valió que
lo hicieran caballero de la corte. Pero en
el ínterin escribía las historias de su detective Sherlock Holmes, unos relatos
narrados por el ayudante, confidente y amigo de Sherlock, el Dr. John H.
Watson, médico-cirujano perteneciente al ejercito de su Majestad, con servicio
en la India y Afganistán.
No sé
si fue por suerte, pero justamente Estudio
en Escarlata fue la primera historia escrita por Doyle donde le dio vida a
ese par de personajes, el inicio de una aventura literaria que todavía hoy continúa,
sin descanso.
Doyle
se dio cuenta, tarde en su vida, que sus sueños se habían cumplido gracias a
las historias del detective, que por tanto tiempo había dejado en segundo plano;
las historias de Holmes, pensaba su autor, servirían como carta de presentación
y caballito de batalla, que le abrirían paso a sus novelas históricas; y, a
pesar de que le estaban dando la fama y la riqueza que sus otras novelas no le
proporcionaban, seguía la opinión de los críticos del momento, que consideraban
las historias de detectives como literatura popular, barata y para un público
sin muchas luces.
Afortunadamente,
Doyle era un escritor que se tomaba su arte muy en serio, era disciplinado y
tenía el don de la escritura, de modo que, ni aún queriéndolo, podía escribir
mal, por lo que cada historia de Sherlock (escribió 56 cuentos y 4 novelas
cortas) son una joya, tanto en estilo como en contenido.
Y les
voy a dar un ejemplo, de la historia de Estudio
en Escarlata, les transcribo (estoy usando la excelente traducción en
castellano que hizo Armando Lázaro Ros) la escena del crimen, del primer caso
descrito por el Dr. Watson:
… mi atención se centró en la figura
abandonada, torva, inmóvil, que yacía tendida sobre el entarimado y que tenía
clavados sus ojos inexpresivos y ciegos en el techo descolorido. Era la figura
de un hombre de unos cuarenta y tres o cuarenta y cuatro años, de estatura
mediana, estrecho de hombros, de pelo negro ondulado y brillante y barba corta
y áspera. Vestía de levita y chaleco de grueso popelín de lana, pantalones de color
claro y cuello de camisa y puños inmaculados. Un sombrero de copa, bien
cepillado y alisado, veíase en el suelo, junto al cadáver. Tenía los puños
cerrados y los brazos abiertos en tanto que sus miembros inferiores estaban
trabados el uno con el otro, como indicando que los forcejeos de su agonía
habían sido dolorosos. Su rostro rígido tenía impresa una expresión de horror y,
según me pareció, de odio; una expresión como yo no había visto jamás en un
rostro humano. Esta contorsión terrible y maligna de las facciones, unido a lo
estrecho de su frente, su nariz achatada y su mandíbula, de un marcado
prognatismo, imprimían al muerto un aspecto singularmente al de un mono, y su
postura retorcida y forzada aumentaba todavía más esa impresión. Yo he visto la
muerte en muchas formas, pero nunca se me presentó con aspecto más tenebroso
que en aquella habitación oscura y siniestra, que daba a una de las principales
arterias de un suburbio londinense.
Cuando la historia fue publicada en los EEUU, uno de
los críticos llegó a comparar a Doyle con el estilo de Poe, lo cual era un gran
cumplido, pero quien lea el Estudio en
Escarlata se dará inmediatamente cuenta de la manera directa y hasta
telegráfica como Doyle aborda ciertas descripciones, estilo que a mí me recuerda
mucho a Hemingway, con lo que quiero decir que su forma de escritura estaba muy
adelantada para su tiempo.
En la época que se publicó la historia, las revistas
eran el principal medio para este tipo de narraciones; a Doyle le pagaron 25
libras, poco, pero lo usual para un escritor que empezaba a hacerse un nombre;
al cuento le fue bien, gustó, pero sin mucha estridencia, lo positivo fue que
lo leyó un editor de revistas en Norteamérica.
Al Sr. John Marshall Stoddart, quien era un agente
para la revista, de Pensilvania, Lippincott’s
Magazine, le encargaron que cerrara la negociación con varios escritores
ingleses; preparó una cena en el lujosos hotel Langham de Londres, ésa fue una
ocasión memorable y muy comentada, ya que Stoddart citó para la cena a Doyle,
quien vendió El signo de los Cuatro,
y a Oscar Wilde, quien vendió esa noche sus derechos por su obra El Retrato de Dorian Grey, para que esas
historias fueran publicadas en USA; debió ser una velada por demás interesante,
una ocasión que permitió reunir a Conan
Doyle y a Oscar Wilde, compartiendo y haciendo negocios, en la misma mesa…
Y aunque las aventuras de Sherlock Holmes estaban
ambientadas en el pasado de una Inglaterra victoriana y eduardiana, en los
albores de la profesión de detectives, la narrativa que le imprimió Conan Doyle
diferenció su obra de todas las demás historias policiales y de las novelas
negras, tan populares en su tiempo, haciendo de Sherlock un personaje único que
no se parecía a nadie más, con una notable característica, los lectores pensaban
que el detective existía en realidad, le escribían cartas, le hacían consultas
y todos quería conocerlo en persona.
La vida literaria de Sherlock Holmes tuvo momentos
culminantes; uno de ellos fue cuando Conan Doyle, en 1891, decide ponerle fin a
esas historias haciendo que Sherlock muera en el cuento La solución final, en el que narra cómo, en una lucha cuerpo a
cuerpo con su archienemigo el Doctor Moriarty, se precipitan al vacío en la
catarata Reichenbach en Suiza… según alega el autor estaba cansado de escribir
historias de detectives y sentía que Holmes le estaba robando la oportunidad de
escribir buena literatura.
El clamor mundial repudió aquella decisión, que
Conan Doyle sostuvo a cal y canto durante diez largos años, hasta que las
ofertas de dinero y los reclamos de los fans de Sherlock lo obligaron a
resucitar a Holmes; fue una afortunada decisión, para nosotros sus admiradores,
ya que en esta segunda temporada escribió la que está considerada su mejor
novela, El Sabueso de Baskervilles (la
primera novela que leí de Sherlock y la que me enganchó).
Algunos críticos han declarado que con Sherlock se
creó un estereotipo, un modelo, que iba a perdurar y perduraría en el tiempo
sobre lo que un detective debería ser, sobre esa manera tan peculiar de abarcar
una investigación criminal, adelantando todo un mundo de conocimiento forense
que aún no se había desarrollado del todo, creando esa aproximación deductiva,
producto de una intensa observación de los hechos, que influenciaría a
generaciones de escritores y de policías en la vida real y en el mundo del
espectáculo…
y ahora que lo pienso, Conan Doyle, en algún momento,
dijo que la inspiración de Sherlock le vino de un profesor suyo en la escuela
de medicina en Edimburgo, quien con solo mirar al paciente y, luego de unas
sencillas preguntas, podía diagnosticar con un grado impresionante de certeza
el origen de las dolencias y hasta la forma de vida de la persona que
examinaba, lo que me recuerda uno de los comentarios de los productores de la
exitosa serie de televisión Dr. House, sobre
que siempre tuvieron presente a Sherlock Holmes durante el proceso creativo del
personaje.
De Sherlock se han hecho películas, series, obras de
teatro, musicales, novelas graficas, es impresionante el numero de novelas que
se han escrito siguiendo su legado… todavía guardo un imborrable recuerdo de la
serie de la BBC, protagonizada por el irremplazable Jeremy Brett, o las
espectaculares actuaciones de Robert Downing Jr., en las películas; hay en
cartelera nuevas producciones y, a pesar del tiempo transcurrido, generación
tras generación, Sherlock Holmes tiene un atractivo singular que no pasa de
moda.
Hay tantas anécdotas y detalles sobre este personaje
y su historia, tantos libros sobre la subcultura que ha generado… por mencionar
algunos, en 1934 se crea en USA uno de los grupos de admiradores más famoso,
que se llamaba Los Irregulares de Baker
Street, un grupo de intelectuales que se reunían en su nombre para beber,
festejar y conservar la memoria de Sherlock, lo hacían en un restaurante,el Christ Cella's de New York, que encontraron, tenía 17
escalones para llegar a la entrada, el mismo número de peldaños que tenía que
subir Holmes para llegar a su apartamento; en esas reuniones, si alguien traía
una cita de alguna de las obras que no pudiera ser identificada por sus
miembros, era motivo para una borrachera general, cosa que era común en estas tertulias.
El grupo se fue enseriando con el tiempo, haciéndose
más académico y exclusivo, para ingresar se necesitaba resolver un complicado crucigrama
preparado especialmente para el grupo, entre sus miembros se encontraban
escritores de novelas negras famosos
como Red Stout y Ellery Queen, y de otros dominios de la literatura como Issac
Asimov y Poul Anderson, dos presidentes de los EEUU, Franklin D. Rooselvet y
Harry Trouman pertenecieron a esta extraña cofradía, la primera mujer que
aceptaron como miembro fue a la hija de Sir Arthur Conan Doyle, Dame Jean en
1991.
Hay diferentes capítulos de Los irregulares en distintas ciudades del mundo, siendo el más
importante la de New York que ha rendido homenaje conjuntamente con la Sociedad Sherlock Holmes de Londres;
John Bennet Shaw uno de sus fundadores, escribió un importante estudio titulado
El Culto a Sherlock Holmes, en donde
da cuenta de la enorme popularidad de los grupos que estudian, comparten y
recuerdan la literatura de Doyle en el mundo de habla inglesa.
Otro detalle, tanto la gorra de cazador de ciervos,
como su pipa meerschaum de boquilla
curva, el sobretodo y la lupa, los que nos han acostumbrado a reconocerlo, son
todos detalles agregados por los ilustradores de las historias, nada de eso
aparece en las obras originales.
Una amiga que viajó a Londres me trajo de obsequio
un broche (un pin) para lucirlo en la solapa de la chaqueta, con la silueta de
Holmes, su gorra de cazador, una factura de su casera, Mrs. Dobson, y un
facsímil de la placa de latón que señala la nomenclatura 221 B de Baker Street,
lugar donde en realidad se encontraba una agencia bancaria y, ante la
insistencia de lectores y admiradores, que acudían al lugar buscando el hogar
de Sherlock, algunos para plantearle casos de interés, la Alcaldía de Londres
tuvo que construir el piso donde hoy se encuentra el Museo de Sherlock Holmes,
que exhibe una representación de su apartamento, con sus pertenencias más
conocidas, como su violín, y una tienda con memorabilia
alusiva al maestro de los investigadores. La placa la puse a la entrada de mi
biblioteca y no sufrió daño alguno durante el conato de incendio. -
saulgodoy@gmail.com
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