Marx
fue el primero en denunciar que las grandes narrativas de la historia, esa
secuencia lineal de los eventos del pasado y su posterior análisis y
apreciación sobre la evolución humana, son instrumentos de poder, tradiciones
manipuladas y prácticas constreñidas a intereses muy específicos en las
distintas sociedades. No fue sino hasta el principio del siglo XX que, gracias
a la obra del historiador Maurice
Halbwachs sobre la memoria colectiva, que los historiadores pudieron disponer
de otro punto de vista sobre el pasado, que de alguna manera los desligaba de
aquella otra manera de hacer historia a favor de los grupos dominantes.
Con
la memoria colectiva era posible incorporar a los estudios del pasado una serie
de aspectos subjetivos, culturales y políticos, entre ellos, conmemoraciones y
fiestas de la comunidad, algunas autobiografías de personajes secundarios,
exhibiciones de objetos históricos regionales, banderas, himnos, monumentos que,
hasta el momento, habían escapado de la atención de los historiadores y que, de
alguna manera, enriquecían, complementaban, incluso, cambiaban el orden, el sentido y la importancia de los eventos
registrados por la historia oficial.
Uno
de los aspectos fundamentales de la memoria colectiva era la especial relación
que tendía entre el pasado y el presente; con la historia, la relación se hacía
distante e impersonal, con la memoria, los eventos del pasado, algunos muy
antiguos, se hacían parte del presente de una manera vivencial y participativa.
De
acuerdo al estudio de la profesora brasileña Myrian Sepúlveda Santos, de la
Universidad Estadal de Río de Janeiro, titulado: Memory and Narrative in Social Theory, the contributions of Jacques
Derrida and Walter Benjamin (2001), tanto Derrida, el padre del llamado
movimiento deconstructivista, y Benjamin, uno de los fundadores dilectos de la
famosa Escuela de Fráncfort, ambos marxistas irredentos, nos presentan interesantes
perspectivas sobre la memoria y la historia, a las que vamos a prestar
atención.
Derrida
desarrolla todo un sistema ecológico de la memoria, donde cohabitan el mnēmē, que es la simple evocación del
pasado, y la anamnēsis que es la reproducción
activa del pasado; éstas son categorías determinadas por Aristóteles, son dos
procesos que interactúan de diferente manera en el tiempo; el primero requiere
de un proceso continuo de aprendizaje, el segundo consiste en retirar del
pasado un aspecto y representarlo en el presente; son dos formas de manejar el
tiempo distintas.
Cada
vez que traemos a la memoria un acto del pasado, lo estamos recreando de nuevo,
lo estamos reestrenando en un acto de repetición, pero no es el pasado como
era, sino el pasado como es hoy, en el momento, hay allí un juego de conocimiento
histórico y libertad inflexible; Derrida lee el poema de Hölderlin, Mnemosyne, y se da cuenta de que los
objetos de la memoria, aquello que recordamos, por ejemplo, un deudo, ya no
existe sino en nosotros, nunca podremos recobrar ese objeto, pero su memoria
existe en el presente.
Derrida
observa un fenómeno muy particular de la memoria, y es que trabaja en un
movimiento continuo sobre memorias de…
siempre referidas a otros sucesos, eventos o personajes, nunca como memorias de
sí misma, con lo que la memoria no puede identificar dos momentos diferentes de
tiempo, para la memoria no hay pasado independiente del presente, ni presente
que no dependa del pasado; piénselo por un momento y se dará cuenta de que no
es un trabalenguas y, bajo esta premisa, es que se atrevió a señalar un error
en el sistema filosófico de Hegel, quien decía en su Encyclopedia que entre pensamiento y realidad había una relación
dialéctica, esa dialéctica no existe, porque Hegel pretende independizar
reminiscencia, que es la interiorización
de las experiencias vividas, de lo que es memorización,
es decir de la memoria refractiva; no son distintas, dice Derrida, son una
sola… y creo que tiene razón.
La
profesora Sepúlveda Santos nos refiere de Derrida lo siguiente:
En lo que respecta a la memoria, es
posible decir que lo mismo que un texto no puede liberarse del orden del
nombre, texto o narrativa. La memoria, como un acto de ser, se circunscribe a
rastros o sobrevivencias de un pasado, que marca cada inscripción que sucede.
No tiene una existencia concreta en si misma y siempre es contigua al acto de
ser narrada. Tenemos la ilusión de que la memoria tiene duración, pero la
legitimación de la memoria se encuentra en el acto narrativo en sí. Tenemos
sólo la ilusión de que la memoria, como la narrativa, sostiene una continuidad.
En resumen, nosotros no hacemos historias de nuestras memorias, porque las
memorias sólo existen dentro de nuestras narrativas.
El
estudio de la profesora se explaya en otras consideraciones en referencia con
las ideas de Freud sobre su instinto de la muerte, y la extraña opinión de
Derrida de que la muerte nunca es definitiva (y en esto la memoria juega un
papel). Los que tengan interés en explorar las ideas de Derrida sobre la
memoria, no pueden dejar de leer su obra Mémoires
pour Paul de Man, 1988, que reúne una serie de conferencias sobre la
memoria, dedicadas a su amigo Paul de Man tras su lamentable muerte, en febrero
de 1984.
Marcel
Proust, el magnífico escritor francés, sostiene que hay dos tipos de memorias,
la voluntaria y la involuntaria, y a ellas dedica su atención el filósofo
berlinés Walter Benjamin, en su obra Sobre
algunos motivos en Baudelaire; Benjamin analiza esta memoria binaria de
Proust, la voluntaria es la que está al servicio del intelecto, y nos sirve
para conservar el pasado, para crear el pasado en el presente y, por lo tanto,
para crear el presente. La memoria involuntaria es la que corresponde a las
evocaciones; para Benjamin es la se requiere para transmitir experiencias
dentro de las tradiciones, no se ocupa del evento sino de su significación.
Como
bien lo apunta la profesora Sepúlveda Santos, la obra de Benjamin es no sólo
fragmentada y de una gran complejidad, sino de temáticas tan diversas y de estilos
oscilantes entre lo simbólico y lo alegórico; como muchos de los jóvenes
filósofos de su época, arremetieron contra los sistemas kantianos y hegelianos,
pero en ese tortuoso camino hay verdaderas joyas del pensamiento moderno, entre
las que destaca sus tesis sobre la esencia del lenguaje que surge justo cuando
discutía con su amigo Gershom Scholem, asuntos teológicos de la religión que
ambos estudiaron a fondo, el judaísmo.
Construyó
una relación tan estrecha entre vida y lenguaje, que llegó a desarrollar el
concepto del ser como lenguaje, una entidad mental que necesitaba del lenguaje
para expresarse, aunque el lenguaje no fuera capaz de explicar en su totalidad
al ser mental; esta disociación creaba la imposibilidad de llegar al verdadero
conocimiento, lo que hacía que la distancia que separaba a Dios del hombre se
hiciera insalvable y obligaba al hombre a enfrentar eso que lo hacía un ser
incompleto.
Benjamin
fue un estudioso de las teorías de Freud, sobre todo las que tenían que ver con
la relación de memoria y consciencia; para nuestro filósofo, la modernidad
implicaba una serie de situaciones límites, muchas de ellas nos llegan como
traumas; creía que existe una sobrecarga de estímulos que es muy difícil de
manejar y dejan esas cicatrices, sus famosos rastros de memoria.
Su
crítica de la tesis de Proust sobre la memoria involuntaria, esa evocación de
tiempos pasados de la que hablaba, además de verla como excepcional, hacía casi
imposible revivir las experiencias a través del tiempo, porque eran estructuras
irrepetibles; en su lugar, Benjamin creía que nos llegaban imágenes oníricas,
fantasmales, en vez de interpretaciones o explicaciones del pasado; en sus
propias palabras, “una imagen en la que
el entonces y el ahora se juntan en una constelación, como un relámpago de
luz”.
De
esta manera- nos dice la profesora brasilera- la memoria, como una
representación colectiva, resultó demolida, como otro mito de la modernidad.
El
ensayo de Sepúlveda Santos, les advierto, es mucho más denso, extenso y
complejo de lo que esta breve reseña ha intentado describir; el original lo
recomendamos, está muy bien escrito y la investigadora de Río domina, como le
da la gana, las últimas teorías sociales… si se atreven, se consigue en
internet. - saulgodoy@gmail.com
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