sábado, 5 de octubre de 2019

¿Cuánto nos cuesta el estado?



Si hay algo que esta crisis política le ha traído al venezolano es la dolorosa enseñanza de cuanto le cuesta el estado al país, lo que conlleva una primera noción fundamental y es ¿Que es el estado? Para la mayoría de nosotros los comunes, el estado debería significar una estructura administrativa desde donde se ejerce el poder, lo que nos lleva a una pregunta mucho más básica ¿Qué es el poder? Y es cuando nos enfrentamos a la fundación que sostiene toda actividad política.
Si el poder es delegado, es decir, si cada uno de nosotros en nuestra condición de ciudadanos, libres e iguales ante la ley, de manera voluntaria consentimos en que una persona y su equipo se encarguen de manejar una serie de instituciones para que la sociedad funcione en paz, es decir, que haya seguridad y respeto en el trato con los demás, de modo de que todos nosotros podamos hacer nuestras vidas sin mayores problemas, realizar nuestras actividades con unas reglas mínimas de convivencia, que sean claras, públicas e iguales para todos.
Partimos de la idea que este equipo de gobierno nos preste una serie de servicios que son de acceso público, es decir, para todos, porque pagamos las tarifas para recibirlos por medio de los impuestos que cobra el estado de cada uno de nosotros para correr con sus gastos, deberíamos poder disfrutar de los beneficios de unos servicios públicos bien diseñados, que funcionen apropiadamente y que tengan un costo razonable.
Hay dos maneras de enfrentar el problema del estado y del poder que otorgamos a los políticos para que hagan su trabajo, el primero es el más sencillo y el que más problemas trae, dejar que los políticos hagan lo que les dé la gana, ellos nos ofrecen un programa de gobierno y si nos gusta, votamos por ellos y le entregamos el poder para que lo ejecuten, no intervenimos más en política con la esperanza de que cumplan con sus promesas.
La otra manera es que los ciudadanos tengamos cierto control del estado, involucrándonos en la conformación de las políticas que nos van afectar, exigiéndoles responsabilidades a los políticos y que estemos informados y opinemos de cómo se están llevando las ejecutorias, de modo que si no nos gustan como se están llevando las cosas, podamos intervenir y cambiarlas, esta posición es mucho más activa, responsable y es la verdadera democracia.
Ambas maneras de proceder tienen sus costos, tanto en dinero como en calidad de vida, si dejamos que el gobierno actúe por su cuenta, lo más seguro que suceda es que el gobierno empiece a crecer y abarcar actividades que no estaban contempladas en el programa de gobierno original, para eso necesita recursos, por lo que el gobierno va a exigir más impuestos, como no hay manera de controlarlo ni de exigirle cuentas claras, va a seguir creciendo y sacándonos más dinero de nuestros bolsillos.
Al seguir creciendo e involucrándose en más actividades, incluso, inmiscuyéndose en nuestras vidas privadas y en cómo nos ganamos la vida, se puede convertir fácilmente en un círculo vicioso, donde al final tendremos un estado gigantesco, ineficiente y muy costoso; una sociedad así está condenada al fracaso, pues todo su esfuerzo se irá en mantener a un montón de políticos, que no harán otra cosa que producir gastos sin devolverle nada a la sociedad, es decir, cuando el estado empieza a crecer más de lo necesario, se crea una burocracia inoperante que ocupa un espacio en nuestras vidas desalojándonos de ella, y para colmo, tenemos que correr con sus gastos, se trata de un gobierno parasitario y puede terminar consumiendo a la sociedad, y en el caso de un estado fallido, destruirla.
Ese poder que le otorgamos al estado, que no es otra cosa que la facultad para actuar y hacer, incluso utilizando la violencia si fuera necesario, este es un asunto sumamente delicado, pues hay personas que sienten que éste empoderamiento que les dio la sociedad es absoluto, o se enferman de poder y al no sentirse controlados empiezan a comportarse de manera autoritaria e independiente, al punto que creen estar por encima de la ley y son capaces de cambiar la estructura del estado para perpetuarse ellos en el poder.
En las democracias que funcionan, ese poder está controlado por una serie de instituciones que debería buscar el equilibrio y control entre ellas, revisándose y exigiendo cuentas claras, investigando y exigiendo resultados sobre las inversiones, y si hubiera la sospecha de que algo oscuro estuviera ocurriendo pudiera exigir responsabilidades de los funcionarios, que explicara su gestión y atenerse a las consecuencias.
Pero si se trata de estructuras como partidos únicos, si estos políticos piden poderes extraordinarios, si empiezan a jugar con las llamadas asambleas constituyentes y copan todas las instituciones con su gente, con sus compañeros de partido, la posibilidad de controlarlos se pierde y el estado se empieza a transformar en uno totalitario donde la democracia estorba.
El caso venezolano es fácil de explicar una vez que se tiene clara esta idea sobre para que sirve un gobierno, vamos a repasarlo para recordar cómo fue que caímos en esta situación en la que estamos, todo empezó cuando los partidos políticos durante el período democrático cayeron en cuenta que los venezolanos mayoritariamente no estábamos interesados en política, creíamos que los políticos harían diligentemente su trabajo y que nos rendirían cuentas, y al final, si no nos gustaba su desempeño podíamos cambiarlos por otros en unas elecciones.
Los partidos más grandes hicieron unos pactos de modo que el que ganara unas elecciones les iba a permitir a los otros participar en el gobierno otorgándole unos “espacios” desde los cuales pudieran generar ingresos para sus partidos.
Desde sus fundaciones, estos partidos políticos tenían como fin primordial contar con una base de adeptos, “compañeros” de partido, con los que conseguirían el mayor caudal de votos posibles en cada elección, fueran estas presidenciales, de gobernadores, alcaldes, o de asambleas legislativas, esta manera de pensar hizo que poco a poco los políticos dejaran de actuar en favor de sus votantes, y que se concentraran en sus partidarios, sustituyeron al bien común que era la sociedad en pleno, por sus clientes y amigos dentro de los partidos.
Cada político desde el más grande e importante, hasta el más pequeño e insignificante a nivel de los caseríos, tenían sus clientes y amigos que en base a promesas, los interesaba para que votaran por la tarjeta y el candidato del partido.
Pero de nuevo, como la gran mayoría de los venezolanos no estaba interesado en la política, permitieron que estas pirámides del poder fueran copando el mundo electoral, de modo que la democracia venezolana se fue convirtiendo poco a poco, en unos grupos de intereses muy poderosos que controlaban a estas pirámides electorales, que a su vez, controlaban el voto de los electores, y como no todos los venezolanos votaba porque no les importaba la política, y votar se convirtió en el único medio de expresión política, los partidos políticos terminaron conculcando, apropiándose, de todas los derechos políticos que incumbían a los venezolanos.
Fue así que la única manera que tenía el ciudadano de relacionarse con el estado, de reclamarle, de exigirle, de presentar propuestas, de tratar de cambiar alguna de sus medidas, era a través de los partidos políticos que eran organizaciones que dependían del gobierno de turno.
Mientras las cosas iban bien, es decir, mientras la economía, controlada por el gobierno (nunca fuimos un país capitalista ni de libre mercado, todo lo contrario, fuimos siempre estatistas y marcadamente con un monopolio del estado sobre los principales medios de producción) permitía que la mayoría de los venezolanos que no estaban interesados en la política pudieran hacer sus negocios y mantener una calidad de vida aceptable, los partidos políticos seguían actuando “rueda libre”, es decir, haciendo lo que les daba la gana, negociando con los factores de poder.
Este modo de hacer política por lo general acaba en una corrupción generalizada y en un autoritarismo narcisista, “yo soy el estado” y como éramos un país esencialmente presidencialista, vimos unos presidentes con una fiebre de poder que los llevó a hacer unos pésimos gobiernos, donde el estado no dejaba de crecer y de consumir ingentes sumas de dinero, sin que los venezolanos obtuviéramos nada a cambio, pero eso no nos afectaba pues gastaban era la renta petrolera, que era un dinero que producían las empresas petroleras del estado, pero cuando esta no fue suficiente, cuando lo que gastaba el estado era superior a sus ingresos, empezaron con el fatal jueguito de devaluar nuestra moneda.
Esta situación, cuando empezó a tocarnos los bolsillos y nuestra calidad de vida se fue deteriorando, nos afectó de manera personal y nos volvimos intolerantes pidiendo soluciones drásticas, como no teníamos idea de cómo funcionaba la política ni habíamos desarrollado una cultura ciudadana, empezamos a cometer errores apoyando a sectores radicales que enjuiciaron a un presidente, las instituciones empezaron a canibalizarse entre ellas, los políticos empezaron a comportarse como borrachos en un bar, insultándose y acusándose de crímenes abyectos.
Y en medio de la desilusión y el desorden aparece este teniente coronel, que ya había intentado un golpe de estado, y nos propone revolucionar el país, cambiarlo de raíz, empezar desde cero, y construir el cielo en la Tierra por medio de una utopía revolucionaria con el ideario de Simón Bolívar como guía.
Como siempre, la gran mayoría de venezolanos se dijo “Ajá, aquí tenemos al hombre que por tanto tiempo habíamos esperado, nuestra salvación, un militar que sabe lo que le conviene al país y que va a poner orden”, de esta manera fue que los comunistas infiltrados dentro de las Fuerzas Armadas se hicieron con el poder, pero para poder resolver aquella calamitosa situación de país, nos pidieron más poderes, mayor libertad de acción, necesitaban que todas las instituciones, incluyendo aquellas que controlaban al presidente, estuvieran al servicio de la revolución, y se le dio ese poder, a partir de allí, no hubo manera de controlar a un gobierno con poderes absolutos, Venezuela que hasta ese momento tenía una democracia disfuncional, renunció a su libertad de elegir y le entregó el país a los más ignorantes e ineptos.
Con Chávez y Maduro el estado creció de una manera descomunal, endeudaron al país cuando los dineros de la renta petrolera no les fue suficiente, nunca antes la corrupción se hizo tan general en un gobierno, muy pronto el estado entró en crisis y empezó a oprimir al pueblo, luego a asesinarlo y por último no quiso entregar el poder, la democracia había terminado en Venezuela.
Pero aun así hubo una gran resistencia de parte del pueblo, pero lamentablemente, los partidos políticos no estaban a la altura del sacrificio que el pueblo hacía en las calles, las Fuerzas Armadas traicionaron al país y se pusieron del lado de los revolucionarios al servicio de la revolución cubana, pero aun así la tiranía militarista trataba de conservar su imagen de democracia para poder continuar su expolio de Venezuela y su intervención en otros países, exportando la revolución y la desestabilización.
Y la única respuesta que obtenían los venezolanos de su supuesto gobierno era el de presidentes bailando, echando chistes, tocando tambor, presidiendo desfiles militares y mintiendo descaradamente por televisión.
La oposición democrática fue de nuevo tomada por los partidos convertidos en pirámides electorales, en candidatos que parecían más bien modelos de pasarelas de moda tercermundista, colaboracionistas descarados, que esperaban pacientemente su oportunidad para hacerse con el poder, y retomar la Venezuela que habían dejado antes que un paracaidista les cayera encima.
En eso estamos hoy, tratando de sacudirnos tanto a la lacra del gobierno, como a los parásitos de la oposición, con la intervención de los principales poderes mundiales que no se ponen de acuerdo sobre la manera de solucionar nuestro embrollo.   _     saulgodoy@gmail.com

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