lunes, 27 de enero de 2020

De idiotas, bobos, imbéciles y pendejos




Cuando la virtud se declara como propiedad de la nación por simple predestinación, las praderas del Señor son expropiadas, de modo que nadie tiene la necesidad de trabajar. El individuo es llevado a creer que posee todo lo que es bueno con solo ser parte de su “raza” y sus virtudes.

Robert Musil

En la novela El príncipe idiota, de Fedor Dostoiesvski, cuando el venido a menos príncipe Muichkine, le cuenta su penosa historia al general Iván Fedorovitch, jefe de las fuerzas militares de San Petesburgo, le dice que tuvo una infancia enfermiza y que gracias a la compasión de personas extrañas pudo llegar finalmente a ser tratado de su dolencia “…los repetidos accesos de su enfermedad habíanle dejado idiota casi por completo. Idiota, esta es la palabra que él mismo empleó…” Un tal profesor Schneider tenía una clínica en Suiza donde trataban tal dolencia y allí lo internaron “…un establecimiento psiquiátrico, en el que curan el idiotismo y la locura por medio de la hidroterapia y de la gimnasia. No descuidan tampoco la instrucción de sus enfermos ni el desarrollo intelectual de estos…” pero en su caso, la enfermedad había afectado su atención y se le hizo muy difícil concentrase en sus estudios, de modo que nunca se graduó de nada.
Y es que el cretinismo, o las afecciones de la inteligencia desde la antigüedad era una discapacidad que era tomada muy en serio, entre otras cosas porque en algún momento de nuestras vidas la padecemos.
Como bien lo señala Erasmo de Rotterdam, a los apóstoles se les llamaba en la terminología de la Biblia Vulgata, idiotae, u hombres sin conocimientos, que no eran seducidos ni por riquezas ni por cosas del mundo material, que tampoco tenían como un don la racionalidad pues para entender las verdades de la religión no necesitaban discurrir para llegar a la santidad.
De hecho el Cristianismo se había tomado un gran trabajo en darle una oportunidad a aquellos paganos de buena fe, unos tontos que no reconocieron o entendieron de los asuntos espirituales, figuras como Aristóteles, el filósofo, que no merecía el castigo de los infiernos por su manera de pensar o su conducta, podía acceder al Limbo fatuorum, “un paraíso de los tontos”, donde pudiera pasar la eternidad en compañía de otros idiotas de la religión como serían los niños no bautizados, los tullidos y los locos.
Pero coincidencialmente también los profetas tenían algo de idiotas, tanto para cristianos como islámicos se necesitaba que fueran idiotas, en el sentido de que un hombre santo para tener contacto con la divinidad no necesitaba del intelecto, la fe no entra con palabras, reconocer a la divinidad no toma del pensamiento profundo, de hecho San Pablo decía que la cualidad espiritual más cercana a Dios, por ser eterna, no era la razón, que unida al cuerpo se corrompía con la muerte, y en Ecleciastes, se nos recuerda “el mundo de los idiotas es infinito”.
Hay un estudio que les recomiendo si el tema les interesa, lo escribió el Dr. C. F. Goodey, La idiotez en la temprana medicina moderna y el concepto de discapacidad intelectual (2004), en el que hace un excelente resumen de los trabajos de Paracelso (1493-1541), Felix Platter (1536-1614) y Thomas Willys (1621-1675) tres distinguidos médicos del pasado, que se ocuparon de estudiar a fondo el asunto de la estupidez humana como problema médico y fenómeno social, es un poco largo pero muy ilustrativo, se lo recomiendo.
Paracelso, por ejemplo, fue de los primeros en estudiar la incidencia que había de personas idiotas en los poblados Alpinos de Francia, Italia y Suiza, el cual atribuía al alto grado de minerales que contenía el agua de sus manantiales, y de la poca o ninguna presencia de yodo en la misma, lo que según sus investigaciones producía deficiencias tiroideas y discapacidades mentales.
Felix Platter hizo una descriptiva de las deficiencias de la inteligencia bastante adelantada para su época, diferenciaba aquellos problemas que surgían de las lesiones en la cabeza y las que resultaban de las enfermedades, de aquellas con las que ciertas personas nacían y que se traducían en lentitud para comprender las cosas.
El siguiente párrafo lo copio directamente del estudio del Dr. Goodey y es parte de la clasificación que hizo Platter:
(1)imbecillitas, debilidad relativa y disminución de funciones;  (2) consternatio, ausencia de funciones; (3) alienatio, cuando las funciones operan inapropiadamente o execivamente; (4) defatigatio, las funciones que operan durante el sueño… Empezando con (1) imbecilitas o “debilidad”, encontramos que Platter la subdivide en cuatro: hebetudo mentis (pesadez mental), Tarditas ingenti (lentitud en la comprensión), imprudentia (ausencia del buen juicio), y oblivio (pérdida de memoria). Todas estas condiciones suceden cuando “las funciones de la mente… no están suficientemente activadas”.
Por su parte Willis tiene una interesante teoría que no habla muy bien de nosotros los intelectuales, nos dice en su obra De anima brotorus lo siguiente:
La idiotez (stupiditas) es causada de manera individual al nacer, sus ejemplos son (a) un asunto del funcionamiento del cerebro en vez de la estructura o la textura del mismo, y (b) se encuentra entre su grupo de pacientes. El accidente sucede no por alguna mancha hereditaria pero si porque el padre es un sabio y supremamente inteligente (summe ingeniosus): su constante estudio y contemplación causan que su sangre mantenga demasiados espíritus animales circulando alrededor de su cerebro cuando deberían estar posicionados en los “cuerpos espermáticos”. Cuando “el alma racional está concentrada al máximo en dar nacimiento a un sucesor intelectual… el alma corpórea se hace débil y menos fértil”, por lo que el hijo físico termina como un retardado.
Para el doctor Goodey estos tres precursores de las deficiencias cognitivas pusieron en cada uno de los términos por ellos manejados, unas diferencias importantes para separar los daños fisiológicos de los propiamente mentales, la idiotez entendida como la incapacidad de tener pensamiento abstractos o muy complejos estaba muy influenciada por la atmósfera religiosa y las condiciones socioeconómicas de las distintas épocas en que se desarrollaron, por lo que era muy común atribuirle este estado de idiotez tanto a campesinos, como a mujeres y a personas de raza negra, Goodey les atribuye bases teológicas más que médicas.
Cuando las ciencias se fueron desarrollando y se pudo medir la inteligencia, estos conceptos empezaron a tomar otro cariz, las ideas evolutivas y las del comportamiento fueron tomando relevancia, los adelantos en la pedagogía y la psicología fue haciendo una mayor precisión en determinar las diferencias entre la melancolía y el comportamiento irregular de algunos niños, fue separándose los idiotas, los imbéciles, los propiamente “retardados mentales”, los hiperkinéticos… en los adultos, aquellas personas adictas a los juegos, a las drogas, al sexo o al alcohol les correspondía un grado de idiotez superior al normal.
De igual manera, se fue aceptando que una persona “normal” podía cometer estupideces (hacer cosas sin pensar en sus consecuencias) sin que esto lo convirtiera en un idiota, y se fue separando algunas enfermedades mentales de la debilidad mental, entre ellas la senilidad en las personas mayores.
Y empezó a suceder algo muy curioso, el término idiota o bobo se fue haciendo más y más peyorativo a medida que las personas incluían la inteligencia como una de los valores humanos más importantes, el que a alguien se le endilgara con el término “pendejo” se convirtió en una ofensa mayor, ya que denigraba precisamente de aquella cualidad que nos diferenciaba como seres racionales, pero al mismo tiempo, las personas inteligentes fueron cayendo en cuenta, que ser un sabio no era socialmente aceptado, es más, la mayor parte de las veces y por ser tan diferente a la media, era rechazado.
Fue de esta manera como fue surgiendo como estrategia social “el hacerse el pendejo”, pagaba más en términos de obtener triunfos en sociedad, hacerse pasar por un idiota que por alguien muy inteligente, una estrategia que se ha popularizado entre personas no muy inteligentes y con un apetito por el ascenso social rápido, los llamados en Venezuela “los vivos”, no hacerle “sombra” al jefe, crear una imagen de confianza y discreción, tratar de ser eficiente y convertirse en alguien necesario, antes de dar el golpe, o sea, la traición, y complotar para la caída del superior o la competencia y obtener su posición, todo bajo el manto del idiota inofensivo.
Puede darse el caso incluso, de nombrar a un verdadero idiota para el cargo de mayor exposición en una organización o institución, a manera de instrumento, para ser usado a voluntad por los verdaderos dueños de la situación que trabaja en las sombras, manipulando al idiota.
La estupidez comporta el matiz de no conocer algo que se debería conocer o que se pretende conocer y, además, de no estar preocupado por cubrir esta falta. Para el investigador francés Couvreur, la estupidez consiste en una inmovilidad intelectual que corresponde a  un suicidio intelectual.
En un reciente estudio realizado por el instituto de psicología la Universidad de Eotvos, en Budapest, Hungría y que involucró una muestra de 154 estudiantes, se logró determinar tres nuevas formas de actos estúpidos en donde sus perpetradores tenían la máxima responsabilidad por sus fracasos: el primero, actuar en la ignorancia en áreas que exigen competencia, el segundo, no tener control sobre los resultados debido a un comportamiento obsesivo, tercero, no estar atento en lo que se hace debido principalmente a la falta de experiencia.
Este tipo de “consenso” de lo que constituye un comportamiento idiota y propenso a errores graves, varía de acuerdo al tipo de sociedad, una sociedad tecnificada y con alto grado de educación evalúa estas situaciones de manera muy diferente a sociedades traumadas o atrasadas, y esto es importante ya que se trata de una medida que permite o no ciertos comportamientos y la presencia de personalidades con deficiencias operativas graves.
Como hemos podido entrever, el tema de la idiotez humana es mucho más complejo de lo que muchos pretenden despachar como un simple insulto, he dejado por fuera un montón de información importante sobre el tema debido al espacio de mi artículo pero les aseguro que la tontera puede tener repercusiones graves y en el caso de Venezuela, como sociedad, se puede llegar a convertir en una epidemia.
Dejo por fuera estudios políticos de como todo un país puede ser idiotizado en el tema electoral a fuerza de propaganda y memes, aún países desarrollados, ya que los partidos políticos y algunos medios de comunicación con intereses en el asunto, necesitan un electorado embrutecido, sin capacidad de discernimiento; en lo personal soy de quienes creen que la estupidez hay que denunciarla, nunca aceptarla, y menos cuando se entroniza en el gobierno, pero soy todavía más radical y extremista cuando descubro que hay organizaciones y políticos que me toman por un estúpido, y pretenden engañarme, eso es imperdonable, y allí cabe el insulto.      saulgodoy@gmail.com
















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