jueves, 23 de enero de 2020

Miller sobre Mishima



Henry Miller (1891-1980) demostró que era un gran lector como son muchos de los buenos escritores, me he alejado de su novelística para bucear en sus ensayos, y he descubierto un Miller distinto al presunto pornógrafo, crudo y surrealista, que sus novelas le confirieron en su momento, afortunadamente eso está cambiando y la crítica está valorando su escritura como uno de los estilos más originales de la modernidad.
Lo primero que llamó mi atención sobre lo que Miller escribió de Yukio Mishima (1925-1970), es que tratándose de dos escritores tan disímiles, que nunca se conocieron personalmente, que Miller siendo un anarquista con tendencias socialistas y Mishima un fascista ultranacionalista, Miller un mujeriego irredento y Mishima un bisexual con tendencia sadomasoquistas, Miller un hijo de una familia proletaria del Brooklyn profundo, Mishima un dilecto hijo de la nobleza japonesa, Miller un escritor maldito cuya obra ha sido perseguida por los tribunales, Mishima un polimauta y preciosista, candidato al Nobel de Literatura, y que sin embargo tuvo el neoyorquino el interés de leerlo y de comprenderlo, diciendo de él lo siguiente:

Mishima, deliberadamente tan sumergido en la cultura occidental y el pensamiento occidental, haya sin embargo muerto no solo según el estilo japonés tradicional sino para preservar las tradiciones peculiares del Japón. No lo veo meramente preocupado por restaurar la monarquía, ni siquiera por reconstruir un ejército japonés, sino más bien por despertar al pueblo japonés a la belleza y eficacia de su propio modo de vida tradicional. ¿Quién, mejor que él en Japón, para presentir los peligros que amenazan a un Japón que sigue las pautas de nuestras ideas occidentales?

La cita corresponde al ensayo de Miller Reflexiones Sobre la Muerte de Mishima, escrito en su etapa californiana y ya casado con su quinta y última esposa (aunque no su última mujer), la cantante japonesa Hiroko Tokuda (casado. 1967; divorciado. 1977), y el trabajo fue inspirado por la noticia de la violenta y aparentemente absurda muerte de Mishima, aparecida en todos los diarios a nivel mundial que registraba como un grupo de cuatro cadetes militares liderados por Mishima, había asaltado la comandancia de las fuerzas de autodefensa de Tokio, y secuestrado a su jefe, el general Mashita.
Ese 26 de noviembre de 1970, en una pantomima de golpe de estado, el autodenominado Grupo Escudo (Tate-no-kai) una milicia privada creada dentro de la institución militar por el escritor, eran todos expertos en artes marciales y defensa militar, exigían que el ejército se pronunciara en contra de la Constitución de 1947 para restituir en el poder al Emperador.
Desplegaron las pancartas con sus peticiones y Mishima salió al balcón para leer una proclama que fue mal recibida por los efectivos y oficiales allí reunidos, fue abucheado, acto seguido procedió a hacerse seppuku, es decir, a abrirse el abdomen con un cuchillo y que uno de sus colaboradores le practicara el kaishakunin, o sea, el decapitamiento, pero el cadete que le tocó aquella función no pudo hacerlo a pesar de tratar tres veces, finalmente optó por el mismo hacerse seppuku, obligando a otro de los cadetes a decapitar a su jefe, y luego a su amigo ya destripados.
Coma parte final de aquel incidente, pusieron las cabezas paradas en el piso frente a los cuerpos ensangrentados para que el general le rindiera los honores a sus guerreros, cosa que hizo antes de que los sobrevivientes se entregaran a las autoridades, de aquella escena quedó el registro de una fotografía que fue publicada en algunos medios.
Aquel truculento recuento despertó en Miller una enorme curiosidad que ya venía alimentada por su gusto por las películas japonesas, sobre todo la de samuráis, que eran sus favoritas, la cultura japonesa tenían para él un enorme atractivo, aquella combinación de culto a la muerte y al mismo tiempo de romántico rechazo a la violencia, de la búsqueda de la perfección y la belleza con aquel sentido trágico (nihilista) de la vida, le despertaban curiosidad, además de la vida social que tenía con muchos japoneses visitando su hogar y compartiendo con ellos, lo espolearon a conseguir la obra de Mishima y leerla, cosa harto difícil en aquellos tiempos, muy poco del escritor japonés se había traducido, a pesar de su extensísima obra.
Miller ya estaba en el declive de su carrera y su vida, era un septuagenario, una figura de culto dentro del mundo de los escritores, luego de que sus abogados habían ganado el juicio en la Corte Suprema de Justicia, logrando que el dictamen reconociera que en vez de pornografía su obra debía considerarse literatura, que fue un gran triunfo del derecho a la libre expresión en contra de la censura, el interés del público por su obra aumentó.
Luego de años que sus libros sólo se podían conseguir como contrabando en los EEUU, empezó a recibir los reconocimientos por mucho tiempo represados como uno de los escritores más importantes de su generación, apenas estaba iniciándose en la última parte de su obra conocida como Big Sur, una serie de crónicas y narraciones sobre sus amigos y la gente que iba a visitarlo, entrevistas y trabajos de investigación sobre su persona y su obra, pero lo más importante, su fama crecía día a día y sus obras impactaban la cultura popular.
Su casa recibía un constante flujo de escritores, músicos, artistas y directores de Hollywood, pintores (era un reconocido acuarelista), profesores, investigadores, estudiantes, políticos, todos quería saludar al gran escritor que había llevado el testimonio de la vida en los barrios bajos de París y New York, su famas estaba consolidada en Europa, sólo en Inglaterra habían prohibidos sus novelas, los Trópicos de Cáncer y Capricornio, la trilogía de La Cruxificción Rosada, por nombrar las más famosas, eran clásicos en otros idiomas.
Pero, ¿Quién era Yukio Mishima hasta ese fatal día de 1970? Empezando porque su verdadero nombre era  Kimitake Hiraoka, Mishima era un seudónimo que le venía desde la adolescencia, era el escritor más popular y admirado en Japón, con sólo 45 años de edad tenía una obra impresionante; en uno de esos espectáculos que su enorme vanidad e imaginación frecuentemente elaboraban como promoción personal, realizó lo que se llamó una Exposición Mishima en uno de los almacenes Tobu, los más granes de Tokio, más de cien mil personas la visitaron para ver exhibidas todas sus obras, videos, películas, montajes de teatro, fotografías, objetos personales, incluso una magnífica katana (espada) del siglo XVI con la que veinte días después  le darían muerte… más tarde sus seguidores se darían cuenta de que se trataba un homenaje póstumo a su memoria protagonizada por el mismo en vida, con lo que cayeron en cuenta, posteriormente, que su suicidio, fue un espectáculo meticulosamente preparado con mucha antelación (cuando le preguntaron por qué el programa, los backings y el cortinaje eran negros, sonriendo dijo que así las muestras se veían mejor, nadie sospechó del luto que realmente significaba).
En esa exposición se reunió toda su obra literaria, que en un apretado resumen consistían en 34 novelas, 50 obras de teatro, 25 colecciones de cuentos, 35 libros de ensayos, 1 libreto operático, 1 una película de su autoría, muestras de un ballet que había creado, haciendo la observación que en sus obras de teatro se cuentan verdaderas joyas del difícil arte del Kabuki y del No bajo estrictos cánones clásicos, algunas letras para canciones pero extrañamente nada de poesía, excepto los poemas para la muerte exigidos en el rito del seppuko.
En todo el abundante trabajo fotográfico expuesto, él era el sujeto principal y hacía su propia dirección artística, el principal objetivo era su cuerpo, esculpido a la perfección por medio de ejercicio y el entrenamiento samurái, y como actor tuvo participación en películas de otros directores y papeles en muchas de sus obras de teatro, la exaltación a su ego fue apotiósico.
Todo ese volumen de trabajo sólo indica una cosa, era un artista no sólo disciplinado, sino altamente productivo, sus jornadas de escritura podían extenderse por días continuos con sus noches, y quienes lo vieron trabajar decían que era obsesivo, pendiente de cada detalle, trabajaba a una velocidad vertiginosa, su creatividad no tenía límites y corregía muy poco para el resultado final, que eran obras de una calidad superior, lo que indicaba un control absoluto de su herramienta fundamental, la palabra.
Igual de bueno era en las conversaciones y discursos, tenía el don de la persuasión tal como lo indica la siguiente anécdota, en mayo del 69, en la Universidad de Komaba en Tokio fue invitado a unos coloquios con el brazo radical (Zenkyioto) de la ultraizquierda estudiantil (Zengakuren) que lo odiaban con pasión, pues era la imagen viva de la ultraderecha, el símbolo del fascismo más retrogrado, ferviente defensor de las doctrinas del Bushido, ardiente patriota y militarista, y para colmo, un exhibicionista consumado.
Se presentó en el recinto universitario donde estaban congregados 2.500 cabezas calientes en pleno hervor gritando consignas, no se le ocurrió pedir una escolta policial ni ser acompañado por autoridades de la universidad, fue sólo, y en el escenario esperó pacientemente por su turno al micrófono, y empezó a hablarles, y entre anécdotas y bromas rompió el hielo, y logro encaminar el encuentro a debates de mucha altura, obligándolos a llamar a sus mejores expositores, el encuentro fue un éxito, al punto que las grabaciones fueron transcritas, publicadas y puestas a la venta, agotando varias ediciones seguidas, con su particular sentido de justicia decidió compartir las ganancias mitad y mitad, escribiendo luego para la prensa: «Yo empleé mi cincuenta por ciento en uniformes para el Tate-no-kai, supongo que ellos usarían el suyo en cascos, porras y cócteles Molotov. Todos contentos».
Escribe Miller en sus Reflexiones con tono de reclamo:

…por mucho que los japoneses tengan derecho a su propio ejército, a su marina, a sus armas nucleares, a sus propias bombas, al entero arsenal de la destrucción, como cualquier otra nación, mi ferviente deseo es que no sucumban a esta tentación. No quiera Dios que los militares se hagan cargo, que otra vez lleven al pueblo japonés al matadero. Si tiene que haber un ejército, por qué no un ejército de emisarios de paz, un ejército de hombres y mujeres fuertes y determinados que rechacen la guerra, que no teman vivir sin defensa, abiertos y vulnerables. ¿Por qué no un ejército que crea en el poderío de la vida, no de la muerte?  ¿No podría haber otro tipo de héroe en lugar de estos mártires obedientes que matan y mueren por la nación, por el honor, por esta o aquella ideología o por ninguna razón?

Miller se siente verdaderamente conmovido por aquellos sucesos que rodearon su suicidio, piensa que Mishima es su par, un hermano en las letras, un escritor que no debería recurrir a vías y métodos que no sean los que dicta la razón y no la pasión desenfrenada, que aquellas situaciones extremas sólo debería existir como parte de una personaje de ficción, o ser componente de la trama novelada, pero jamás llevarlo al curso de la vida, están allí enfrentados las visiones de un occidental y las de un oriental.
A Miller le importaba un bledo si Mishima era o no homosexual, lo que verdaderamente no podía aceptar era su poco apego a la vida, su falta de gusto por las maravillas de la existencia, varias veces menciona su falta de humor, el rigor de las formas y tradiciones que lo rodean.

En El pabellón del templo dorado, mi querido Mishima, para describir un aspecto de su belleza usaste una frase que nunca olvidaré. Hablaste de “adumbraciones de la nada". Como suena esto en japonés nunca lo sabré, pero en ingles tenia magia. Y en otra parte, en Sol y acero creo, dijiste que estabas planeando una unión entre el arte y la vida. Me quede pensando con que seriedad, con que profundidad habías sopesado esta idea. Me pregunte si nunca habías sentido la contradicción implícita en una idea tan noble. Siempre ibas empalándote en los cuernos de alguna contradicción, ¿no es cierto? Toda tu vida fue un dilema cuya única solución era la muerte. Ataste tu propio nudo gordiano y resolviste el problema cortándolo con la espada.

La pequeña obra de Miller sobre Mishima es verdaderamente conmovedora, el escritor de Brooklyn abre su corazón ante un hecho incomprensible para sus valores, y nos deja ver a un hombre confundido y triste por las acciones de su par japonés, no gusta del militarismo ni de las posiciones radicales que implican la destrucción de la vida.
Recomiendo plenamente su lectura así como la exploración de la obra de Mishima, me he concentrado más en sus cuentos que en sus novelas, y les puedo asegurar que ese Samurái sabía escribir con maestría, y creo que sí se merecía el Nobel de literatura.   -    saulgodoy@gmail.com

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