Henry Miller (1891-1980) demostró que era un gran lector
como son muchos de los buenos escritores, me he alejado de su novelística para
bucear en sus ensayos, y he descubierto un Miller distinto al presunto pornógrafo,
crudo y surrealista, que sus novelas le confirieron en su momento,
afortunadamente eso está cambiando y la crítica está valorando su escritura
como uno de los estilos más originales de la modernidad.
Lo primero que llamó mi atención sobre lo que Miller
escribió de Yukio Mishima (1925-1970), es que tratándose de dos escritores tan
disímiles, que nunca se conocieron personalmente, que Miller siendo un
anarquista con tendencias socialistas y Mishima un fascista ultranacionalista,
Miller un mujeriego irredento y Mishima un bisexual con tendencia
sadomasoquistas, Miller un hijo de una familia proletaria del Brooklyn
profundo, Mishima un dilecto hijo de la nobleza japonesa, Miller un escritor
maldito cuya obra ha sido perseguida por los tribunales, Mishima un polimauta y
preciosista, candidato al Nobel de Literatura, y que sin embargo tuvo el neoyorquino
el interés de leerlo y de comprenderlo, diciendo de él lo siguiente:
Mishima, deliberadamente tan sumergido
en la cultura occidental y el pensamiento occidental, haya sin embargo muerto
no solo según el estilo japonés tradicional sino para preservar las
tradiciones peculiares del Japón. No lo veo meramente preocupado por restaurar
la monarquía, ni siquiera por reconstruir un ejército japonés, sino más bien por
despertar al pueblo japonés a la belleza y eficacia de su propio modo de vida
tradicional. ¿Quién, mejor que él en Japón, para presentir los peligros que
amenazan a un Japón que sigue las pautas de nuestras ideas occidentales?
La cita corresponde al ensayo de Miller Reflexiones Sobre la Muerte de Mishima, escrito en su etapa
californiana y ya casado con su quinta y última esposa (aunque no su última
mujer), la cantante japonesa Hiroko Tokuda (casado. 1967; divorciado. 1977),
y el trabajo fue inspirado por la noticia de la violenta y aparentemente
absurda muerte de Mishima, aparecida en todos los diarios a nivel mundial que
registraba como un grupo de cuatro cadetes militares liderados por Mishima,
había asaltado la comandancia de las fuerzas de autodefensa de Tokio, y
secuestrado a su jefe, el general Mashita.
Ese 26 de noviembre de 1970, en una pantomima de
golpe de estado, el autodenominado Grupo Escudo (Tate-no-kai) una milicia privada creada dentro de la institución
militar por el escritor, eran todos expertos en artes marciales y defensa
militar, exigían que el ejército se pronunciara en contra de la Constitución de
1947 para restituir en el poder al Emperador.
Desplegaron las pancartas con sus peticiones y
Mishima salió al balcón para leer una proclama que fue mal recibida por los
efectivos y oficiales allí reunidos, fue abucheado, acto seguido procedió a
hacerse seppuku, es decir, a abrirse
el abdomen con un cuchillo y que uno de sus colaboradores le practicara el kaishakunin, o sea, el decapitamiento,
pero el cadete que le tocó aquella función no pudo hacerlo a pesar de tratar
tres veces, finalmente optó por el mismo hacerse seppuku, obligando a otro de los cadetes a decapitar a su jefe, y
luego a su amigo ya destripados.
Coma parte final de aquel incidente, pusieron las
cabezas paradas en el piso frente a los cuerpos ensangrentados para que el
general le rindiera los honores a sus guerreros, cosa que hizo antes de que los
sobrevivientes se entregaran a las autoridades, de aquella escena quedó el
registro de una fotografía que fue publicada en algunos medios.
Aquel truculento recuento despertó en Miller una
enorme curiosidad que ya venía alimentada por su gusto por las películas
japonesas, sobre todo la de samuráis, que eran sus favoritas, la cultura
japonesa tenían para él un enorme atractivo, aquella combinación de culto a la
muerte y al mismo tiempo de romántico rechazo a la violencia, de la búsqueda de
la perfección y la belleza con aquel sentido trágico (nihilista) de la vida, le
despertaban curiosidad, además de la vida social que tenía con muchos japoneses
visitando su hogar y compartiendo con ellos, lo espolearon a conseguir la obra
de Mishima y leerla, cosa harto difícil en aquellos tiempos, muy poco del escritor
japonés se había traducido, a pesar de su extensísima obra.
Miller ya estaba en el declive de su carrera y su
vida, era un septuagenario, una figura de culto dentro del mundo de los
escritores, luego de que sus abogados habían ganado el juicio en la Corte
Suprema de Justicia, logrando que el dictamen reconociera que en vez de
pornografía su obra debía considerarse literatura, que fue un gran triunfo del
derecho a la libre expresión en contra de la censura, el interés del público
por su obra aumentó.
Luego de años que sus libros sólo se podían
conseguir como contrabando en los EEUU, empezó a recibir los reconocimientos
por mucho tiempo represados como uno de los escritores más importantes de su
generación, apenas estaba iniciándose en la última parte de su obra conocida
como Big Sur, una serie de crónicas y
narraciones sobre sus amigos y la gente que iba a visitarlo, entrevistas y
trabajos de investigación sobre su persona y su obra, pero lo más importante,
su fama crecía día a día y sus obras impactaban la cultura popular.
Su casa recibía un constante flujo de escritores,
músicos, artistas y directores de Hollywood, pintores (era un reconocido
acuarelista), profesores, investigadores, estudiantes, políticos, todos quería
saludar al gran escritor que había llevado el testimonio de la vida en los
barrios bajos de París y New York, su famas estaba consolidada en Europa, sólo
en Inglaterra habían prohibidos sus novelas, los Trópicos de Cáncer y Capricornio, la trilogía de La Cruxificción Rosada, por nombrar las
más famosas, eran clásicos en otros idiomas.
Pero, ¿Quién era Yukio Mishima hasta ese fatal día
de 1970? Empezando porque su verdadero nombre era Kimitake Hiraoka, Mishima era un
seudónimo que le venía desde la adolescencia, era el escritor más popular y admirado en
Japón, con sólo 45 años de edad tenía una obra impresionante; en uno de esos
espectáculos que su enorme vanidad e imaginación frecuentemente elaboraban como
promoción personal, realizó lo que se llamó una Exposición Mishima en uno de los almacenes Tobu, los más granes de
Tokio, más de cien mil personas la visitaron para ver exhibidas todas sus
obras, videos, películas, montajes de teatro, fotografías, objetos personales,
incluso una magnífica katana (espada) del siglo XVI con la que veinte días después
le darían muerte… más tarde sus
seguidores se darían cuenta de que se trataba un homenaje póstumo a su memoria
protagonizada por el mismo en vida, con lo que cayeron en cuenta,
posteriormente, que su suicidio, fue un espectáculo meticulosamente preparado
con mucha antelación (cuando le preguntaron por qué el programa, los backings y el cortinaje eran negros,
sonriendo dijo que así las muestras se veían mejor, nadie sospechó del luto que
realmente significaba).
En esa exposición se reunió toda su obra literaria,
que en un apretado resumen consistían en 34 novelas, 50 obras de teatro, 25
colecciones de cuentos, 35 libros de ensayos, 1 libreto operático, 1 una
película de su autoría, muestras de un ballet que había creado, haciendo la
observación que en sus obras de teatro se cuentan verdaderas joyas del difícil
arte del Kabuki y del No bajo estrictos cánones clásicos,
algunas letras para canciones pero extrañamente nada de poesía, excepto los
poemas para la muerte exigidos en el rito del seppuko.
En todo el abundante trabajo fotográfico expuesto, él
era el sujeto principal y hacía su propia dirección artística, el principal
objetivo era su cuerpo, esculpido a la perfección por medio de ejercicio y el
entrenamiento samurái, y como actor tuvo participación en películas de otros
directores y papeles en muchas de sus obras de teatro, la exaltación a su ego
fue apotiósico.
Todo ese volumen de trabajo sólo indica una cosa,
era un artista no sólo disciplinado, sino altamente productivo, sus jornadas de
escritura podían extenderse por días continuos con sus noches, y quienes lo
vieron trabajar decían que era obsesivo, pendiente de cada detalle, trabajaba a
una velocidad vertiginosa, su creatividad no tenía límites y corregía muy poco
para el resultado final, que eran obras de una calidad superior, lo que
indicaba un control absoluto de su herramienta fundamental, la palabra.
Igual de bueno era en las conversaciones y
discursos, tenía el don de la persuasión tal como lo indica la siguiente
anécdota, en mayo del 69, en la Universidad de Komaba en Tokio fue invitado a
unos coloquios con el brazo radical (Zenkyioto) de la ultraizquierda
estudiantil (Zengakuren) que lo odiaban con pasión, pues era la imagen viva de
la ultraderecha, el símbolo del fascismo más retrogrado, ferviente defensor de
las doctrinas del Bushido, ardiente patriota y militarista, y para colmo, un
exhibicionista consumado.
Se presentó en el recinto universitario donde
estaban congregados 2.500 cabezas calientes en pleno hervor gritando consignas,
no se le ocurrió pedir una escolta policial ni ser acompañado por autoridades
de la universidad, fue sólo, y en el escenario esperó pacientemente por su
turno al micrófono, y empezó a hablarles, y entre anécdotas y bromas rompió el
hielo, y logro encaminar el encuentro a debates de mucha altura, obligándolos a
llamar a sus mejores expositores, el encuentro fue un éxito, al punto que las
grabaciones fueron transcritas, publicadas y puestas a la venta, agotando
varias ediciones seguidas, con su particular sentido de justicia decidió
compartir las ganancias mitad y mitad, escribiendo luego para la prensa: «Yo empleé mi cincuenta por ciento en
uniformes para el Tate-no-kai, supongo que ellos usarían el suyo en cascos,
porras y cócteles Molotov. Todos contentos».
Escribe Miller en sus Reflexiones con tono de reclamo:
…por mucho que los japoneses tengan
derecho a su propio ejército, a su marina, a sus armas nucleares, a sus propias
bombas, al entero arsenal de la destrucción, como cualquier otra nación, mi
ferviente deseo es que no sucumban a esta tentación. No quiera Dios que los
militares se hagan cargo, que otra vez lleven al pueblo japonés al matadero. Si
tiene que haber un ejército, por qué no un ejército de emisarios de paz, un
ejército de hombres y mujeres fuertes y determinados que rechacen la guerra,
que no teman vivir sin defensa, abiertos y vulnerables. ¿Por qué no un ejército
que crea en el poderío de la vida, no de la muerte? ¿No podría haber otro tipo de héroe en lugar
de estos mártires obedientes que matan y mueren por la nación, por el honor,
por esta o aquella ideología o por ninguna razón?
Miller se siente verdaderamente conmovido por aquellos sucesos que
rodearon su suicidio, piensa que Mishima es su par, un hermano en las letras,
un escritor que no debería recurrir a vías y métodos que no sean los que dicta
la razón y no la pasión desenfrenada, que aquellas situaciones extremas sólo
debería existir como parte de una personaje de ficción, o ser componente de la
trama novelada, pero jamás llevarlo al curso de la vida, están allí enfrentados
las visiones de un occidental y las de un oriental.
A Miller le importaba un bledo si Mishima era o no homosexual, lo
que verdaderamente no podía aceptar era su poco apego a la vida, su falta de
gusto por las maravillas de la existencia, varias veces menciona su falta de
humor, el rigor de las formas y tradiciones que lo rodean.
En El pabellón del templo dorado, mi
querido Mishima, para describir un aspecto de su belleza usaste una frase que
nunca olvidaré. Hablaste de “adumbraciones de la nada". Como suena esto en
japonés nunca lo sabré, pero en ingles tenia magia. Y en otra parte, en Sol
y acero creo, dijiste que estabas planeando una unión entre el arte y la
vida. Me quede pensando con que seriedad, con que profundidad habías sopesado
esta idea. Me pregunte si nunca habías sentido la contradicción implícita en
una idea tan noble. Siempre ibas empalándote en los cuernos de alguna contradicción,
¿no es cierto? Toda tu vida fue un dilema cuya única solución era la muerte.
Ataste tu propio nudo gordiano y resolviste el problema cortándolo con la
espada.
La pequeña obra de Miller sobre Mishima es verdaderamente
conmovedora, el escritor de Brooklyn abre su corazón ante un hecho
incomprensible para sus valores, y nos deja ver a un hombre confundido y triste
por las acciones de su par japonés, no gusta del militarismo ni de las
posiciones radicales que implican la destrucción de la vida.
Recomiendo plenamente su lectura así como la exploración de la
obra de Mishima, me he concentrado más en sus cuentos que en sus novelas, y les
puedo asegurar que ese Samurái sabía escribir con maestría, y creo que sí se
merecía el Nobel de literatura. - saulgodoy@gmail.com
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