En estos tiempos de acuartelamientos obligados, se hace
necesario para muchos de nosotros tener buenos libros a mano para que nos
distraigan de lo que ocurre a nuestro alrededor, aunque hay lectores a quienes
llamo “temáticos” que prefieren leer sobre los asuntos que los influyen y
determinan, de modo que si son afectados por una pandemia, prefieren leer sobre
el tema e informarse de todos los ángulos posibles, entre ellos el literario.
He visto algunas listas de lecturas recomendadas que son
inquietantes, desde Tucídides reportando sobre la plaga que cayó sobre Atenas
por allá en el año 430 Ac, Boccaccio y Manzoni, el primero en Florencia y el
segundo en Milán, escribieron sobre la peste bubónica que asoló la bota
italiana unos años antes, que Samuel Pepys y Daniel Defoe reportaran el brote
de la “Plaga Negra” que mató a más de un cuarto de la población de Londres;
luego Mary Shelley escribió su Ultimo
Hombre, la primera novela apocalíptica del siglo XIX donde la raza humana
se ve arrasada por una epidemia, seguimos con Thomas Mann y su clásico Muerte en Venecia, una misteriosa plaga
de Cólera que asola los canales de Venecia, de allí a Albert Camus quien nos
lleva de la mano en su obra La Peste,
donde una epidemia asola el puerto de Oran, en Algeria, luego nos recomiendan a
Philip Roth, con su novela Nemesis,
para que nos cuente sobre la epidemia de polio que afecto a los EEUU en 1950, y
por último nos lanza La Amenaza de
Andrómeda de Michael Crichton, un tecnothriller,
muy parecido a los que sucedió con el virus de Wuham, y que nos está afectando
a todos a escala mundial.
En lo personal este tipo de lectura en cuarentena me
parece temerario, yo trataría de evadirme ya que sé, voy a estar bombardeado de
información sobre lo que ocurre afuera de mi casa, es la razón que hoy voy a
recomendarles dos novelas que me acabo de leer, y las traigo a colación porque
son entretenidas (ambas las leí de un solo tirón) y están bien escritas, las disfruté
en castellano traducidos del inglés, sus dos autores son norteamericanos, una
es de terror y la otra de ciencia ficción.
Empecemos con el Trigésimo
séptimo Mandala (El Mandala 37)
del escritor Marc Laidlaw, este autor californiano escribe historias de horror
y ciencia ficción, trabajó en el diseño de video juegos para la firma Valve, luego de algunos éxitos en el
área, se dedicó de lleno a la narrativa, resultando en esta obra que lo han
catapultado al estrellato de los nuevos escritores en este particular género,
que tiene tanto arraigo y tradición en la cultura anglosajona.
Para los que desconozcan el término, un mandala es una
creación personal de algunos monjes y buscadores de “iluminación” que les sirve
de herramienta para obtener un cierto estado mental o de guía en la meditación
profunda, los tibetanos son famosos por sus coloridos mandalas que hacen con
arena muy fina y de colores que llegan a tomar formas muy complejas
esencialmente geométricas y en algunos casos con rigor matemático.
En la Enciclopedia de Signos y Símbolos (1967)
nos define el mandala de la siguiente manera: “Yantra o
Mandala: El yantra, un diagrama sagrado hindú, se utiliza como motivo central
para la meditación. La concentración en las figuras geométricas atrae la mente al
diagrama y la transporta al más allá. Los yantras muchas veces
constituyen la base de las plantas arquitectónicas de los templos. El mandala es
un yantra circular, que encierra un cuadrado”.
En la novela, en algún momento se nos explica de manera
sencilla: “En nuestra primera sesión, la señorita A afirmó que, durante las
visiones, sobre todo contemplaba remolinos giratorios, parecidos a los mandalas
de la filosofía budista, pero mientras que los mandalas budistas eran diagramas
de carácter sacro fabricados con el fin de meditar, los que ella veía eran
organismos vivos, nadadores del mar astral que parecían ansiosos por
comunicarse”.
Y vaya si querían comunicarse, en la novela de Laidlaw los incautos que
activaban el mandala, abría un portal hacia dimensiones diabólicas donde
moraban fuerzas perturbadoras que perdían a las almas que buscan aventuras
espirituales que inocentemente buscaban en sus librerías locales, en la sección
New Age, donde se consiguen los libros de Derek Crowe, un popular autor que
trabajaba con el hipnotismo, la magia sexual, el tercer ojo, su última obra era
Los ritos Mandala, una especie de compilación de figuras orientales, de
mandalas, que supuestamente al invocarlas se hacían contactos con otros planos
de la realidad.
Derek Crowe era
un escritor que lo que quería era fama y dinero por la vía rápida, escribía sus
libros y hacía sus giras promocionales y presentaciones de sus técnicas frente
a hermandades y sectas de lo oculto, que era un público fiel e interesado pero
agotador, hacía suficiente dinero para vivir pero aún no le llegaba el éxito que lo consagraría como un gran maestro,
mientras ese momento llegaba no le quedaba sino hacer aquellas interminables
presentaciones en pueblos pequeños y ciudades medianas ante un público que el
grueso lo constituían solitarias amas de casa, pandilleros, drogadictos, gente curiosa
sobre la magia que vivía en casas rodantes y aspirantes a brujos.
Pero con aquel
último libro sobre los mandala, que Crowe consideraba su mejor trabajo,
convenció a su editor de que lo imprimieran en una edición especial ilustrada
con los 37 mandalas, cada uno elaborado a todo detalle y la mejor impresión
posible, una edición de lujo, al que ahora le estaban tentando con producir una
edición tipo cartas del Tarot.
Lo que la gente
no sabía, ni siquiera su editor, es que esos mandalas fueron traídos de
Camboya, por un aventurero y verdadero conocedor de las artes mágicas negras,
un tal Elías Mooney, quien los había sustraído de un campo de concentración de
los Jemeres Rojos donde había muerto mucha gente, algunos de ellos sacrificados
a los mandalas.
El mandala 37
era un peligro para la humanidad y gracias al extensivo mercado de la
literatura New Age y un charlatán e impostor como Derek Crowe, pusieron
a circular algo que nunca debió existir entre nosotros, la historia es puro
horror cósmico, una de las mejores historias de miedo que he leído en los
últimos tiempos, hasta el mismo maestro del horror Stephen King, tuvo elogiosas
palabras para esta nueva pluma, que hace honores a ese gran figura, H.P.
Lovecraft.
Si les gusta el
terror, esta historia, estoy seguro los hará olvidar, aunque sea por unos
momentos, la pandemia del coronavirus.
La otra novela
que quiero recomendarles Materia Oscura (Dark
Matter), es otra cosa, una muy buena obra de ciencia ficción que tiene que
ver con el mundo cuántico y todas esas paradojas que nos presenta la Nueva
Física, algunas tan extrañas como la paradoja del experimento del gato de Schrödinger sobre la que
está inspirada la obra.
Quizás algunos
de ustedes ya hayan visto la serie de televisión basada en esta novela, para la
cual el escritor Blake Crouch recibió de Sony Pictures 1.25 millones de
dólares por sus derechos, y que se ha convertido en un éxito de la pequeña
pantalla, pero una cosa es verla y otra muy diferente es leerla, y les puedo
asegurar que van a disfrutar hojear sus páginas, y ver como Crouch construye
una historia que deja sin aliento por la rapidez con que maneja la trama.
Y es que Balke
Crouch ya viene con una experiencia singular con la serie televisiva Wayward Pines Trilogy (2014) con la que
logró un público cautivo para sus historias y la atención de los ejecutivos de
la industria del entretenimiento para con sus novelas, debe ser en la
actualidad uno de los escritores mejor pagados en los medios.
En la novela Materia Oscura, el profesor Jason
Dessen enseña física en una pequeña universidad en Chicago, tiene una bella
esposa, Daniela y un muy querido hijo, Charlie, su vida es normal y muy feliz
dedicado a las rutinas que cualquier profesional de los suburbios pudiera
tener, una noche tiene que salir a comprar helado y su vida cambia de repente.
Inexplicablemente
es asaltado, golpeado y drogado para secuestrarlo, y cuando despierta, se da
inicio a una pesadilla que tiene que ver con una de sus vidas paralelas, como
físico de partículas, en esa “rama” de su vida, que no tiene que ver con su
actual mundo, es un físico famoso y premiado, que ha logrado desarrollar para una
importante corporación, un sistema para viajar por los multiversos, que
consiste en una caja muy parecida a la de Schrödinger, en donde el gato que está adentro
puede aparecer vivo o muerto, dependiendo del punto de vista del observador (en
un anterior artículo expliqué con cierto detalle este famoso experimento), y
que es uno de los efectos de la mecánica cuántica actuando sobre las posibles
realidades que se extienden, como un tupido rizoma, frente a nuestra
probabilidades y que sólo uno de ellos prevalece sobre los demás, que colapsan
y nunca maduran como “realidad”.
En una escena
Jason está en su nuevo laboratorio ante su máquina acompañado de su socio en
esa otra vida, quien lo secuestró, piensa en la maravilla que tiene frente a
sí, que supuestamente es su creación y que él había elaborado en apuntes que
nunca se hicieron realidad.
… al
parecer, otra versión de mí sí que lo consiguió. Y elevó el concepto entero a
un nivel inconcebible. Porque si lo que Leighton dice es verdad, esta caja hace
algo que, según todo lo que sé sobre física, es imposible.
Me
siento avergonzado, como si hubiera perdido una carrera contra un rival mejor.
Esta caja la construyó un hombre con una visión excepcional.
Un
Jason mejor, más inteligente.
Miro
a Leighton.
—
¿Funciona?
—El
hecho de que estés a mi lado así lo sugiere —responde.
—No
lo entiendo. Si quisieras poner una partícula en un estado cuántico en un
laboratorio, crearías una cámara de privación. Se elimina toda la luz, se
absorbe el aire y se baja la temperatura a una fracción de un grado por encima
del cero absoluto. Mataría a un ser humano. Y cuanto más lejos vas, más frágil
se hace todo. Aunque estemos bajo tierra, hay todo tipo de partículas,
neutrinos, rayos cósmicos, que atraviesan el cubo y pueden interrumpir un
estado cuántico. El desafío parece insuperable.
—No
sé qué decirte… Tú lo superaste.
—
¿Cómo?
El
hombre sonríe.
—Mira,
tenía sentido cuando me lo explicaste, pero no puedo explicártelo yo a ti.
Deberías leer tus notas. Lo que puedo decirte es que esa caja crea y mantiene
un entorno donde los objetos cotidianos pueden existir en una superposición
cuántica.
—
¿Incluidos
nosotros?
—Incluidos
nosotros.
Vale.
En esa vida
Jason es un hombre muy rico, no está casado y por supuesto, no tiene a su hijo
Charlie, aunque Daniela existe, es una artista y viven aparte, en una escena
terrible la ve morir asesinada por las personas que lo han estado buscando para
obligarlo a que reinicie los experimentos de su máquina, logra escapar y con su creación, que en
realidad no es suya sino del Jason de esa particular bifurcación de su vida,
viaja a otros versiones apocalípticas del mundo y que ponen la carne de
gallina.
A partir de ese
momento todo es un torbellino de acción y situaciones bastantes particulares
que acaparan toda la atención del lector, y es que Crouch ha descubierto una
fórmula muy precisa de escritura, donde en muy pocas líneas y con un mínimo de
palabras, pinta las escena a un ritmo inusual, esto, sin descuidar las
descripciones muy bien logradas de un mundo post industrial y de alta
tecnología.
Materia Oscura termina siendo, como lo es también El Mandala 37, obras absurdas y
fantasiosas que con gran maestría sus creadores logran traspasar ese umbral de
verisimilitud en nuestra conciencia y hacerlas real en nuestra imaginación,
algo que muy pocos escritores pueden hacer con éxito y que por ello ganan
premios e inmensas fortunas.
Recomiendo ambas
novelas para distraernos de nuestras propias desgracias. -
saulgodoy@gmail.com
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