sábado, 25 de abril de 2020

Crecer hasta reventar






Uno de los mitos más comunes atribuidos al capitalismo es la necesidad que tiene este sistema económico de crecer, de tal manera que, si dejara de hacerlo, se derrumbaría; esto, si no acaba antes con el alma de todos nosotros y con todas las materias primas y recursos naturales existentes.
Esta supuesta tendencia, que los socialistas le endilgan al capitalismo, de que es una condición necesaria de la economía del libre mercado un creciente consumo, al final se convierte en una condición malsana y suicida, que termina acabando con el planeta y con la humanidad.
Según la investigadora Deirdre McCloskey, en su libro Porqué el Liberalismo Funciona (2019), ésta infundada crítica al capitalismo fue iniciada por uno de los tantos errores de Marx en la labor de desmontaje del capitalismo, cuando trataba de explicar, con argumentos teóricos, el fatal desequilibrio en que todas las economías de mercado incurrían.
Los comunistas se regodean en la idea de que la prosperidad y el bienestar, tan prometidos por los capitalistas, ése que implica “una siempre mayor riqueza material para cada miembro de la sociedad”; algunos izquierdistas roñosos gustan de acusar: “Las oligarquías le prometen a las masas el consumo de más productos de baja calidad, para que la economía produzca mayores volúmenes y ellos tengan mejores salarios para poder comprar lo más nuevo en las estanterías”.
En la Teoría del Valor del Trabajo elaborada por Marx, éste cometió un error fundamental al afirmar que el capitalismo está forzado a reducir los salarios debido a la competencia; nunca se le ocurrió y jamás planteó que es la misma competencia la que mantiene los salarios bajos, la que hace que los precios de los productos se mantengan bajos, beneficiando a los asalariados. Ese vacío en su teoría se produjo porque aplicó un análisis parcial para hacer conclusiones generales del equilibrio.
En estos últimos tiempos, se ha otorgado varios premios Nobel de Economía a estudiosos del análisis de equilibrio económico; la mayor parte de ellos hacen sesudos análisis matemáticos en los que coleccionan una serie de comportamientos, tanto de los productores como de los consumidores, para demostrar un punto de equilibrio general en mercados abstractos, y que han resultado ser las pruebas que definitivamente demuestran que Marx estaba equivocado; estos modelos apuntan a probar, incluso, que el crecimiento del consumo no es una variable definitiva para la obtención del equilibrio.
Ninguno de los modelos económicos en el capitalismo occidental, hasta el momento (excepto los marxistas), aludía como factor primordial el crecimiento del consumo; los modelos “clásicos” señalaban que el crecimiento económico tendía a equilibrarse con el tamaño de la población, donde todo el mundo consumía a los mismos niveles y las economías jamás colapsaron por ello.
De hecho, algunos de los modelos presentados por economistas como Gerard Debreu y Kenneth Arrow, ambos premios Nobel, describen en ellos estados estacionarios de la economía, donde no hay crecimiento del consumo y el equilibrio se mantiene sin problemas; la tesis de un colapso económico, por falta de un consumo siempre en alza, no aparece por ningún lado.
Entre otras cosas, esto quiere decir que el capitalismo acepta, sin ningún problema, estilos de vida sencillos y de bajo consumo. El profesor de ciencias políticas de la Universidad A&M de Texas, James R. Rogers, en su artículo El Capitalismo no requiere de un consumismo siempre en expansión (2019), se imagina que familias con casas pequeñas, con un auto usado, con sus propios huertos para sembrar algunos vegetales y sin necesidad de gastos ostentosos, siguen siendo factores activos en una economía, a su medida y dentro de sus segmentos poblacionales.
La economía capitalista no debe ser vista como un gran juego de la pirámide, siempre necesitada de más participantes para hacer correr una estafa continuada, que es la manera en que los socialistas y comunistas le hacen ver a los incautos el sistema de libre mercado. Eso no es así, por supuesto, siempre hay empresarios ambiciosos que no cejan en su empeño de ordeñar la vaca hasta el límite de sus posibilidades y que, si no obtienen crecimientos continuos, se sienten arruinados.
También hay consumidores adictos, los cuales, una vez que empiezan a coleccionar cosas o a darse gustos, no saben cuándo parar, y se endeudan para estar siempre con lo último del mercado; en este juego del consumo desmedido siempre hay ganadores y perdedores pero, repito, no es una variable fundamental en la vida de un sistema económico capitalista, y resulta más de decisiones de sus agentes, que de mecanismos internos del sistema.
Esto es muy claro en las tecnologías de las comunicaciones, son empresas que constantemente tienen que estar innovando y mejorando las prestaciones de sus productos y, gracias a la publicidad agresiva y la competencia, es que podemos ver gente haciendo cola para comprar el último teléfono, que apenas usarán por unos meses antes de comprar la nueva edición con más aplicaciones y en diferente formato… pero éste es un sector, no es toda la economía.
Todos esos escenarios socialistas de culturas líquidas, de lo efímero, de las modas, de la perdida de lo humano en el fuego consumista, no son sino episodios parciales y referencias que tratan de generalizar, para poder vender a sus adeptos la vida tribal alrededor del fuego, agarrados de las manos y cantando Kumbayá, mientras que los gobiernos socialistas los violan y les quitan hasta la forma de caminar.
El sistema de mercados siempre estuvo receptivo a estilos de vida sencillos y poco pretenciosos; de hecho, así fueron sus comienzos, convivían los veganos con los carnívoros, los que gustaban de buenos diseños para vestir con los que sólo necesitaban una sola combinación, los que vivían alquilados con de los dueños de las cuevas… existió en el siglo XVIII un tal Bernard Mandeville, quien se atrevió a predecir que los cerrajeros quebrarían una vez que la honestidad universal se impusiera, porque nadie necesitaría poner un candado en sus puertas si no había pillos, por lo tanto, la honestidad era mala para la economía; afortunadamente, hubo quien lo refutó arguyendo que, si la honestidad universal se imponía, lo que iba a ser un proceso que tomaría tiempo, habría oportunidad para que se desarrollaran otros oficios y labores que absorberían a los desahuciados cerrajeros.
Pero aun así, hay economistas, políticos, empresarios, que todavía piensan en un progresismo fatuo, que creen que, si una generación no es más rica que la de sus padres, han fracasado, y llaman estagnación cuando la economía no crece, ya no les basta con una economía en equilibrio, donde todos puedan comer sus tres comidas y contar con lo básico para una vida cómoda, de todas formas hay que seguir creciendo con la población ¿Quiere decir esto que hay un capitalismo estable? ¿Es posible un capitalismo suficiente?
Todo pareciera depender de las expectativas de la gente, de lo que se plantee una nación o un mercado, de la ambición, el realismo o la medida de quienes están al frente de la economía, pues pareciera que en nuestros días hay cosas más importantes que ser el primero, el más grande, el más rico… que es el capitalismo salvaje, como el que practican los chinos… pero resulta que hay cosas como la inclusión, la solidaridad, el cosmopolitismo, liberar a más gente de las garras de la necesidad y la pobreza, madre de todos los vicios, ignorancia y la violencia que, de alguna manera, son metas más importantes.
Son ideas que los venezolanos deberíamos estar pensando para el inminente momento de tomar las riendas del país y marcar la milla de este socialismo bolivariano del jurásico.  -   saulgodoy@gmail.com


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