Uno de los mitos más comunes atribuidos al capitalismo es
la necesidad que tiene este sistema económico de crecer, de tal manera que, si dejara
de hacerlo, se derrumbaría; esto, si no acaba antes con el alma de todos
nosotros y con todas las materias primas y recursos naturales existentes.
Esta supuesta tendencia, que los socialistas le endilgan
al capitalismo, de que es una condición necesaria de la economía del libre
mercado un creciente consumo, al final se convierte en una condición malsana y
suicida, que termina acabando con el planeta y con la humanidad.
Según la investigadora Deirdre McCloskey,
en su libro Porqué el Liberalismo
Funciona (2019), ésta infundada crítica al capitalismo fue iniciada por uno
de los tantos errores de Marx en la labor de desmontaje del capitalismo, cuando
trataba de explicar, con argumentos teóricos, el fatal desequilibrio en que
todas las economías de mercado incurrían.
Los comunistas se regodean en la idea de que la
prosperidad y el bienestar, tan prometidos por los capitalistas, ése que
implica “una siempre mayor riqueza
material para cada miembro de la sociedad”; algunos izquierdistas roñosos gustan
de acusar: “Las oligarquías le prometen a
las masas el consumo de más productos de baja calidad, para que la economía
produzca mayores volúmenes y ellos tengan mejores salarios para poder comprar
lo más nuevo en las estanterías”.
En la Teoría del Valor del Trabajo elaborada por Marx, éste
cometió un error fundamental al afirmar que el capitalismo está forzado a
reducir los salarios debido a la competencia; nunca se le ocurrió y jamás
planteó que es la misma competencia la que mantiene los salarios bajos, la que
hace que los precios de los productos se mantengan bajos, beneficiando a los
asalariados. Ese vacío en su teoría se produjo porque aplicó un análisis
parcial para hacer conclusiones generales del equilibrio.
En estos últimos tiempos, se ha otorgado varios premios
Nobel de Economía a estudiosos del análisis de equilibrio económico; la mayor
parte de ellos hacen sesudos análisis matemáticos en los que coleccionan una
serie de comportamientos, tanto de los productores como de los consumidores,
para demostrar un punto de equilibrio general en mercados abstractos, y que han
resultado ser las pruebas que definitivamente demuestran que Marx estaba
equivocado; estos modelos apuntan a probar, incluso, que el crecimiento del
consumo no es una variable definitiva para la obtención del equilibrio.
Ninguno de los modelos económicos en el capitalismo
occidental, hasta el momento (excepto los marxistas), aludía como factor primordial
el crecimiento del consumo; los modelos “clásicos” señalaban que el crecimiento
económico tendía a equilibrarse con el tamaño de la población, donde todo el
mundo consumía a los mismos niveles y las economías jamás colapsaron por ello.
De hecho, algunos de los modelos presentados por
economistas como Gerard Debreu y Kenneth Arrow, ambos premios Nobel, describen
en ellos estados estacionarios de la economía, donde no hay crecimiento del
consumo y el equilibrio se mantiene sin problemas; la tesis de un colapso
económico, por falta de un consumo siempre en alza, no aparece por ningún lado.
Entre otras cosas, esto quiere decir que el capitalismo
acepta, sin ningún problema, estilos de vida sencillos y de bajo consumo. El profesor
de ciencias políticas de la Universidad A&M de Texas, James R. Rogers, en
su artículo El Capitalismo no requiere
de un consumismo siempre en expansión (2019), se imagina que familias con
casas pequeñas, con un auto usado, con sus propios huertos para sembrar algunos
vegetales y sin necesidad de gastos ostentosos, siguen siendo factores activos
en una economía, a su medida y dentro de sus segmentos poblacionales.
La economía capitalista no debe ser vista como un gran
juego de la pirámide, siempre necesitada de más participantes para hacer correr
una estafa continuada, que es la manera en que los socialistas y comunistas le
hacen ver a los incautos el sistema de libre mercado. Eso no es así, por
supuesto, siempre hay empresarios ambiciosos que no cejan en su empeño de
ordeñar la vaca hasta el límite de sus posibilidades y que, si no obtienen
crecimientos continuos, se sienten arruinados.
También hay consumidores adictos, los cuales, una vez que
empiezan a coleccionar cosas o a darse gustos, no saben cuándo parar, y se
endeudan para estar siempre con lo último del mercado; en este juego del
consumo desmedido siempre hay ganadores y perdedores pero, repito, no es una
variable fundamental en la vida de un sistema económico capitalista, y resulta
más de decisiones de sus agentes, que de mecanismos internos del sistema.
Esto es muy claro en las tecnologías de las
comunicaciones, son empresas que constantemente tienen que estar innovando y mejorando
las prestaciones de sus productos y, gracias a la publicidad agresiva y la
competencia, es que podemos ver gente haciendo cola para comprar el último
teléfono, que apenas usarán por unos meses antes de comprar la nueva edición
con más aplicaciones y en diferente formato… pero éste es un sector, no es toda
la economía.
Todos esos escenarios socialistas de culturas líquidas,
de lo efímero, de las modas, de la perdida de lo humano en el fuego consumista,
no son sino episodios parciales y referencias que tratan de generalizar, para poder
vender a sus adeptos la vida tribal alrededor del fuego, agarrados de las manos
y cantando Kumbayá, mientras que los gobiernos socialistas los violan y les
quitan hasta la forma de caminar.
El sistema de mercados siempre estuvo receptivo a estilos
de vida sencillos y poco pretenciosos; de hecho, así fueron sus comienzos,
convivían los veganos con los carnívoros, los que gustaban de buenos diseños
para vestir con los que sólo necesitaban una sola combinación, los que vivían
alquilados con de los dueños de las cuevas… existió en el siglo XVIII un tal
Bernard Mandeville, quien se atrevió a predecir que los cerrajeros quebrarían
una vez que la honestidad universal se impusiera, porque nadie necesitaría
poner un candado en sus puertas si no había pillos, por lo tanto, la honestidad
era mala para la economía; afortunadamente, hubo quien lo refutó arguyendo que,
si la honestidad universal se imponía, lo que iba a ser un proceso que tomaría
tiempo, habría oportunidad para que se desarrollaran otros oficios y labores
que absorberían a los desahuciados cerrajeros.
Pero aun así, hay economistas, políticos, empresarios,
que todavía piensan en un progresismo fatuo, que creen que, si una generación
no es más rica que la de sus padres, han fracasado, y llaman estagnación cuando
la economía no crece, ya no les basta con una economía en equilibrio, donde
todos puedan comer sus tres comidas y contar con lo básico para una vida
cómoda, de todas formas hay que seguir creciendo con la población ¿Quiere decir
esto que hay un capitalismo estable? ¿Es posible un capitalismo suficiente?
Todo pareciera depender de las expectativas de la gente,
de lo que se plantee una nación o un mercado, de la ambición, el realismo o la
medida de quienes están al frente de la economía, pues pareciera que en
nuestros días hay cosas más importantes que ser el primero, el más grande, el
más rico… que es el capitalismo salvaje, como el que practican los chinos… pero
resulta que hay cosas como la inclusión, la solidaridad, el cosmopolitismo,
liberar a más gente de las garras de la necesidad y la pobreza, madre de todos
los vicios, ignorancia y la violencia que, de alguna manera, son metas más
importantes.
Son ideas que los venezolanos deberíamos estar pensando
para el inminente momento de tomar las riendas del país y marcar la milla de
este socialismo bolivariano del jurásico.
- saulgodoy@gmail.com
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