En memoria de mi
amigo, Javier Nieves Croes, quien en vida le brindó al país importantes
servicios sobre nuestras fronteras marítimas, y dedicado a mi estimado contertulio
y hermano de la vida, al profesor e historiador naval Gerardo Vivas Pineda.
Una de las nociones que he aprendido de la literatura de
la Ciencia Ficción es que el mar, el medio acuático, es tan inhóspito para el
ser humano como lo es el espacio exterior; aunque venimos del océano, allí empezó
la vida, allí evolucionaron diversas especies que fueron nuestros antecesores,
una vez que salimos del agua, cuando cambiamos nuestras branquias por los
pulmones, una vez que evolucionamos de aletas a piernas y brazos, que dejamos
de arrastrarnos por las playas y a caminar por la sabana, no podemos regresar
al mar sin solventar ciertas dificultades.
Salimos del océano no sin antes encerrar en nuestro
cuerpo su esencia mínima, que todavía nos acompaña y no podemos prescindir de
ella, nuestra sangre, de modo que cuando viajamos al espacio o nos sumergimos
en las profundidades del mar, estamos entrando en ambientes para los cuales no
estamos preparados para sobrevivir, al menos que nos llevemos nuestra atmósfera,
temperatura y presión con nosotros, en trajes especiales o en naves preparadas
para darnos un hábitat que nos permita seguir funcionando.
Eso es lo que hacemos en el espacio, fuera de la órbita
terrestre, y eso es lo que hacemos cuando nos disponemos a bucear o si vamos a
mayores profundidades dentro del mar, en naves especiales, submarinos o
batiscafos; o si es por un tiempo mayor, en estaciones espaciales o en bases
submarinas… de cualquier manera, para poder viajar fuera de nuestras
condiciones naturales necesitamos grandes inversiones, tanto en recursos como
en tecnología.
En algún lado leí, con cierto asombro, que disponemos de
mejores mapas de la Luna y de Marte que de nuestros océanos, algo
contradictorio, debido a la inmediatez y cercanía de nuestros océanos, porque nuestro
planeta está mayormente conformado por agua, 72% de su superficie está cubierta
por mares y océanos, por los que circula el 95% de nuestro comercio global, de
ellos proviene buena parte de nuestros alimentos, empleos, energía, minerales,
material genético para nuestra industria farmacéutica… el clima de nuestro
planeta depende en gran medida de nuestros océanos, incluidos el balance de
gases atmosféricos, entre ellos el precario balance del CO2, los ciclos de
lluvia y sequía, la reflexión y acopio de la radiación solar… de nuestras
costas obtenemos buena parte de nuestro descanso y entretenimiento, hacemos
deportes acuáticos, vacacionamos en sus cercanías, nos inspiran y nos fascinan
sus innumerables manifestaciones, desde una tormenta tropical hasta un
romántico atardecer… el mar es definitivamente parte fundamental de nuestra
vida.
Cada país que tiene un frente oceánico (hay 54 países, continentales e islas que
tienen mar propio en el mundo, lo cual implica más una responsabilidad que un
derecho) y una buena parte de ellos ha tenido el interés y el compromiso de
conocerlo, de saber hasta dónde llega, qué contiene, de qué maneras puede hacerlo
suyo… los más conscientes piensan en cómo cuidarlo y mantenerlo; porque el mar
que a cada país le corresponde, dadas las divisiones de los estados soberanos,
los tratados internacionales y por fuerza de la historia, es parte integral de
esa nación y de la cultura de cada pueblo.
Los países que no tienen la fortuna de tener su propio
mar parecen incompletos, encerrados, limitados en su contacto con el resto del
mundo; en mi vida he conocido a dos personas que nunca habían visto el mar y
tuve la oportunidad de estar con ellos cuando aquello ocurrió, les puedo decir
que fue un momento mágico, emocionante, no lo podían creer, porque una cosa es
verlo en la televisión o el cine, y otra tener la experiencia de tocarlo,
respirarlo, dejarse envolver por su fuerza… es un momento de una intensa carga
existencial donde, entre otras cosas, reconocemos lo pequeños y efímeros que
somos.
No podré olvidar la primera vez que llevé a mis perritas poodles con nosotros a la isla de
Margarita, ya desde que llegamos a la playa se mostraron inquietas, ladraban y
le pegaban la nariz al vidrio, y cuando abrimos las puertas no hubo manera de
contenerlas, pegaron una carrera enloquecidas por la arena, chapoteando entre
el agua del mar, ladrándoles a las olas… la más valiente se atrevió a nadar
mientras la otra, enloquecida, no dejaba de dar vueltas en la arena caliente,
convirtiéndose en un terrón blancuzco.
Uno de mis sobrinos aprendió a navegar desde muy pequeño,
aprovechando que vivía en Puerto La Cruz, zarpaba en su catamarán y llegaba a
la isla de Coche, su gran triunfo fue calar en Margarita, navegando de noche, y
guiado solo por las estrellas y un sextante (era parte de su examen para
obtener su licencia de marino); uno de mis cuñados fue subcampeón por varios
años en la técnica de natación a mar abierto, veía a su equipo desde la playa,
no sin cierta envidia, con unos binoculares, dando brazadas, luchando contra
las corrientes y parecía un cardumen de peces; desafortunadamente, nunca
aprendí a nadar.
Pero todo lo que tenía que ver con el mar llamaba mi
atención, desde la literatura de piratas, naufragios y grandes batallas
navales, hasta las más osadas aventuras presentadas por Julio Verne, Joseph
Conrad, Alister Maclain, Cussler Clive, las narraciones autobiográficas de Thor
Neyhendal y su legendario Kon Tiki y, en ciencia ficción, los mundos acuáticos
de Ballard y Silverberg… y cada vez que sale un libro sobre oceanografía, lo
busco y lo agrego a mi colección.
Una relación
complicada
Soy hijo de un país caribeño, es decir, Venezuela es
parte de esa comunidad de pueblos que comparten el llamado Mar Caribe o Mar de
las Antillas, como también se le conoce, que visto en los mapas o en las
fotografías desde el espacio parece un mar interior, se encuentra situado al
este de Centroamérica y al norte de Suramérica, y cubre toda la llamada, placa
del Caribe, que es una formación tectónica muy activa, con volcanes y
frecuentes sismos, y famosa en el mundo por su temporada de huracanes, pero es
un mar abierto, una gran masa de agua de 2.763.800 Km2 y que tiene
características muy particulares, entre ellas, que es de los pocos lugares en
el mundo con formaciones coralinas.
De esos países, Venezuela es uno de los que tiene mayor
superficie continental y de islas que proyectan su presencia sobre ese mar;
aunque todavía tiene imprecisiones limítrofes en algunos puntos con naciones
vecinas, las mismas se encuentran en estado de negociaciones o en controversia
en instancias internacionales, de modo que no ha sido posible cerrar el
polígono de su frontera marítima y, como en el caso con nuestro vecino Guyana,
hay en discusión una importante área en reclamación tanto de territorio como de
mar.
Como todos ustedes saben, el derecho que tienen los
países sobre sus mares varía de acuerdo a varias convenciones y tratados
internacionales, es un asunto muy delicado pues hay que tomar en cuenta
elementos importantes como el flujo del comercio internacional, derechos de
pesca, aspectos de seguridad y defensa, libre tránsito de navegación,
exploración científica, que de alguna manera limitan la posesión de las
naciones sobre estos mares, aunque la verdadera limitación siempre ha sido la
presencia efectiva de los órganos
jurisdiccionales sobre esas áreas.
Esto lo digo porque las naciones que efectivamente tienen
una actividad marítima consolidada tienen importantes inversiones en puertos, astilleros,
marinas, naves de todo tipo, universidades, institutos de investigación,
plataformas mar afuera, personal especializado en atender emergencias y un
enorme rango de profesionales y técnicos al servicio de esas actividades.
Venezuela sostiene una muy particular actitud con
referencia a sus mares, aunque es un país privilegiado en cuanto a su fachada
caribeña, con una importante extensión marítima, históricamente pareciera haber
estado viviendo de espaldas al mar; no quiero decirlo con toda la contundencia
que debería, precisamente, porque hay esfuerzos notables de algunas
instituciones, organizaciones y privados que merecen nuestro elogio por su
interés y trabajo en hacer de nuestros mares una parte integral de nuestra
nación.
Lamentablemente, nuestro gobiernos han demostrado un
interés mínimo en cuanto a nuestro mar se refiere, a pesar de que nuestra
plataforma continental tiene un área de más de la mitad de nuestro territorio
terrestre, y si se resolvieran favorablemente nuestras pretensiones con los
territorios en reclamación, pudieran llegar casi a igualarla, y la pregunta que
nos hacemos los venezolanos es ¿Cuál ha sido la ganancia y la ventaja de tener
tanto mar? ¿Qué producimos de tan enorme potencial? ¿Por qué no hemos sido
educados los venezolanos en conocer esa mitad de nuestro territorio?
Hubo momentos en que contábamos con varias universidades
impartiendo cursos sobre oceanografía, con fundaciones ocupadas de la
investigación marina, nuestra industria petrolera tenía una importante actividad
en esas áreas, nuestra Marina de Guerra efectivamente prestaba servicios
importantes, había empresas privadas que vivían de trabajar en esos ambientes,
teníamos una importante actividad pesquera… ¿Qué fue lo que nos pasó?
Lo que se hizo con el Lago de Maracaibo, contaminándolo
de la manera salvaje que lo hicieron, el cuerpo de agua dulce más importante de
todo el continente, es una de las grandes deudas ecológicas que la industria
petrolera tiene con el país, y créanme, es rescatable, no va ser fácil y costará
un gran sacrificio, pero podemos limpiarlo y asegurárselo a las generaciones
futuras para su disfrute.
Como activista ambiental no concibo la ecología sin el
medio marino, tierra y mar son los dos polos de mi mundo, el ying y el yang de
mi cosmovisión, pero algo debió pasarnos a los venezolanos con referencia a
nuestro mar, y lo digo porque es notable y absolutamente incomprensible como a nuestra
cultura parecieran no importarle los espacios marinos.
Venezuela tiene más de 314 islas, de las cuales un poco
más de la mitad se encuentran en nuestro mar Caribe, cada una generando un mar
territorial que suma una enorme extensión de plataforma oceánica; de acuerdo a
nuestras leyes y a los tratados internacionales cada isla genera un franja
llamada mar territorial, luego viene la zona contigua, la zona económica
exclusiva, la plataforma continental y, finalmente, la alta mar; en cada una de
estas zonas el país tiene ciertos derechos, pero todas esas islas, algunas bastante
lejanas, tienen problemas graves de agua potable, por lo que su desarrollo se
ve severamente limitado para la vida humana, de modo que muchos de esos
espacios insulares no están habitados.
Cuando vi por televisión cómo se construyó la más moderna
planta desalinizadora del mundo en Australia, con la última tecnología y
aprovechando todas las energías alternativas a la mano (de mareas, eólica, y las
plantas que convierten agua de mar en agua potable consumen mucha
electricidad), y cómo enormes turbinas recogían el agua mar afuera para
llevarla al complejo desalinizador donde, por medio de la osmosis inversa y
otros procedimientos físico químicos, le quitaban la sal al agua y la
purificaban para enviarla donde se necesitaba, todo esto en medio de un desierto,
y cómo de aquella enorme factoría salían kilómetros de tuberías para llevar el
agua a diversas poblaciones, algunas muy lejanas, supe que el problema de
nuestras islas estaba resuelto.
Pero sé, además, que en los años 80 del pasado siglo, el
ingeniero venezolano Iván Alfredo Vera Ayesterán desarrolló importantes
adelantos en membranas semipermeables, que se usan en estos procesos de
purificación de líquidos, y realizó experimentos con la NASA con el programa de
los transbordadores espaciales; el ingeniero Vera logró avanzar en la
investigación de esos importantes componentes, lo que nos habla de que no
estamos ausentes en el desarrollo de esas importantes tecnologías.
La industria petrolera nacional ha manejado diversos
medios en la purificación de líquidos que se procesan en las múltiples fases de
la refinación, y tenemos alguna experiencia con plantas desalinizadoras
pequeñas, tengo la impresión que nuestros ingenieros están listos para producir
toda el agua potable que podamos necesitar, extraída del mar, faltan el
financiamiento y los programas que lo hagan posible.
Tenemos pueblos que viven del mar, hay pescadores en
nuestras costas, sociedades que de manera tradicional han hecho del mar su
medio de vida y que son apenas un porcentaje mínimo de nosotros, que explotan
nuestro océano pero que no lo conocen… tenemos, gracias a la incapacidad y la
corrupción de nuestros cuerpos de seguridad, una piratería endógena en nuestras
costas, asaltando turistas y barcos mercantes, robándole los motores de las
lanchas a nuestros pescadores, haciendo trata de blancas con países vecinos
sucumbiendo las mujeres en el medio del mar en naufragios en plena noche…
durante el gobierno revolucionario chavista, la seguridad de nuestras costas ha
sufrido un retroceso importante.
El país incompleto
Y cuando digo que no conocemos nuestro mar lo digo con
todo rigor, científicamente y en toda su extensión, no sólo a los pocos metros
de profundidad o los necesario para disfrutar la playa, tumbado en una silla de
extensión jugando con la arena en los pies, no; estoy hablando de otra cosa,
usted toma cualquier libro de referencia o, incluso, libros especializados y
nunca coinciden las cifras correspondientes a la cabida de nuestras costas, a
la superficie total de nuestro mar territorial, plataforma submarina, zona
exclusiva económica, por supuesto, teniendo en cuenta que efectivamente nuestro
país todavía no ha llegado a acuerdos con países vecinos sobre algunos importantes
límites, como sucede con Guyana, con Colombia y con varias islas de sotavento.
No basta con hacer de nuestras islas puertos libres,
donde se puede conseguir licor barato y ciertos productos exclusivos, bonitos
hoteles, spas y restaurantes, pedazos de nuestro territorio que funcionan por
temporadas, que se desea ver llenos de turistas, largas playas, bahías y
marinas para el disfrute de deportes náuticos, lugares de camping y de
vacaciones.
Nuestra relación con el océano se circunscribe a su playa
y no en los mejores términos. Luego de las temporadas altas de vacaciones,
estos lugares quedan sembrados de basura y desperdicios, degradados en su
integridad natural, afectada su fauna… recordemos que la mayor parte de la
población de nuestro país vive en la franja norte-costera de nuestro
territorio, pero nuestra vida transcurre encerrada en carros, en oficinas con
aire acondicionado, en los grandes centros comerciales, en la calle haciendo
diligencias.
¿Qué industrias tenemos que impliquen una relación más
cercana con nuestro mar? Principalmente tres, la pesquera, que sólo explota a
los peces, la petrolera y del gas, que igualmente son industrias extractivas, y
el turismo que, por asociación a las playas, montan el negocio en tierra,
ninguna contribuye con el mejor conocimiento y una relación más inteligente,
profunda y humana que vaya más allá de un simple proceso de explotación
mercantilista-salvaje del paisaje y el entorno marino.
Nos circunscribimos a la costa y el mar sólo lo usamos
como entrada y salida del país; nuestros gobiernos no han tenido ni el interés
ni la voluntad de darle una utilidad a nuestra fachada atlántica, excepto de
protegerla de invasores y colonialistas, enmarcando todo el interés en un
asunto político, de soberanía y acuerdos entre países por establecer los límites,
pero ¿Con qué fin? ¿Para qué queremos más mar? si con el que tenemos hacemos
desastres, lo dejamos abandonado, no lo cuidamos, ni siquiera sabemos que
existe.
Pónganle atención a los siguientes datos: de acuerdo a
varios diccionarios, tenemos una superficie territorial de 912.050 Km2.; el
país tiene, de punta a punta, en su fachada norte 2.954 Km2 de costas marítimas
(no están contabilizadas las costas que producen nuestras islas), pero cuando
buscamos lo que tenemos de áreas marinas, las cifras difieren de 423.580 Km2 a
840.000 Km2; en el peor de los casos, estamos hablando de que debajo del mar se
encuentra más de la mitad de nuestro territorio, que jamás hemos utilizado, que
nadie lo ha visto, que ni siquiera sabemos lo que hay allí.
Por supuesto, tenemos el inconveniente de que hay un mar
que lo cubre, y es un elemento con el cual no sabemos tratar y que requiere de
una tecnología y materiales de los que no disponemos, pero no es excusa para
actuar de manera racional y tener aunque sea un mínimo interés en ese importante
recurso que es el mar, que representa prácticamente la mitad de Venezuela.
Toda la información que tenemos de nuestros mares es
incompleta, muchas veces carecemos de ella, teníamos unos pocos programas, obligados
por la cooperación internacional y para cumplir con el monitoreo de
organizaciones mundiales, en asuntos de estudios sísmicos, de registros de
temperatura, salinidad, densidad de nuestras aguas oceánicas, que se han
abandonado o no lo hemos podido iniciar por falta de recursos e interés del
gobierno.
Probablemente, estemos mejor en el estudio de las
corrientes marinas, por lo menos las principales… pero, en cuanto al lecho del
mar, allí estamos “raspados”, y en este punto quiero hacer una observación, no
sé porque la Marina de Guerra Venezolana
trata la mayor parte de esta información sobre nuestros mares como si fuera un
secreto y no la hace pública, manteniendo bajo llave información que debería
ser de dominio público, la Cancillería venezolana tampoco es muy dada a compartir
la información con el público sobre las zonas en litigio ni de sus posibles
soluciones, todo se hace en las sombras y a espaldas del país, y de esa manera
hemos perdido extensos territorios en manos de unos negociantes ineptos.
Por ejemplo, a mí me gustaría saber ¿Cuánto de nuestro
fondo marino está cartografiado? Ni hablar de las características geológicas
del suelo, de nuestras cadenas de montañas sumergidas, de nuestras fosas, si
tenemos conos hidrotermales o de eyección de magma, dónde están nuestras
principales fallas, dónde se encuentran los depósitos de nódulos polimetálicos,
si es que tenemos, cómo vamos a proteger nuestro hábitat marino de la
contaminación que produce la explotación petrolera y gasífera mar afuera… ¿Tenemos
cómo prevenir deslaves, terremotos, huracanes, inundaciones, Tsunamis en
nuestra geografía? La respuesta es un rotundo NO.
Sería interesante conocer cuáles son las mejores zonas
para la piscicultura, con qué especies podríamos iniciar tal actividad, qué
fondos marinos son apropiados para qué tipo de siembra de algas, y, si
quisiéramos revivir los grandes placeres perlíferos o la siembra del botuto,
dónde y cómo es más adecuado hacerlo… cuáles son los sitios adecuados para
erigir un parque eólico mar afuera o dónde colocar unas turbinas para producir
electricidad por la fuerza de las mareas, o cual sería el sitio para construir
nuestra primera base submarina.
Sabemos que una enorme cantidad de ríos desemboca de
tierra firme en el océano, empezando por nuestro majestuoso Orinoco, que crea
unas condiciones muy especiales en las características y calidades del agua y
del suelo marino; deberíamos estar atentos a los procesos de sedimentación que
allí ocurren y en la extraordinaria ecología que esa descarga produce a cientos
de millas dentro del mar, en temperaturas, salinidad, densidad.
Hemos intervenido sin cuidado la vida marina, hay una
acelerada extinción de especies, los bancos de pesca se han reducido
drásticamente, toda esta situación nos pone a todos los humanos en el difícil
compromiso de intervenir para revertir este proceso de deterioro o no tendremos
planeta en qué vivir. He elaborado un plan para el uso y aprovechamiento de
nuestros mares de manera sustentable que voy a publicar por este medio, cuyo
objetivo es el aprovechamiento de más de la mitad de nuestro territorio para
ayudarnos a superar nuestra crisis económica y social, e integrar a nuestras
vidas ese país marino desconocido para la gran mayoría de venezolanos. Sirvan
estas líneas de introducción a un programa mucho más ambicioso para la
reconstrucción de esta gran nación. – saulgodoy@gmail.com
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