Se trata de uno de esos vocablos que sirve para
justificar una posición moral y, quienes lo esgrimen, pretenden que su público
entienda que el término avala de manera positiva e irrefutable la verdad y la bondad
del argumento que se pretende avanzar; y porque en el imaginario general la
palabra viene cargada de un valor moral, romántico y metafísico, se apela a los
sentimientos positivos y fundamentales del hombre… quien utiliza la palabra
“natural”, sin explicar su vinculación en el discurso, es simplemente un
vendedor de memes que intenta estafarlo.
¿Quién no ha oído hablar de un derecho natural, de un
arte natural, de alimentos naturales, de una relación natural… o, en su
defecto, de un comportamiento antinatural, de un deseo anti-natura, de
costumbres artificiosas y poco naturales? quien adelanta la palabra natural en
un discurso, sin otra explicación o con la única intención de calificar sus
palabras con un ropaje tan digno y aséptico que no puede ser refutado, a menos
que se trate de un ser despreciable e impuro, está utilizando uno de los trucos
retóricos más viejos del repertorio de aquellos vendedores de elíxires para
hacer crecer el cabello en personas que sufren de alopecia, o depurativos de
amplio espectro para los estreñidos.
Por ello, cuando alguien la utiliza en mi presencia, le
exijo que la defina de inmediato, y estoy seguro de que la mayoría de las veces
acabará en balbuceos o en generalidades que no resisten una revisión
superficial. Pero hay un problema fundamental en tratar de definir lo natural,
y es que cada época y cada pensador que ha discurrido sobre el asunto, tiene un
particular punto de vista de lo que es natural y lo que significa naturaleza;
no es lo mismo para un teólogo que para un geólogo, la naturaleza y lo natural
cambia drásticamente de significado para un militar que para un antropólogo.
De estas diferencias de conceptos y usos del vocablo es que
devienen los grandes debates; por ejemplo, en el foro de los abogados
constitucionalistas sobre lo que son “derechos naturales”, o lo que pudiera
significar para un médico un “tratamiento natural”, o para un psiquiatra
“doblegar un impulso antinatural”, o en el caso de un químico, “una reacción
natural”…
Y esta distancia se ha hecho abismal en cuanto
introducimos los elementos de la técnica y la tecnología en la ecuación, al
punto que una simple modalidad de respiración en la práctica del yoga, o el
parto debajo del agua, o privar a un enfermo terminal de nutrientes para
ayudarlo en una muerte asistida, constituyen puntos de debate sobre si son
procedimientos naturales o no.
Para complicar las cosas, y ya que para percibir lo
natural se necesita de ciertos procesos mentales, los elementos culturales
están a la orden del día, por lo que lo natural y la naturaleza pueden cambiar
drásticamente de significado entre oriente y occidente, ¿Es el hombre parte del
orden natural? ¿Lo es su pensamiento? ¿Lo es Dios? Son preguntas que pueden
diferir de manera contrastante; recordemos que el cristianismo fue uno de los
primeros credos que introdujeron la dualidad entre el hombre y la naturaleza,
distinguiendo al hombre como un ser que estaba por encima de la naturaleza y ésta
se encontraba a su servicio, muy diferente de lo que señala la filosofía zen o
el hinduismo.
No vamos a meternos en aguas profundas sobre problemas de
lenguaje, religión o parcelas del conocimiento pero, para dejarles sentado lo
complejo del tema, vamos hacer una breve incursión sobre el significado de la
naturaleza en varias etapas del pensamiento occidental, por lo menos en las más
destacadas.
La referencia a que algo sea natural viene desde la
antigüedad, en la descripción que hacían los filósofos de los objetos que
pueblan el mundo, a lo que es inmediatamente dado a nuestros sentidos. Quine
era uno de los filósofos que más criticaba esta necesidad de agrupar elementos
en categorías como la de “orden natural”, ya que los pueblos primitivos lo
hacían por medios intuitivos, pre-científicos, que fueron posteriormente
suplantados por unas teorías con base en datos aportados por la experiencia.
Para Aristóteles, lo natural venía signado por dos
elementos que se interrelacionan, ellos son el movimiento y los cambios, de
allí que era la física la encargada de estudiar la naturaleza en sus procesos
de génesis y decadencia, de multiplicación y disminución; dice Alejandro Vigo,
investigador chileno que escribió el libro Aristóteles,
una introducción (2007):
“Para Aristóteles,
el mundo físico es, en su constitución fundamental, un mundo de cosas
individuales, que en mayor o menor medida, son persistentes en el tiempo y
están sujetos a diversos tipos de procesos, incluidos aquellos a través de los
cuales algunas de esas cosas vienen a la existencia o dejan de existir”.
Aristóteles rompió con la tradición antigua, que veía la
naturaleza en términos míticos, e impulso la visión científica; pero no fue
suficiente para avanzar mucho en la edad media debido, entre otras cosas, a la
influencia del cristianismo, que le asignó a la naturaleza un rol subsidiario
en referencia a la relación siempre dominante de Dios y el hombre, sobre todo
en términos de política, derecho y arte, disciplinas en las que naturaleza sólo
justificaba esa relación patriarcal y de obediencia a la autoridad; así se
desarrolló el concepto de ley natural que, de acuerdo a Aquino, era fácilmente
discernible por la razón y fundamentando todo el ius naturalismo, que extendió sus raíces hasta bien entrada la
modernidad. Bien lo diría Leo Strauss, en su obra Sobre la Ley Natural (1968), resumiendo el pensamiento Tomista: “El hombre se inclina naturalmente a una
variedad de fines dictados por un orden natural; éstos ascienden de la auto
preservación y la procreación, por intermedio de la vida en sociedad, hacia el
conocimiento de Dios”.
Si en verdad venimos de la naturaleza, nuestro logos nos separa de ella, pues el simple
hecho de tener historia ya nos hace extraños al mundo natural; lo decía Ortega
y Gasset, el hombre necesita crear su propio hábitat de la naturaleza para
poder sobrevivir, está obligado a reformarla para poder habitarla y, buena
parte de las veces, lo que construye no es bueno; por esto, concluye el
profesor Félix Duque, en referencia al descontento de la modernidad: “La vuelta a la naturaleza ha llegado a ser
en nuestro tiempo la expresión última del Gran Rechazo de la sociedad
occidental postindustrial. El mito -siempre renovado- del paraíso perdido, se
da aquí la mano con el desencanto nihilista.”
Para Spinoza la
Naturaleza no es otra cosa, que el cuerpo supremo, cuerpo de una complejidad
infinita, el Individuo universal; la complejidad de un individuo de grado menor,
como podría ser cualquier animal o el hombre mismo, quedan así completamente
relativizados frente al todo, pues se comprende que una transformación de la
parte, digamos, la muerte o nacimiento de un individuo, reorganiza apenas una
porción de ese cuerpo infinitamente compuesto, se ajusta al todo, somos apenas
una pequeña parte de esa proporción universal que llamamos naturaleza.
El problema es que, a estas alturas de nuestro devenir, y
a pesar de todas estas diferentes propuestas sobre lo que es la naturaleza, ya
nadie sabe lo que es natural y lo que no lo es; se trata de un grupo de
palabras conectadas con el concepto multívoco de “naturaleza” que se ha convertido
en un problema, no sólo porque se enreda con principios de orden moral, a pesar
de que ya David Hume y G.E. Moore demostraron que se trata de un truco para
hacer creer que todo lo natural es bueno, sino que la publicidad y el mercadeo
la han degradado en su contenido, asociándola a productos y servicios que nada
tienen de naturales.
El ejemplo más contundente son las más de doscientas
causas que anualmente entran en litigio, contando solamente las del estado de
California, en tribunales norteamericanos, entre grupos de consumidores y la industria
alimenticia por causa de productos, entre ellos frituras, nuggets de pollo, refrescos, granolas, platos especiales de cocción
instantánea para microondas y otros
tantos alimentos, cuyos empaques destacan su carácter “natural”, a pesar de
haber sido elaborados con grasas polinsaturadas, semillas transgénicas,
excesivo uso de azúcares refinadas, colorantes y conservantes artificiales,
algunos ni siquiera aportan los requisitos mínimos nutricionales para ser
catalogados como alimentos aptos para el consumo humano, pero que alegan su
derecho a ser vendidos bajo el adjetivo de natural. Lo mismo sucede con
medicinas, regímenes de dietas y ejercicios.
En un artículo del New York Time del 2015 leí sobre los
grupos que están en contra de las vacunas, gente que cree en la superioridad
del llamado “sistema natural inmunológico” y que tienen la convicción de que
las personas que usan vacunas están cometiendo un acto antinatural. Igual
sucede con quienes critican a los homosexuales y a los matrimonios del mismo
sexo, organizaciones pro-familia que los contraponen a los “matrimonios
naturales”; pero detrás de todos estos intentos de aprovecharse de títulos y
etiquetas para esconder prejuicios y, peor aún, para imponer gustos y creencias,
se oculta la realidad de que en la naturaleza las cosas pueden ser bastante
sangrientas, dolorosas y crueles… dejar que la naturaleza siga su curso puede
implicar, en algunos casos, asuntos bastantes desagradables, sobre todo sobre
la vida de los otros.
Me he encontrado con una enorme cantidad de libros y
autores que se oponen a la técnica y la tecnología privilegiando la naturaleza,
ven en aquellas algo negativo que podría finalmente llevarnos a un holocausto y
hacer desaparecer la civilización; hay otra legión de pensadores que consideran
fundamental para la naturaleza humana el uso de esos adelantos para ir
modificando lo humano y dar el siguiente paso hacia lo post humano, como la
única manera de pervivir en el universo, un universo siempre amenazante y
hostil.
El problema puede complicarse todavía más si nos
adentramos en el significado de lo que es naturaleza para quienes nos tenemos
como ecologistas y ambientalistas, en este campo hay una serie interesantísima
de propuestas, algunas antagónicas, que tocaré oportunamente en otros escritos
para no hacer muy extensa esta brevísima introducción al tema.
El término “natural” es usado con una gran libertad en
cuanto a su sentido, lo que ha traído una gran confusión y no pocos conflictos.
Mi consejo para evitarlo, es tratar de precisar el término cuando alguien lo
trae a colación; bien sea en filosofía o derecho, o si se cuela en una simple
conversación de sobremesa, lo natural puede traer problemas inesperados. -
saulgodoy@gmail.com
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