jueves, 30 de abril de 2020

Lo que llaman “natural”,



Se trata de uno de esos vocablos que sirve para justificar una posición moral y, quienes lo esgrimen, pretenden que su público entienda que el término avala de manera positiva e irrefutable la verdad y la bondad del argumento que se pretende avanzar; y porque en el imaginario general la palabra viene cargada de un valor moral, romántico y metafísico, se apela a los sentimientos positivos y fundamentales del hombre… quien utiliza la palabra “natural”, sin explicar su vinculación en el discurso, es simplemente un vendedor de memes que intenta estafarlo.
¿Quién no ha oído hablar de un derecho natural, de un arte natural, de alimentos naturales, de una relación natural… o, en su defecto, de un comportamiento antinatural, de un deseo anti-natura, de costumbres artificiosas y poco naturales? quien adelanta la palabra natural en un discurso, sin otra explicación o con la única intención de calificar sus palabras con un ropaje tan digno y aséptico que no puede ser refutado, a menos que se trate de un ser despreciable e impuro, está utilizando uno de los trucos retóricos más viejos del repertorio de aquellos vendedores de elíxires para hacer crecer el cabello en personas que sufren de alopecia, o depurativos de amplio espectro para los estreñidos.
Por ello, cuando alguien la utiliza en mi presencia, le exijo que la defina de inmediato, y estoy seguro de que la mayoría de las veces acabará en balbuceos o en generalidades que no resisten una revisión superficial. Pero hay un problema fundamental en tratar de definir lo natural, y es que cada época y cada pensador que ha discurrido sobre el asunto, tiene un particular punto de vista de lo que es natural y lo que significa naturaleza; no es lo mismo para un teólogo que para un geólogo, la naturaleza y lo natural cambia drásticamente de significado para un militar que para un antropólogo.
De estas diferencias de conceptos y usos del vocablo es que devienen los grandes debates; por ejemplo, en el foro de los abogados constitucionalistas sobre lo que son “derechos naturales”, o lo que pudiera significar para un médico un “tratamiento natural”, o para un psiquiatra “doblegar un impulso antinatural”, o en el caso de un químico, “una reacción natural”…
Y esta distancia se ha hecho abismal en cuanto introducimos los elementos de la técnica y la tecnología en la ecuación, al punto que una simple modalidad de respiración en la práctica del yoga, o el parto debajo del agua, o privar a un enfermo terminal de nutrientes para ayudarlo en una muerte asistida, constituyen puntos de debate sobre si son procedimientos naturales o no.
Para complicar las cosas, y ya que para percibir lo natural se necesita de ciertos procesos mentales, los elementos culturales están a la orden del día, por lo que lo natural y la naturaleza pueden cambiar drásticamente de significado entre oriente y occidente, ¿Es el hombre parte del orden natural? ¿Lo es su pensamiento? ¿Lo es Dios? Son preguntas que pueden diferir de manera contrastante; recordemos que el cristianismo fue uno de los primeros credos que introdujeron la dualidad entre el hombre y la naturaleza, distinguiendo al hombre como un ser que estaba por encima de la naturaleza y ésta se encontraba a su servicio, muy diferente de lo que señala la filosofía zen o el hinduismo.
No vamos a meternos en aguas profundas sobre problemas de lenguaje, religión o parcelas del conocimiento pero, para dejarles sentado lo complejo del tema, vamos hacer una breve incursión sobre el significado de la naturaleza en varias etapas del pensamiento occidental, por lo menos en las más destacadas.
La referencia a que algo sea natural viene desde la antigüedad, en la descripción que hacían los filósofos de los objetos que pueblan el mundo, a lo que es inmediatamente dado a nuestros sentidos. Quine era uno de los filósofos que más criticaba esta necesidad de agrupar elementos en categorías como la de “orden natural”, ya que los pueblos primitivos lo hacían por medios intuitivos, pre-científicos, que fueron posteriormente suplantados por unas teorías con base en datos aportados por la experiencia.
Para Aristóteles, lo natural venía signado por dos elementos que se interrelacionan, ellos son el movimiento y los cambios, de allí que era la física la encargada de estudiar la naturaleza en sus procesos de génesis y decadencia, de multiplicación y disminución; dice Alejandro Vigo, investigador chileno que escribió el libro Aristóteles, una introducción (2007):
“Para Aristóteles, el mundo físico es, en su constitución fundamental, un mundo de cosas individuales, que en mayor o menor medida, son persistentes en el tiempo y están sujetos a diversos tipos de procesos, incluidos aquellos a través de los cuales algunas de esas cosas vienen a la existencia o dejan de existir”.
Aristóteles rompió con la tradición antigua, que veía la naturaleza en términos míticos, e impulso la visión científica; pero no fue suficiente para avanzar mucho en la edad media debido, entre otras cosas, a la influencia del cristianismo, que le asignó a la naturaleza un rol subsidiario en referencia a la relación siempre dominante de Dios y el hombre, sobre todo en términos de política, derecho y arte, disciplinas en las que naturaleza sólo justificaba esa relación patriarcal y de obediencia a la autoridad; así se desarrolló el concepto de ley natural que, de acuerdo a Aquino, era fácilmente discernible por la razón y fundamentando todo el ius naturalismo, que extendió sus raíces hasta bien entrada la modernidad. Bien lo diría Leo Strauss, en su obra Sobre la Ley Natural (1968), resumiendo el pensamiento Tomista: “El hombre se inclina naturalmente a una variedad de fines dictados por un orden natural; éstos ascienden de la auto preservación y la procreación, por intermedio de la vida en sociedad, hacia el conocimiento de Dios”.
Si en verdad venimos de la naturaleza, nuestro logos nos separa de ella, pues el simple hecho de tener historia ya nos hace extraños al mundo natural; lo decía Ortega y Gasset, el hombre necesita crear su propio hábitat de la naturaleza para poder sobrevivir, está obligado a reformarla para poder habitarla y, buena parte de las veces, lo que construye no es bueno; por esto, concluye el profesor Félix Duque, en referencia al descontento de la modernidad: “La vuelta a la naturaleza ha llegado a ser en nuestro tiempo la expresión última del Gran Rechazo de la sociedad occidental postindustrial. El mito -siempre renovado- del paraíso perdido, se da aquí la mano con el desencanto nihilista.”
Para Spinoza la Naturaleza no es otra cosa, que el cuerpo supremo, cuerpo de una complejidad infinita, el Individuo universal; la complejidad de un individuo de grado menor, como podría ser cualquier animal o el hombre mismo, quedan así completamente relativizados frente al todo, pues se comprende que una transformación de la parte, digamos, la muerte o nacimiento de un individuo, reorganiza apenas una porción de ese cuerpo infinitamente compuesto, se ajusta al todo, somos apenas una pequeña parte de esa proporción universal que llamamos naturaleza.
El problema es que, a estas alturas de nuestro devenir, y a pesar de todas estas diferentes propuestas sobre lo que es la naturaleza, ya nadie sabe lo que es natural y lo que no lo es; se trata de un grupo de palabras conectadas con el concepto multívoco de “naturaleza” que se ha convertido en un problema, no sólo porque se enreda con principios de orden moral, a pesar de que ya David Hume y G.E. Moore demostraron que se trata de un truco para hacer creer que todo lo natural es bueno, sino que la publicidad y el mercadeo la han degradado en su contenido, asociándola a productos y servicios que nada tienen de naturales.
El ejemplo más contundente son las más de doscientas causas que anualmente entran en litigio, contando solamente las del estado de California, en tribunales norteamericanos, entre grupos de consumidores y la industria alimenticia por causa de productos, entre ellos frituras, nuggets de pollo, refrescos, granolas, platos especiales de cocción instantánea para microondas  y otros tantos alimentos, cuyos empaques destacan su carácter “natural”, a pesar de haber sido elaborados con grasas polinsaturadas, semillas transgénicas, excesivo uso de azúcares refinadas, colorantes y conservantes artificiales, algunos ni siquiera aportan los requisitos mínimos nutricionales para ser catalogados como alimentos aptos para el consumo humano, pero que alegan su derecho a ser vendidos bajo el adjetivo de natural. Lo mismo sucede con medicinas, regímenes de dietas y ejercicios.
En un artículo del New York Time del 2015 leí sobre los grupos que están en contra de las vacunas, gente que cree en la superioridad del llamado “sistema natural inmunológico” y que tienen la convicción de que las personas que usan vacunas están cometiendo un acto antinatural. Igual sucede con quienes critican a los homosexuales y a los matrimonios del mismo sexo, organizaciones pro-familia que los contraponen a los “matrimonios naturales”; pero detrás de todos estos intentos de aprovecharse de títulos y etiquetas para esconder prejuicios y, peor aún, para imponer gustos y creencias, se oculta la realidad de que en la naturaleza las cosas pueden ser bastante sangrientas, dolorosas y crueles… dejar que la naturaleza siga su curso puede implicar, en algunos casos, asuntos bastantes desagradables, sobre todo sobre la vida de los otros.
Me he encontrado con una enorme cantidad de libros y autores que se oponen a la técnica y la tecnología privilegiando la naturaleza, ven en aquellas algo negativo que podría finalmente llevarnos a un holocausto y hacer desaparecer la civilización; hay otra legión de pensadores que consideran fundamental para la naturaleza humana el uso de esos adelantos para ir modificando lo humano y dar el siguiente paso hacia lo post humano, como la única manera de pervivir en el universo, un universo siempre amenazante y hostil.
El problema puede complicarse todavía más si nos adentramos en el significado de lo que es naturaleza para quienes nos tenemos como ecologistas y ambientalistas, en este campo hay una serie interesantísima de propuestas, algunas antagónicas, que tocaré oportunamente en otros escritos para no hacer muy extensa esta brevísima introducción al tema.
El término “natural” es usado con una gran libertad en cuanto a su sentido, lo que ha traído una gran confusión y no pocos conflictos. Mi consejo para evitarlo, es tratar de precisar el término cuando alguien lo trae a colación; bien sea en filosofía o derecho, o si se cuela en una simple conversación de sobremesa, lo natural puede traer problemas inesperados.   -   saulgodoy@gmail.com

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