Pueden
llamarlo el yo, o la persona, en inglés hay una palabra que es inequívoca,
“self” que sería algo así como el “Yo mismo”; desde hace ya varias décadas es
un concepto que se viene descociendo poco a poco, de manera progresiva, y
ahora, con los últimos adelantos en la neurobiología, está recibiendo el
puntillazo de muerte; el sujeto, el yo, o la persona, pasaran a la historia
como un concepto arcaico que trajo la marea alta de la ilustración a las playas
del conocimiento moderno, que tuvo su reinado con Descartes, fue desarrollado y
matizado por el psicoanálisis, y que encuentra su fin en los laboratorios
experimentales de las neurociencias.
Pero
esta historia se complica ya que el “yo” o la persona juega un papel
fundamental en la cultura del ser humano, de hecho, toda ella está conformada
alrededor del yo, desde los valores, tales como la verdad, la responsabilidad,
incluso, el amor, hasta otros aspectos más mundanos como sería la propiedad, la
autoría o la simple identidad, sin un yo unificado, autónomo, en control de los
atributos de la persona, todo el entramado social humano pierde sentido.
El mito
de un homúnculo sentado en un cuarto de control dentro de nosotros, nuestro yo,
impartiendo órdenes y manipulando nuestro cuerpo todavía tiene adherentes, a
veces trastocado en un espíritu, en el alma, en una personalidad plenamente
conformada y coherente rigiendo sobre nuestras vidas es algo que la
neurobiología a descartado como posibilidad.
Hay
quienes opinan que con los nuevos adelantos que se están descubriendo en los
laboratorios de neurociencia en el mundo, “la persona” entra en un nuevo
estadio, que está sufriendo una transformación, que va a evolucionar hacia el
superhombre nietzschano, al cyborg,
tan temido por Donna Haraway, o al proclamado “transhumano” del que Ray
Kurzweil se hizo profeta, no importa el resultado final, lo que importa es que
la naturaleza humana tal y como la veníamos caracterizandola está seriamente
cuestionada, que los valores y principios tradicionales que sostenían el
edificio de lo que era ser humano, rápidamente pasan a ser un mito, y que hay
que revisarnos y plantear un nuevo modelo.
El
problema es harto complejo, pero hay pensadores que lo han estudiado y nos han
dado luces, entre ellos, tres de mis favoritos, Federico
Nietzsche, Martin Heidegger y Peter Sloterdijk , con tan buena
fortuna que hay un filósofo español al cual leo con asiduidad, el Dr. Adolfo
Vásquez Rocca, de la Universidad Complutence de Madrid, quien es un experto en
los tres, y hace unas muy interesantes interpretaciones y combinatorias de sus
pensamientos, y tiene varias publicaciones sobre este particular tema (la
suerte de contar con un guía experto para incursionar en la selva).
Y
como me gusta empezar por el final, les voy a hablar de Francisco Valera, ya lo
he mencionado en otros artículos, es un científico chileno que ha estado
involucrado con los más avanzados estudios de la neurobiología en los EEUU, que
ha medido los tiempos de respuesta a nivel molecular de nuestras neuronas
cuando recibimos un estímulo, y que comprende las capacidades electro-químicas
de nuestro aparato neural; con sus instrumentos y sensores ha penetrado a lo
más profundo de nuestro sistema nervioso y ha descubierto cosas fabulosas, y
que gracias a que Valera es un gran lector de los clásicos de la filosofía
oriental antigua, ha podido explicarnos con cierta facilidad el complejo mundo
que ha visitado.
Vásquez
Rocca en su artículo, La Cuestión del
Sujeto: Psicopatologías del yo y la Transformación Biopolítica de la
Subjetividad (2015) nos tira esta bombita: Francisco Varela, en sus acercamientos a la tradición del pensamiento
oriental, nos remite a la distinción budista entre el modelo coherente de
hábitos originados en forma dependiente, que reconocemos como una persona, y el
yo que una persona puede creer que tiene, y que constantemente procura aferrar
aunque en realidad ese “yo” —como eje, centro o punto de anclaje— no exista. Es
decir, la palabra yo es una
sustancialización.
Lo
que creemos es el “yo”, o “el alma” para algunos, en realidad lo que nos hace
ser lo que somos, es un complicado amasijo de niveles de estímulos, percepciones,
ideas, recuerdos, sentimientos e instancias de decisiones, donde algunas son
tomadas de manera conscientes mientras otras la damos por sentadas (son
automáticas, de las cuales no tenemos control) respondemos al mundo en una
variada gama de formas, adecuadas a cada ambiente, a lo interno de nuestro
cuerpo, con nuestro cuerpo y fuera de él.
Pero
no hay localidad, no hay diferenciación, todo ocurre simultáneamente y eso crea
una ilusión de que hay alguien a cargo de nuestras decisiones, y que ese
alguien tiene una personalidad determinada y única, que somos nosotros
conformados como eje, centro o punto de anclaje, que en realidad no existe, que
es, como lo bien lo expresa Daniel Dennett, un epifenómeno de nuestro sistema
neural, chispas que se desprenden de una interacción neural (y muchas veces
cuántica) con nuestra realidad, de la que somos parte.
Ya
para la década de 1990 el científico de fama mundial Francis Creek proponía un
modelo de conciencia que necesitaba de una memoria a corto plazo, planteaba que
en el cerebro humano las neuronas involucradas en el proceso, debían dispararse
de manera coherente y semi-oscilatoria en una frecuencia entre los 40-70 Hz, de
manera de crear una unidad de funcionamiento entre todas las neuronas
trabajando en el cerebro para esta tarea. La memoria de corto plazo es la
llamada “icónica” y duran una fracción de segundo, nos sirve como la memoria de
trabajo y es esencialmente visual, para
estar conscientes no es necesario recurrir al lenguaje por lo que muchos
animales superiores, como en el caso de los pulpos, tienen consciencia.
Para
estar conscientes no necesitamos de una gran capacidad de procesamiento de
información, por lo que es un proceso inmediato, para aquellos años lo ubicaron
entre los 50-250 milisegundos,
Hay
varios tipos de conciencia, una muy básica que nos sitúa en un lugar y tiempo,
que es la que adquirimos al despertarnos por ejemplo, otra en la que caemos en
cuenta de quienes somos y las circunstancias que nos afectan, y podemos
escalarla a situaciones harto complejas como la de actuar por cuenta propia
como abogado en un juicio, o decidiendo la compra de una empresa competidora, o
en cualquier otra actividad de nuestra rutina diaria.
Para
efectos de su explicación Creek nos sitúa en la más elemental forma de
conciencia, en la cual asume, nuestra capacidad visual juega un papel
determinante y donde estamos en modo de atención, la memoria de corto plazo que
está en funciones de trabajo tiene un límite en su capacidad, los científicos
han encontrado que no más de siete (7) cosas con las que puede trabajar, lo
cual es interesante ya que en algunos investigadores, estudiando en los
ejércitos a sujetos en situaciones muy comprometidas, se han encontrado que los
soldados (incluyendo los oficiales) no pueden manejar sino hasta siete pasos,
ordenes o directivas en situaciones bajo fuego (Lo que crea una situación de
máximo stress, el cuerpo se encuentra en modo de sobrevivencia y las respuestas
se resumen en huir, paralizarse o atacar), lo cual hace pensar que se trata de
la misma memoria de trabajo, que permite la conciencia más básica, actuando.
En
estudios recientes, en los que se trabajan con personas que han tenido
accidentes graves con pérdida de masa encefálica o traumas en la cabeza, la
única manera de saber si la persona tiene algún grado de conciencia es
suministrándole complicados test observados por aparatos de resonancia
magnética o tomografías computarizadas, muchos de estos pacientes aunque no
pueden comunicarse con el exterior de sus cuerpos siguen conscientes y solo
detectando la actividad cerebral se sabe si están allí.
Una
persona en estado comatoso puede estar consciente, sentir dolor, aburrimiento,
tener recuerdos, y aunque pueda que no vea ni escuche está al tanto de lo que
acaece a su alrededor, para los médicos es vital saber si el paciente está o no
en estado vegetativo, de ello depende que se le suspendan los esfuerzos por
reanimarlo, también sucede que cuando se administra anestesia para alguna
intervención queden algunas fases de la conciencia en plena actividad y pudiera
ser una experiencia desagradable.
El
investigador Joel Frohlich de la Universidad de California, en su artículo Conociendo las Neuronas (2020) nos
dice:
Estar
consciente depende de la integración: las neuronas deben comunicarse y
compartir información, de otra manera la calidad que contiene la experiencia
consciente deja de estar unida. Este requerimiento simultáneo de diferenciación
e integración puede sonar a una paradoja. Aquí voy a tomar una metáfora del
doctor en neurociencia Giulio Tononi para aclararlo: el cerebro consciente es como una sociedad
democrática. Todos pueden votar (diferenciación) y hablar entre ellos de manera
libre (integración). El cerebro inconsciente por otro lado se parece más a una
sociedad totalitaria. Los ciudadanos tienen prohibido hablar con libertad entre
ellos (no hay integración), y están forzados a votar todos de una misma manera
(falta de diferenciación)… El cerebelo, hemos encontrado, actúa como una
sociedad totalitaria. Sus neuronas, que son muchas, no se comunican entre sí.
Al contrario, las neuronas cerebelares están organizadas en cadenas, no hay
comunicación en dirección contraria. Para visualizar su estilo de comunicación,
imaginen una fila de individuos, cada uno tocando el hombro del que tiene al
frente. De modo que, mientras el cerebelo contiene la mayoría de las neuronas
del cerebro, estas neuronas son como los ciudadnos en una sociedad donde no
están integrados. Y sin integración no hay conciencia. La corteza cerebral, en
cambio, es como una sociedad libre… donde se interactúa libremente, no
solamente con los vecinos, sino con las personas más distantes al otro lado del
pueblo.
Sigmund
Freud ya intuía que la consciencia era de naturaleza diferente que la mente
pero nunca lo supo con certeza, estar consciente es la experiencia más íntima
que conocemos como personas pero la más difícil de explicar, esto debido a que
reporta varios fenómenos que se dan simultáneamente cuando estamos conscientes,
por un lado podemos discriminar, categorizar diversos estímulos que nos llegan
de nuestro ambiente, esa información la integramos cognitivamente, podemos
reportar distintos estados mentales, si estamos tristes o asustados, podemos
acceder a nuestros estados internos, si nos duele algo o sentimos que algo no
está bien, tenemos la presteza de enfocar nuestra atención, controlar nuestro
comportamiento, y diferenciar claramente el estar despierto del estar dormido.
Y todo
eso podemos reportarlo verbalmente, pero el problema fundamental de la
consciencia se encuentra en la experiencia, es decir en la versión subjetiva
que nos fabricamos de nuestro entorno y que llamamos realidad, y digo fabricar
para reducir un complejísimo proceso que nuestro sistema neural (nuestros
sentidos) recogen del mundo y con el cual construimos nuestra realidad.
En su
ensayo La Cuestión del Sujeto… que
hemos venido reseñando, Adolfo Vasquez Rocca nos explica: “Como se ha señalado, la mente no está en la cabeza, tampoco el saber,
lo que nos aparece (comparece) es el mundo, con sus tonalidades y matices, las
preferencias y los rechazos prerracionales, es lo constitutivamente dado desde
ese flujo pulsional y neuroquímico que yo no escojo, sino que más bien me
constituye; lo emocional (el querer), el deseo tras del cual estamos direccionados,
y que no es más que el abrazo del organismo, del cuerpo entero, instancia
originaria y principal que nos aparece como el mundo” .
Estas
son apenas algunas de las pistas dadas por la ciencia para volver a
reformularnos como sujetos, muy diferentes a lo que nos legó el siglo XIX, muy
diferentes a lo que creíamos a principios del siglo XX, se nos presenta un
futuro que percibo como emocionante y muy prometedor, volveremos sobre el tema
en próximas entregas. - saulgodoy@gmail.com
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