De nuevo se levanta el fantasma de unas elecciones
promovidas por el régimen de Maduro y el país entra en crisis, la gente se
lleva las manos a la cabeza y empieza a dar vueltas sin saber qué hacer; por un
lado, el bando electorero nos dice que ésta es la oportunidad de derrotar la
trampa y el continuismo, por el otro, para los contrarios, que promueven el abstencionismo
como posición política, votar en tiranía es legitimar al régimen. Cosa curiosa,
en lugares donde las elecciones son negadas, la gente clama por una oportunidad
de poder votar, y en los países donde votar es cosa de rutina, la gente se
abstiene, no va a votar.
Pero eso es lo que sucede en política, no es lo mismo
escoger entre opciones en otras circunstancias de la vida que hacerlo dentro de
un proceso político; hay diferencias entre escoger del menú un plato para
almorzar, o decidir entre dos ofertas de trabajo, o pronunciarse sobre si nos
casamos o no, a elegir en una contienda política. Es un error habitual tratar
de hacer comparaciones y generar aprendizajes de otras experiencias para
aplicarlas a la política; simplemente, el territorio donde nos adentramos es
sumamente turbio, y decidir se hace difícil.
El que crea que todo se reduce a escoger entre la opción
A o la B, o entre dos colores distintos, o dos símbolos, o dos rostros (o tres,
o seis, o quince, no importa cuántos) no ha captado el verdadero sentido de
unas elecciones políticas, sobre todo si vienen con variantes tan importantes,
como si lo hacemos en democracia, o dictadura, o tiranía, o con una pistola en
el cuello, o si elegimos en medio de una crisis, con hambre y con miedo, o si
nos están pagando, o si los candidatos son ladrones, o santos, o vamos a tener
la oportunidad de nuestras vidas de salir adelante, o que unos vándalos
terminen por enterrar lo que nos queda de país…
La mayoría de nuestras decisiones, esas que implican una
elección, son de carácter individual y muchas tienen por detrás una intención;
no pasa lo mismo con las elecciones políticas donde, querámoslo o no, nos
hacemos parte de un conjunto, es decir, de un grupo más grande y heterogéneo,
que es al final el que decide, nuestro voto se convierte en un componente
mínimo de ese conjunto y sobre el cual no tenemos ningún control.
Esa es una de las condiciones de la democracia, la de la
fuerza de la mayoría, la que decide en una elección, y esa mayoría se construye
voto por voto, apelando al favoritismo del votante; el problema es que gana el
que tenga mayor cantidad de votantes, sin importar cuántos son, siempre que se obtenga
el conjunto más grande que le dé la victoria; y en este sentido, si votó una
minoría de votantes, digamos el 20% del padrón electoral, basta que obtenga la
mayoría de ese 20% para que se dé como ganador, aunque sería una victoria con
muy poca legitimidad para la mayoría de los votantes.
Y esto es así porque, querámoslo o no, las apuestas en
unas elecciones políticas son inmensas, así como hay gente arriesgándolo todo
hay quienes nada tienen que perder, al punto que hay personas que prefieren
ocuparse de otros asuntos y no votar, cuando hay otros que se desviven por
movilizar gente, montones de gente… hay personas que viven sus vidas pendientes
del resultado de las elecciones, de presos políticos que podrían salir en
libertad, de vecinos que dependiendo de quién gane podrían reiniciar sus vidas
en otros países, de negocios multimillonarios a la espera de conocer el nombre
del candidato ganador, de ascensos, premios, castigos, recompensas, obsequios,
trabajos, oportunidades, venganzas, desuniones… todo está allí, en vilo, a la
espera del momento en que se sepan los resultados.
Sólo cuando las libertades se pierden es que se extrañan,
y eso nos ha sucedido a los venezolanos, quienes hemos caído en la telaraña del
socialismo, el cual, para poder hacer realidad sus utopías, buenos deseos, para
lograr sus metas humanitarias de igualdad y de felicidad proletaria, tiene que
recortar nuestras libertades, al imponernos un estado paquidérmico, costosísimo,
ineficiente, interventor y distribuidor de la riqueza.
Los socialistas son expertos en hacer crecer el estado de
tal manera que ocupe todos los espacios; se mete en cada resquicio que
encuentra, aún en la privacidad de nuestros hogares, para regular y normar
sobre nuestras vidas, para involucrarse en nuestras decisiones y hacernos parte
de sus designios. El estado socialista, aunque convenientemente diga lo
contrario, no está al servicio de los ciudadanos, todo lo contrario, obliga a
los ciudadanos a servirle, a mantenerlo, a trabajar y depender de él, por eso
es que sostiene una burocracia tan grande y nos sale tan caro.
En socialismo cambiamos nuestra libertad por igualdad, una
igualdad en lo malo, en las ineficiencias, en las carestías, en los abusos, en
las injusticias… somos iguales en la mala calidad de vida y en la opresión,
todo el mundo es explotado de una u otra forma… al final, el único que cobra y
la pasa bien es el estado (algunos funcionarios, no todos, en Venezuela los
llamamos “los enchufados”) y los políticos que están en la cúpula del poder, donde
se decide la vida del país.
Es por esta razón, porque luego de 21 años de socialismo
revolucionario bolivariano, la mayor parte del país está harto, cansado de
padecer necesidades, dolor y violencia, y es por ello que unas elecciones
significan tantas cosas y tan importantes; los revolucionarios dicen que
gobiernan para los pobres, a ellos los registra y les da un carnet, los
mantiene en diversos programas de seguridad social que pagamos todos los
venezolanos, en especial, los que somos productivos y emprendemos en la
industria, el comercio o los servicios, y el estado se encarga de utilizar
nuestros aportes al fisco para financiar sus programas sociales, que no son
otra cosa que grandes conglomerados de clientes políticos, a los cuales
moviliza, adoctrina y les dice cómo votar.
Digo todo esto sobre el socialismo, porque se trata de
una tendencia política cuyo único fin es llegar al poder y no soltarlo, y toda
su política se basa en hacer del estado, de la gobernabilidad y de la
administración pública, instrumentos para perpetuarse en el poder, cultivando
extensiva e intensivamente votos y electores en una especie de semilleros,
donde los clientes políticos son atendidos con seguridad social, regalos,
dinero, privilegios, subsidios y trato especial a cambio de su fidelidad para
el partido, y lo principal, su voto en las elecciones. Y esto sucede no sólo en
Venezuela, lo vemos en USA, en España, en Francia y otros lugares, donde los
socialistas son fuertes.
El árbitro debe
ser eso, un árbitro, no un fanático interesado.
Pero toda la sociedad, todos nosotros, terminamos pagando
esa vagabundería por medio de nuestros impuestos, sanciones (multas),
incrementos en costos por ineficientes servicios públicos, apropiación indebida
de los recursos naturales, competencia desleal y monopolios por parte de las
empresas del estado… aun a los que no somos partidarios, ni creemos en el
socialismo, que hoy en día somos mayoría en Venezuela, se nos impone cargar con
ese costo de mantener a “los pobres” del gobierno (unos pobres que lo que hacen
es crecer, no disminuir).
Éste es apenas uno de los tantos vicios que los sistemas
electorales del mundo deben enfrentar cuando compiten con los socialistas, pero
el problema fundamental y más grueso de las elecciones se sitúa en quienes
tienen la función de contar los votos, los gobiernos socialistas se reservan el
monopolio de la designación de la mayoría y de los directivos de estos
organismos electorales; en el caso del CNE, se trata de militantes de los
partidos, nombrados en contravención de las leyes electorales y violando las
mínimas exigencias de racionalidad y equilibrio.
El Poder Judicial se ha convertido en el manejador del
Poder Electoral, a fuerza de sentencias inconstitucionales ha estado
configurando a los rectores del CNE de acuerdo a la conveniencia del Poder
Ejecutivo, la incapacidad manifiesta de la actual Asamblea Nacional y el
colaboracionismo que existe entre partidos de la llamada oposición democrática
y el régimen, han provocado un perenne vacío institucional en el órgano
comicial, de modo que nadie puede garantizar en Venezuela unas elecciones
limpias, justas y transparentes.
No importa si el sistema electoral es manual o automatizado,
al final hay alguien que cuenta los votos o los valida, en nuestro país todo el
proceso está vigilado por los militares, ellos transportan, custodian y
coordinan la movilización del material electoral y de los votantes, y es
bastante frecuente que al momento del cierre, sobre todo si los principales
contendores están muy cercanos en sus números, cuando los conjuntos se parecen,
basta una diferencia mínima para que la balanza se incline y favorezca a un
candidato, entonces ocurren las sorpresas, extensión de los horarios de las
mesas, movilizaciones masivas de último momento, avalancha de números que
aparecen sin aviso, generalmente sacrificando la equidad y la verdad en nombre
de los “beneficios socialistas para todos”, por ello es que los socialistas se
empeñan en elegir ellos esos supuestos árbitros o tener mayoría en estos
organismos electorales.
Los gobiernos revolucionarios, esos que más nunca van a
abandonar el poder (te lo dicen y repiten hasta el cansancio), que tienen su
candidato para el gobierno, un sucesor que se ocupe de proseguir alimentando el
clientelismo político y cuidando el asiento del poder, harán todo lo que esté a
su alcance para ganar una y otra vez los comicios, negociando acuerdos con la
oposición por debajo de la mesa, repartiendo cargos y cuotas de poder (les
gusta llamarlos “espacios”, pero no son los mismos espacios políticos de los
que hablaba Anthony Downs en su seminal estudio sobre economía y política), a
cambio de apoyos, de desistimientos y coaliciones de último momento.
Y en este punto debo comentarles sobre la existencia de
unos comisarios políticos, especie de mercaderes de los votos, que son los
encargados de engatusar al gran electorado, que está cansado de que le hagan
trampas; esos comerciantes de sufragios se empecinan en realizar campañas de
promoción del voto en ambientes enrarecidos y altamente intervenidos, son muy
bien pagados y se les ofrece puestos ganadores, gane quien gane la carrera
electoral, y por lo general logran su cometido utilizando la culpa.
Estos vendedores del voto mágico, redentor de las
libertades y la democracia, tienen una frase favorita, muy usada entre
vendedores de autos usados, “si no es con
el voto, ¿Con que vas a sacar a los que han hecho un mal gobierno, vas a tomar
un arma, vas a dar un golpe de estado?”. Esas palabras son perfectas, no te
dan la posibilidad de que argumentes otra cosa y dirigen tu respuesta hacia la
única conclusión posible en ese brete.
Te marean con el asunto del voto como la única arma
constitucional que existepara la lucha en contra de la tiranía, con que el voto
es lo que distingue a un verdadero demócrata, condenando a quienes no votan
(como si votando en unas elecciones arregladas fuera una virtud) y acusando de
irresponsables, malos ciudadanos y anti políticos, a los que no votan, remachando
que la abstención no conduce a ningún lado… por supuesto, te hablan de los
pueblos oprimidos, aquellos que harían fiesta si se les diera una oportunidad
para votar, recurren a las impresionantes estadísticas internacionales de
países que se han volcado a las mesas de votación y en los que ha triunfado la
democracia, sin explicar, también por conveniencia, el grado de intervención extranjera
que han tenido, ni el sacrificio que han pagado por derrotar a las fuerzas
opresoras.
Debemos cambiar el
significado del voto
El voto es un factor instrumental de la democracia, ni es
su santo Grial ni constituye la piedra clave del arco republicano, es la manera
como los países civilizados o cambian de gobernante o premian una gestión
positiva, con ello se asignan los cargos en la administración pública y se
permite que los gobiernos se renueven, respiren y evolucionen; el voto es el
final de un trabajo colectivo y nacional, pero cuando el sentido del voto es
pervertido, cuando su significado se transforma en la razón de ser de un estado
y un sistema político, entonces vienen los problemas, el acto electoral se
transforma en una lotería y la política en un circo.
El voto sirve para unas cosas y no para otras; votar no
nos arregla la vida, ni siquiera sirve para da coherencia al país… votar puede
acelerar una crisis o darnos un respiro, votar puede significar absolutamente
nada o hacernos sentir muy bien, hay algunas personas que lo tienen como
fetiche y no dejan de hacerlo nunca, otros jamás lo han hecho… hagámonos una
sencilla pregunta, ¿Quién gana qué con mi voto?
Sobre todo para un partido político socialista único, que
comulga con la dictadura del proletariado y la hegemonía comunicacional, esas
que le permiten ilegalizar partidos de la oposición, poner presos candidatos,
abusar de los medios de comunicación y de la propaganda electoral, contar con
una enorme bolsa de dinero con la que puede comprar partidos, electores,
periodistas, analistas, encuestas, observadores internacionales, organizaciones
multinacionales, celebridades con las que pretende apuntalar su imagen y su
programa de gobierno…
En el caso venezolano, el voto se ha degradado a una
simple trampa, a una puesta en escena que supuestamente otorga cierta
legitimidad y poder al ganador, los partidos políticos socialistas y sus
líderes se acomodan a unas negociaciones con el hombre fuerte, le complacen y
se ajustan a sus exigencias, no a las de los votantes, que son vilmente usados
y desechados una vez que los partidos y candidatos sodomizados por el tirano
estén aprobados por el organismo electoral, se canten a los ganadores y, con
los resultados, se haga el reparto de la torta.
Maduro necesita unas elecciones que lo certifiquen como
un mandatario legítimo y popular, su partido está urgido de reconocimiento
porque, aunque hace lo que le da la gana, está recibiendo el palo parejo por
parte de los principales países occidentales, que les tienen el gobierno dividido,
cercado por sanciones, sin posibilidad de conseguir crédito, con fama de maula,
con órdenes de aprehensión apenas asomen la nariz por la puerta, con
investigaciones y demandas pendientes, con enemigos por todos lados… necesita
afincar su poder en Venezuela, se le va la vida en ello.
A la pregunta malintencionada de “si no vas a votar ¿Qué
vas hacer?”, mi respuesta es: En estas
condiciones inmorales y sucias, ir a votar es hacerse parte del festín de
pordioseros… mi lucha es en contra de ellos, tengo todas las otras vías,
excepto el voto, para actuar y rescatar la democracia. Cuando vuelva a votar,
será porque mi voto simboliza lo que pienso y tiene valor. Mientras tanto, que
vaya a votar el C.D.S.M. – saulgodoy@gmail.com
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