Sobre la situación que implica llevar los elementos que
la conforman al límite de su resistencia, para hacerlos entrar en una zona o
etapa crítica, la física nos dice que la cadena revienta por su eslabón más débil,
ése que no aguanta las tensiones imperantes, cede en su estructura y deja de
prestar resistencia, haciendo que los otros eslabones asuman la carga que no
puedan soportar y empiecen a soltarse, hasta que la cadena se rompe.
En una cuerda se van los hilos externos, empiezan a
deshilacharse y el grueso de la soga comienzan a ceder de afuera hacia adentro,
hasta que lo que queda del tejido no soporta la tensión y revienta. Hay una
especialidad, llamada “resistencia de materiales”, que estudia precisamente
estos puntos críticos en los componentes básicos de todo material, ésos que
soportarán una presión o tensión; los científicos e ingenieros tratan de
asegurarse de que los materiales usados tengan una protección, un margen de
soporte antes de su punto de fatiga, para garantizar la seguridad y el trabajo.
De igual manera, el tiempo de trabajo es importante; a
medida que una cadena o una soga se usan, se van haciendo más débiles con el
trajín, todas tienen un tiempo de caducidad, a partir de un número de horas,
días, toneladas o frecuencia en el trabajo, la garantía que da el fabricante
vence y hay que cambiarla para estar dentro de esos márgenes de seguridad.
Eso es así para las cosas materiales, incluida la persona
humana, pues ésta se constituye de materia biológica que también tiene una
resistencia y un tiempo útil. Para la política es diferente, ya empezamos
hablar de constructos culturales, de intangibles, de servicios, de relaciones,
de derechos y obligaciones, de legalidad, de compromisos, de promesas, de
ideales… en política funcionan las llamadas ficciones jurídicas, creaciones
normativas que no existen en la realidad, pero que actúan como si existieran,
algunas hasta tienen personalidad jurídica, con derechos y obligaciones, como
si se tratara de una persona, aunque sean instituciones, cuerpos colectivos,
instancias de poder, figuras administrativas que trabajan para, por, con y
entre personas y cosas… tanto las
personas como las cosas tienen límites que las instituciones no tienen.
Hay instituciones que, por tener un sustrato material,
corren la misma suerte que sus partes constituyentes; ése sería el caso de la
economía, que funciona sobre una plataforma de bienes y personas en relación
constante, cuando estas partes materiales dejan de funcionar o pierden su valor,
se refleja de inmediato en la salud de la economía. Las economía pueden entrar
en crisis, pueden quebrar y hasta desaparecer.
El estado es también distinto, se trata de una creación
política que en principio no debería agotarse y desaparecer; la patria, que es
un ideal, tampoco debería tener un final, pero los estados desaparecen, las
patrias se disuelve y la historia está llena de esos ejemplos; la Presidencia
de la República, las constituciones, los bancos centrales y los partidos políticos
pertenecen a esas extrañas figuras mitológicas y fantásticas que nacen en el
mundo de las organizaciones para nunca morir, pero sí desaparecen y, a la larga,
todas van a desaparecer, aunque son un poco más longevas que las personas que
las crean y les dan vida, se puede decir que las trascienden.
El problema que tienen ciertas personas, afiliadas a
estas creaciones culturales, muchas de naturaleza política, es que pueden
llegar a confundirse con ellas, creen que su suerte y destino están atados, que
hay vínculos indisolubles… lo sufrió Lenin con su partido bolchevique, le
sucedió a Hitler con su Tercer Reich, al general Douglas MacArthur con su
ejército, le pasó a Jimmy Hoffa con su sindicato de transportistas, a Maduro
con la presidencia de Venezuela…
Nicolás Maduro y el claque de mafiosos que lo acompañan
en esto, que ellos llaman la República Bolivariana de Venezuela - que pasa por ser
un país que una vez fue Venezuela, administrado en algún momento en una
democracia imperfecta, pero viable y legítima, y que ahora no se sabe qué cosa
es – sufren de la alucinación de que esto, un país en crisis, una economía
quebrada, una patria moribunda, una constitución que cambian como si fuera en
menú del día en una trattoría, una
obra de desmontaje de una nación hasta dejarla en el calamitoso estado de
inviabilidad, cuyos estertores intentan prolongar hasta que les dé la gana… esta
disociación cognitiva, de un estado de confusión entre la realidad y la
fantasía… los hacen creer que gozan de algún tipo de inmortalidad, que esas
características de permanencia, que definen al estado nacional, se les
transmiten por asociación, lo que les permite alargar el tiempo indefinidamente.
Para los revolucionarios socialistas y bolivarianos esa
ilusión se transforma en un ofuscamiento incontrolable, creen que ellos “son”
la patria, que su partido encarna a Venezuela, que, como lo repiten sin
cansarse, son los hijos de Bolívar y por ello tienen más derecho que nadie a
hacer lo que les venga en gana “para siempre”… es justamente uno de los
problemas de estar demasiado tiempo medrando del poder, los envicia, no quieren
dejarlo.
Ocurre entonces una transferencia, hay un cambio profundo
en la personalidad de estos individuos, que se creen indestructibles, eternos e
infalibles… creen que, por más que la cadena se tense y crujan sus eslabones
por la tensión, aunque vean la soga deshilacharse sobre sus cabezas, nada les
sucederá… se presumen inmortales, suponen que el mundo que han creado, no puede
acabarse.
Pretenden que un país sin producción, sin servicios, sin
petróleo, sin oro, sin naturaleza, sin gente, sin orden, sin trabajo ni comida,
sin agua ni bosques, sin aliados ni vecinos, puede sostenerse solo y gracias a
la “magia” de esos intangibles, de los ideales, de las ficciones jurídicas, de
la voluntad de sus dirigentes, que confían en que la cadena cederá ni la soga
se reventará mientras ellos resistan, la gente sufre y muere, la economía se
reduce, la calidad de vida se envilece y ellos, los políticos, piensan que tal
situación pueden sostenerla indefinidamente.
Venezuela se está sosteniendo por una de esas
alucinaciones pre-mortem que sufren los moribundos, ésos que creen que todavía
hay salvación para su enfermedad terminal, lo que ellos llaman “soberanía”, una
palabra convenientemente cargada de poder, con la que tratan de conjurar las
fuerzas hostiles del universo… ellos creen que son soberanos, no importa si ya
hace tiempo perdieron esa cualidad, cuando hicieron que Venezuela dejara de ser
una democracia, cuando se deslegitimizaron por la cantidad de elecciones “envenenadas”
que propiciaron y que quieren seguir realizando, por las violaciones
continuadas al estado de derecho, por la ausencia de justicia, por la violencia
y las muertes que han provocado por desidia, crueldad e ineptitud entre la
población, por abusadores y narcotraficantes.
Al escucharlos hablar, al verlos en sus reuniones de “alto
gobierno”, no cabe la menor duda de que se trata de gente inconsistente, que ha
perdido el contacto con la realidad, que está elaborando argumentos con base en
una serie de supuestos que nada tienen que ver con la verdad cotidiana, con lo
material, con las personas de carne y hueso, que son los que sufren por sus
actos, con la tragedia de un país en ruina.
Pero debo decirles que hay algo mucho más grave, hay
venezolanos que, sin estar en el gobierno, sin participar de esta mascarada,
sin siquiera simpatizar con los revolucionarios, creen en este contubernio de
ideas y creencias, inculcadas por los discursos y la propaganda… creen a pies
juntillas que estos mafiosos son semidioses que vivirán para siempre entre
nosotros, haciéndonos la vida tiritas.
Es terrible ver que hay muchos venezolanos resignados,
convencidos de que nuestra situación no tendrá fin y que los chavistas son inmortales;
que, una vez abierta esta caja de Pandora, los demonios jamás retornarán a su
encierro. Y allí siguen los revolucionarios bolivarianos, tratando de vendernos
la idea de que Chávez vive y de que, bajo su influjo, Joe Biden será el próximo
presidente de los EEUU, Washington se teñirá de rojo comunista y tendremos un
milenio plenamente socialista en el mundo.
Afortunadamente, tanto Nicolás Maduro como Diosdado,
Jorge Rodríguez y los demás chavistas, son todos de carne y hueso… y todos
estos “revolucionarios” tienen un tiempo de caducidad, de hecho, se ponen
viejos y se enferman, aunque la mayor parte de ellos ya anda creyendo en esas
alucinaciones pre mortem, como las que afectaron a Luis XIV, el Rey de Francia,
que insistía hasta el cansancio en que el Estado era él, de hecho, murió
creyéndolo. - saulgodoy@gmail.com
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