miércoles, 1 de julio de 2020

Aretino, demonio renacentista




Qui giace l'Aretin, poeta tosco:
Di tutti disse mal fuorché di Cristo,
Scusandosi col dir: non lo conosco.


He desarrollado un gusto muy particular por la literatura epistolar, aquella que consiste en cartas de escritores y filósofos, artistas, científicos y políticos, tanto a sus familiares, amantes y amigos, como a otros colegas y pares en sus respectivos oficios; es algo medio perverso, pues es una manera de entrometerse en la vida privada de esos personajes a quienes admiro… en lo personal, es una oportunidad única de conocerlos en su intimidad, donde a veces suceden cosas extraordinarias, y también porque es una manera distinta de escribir, mucho más personal, más directa y descarnada, incluso mucho más profunda, de la que los diversos autores presentan en sus obras formales y que, saben, serán publicadas y manoseadas por mucha gente.
Freud o Joyce, o Mahler, nunca imaginaron que sus cartas, en algún momento, serían publicadas; algunos de ellos, ya famosos, quizás lo pensaron, pero para el momento en que escribieron esas cartas (correspondencia privada), estoy seguro, hacerlas públicas no era una opción… menos todavía podían imaginar que esas comunicaciones iban a ser subastadas por dinero o compradas en lotes por universidades para convertirse en sus albaceas, Las cartas son una parte fundamental de la historiografía y un manjar apetecido por investigadores y críticos.
En mi mesa de noche, en compañía de otros sesenta libros en cola para ser leídos, se encuentran las cartas de Raymond Chandler, la correspondencia entre Gustave Flaubert y George Sand, los intercambios entre Arendt y Heidegger, los escritos íntimos entre Henry Miller y Anais Ninn, las de Bolívar con Manuelita Saenz.
Este gusanito por leer cartas ajenas me vino cuando leí por primera vez las cartas de Aretino, no todas, la edición original constaba de 3.000 cartas que el mismo Aretino escogió para ser publicadas en seis tomos, pero sí la selección de aquella selección, que hizo el profesor George Bull (1976), experto mundial en arte del Renacimiento Italiano y traductor de los originales de Pietro Aretino, 95 de sus misivas más notables.
Pietro Aretino (1492-1556) era un hombre extraordinario, por decir lo menos, natural de la Toscana, de extracción humilde pero siempre protegido por los poderosos, creció bajo el ala de Luigi Bacci, el noble de la región, quien era amante de su madre; luego se muda a Perugia, donde entró en contacto con sus principales artistas, allí decide hacerse pintor, pero una oportunidad se le presenta de mudarse a Roma, sirviéndole al poderoso banquero de Siena, Agostino Chigi.
En Roma destaca por su inteligencia, su mordaz verbo y su habilidad como escritor; se hace amigo nada menos que del gran pintor Rafael, quien lo utiliza como modelo para varias de sus obras y pinta su retrato que hoy se puede apreciar en el Louvre. En 1521 su suerte cambia por completo, cuando fue contratado por el cardenal Giulio di Medici como su promotor y publicista en su carrera para llegar al papado, pero pierde la elección, y como tuvo que mal poner al candidato ganador, el Cardenal Adrian de Utrech con sus críticas, tuvo que huir de Roma, lo cual amerita que abramos un paréntesis.
Estamos hablando del Renacimiento Italiano, conocido como el Cinquecento, famoso entre otras cosas por el humanismo florentino y la Reforme de Roma, además de por la gran profusión de artistas de primera magnitud, por los experimentos políticos, por las crisis religiosas, por las invasiones y guerras (se introducen las primeras armas de fuego), por la peste que asolaba a Europa… ese primer lustro del siglo XVI, justamente los años de mayor actividad de Aretino, serán cruciales para la civilización occidental, y nuestro autor se convertirá en uno de sus principales cronistas, al punto de muchos expertos le atribuyen el honroso papel de ser el primer periodista moderno, entre otras cosas, gracias a sus cartas, que eran un enorme cúmulo de observaciones sociológicas, antropológicas, costumbristas, políticas, militares, religiosas.
Para ese tiempo había cinco poderes en la región conviviendo en equilibrio: el papado en Roma, el reino de Nápoles, el ducado de Milán, la república de Florencia y la república de Venecia; de todos, Venecia era la más estable, la única que no sufrió invasiones ni saqueos; bajo el mandato compartido del Dogo, especie de conserje mayor para los asuntos de la ciudad, y del Consejo de Patricios, es decir de las principales familias comerciantes, Venecia siempre tenía suficiente dinero para pagar por su defensa, contratar mercenarios e incluso defender Europa de los apetitos del Imperio Otomano, que le tenía unas ganas inmensas.
Pero además de su poder económico, Venecia se convirtió en un lugar de tolerancia y libertad a donde todos querían mudarse; mientras no se hablara mal de Venecia, todo estaba permitido, y los gobernantes de Venecia gozaban de una especial fama de brutalidad policíaca, aplicando los peores tormentos a quienes violaran sus leyes.
El movimiento reformista luterano tenía a Roma y al papado muy preocupados, eso fue una de las razones para que se iniciara la inquisición y se fundara la Compañía de Jesús; la cercanía de Suiza y Alemania hacían porosas las fronteras a estas ideas que pusieron a las autoridades a buscar herejías y reformistas para quemarlos públicamente, pero eran tiempos de cambios profundos en las creencias y la estructura de la iglesia, lo que explicaba la urgencia del Concilio de Trento.
Aretino fue uno de sus principales protagonistas de ese aluvión de críticas y reformas pues, a pesar de considerarse un creyente común, estuvo tentando la suerte en el límite de lo permisible, sus obras manifiestamente eróticas y pornográficas competían con sus trabajos devocionales, sus escritos sobre los Salmos se hicieron famosos, así como sus estudios sobre la Virgen, eran muy apreciados incluso por la alta curia… sus contactos personales, luego de muchos años como consultor de los cardenales que querían competir por el papado, los utilizaba para liberar de las mazmorras y torturas a sus amigos caídos en desgracia con la Iglesia, de hecho apenas a dos años después de su muerte, su obra entera estrenó el códice de obras prohibidas por el Vaticano.
Era un extraordinario relacionista público, conocía a todos los hombres y mujeres de importancia de su tiempo, era amigo personal del Emperador del Sacro Imperio Romano Carlos V, del Rey de Francia Francis I, se ganó la buena voluntad de Henrique VIII de Inglaterra al dedicarle una de sus obras, conoció a todos los papas en su vida y a toda la nobleza de valía, conoció a Maquiavelo, a Sansovino, a Miguel Ángel, quien lo utilizó como modelo para pintar a San Bartolomé en la gran escena de El Juicio Final… por supuesto, al gran Tiziano, quien lo retrató en diversas ocasiones, ya que gracias a Aretino consiguió sus más jugosos contratos y poderosos patrones.
Fue amigo de  Castigglione y de Ariosto. En fin, quien no conociera a Aretino no tenía relevancia, y justamente el uso de esas conexiones lo convirtió un hombre muy rico, fue pensionado de dos reyes y era colmado de regalos casi a diario, describiendo en sus cartas la belleza de las flores que recibían, los excelentes vinos que le enviaban y las exquiciteses; es ya un lugar común entre algunos historiadores decir que Aretino utilizaba una velada forma de extorsión para sacarles favores de todo tipo a sus conocidos, principalmente para que no escribiera mal de ellos, su pluma era temida pues destrozaba reputaciones o las elevaba en  popularidad.
Pero todo no fue fácil para Aretino, escapó de dos graves atentados a su vida (tuvo otros muchos, como el que le hizo un embajador inglés, pero fue prevenido oportunamente), precisamente por asesinos contratados para ultimarlo en la calle, y ambos tenían que ver con venganzas de poderosos Cardenales afectados por sus críticas; fue así como perdió la movilidad de una de sus manos… aquí debo explicar algo, los llamados pasquines eran unas hojas que se dejaban de manera anónima en ciertas plazas o fuentes de esas ciudades florentinas, a veces contenían caricaturas o textos burlescos de ciertos personajes; los pasquines amanecían en esos lugares, se dejaba un buen número de copias que la gente tomaba de manera gratuita, pero todos sabían cuando los pasquines venían de Aretino, por la crudeza de los mismos y la corrosiva sátira de sus escritos, sobre todo cuando se referían a las prácticas sexuales de sus víctimas.
De esta manera, Aretino estuvo saltando de ciudad en ciudad, a veces huyendo, otras buscando mejor fortuna, hasta que a los 45 años decide hacerse residente de Venecia; con la ayuda de Tiziano y del gran poeta Pietro Bembo, secretario personal del Papa León X, se instaló con gran estilo… y, a partir de ese momento, amasó una gran fama y fortuna, gracias a muchas actividades, como sus obras de teatro, muchas de ellas sátiras, que eran muy populares sobre todo en los carnavales, obras como La cortigiana, La talenta, Il marescalco, todas comedias de enredos, con elementos eróticos, muy al gusto tanto de las masas como de los intelectuales, que se solazaban en su crítica mordaz a la sociedad del momento… ni las monjas se salvaban de su viperina pluma.
Hay varios investigadores sobre el Renacimiento Italiano y su riquísimo legado artístico, como Jacobo Burckhardt, Amy Warburg y Edward Hutton, que alegan que sin la crítica artística de Aretino sobre el arte de su época, hubiera sido mucho más difícil poder apreciar los trabajos de los grandes maestros, Aretino tenía la gran ventaja de un ojo entrenado para detectar las sutilezas de los pintores que conoció, y la investigadora Marlene Eberhart, se atreve incluso a atribuirle a Aretino unos registros sensoriales muy agudos sobre el espacio, conocedor como lo era de las teorías de la percepción neoplatónicas y aristotélicas.
Sus restos reposan en la pequeña iglesia de San Luca, en el distrito de San Marco, en Venecia, un lugar visitado por escritores, periodistas, estudiantes de literatura y arte, curiosos y libertinos; la leyenda dice que murió a los 65 años, dueño de un bellísimo palacete situado al frente del Gran Canal, mirando hacia el puente Rialto, con su propia corte de secretarios, amantes (ambos, mujeres y hombres), varios hijos, amigos… cuentan que al contarle una broma subida de tono, que le hizo reír de manera incontrolada, producto del momento sufrió un infarto, o quizás un paro respiratorio, o peor, hay versiones que afirman que perdió el equilibrio y se golpeó la cabeza, desnucándose.
Cuando Aretino expiró era Caballero de Rodas, nombrado por el Papa Clemente VII, y Caballero de San Pedro, juramentado por el Papa Julio III, pero, después de su deceso cayó en desgracia y sus enemigos hicieron todo lo posible por manchar su memoria, lo que no fue difícil con su pasado bisexual, sus obras pornográficas y sus intentos de extorsionar a nobles y príncipes de la Iglesia.
Su epitafio fue escrito por el Obispo Paolo Giovio, a manera de venganza, que lo hizo colocar para burlarse del poeta y que desapareció durante unos trabajos de remodelación en 1800; esa placa reproducía la estrofa en italiano que encabeza este artículo y que, traducida, dice más o menos lo siguiente: “Aquí yace Aretino, poeta toscano, de todos habló mal menos de Cristo, y cuando le preguntaron por qué, dijo: No lo conozco.”
Aretino fue influyente entre los artistas isabelinos en Inglaterra, algunos como Milton y Shakespeare lo mencionan directamente como influencia en sus trabajos, recientemente el músico norteamericano Michael Nyman le puso música a 8 de sus Sonetti lussuriosi y se le ocurrió reproducir los grabados que ilustraban la edición original, le obligaron a retirar los programas por considerarlos pornográficos, eso fue en el 2007, en Londres.    -    saulgodoy@gmail.com

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