«Quien probó la
dulzura meliflua de los frutos del loto, ya no pensó jamás ni en la exploración
ni en la vuelta a casa.../ Pero de nuevo los traje, entre gemidos y a la
fuerza, a la orilla, / Y, arrojándolos bajo los bancos de la nave, los até con
cuerdas»
Canto IX, La Odisea, Homero
Uno de las más devastadoras consecuencias de la
Revolución Socialista Bolivariana es la destrucción sistemática de la memoria
del venezolano, una labor silenciosa, que está activa en un segundo plano, que
ni siquiera se nota, pero es mortal para las posibilidades de existencia de
nuestra sociedad; toda esta hiperactividad y avalancha de sucesos a las que nos
tiene acostumbrados el gobierno de Maduro, este saltar de crisis en crisis, de
ataques consecutivos a nuestra estabilidad emocional, a nuestra capacidad de raciocinio
y estabilidad mental, nos está convirtiendo inexorablemente en un país de
locos.
Debemos estar claros en que ya veníamos montados en una
ola irresistible de cambios constantes, producto de la modernidad, la vida se
nos ha acelerado a consecuencia, entre otras cosas, de la velocidad con que
fluye la información; en un contexto de globalización, de interrelaciones de
comercio, políticas y, ahora, de salud mundiales, las tecnologías de la
comunicación nos tienen continuamente bombardeados con información de todo
tipo, que compite por nuestra atención en medio de una constante elección sobre
cómo ocupar nuestro tiempo útil, consciente y en vigilia.
Aún con esta parada de burro, violenta y de sopetón, que
ha implicado la cuarentena por la pandemia del COVID-19, por irnos
desconectando poco a poco del mundo, producto de la enorme crisis económica que
atraviesa el país, del derrumbe de nuestras instituciones democráticas y la pérdida
de libertades, potenciada nuestra tragedia por la pobreza y las carestías en
que nos han sumido los militares socialistas, estamos experimentando un deslave
mucho mayor en cuanto a nuestra identidad como país y en nuestras memorias
personales como ciudadanos y personas, estamos siendo anulados como seres
humanos y reconvertidos en animales brutos y dóciles, en carne fresca para el
matadero.
Estos infelices, mal llamados bolivarianos, han
convertido la vida diaria del venezolano en una infernal travesía por la
cotidianidad en busca de lo más elemental para la sobrevivencia, empezando por
los recursos económicos para poder comprar comida, para pagar servicios básicos,
como transporte y atención a la salud… ya la educación de nuestros hijos es
apenas un recuerdo, el gobierno nos obliga a creer en esa ficción de la
educación a distancia, un eufemismo para decirnos que, hasta nuevo aviso, la
educación básica y elemental de nuestros niños y jóvenes queda cancelada.
La continua búsqueda de agua potable para poder cocinar,
asearnos y no morirnos de sed ocupa ya buena parte de nuestro tiempo; esperar
que venga la luz, como si se tratara de un milagro, tratar de defender a
nuestras familias y propiedades del acoso del hampa y del mismo gobierno, que
los quieren para sí, es ya una guerra en curso; cazar una señal telefónica o un
teléfono que funcione es una proeza diaria… en otros países, la gente está
confinada en sus casas, protegida por una seguridad social mínima, mientras
escogen entre varias ofertas de servicios de televisión por cable, por satélite,
por internet, las personas se encuentran no sólo entretenidos sino informados
de lo que ocurre, y algunos hasta pueden trabajar desde sus casas, haciendo
reuniones por teleconferencias, produciendo y en contacto con sus clientes,
pero en mi país, Venezuela, nuestra tarea diaria es no morir de hambre o de
alguna enfermedad infecciosa, otra que el coronavirus, que abundan dentro del
degradado ambiente social que nos ha legado el chavismo-cubano.
Porque, si no se han dado cuenta, cada vez son más los
supuestos médicos cubanos que están llegando al país para “ayudarnos” con el
manejo de la pandemia, hay en curso una invasión silenciosa que nos está
llegando de Cuba y va tomado poco a poco nuestras más importantes urbes… y cada
vez es más difícil el retorno de nuestros connacionales que intentan regresar
al país, y que el gobierno califica como “armas biológicas” enviadas por los
enemigos de la revolución.
En medio de este caos, creado gracias al comunismo
internacional, y ante el horror del mundo entero, el venezolano está olvidando
quién es, de dónde viene, quiénes eran sus abuelos y sus padres, cuál era la
Venezuela en que vivíamos hace apenas veinte años atrás… ya muy poco se
acuerdan de quién era Simón Bolívar, excepto por esa caricatura habanera que
nos quieren vender de un libertador patizambo y socialista.
No en vano, el régimen de Maduro cierra, condena y hace
quebrar museos, bibliotecas, universidades, periódicos y editoriales, cierra televisoras y radios,
censura blogs y portales noticiosos, y lo que no puede clausurar lo hace
quemar, registros, archivos, data administrativa, electoral, poblacional,
sanitaria, estadísticas policiales, memorias y cuentas… el arrase con la
información del país es total, lo que no puede desaparecer lo adultera, y aquí,
de nuevo, cuenta con sus compinches cubanos, a quienes ha entregado las
notarías y registros, el procesamiento y entrega de los documentos de identidad
nacionales y la administración de algunas aduanas… en este acto de desaparición
de nuestra identidad ya se han llevado hasta la moneda nacional.
La gran pregunta que me hago, vista nuestra incapacidad
de vencer al enemigo que tanto daño nos está haciendo, conociendo que contamos
con una generación perdida de mal llamados políticos, que se contentan con
negociar y cohabitar con las mafias que nos gobiernan, enterados de la incapacidad
de nuestras instituciones para hacerle frente a este ogro totalitario y el alto
precio que hemos pagado en vidas de jóvenes, siendo destrozados en nuestras
calles, impotentes ante las huestes armadas del chavismo, llenas nuestras
cárceles de opositores sujetos a la tortura más salvaje y a las muertes más
infames… ¿Por qué el mundo occidental, del cual somos parte, no interviene y
termina de una vez con el sacrificio humano que se está llevando a cabo con la
excusa del progreso, la democracia y el humanismo?
¿Por qué, a pesar del enorme peligro que representa el
chavismo para el mundo, éste sigue vivo
y creciendo en la región, extendiendo sus tentáculos, incluso dentro del área
de seguridad interna de los países que observan con disgusto lo que nos acaece?
¿Aunque, inexplicablemente, no actúan, con la excepción del gobierno del Sr. Trump,
no hay quién se plante contra el abusador régimen chavista y se conforme con
declaraciones rimbombantes y sanciones a medio pelo, mientras los venezolanos
somos pelados capa por capa como si fuéramos una cebolla?
¿Es que no basta el espectáculo de las turbas derribando
estatuas en los espacios públicos en señoriales metrópolis, ejemplo de que el
chavismo es tan contagioso como el COVID-19? ¿O con protestas en contra de la
policía, que aprovechan para incendiar y saquear comercios a su paso? ¿O con la
amenaza cierta de socialistas pedófilos, creyentes en la magia negra y
controlando los principales medios de comunicación, con la intención de dar un
golpe de estado e instaurar un gobierno de minorías extremistas en la más
poderosa república del mundo? ¿O con reyes corruptos regalando fortunas a sus
amantes delante de las carencias de un mundo injusto?
Esta actitud me recuerda aquel pasaje de La Odisea de Homero, cuando el héroe
Ulises regresa de Troya camino a su hogar en Ítaca, tras haber perdido el rumbo,
Odiseo llega con sus naves a las costas de una tierra desconocida; envía entonces
a un grupo a explorar y éstos se encuentran con sus habitantes, gente amable
que los recibe alegremente, son lotófagos, consumidores de un fruto dulce y
agradable que induce al olvido. Cuando Ulises se da cuenta del peligro, su
tripulación y él mismo están a punto de olvidar cuál era su misión en aquel
viaje, regresar a casa, no tenían memoria ni siquiera de que estuvieron
peleando en el sitio de Troya y, en medio de una gran resistencia por dejar de
consumir la poderosa droga, tiene que llevar a sus compañeros a rastras de
nuevo a los barcos, amarrándolos a los remos para que no regresaran a consumir
el loto que los embriagaba con las dulzuras de un paraíso ficticio.
La humanidad está olvidando que estamos todos en un solo
barco, que vinimos todos de un pasado, que le da sentido a nuestras vidas, y en
esos tiempos, si nuestros vecinos tenían problemas tratábamos de ayudarlos. Venezuela
fue de las naciones que se distinguió por libertar a países en manos de
tiranías, como lo hizo los EEUU con Europa en la Segunda Guerra Mundial… hay
muchos de nosotros que podemos todavía recordar 500 y 1000 años de historia de
personas, como nosotros, que lucharon y vivieron para construir un mundo mejor.
A los pueblos, como el nuestro, que vivieron la ilusión
del socialismo y despertaron en su despiadada realidad, que no hicieron caso a
las advertencias de la historia que nos decía que ése no era el camino, que están
a punto de sucumbir en la embriagadora perdición de las utopías
revolucionarias, no les queda sino advertir a los demás que no se dejen
engañar, que hay que defender lo que se ha logrado con trabajo y sangre, y no
entregárselo a los más necios, astutos y corruptos sólo porque, supuesta y
convenientemente, se trata de su derecho y su oportunidad de gobernar el mundo.
Yo sí creo que hay una conspiración mundial para destruir
el orden y la cultura occidental, que sí existe un plan para desbancar las
democracias y promover totalitarismos… no es broma lo que nos estamos jugando,
en medio de esta pandemia, tomados por sorpresa por nuevas crisis políticas, de
autoridad y de violaciones flagrantes de derechos humanos. Es verdad que luchamos
por sobrevivir y prevalecer pero, igual que Ulises en la tierra de los
lotófagos, la mayor parte de la tripulación está despreocupada consumiendo
flores del olvido, dejando de lado las razones de por qué estamos aquí… hay que
rescatar a cada uno, amarrarlo a los remos del barco y huir del olvido.
En la antigua Roma había una sentencia que era mucho más
terrible y temida que la misma pena de muerte, o el destierro, y era la damnatio memoriae, la pena a ser
olvidado, la desaparición de todo recuerdo de que una persona existió en el
seno de su sociedad; el reo de tal castigo simplemente era borrado de la
memoria del mundo, incluso la sentencia era sacada de las jurisprudencias de
los tribunales y su nombre jamás podía ser pronunciado de nuevo.
Los venezolanos hemos sido sentenciados a tal castigo por
unos criminales mafiosos que se dicen socialistas, gente como Obama, los
Clinton, los Castro de Cuba, los jefes del Cartel de Los Soles, el directorio
de la Internacional Socialista, los falsos representantes del Foro de Sao Paulo
y su nueva reencarnación en el Grupo de Puebla, el partido PODEMOS de España y
la familia real, el Papa Francisco el rojo, los presidentes de Latinoamérica
que se han dado a la tarea de aguantar nuestra liberación en aras de la
tolerancia y una democracia suicida, de todos esos comunistas venezolanos que
se creen con el deber de reinventarnos como un pueblo liberado y
anticapitalista, incluimos al gobierno ruso y al chino quienes han
proporcionado material, know how y
apoyo político, para que la mafia de Maduro continúe oprimiéndonos.
Veinte largos años de oprobio y muerte, mientras el mundo
sigue comiendo lotos y olvidando la razón y objeto de nuestras vidas. Y
nosotros ¿cómo queremos ser recordados?
- saulgodoy@gmail.com
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