viernes, 17 de julio de 2020

Los programas de opinión en Venezuela


 

De todos los crímenes que las dictaduras cometen (y no son pocos), el intento de crimen intelectual no es, por cierto, uno de los menores. Dicho intento suele recorrer un orden ominoso que trasciende épocas y lugares. Sangre y fuego son los materiales que abundan en esa trayectoria, que cubre un espectro que va de la destrucción de textos y documentos al asesinato liso y llano. El proceso se completa con formas aparentemente más benignas de control, como la censura, y con una forma inaparente de destrucción, aquella que proviene del aislamiento al que los gobiernos autoritarios sistemáticamente someten a sus pueblos, asumiendo que ese aislamiento es el terreno en que perdurarán y florecerán los dogmas con los que quisieran reemplazar a la multiplicidad discursiva de un universo cultural en expansión.

Marcelo Pakman, 2006

 

Vuelvo a escribir sobre este delicado tema, la vorágine de acontecimientos que se suceden en nuestro país me ha robado el tiempo y la atención para dedicarme al estudio que esta materia requiere, pero gracias a esta cuarentena he tenido la oportunidad de hacer varias lecturas sobre el tema de los medios de comunicación y la democracia, he podido escuchar mucha radio y hacerme un criterio del desempeño de los medios en nuestra crisis.

Televisión ya no veo, desde hace ya varios meses ni me preocupo por encender el aparato, ya que el gobierno tiene secuestradas todas las ofertas; de los pocos canales privados que quedan, puedo asegurar, ninguno es independiente ni goza de libertad de opinión y, en cuanto a las opciones por cable y satélite, hemos quedado desconectados de las principales fuentes informativas y de entretenimiento, debido a una fuerte injerencia del régimen de Maduro en las operaciones del servicio y por las lamentables condiciones económicas del país.

En cuanto a internet, donde se compendian todos los medios existentes: prensa escrita, televisión, radio, redes sociales, blogs, portales informativos, cine, juegos, etc., ya conocemos las enormes deficiencias del servicio y de la censura que Maduro trata de imponer por medio de la CANTV.

Podemos iniciar nuestro análisis bajo la presunción de que en Venezuela no existe libertad de expresión, y si algunos todavía podemos expresar nuestro pensamiento, lo hacemos bajo un alto riesgo y en condiciones restringidas; por otra parte, el derecho de los ciudadanos de recibir información se encuentra intervenido y filtrado por los órganos de censura del estado, lo que es una de las características de un régimen totalitario, no de una democracia.

Las metas del régimen chavista, anunciadas y concretadas en estatutos legales y prácticas administrativas, es tener al país bajo una hegemonía comunicacional por parte del gobierno socialista revolucionario, que implica la predominancia de un pensamiento único y una práctica extensiva e intensiva de la censura… eso no es democracia.

Debido a que internet es un medio donde es imposible frenar el flujo informático, a menos que todo ese contenido sea filtrado y se genere uno nuevo, adecuado a las necesidades del operador, como es el caso de China, que es una excepción, ya que dispone de la infraestructura tecnológica y administrativa, así como de la voluntad totalitaria para ejercer este monopolio informativo, modelo por cierto, que quiere ser seguido por países no democráticos como Corea del Norte, Cuba, Rusia y Venezuela, entre otros, siempre quedan en internet maneras para burlar la censura y obviar los bloqueos, aunque no para evitar los ataques cibernéticos, manipulaciones y saboteos, propios de la guerra informática.

El régimen de Maduro ha sido exitoso en su política de censura gracias a tres herramientas fundamentales: a los órganos controladores, como CONATEL, que es el órgano de censura oficial y el que oficia las investigaciones e impone las sanciones; la autocensura, que se expresa en las normas explicitas y las no escritas con las que los dueños de las empresas de comunicación llevan sus programaciones, para no molestar al régimen; y el miedo, que es una variante de amplio espectro y que va desde la posibilidad de perder la licencia y el permiso de operación, hasta la amenaza de cerrar programas, encarcelar a sus responsables o recibir golpizas y atentados contra la vida de periodistas y productores de dichos espacios, incluso han llegado a la exageración de hacer a los dueños de los medios responsables de las opiniones que terceros invitados emitan en algunos programas… estos métodos de actuación, como bien el lector podrá juzgar, no son democráticos.

Bajo estas circunstancias, el ejercicio del periodismo y de la libertad de expresión es un juego altamente peligroso, al punto de convertirlo en una de las profesiones de más alto riesgo en el país, y eso ha tenido sus consecuencias porque, a pesar de que Venezuela cuenta con unos periodistas muy bien preparados, con unos cuadros de profesionales y técnicos de primera línea, éstos deben, están obligados, a maniobrar bajo el radar de unas instituciones y unos funcionarios entrenados para matar, y esto lo digo literalmente, los delitos de opinión en Venezuela son pagados con la vida y, para convertirlos en delitos graves, los fiscales y jueces los transforman en causas militares, muy especialmente en crímenes de odio, o contra la seguridad de la nación.

Es entonces que vemos una profusión de acusaciones, muchas de ellas anónimas, otras de personas interesadas (en nómina del régimen) y que claramente simpatizan con el gobierno, que califican las opiniones contrarias a los intereses del poder como incitadoras a la violencia, o a la desobediencia de las normas, o que “denigran y envilecen” la reputación de algún intocable, o se trata de denuncias sobre delitos de traición a la patria; lo que sólo fue una simple opinión personal sobre un asunto que atañe al interés público, puede fácilmente transformarse en una cacería de brujas o en un proceso inquisitorio, donde el opinante y su medio (el periodista), son considerados enemigos públicos de extrema peligrosidad.

 

Los gorilas no hablan, gruñen

Cuando un régimen totalitario quiere criminalizar la opinión, confunde el interés y la seguridad nacional con los intereses del partido dominante, o las preferencias de sus líderes con la voluntad popular, de esta manera queda perfectamente justificada cualquier animadversión hacia una crítica o una protesta, o la imposición de un capricho o una visión sobre la audiencia… para lograrlo, “judicializa” la opinión pública, el libre intercambio de ideas se ve intervenido por jueces y tribunales que deciden qué es noticia y qué no, qué es verdad, qué es público, qué es buena o mala intención.

En una democracia “normal” los medios de comunicación deberían ofrecer una esfera de opinión pública, para que los ciudadanos puedan expresar sus ideas y críticas sobre asuntos que les afectan, bien sobre políticas públicas, sobre el desempeño de las élites gobernantes, la marcha de la economía o los eventos que interrumpen la paz y la normalidad en la vida de los ciudadanos; ese foro es fundamental para la buena marcha de una democracia e implica que el gobierno debe responder, discutir, llegar a arreglos, modificar o cancelar iniciativas que van afectar la cotidianidad de la sociedad… eso es lo que los politólogos llaman lograr consenso.

Por supuesto, de ambos bandos, gobernantes y gobernados, hay argumentos que se esgrimen sobre la conveniencia, grados y tipos de intervenciones del público en la gobernanza de un país, hay temas de temas, algunos complejos, altamente especializados, otros de sentido común,  con más flexibilidad unos que otros, pero en principio todos están sujetos a examen. En las democracias de avanzada, el papel de los ciudadanos en asuntos de gobernabilidad es cada día más variado, siempre con el freno que implica una disminución en la autoridad de los expertos y las élites gobernantes… y hay, por supuesto, un temor, entre los que gobiernan, de que los medios pudieran promover el populismo y convertir a la opinión pública en una herramienta de poder, de modo que nada pueda hacerse sin la anuencia de la opinión de las masas.

Pero estos problemas ni siquiera son discutidos en un sistema totalitario, como lo es el chavismo en Venezuela, ya que hay una sola voz, un solo pensamiento y, supuestamente, una sola voluntad, la del líder en el poder… eso no es democracia.

Toda esa situación de control y censura sobre la opinión pública tiene sus consecuencias; en el caso de gobiernos autoritarios, determina la atmósfera política de un país… si la oposición es perseguida y silenciada, es natural que no exista opinión en contrario; si los medios no pueden darle participación a voces disidentes en sus espacios, lo más seguro es que no haya manera de medir si lo que se está haciendo es bueno, efectivo o hasta legal… los problemas empiezan con la verdad y oportunidad de la información.

Un país acostumbrado a unos medios de comunicación que se autocensuran, que son políticamente correctos, que no presentan la otra cara de la moneda sobre los sucesos que son noticia para no enfurecer al gobierno, que ocultan información por miedo a represalias, que toman el derecho a la información como un negocio más, donde hay que tener al cliente (el régimen) contento, que prefieren salvaguardar los puestos de trabajo, las inversiones, la cartera de clientes, la licencia para operar… y sacrifican en el altar de la conveniencia a la libertad de expresión, inevitablemente terminan convirtiéndose en medios de comunicación del gobierno, lo cual es terrible, pues contribuyen a demoler los principios democráticos.

Es importante destacar que esta sumisión de los medios es exigida por las empresas que pagan la publicidad de los espacios, ninguna firma comercial desea tener problemas con el gobierno, prefieren conservar un público genérico que han construido con base a “cero conflicto”… el mundo de la publicidad ignora por completo a esa Venezuela quebrada, insalubre, violenta y desnutrida… conservar ese ambiente comercial requiere en gran medida ignorar la realidad.

La posición del sector industrial y comercial ha consistido y consiste hoy en prolongar, lo máximo posible, ese ambiente de “cero conflicto” que favorece que el gobierno de Maduro continúe en el poder, para evitar otros escenarios, probablemente incontrolables y que les impida el ejercicio de sus actividades productivas… eso se entiende, pero por esa vía, que es aceptar las elecciones como vengan, y que implican una espera muy larga para negociar posibles salidas, no vamos a solucionar nuestros graves problemas políticos

Maduro y su régimen intentan convencer al mundo de que ellos son un gobierno democrático, el canciller Arreaza no desperdicia oportunidad para declarar que el gobierno al que pertenece es una democracia, sin reconocer, como condicionante fundamental, que un sistema político donde no hay libertad de expresión jamás alcanzará tal condición, que es un requisito sin el cual no existe la democracia.

 

No poder decir lo que se piensa.

 

Los medios de comunicación son una poderosa fuerza en las sociedades contemporáneas, ya que se implican cada vez más en la construcción de los eventos políticos y en el manejo de las decisiones políticas, detentando un papel protagónico en la construcción de esos espacios públicos, para que los ciudadanos se relacionen con los expertos y entiendan ciertas medidas y acciones que se toman; porque una comunidad integrada y consciente de las razones detrás de las políticas públicas funciona mucho mejor que una comunidad que no está informada y educada, en estas últimas se crean fricciones y contradicciones que cuestan tiempo, recursos y pudieran dar al traste con proyectos completos por su sola incomprensión.

Obligados por esta situación de control y censura sobre la libertad de expresión y el derecho a estar informado, algunas empresas de comunicaciones canalizan sus programas por medio de una lista de expertos e invitados aprobados por el régimen como amigables o neutros, y los escuchamos repetirse una y otra vez, sin aportar nada al debate de ideas y fortaleciendo las acciones de la tiranía, actuando simplemente como medio de compañía, entreteniendo y, a lo sumo, brindando esperanza ante los problemas.

Esta visión de comunicar como negocio ha ido en detrimento de la ideonidad de la programación y de la calidad de vida de la sociedad; algunos periodistas ya no se dedican a investigar ni contradicen los argumentos de sus invitados y, seguros de que tienen un público cautivo (no hay competencia), han permanecido medrando en lo políticamente correcto, soportando y apoyando a una oposición débil, colaboracionista y superficial.

Les voy a copiar un extracto del estudio realizado por los investigadores Sonia Livingstone y Peter Lunt en su trabajo, Los medios masivos, democracia y la esfera pública (1994), en el que exponen una variedad de opiniones sobre este particular asunto de los medios, como frenos de los procesos democráticos:

 

Sin embargo, una perspectiva crítica sobre los medios de masa en general y el acceso y participación de la audiencia siempre ha existido, sugiriendo que estos programas son un truco para capturar a una audiencia masiva pasiva, por medio de la ilusión  de influencia e involucramiento. Lazarsfeld y Merton (1948) argumentan la función narcotizante que tienen los medios en la audiencia, socavando la práctica democrática: “los medios modernos pueden estimular a los ciudadanos a saber más, a tener más opiniones, pero a tomar menos acciones en los asuntos públicos” (Tuchman, 1988: 604). De manera similar, comentando en debates públicos, Habermas asegura que “estos debates críticos, estructurados de esta manera, llenan una importante función socio-psicológica, especialmente aquella de sustituir la acción por una actitud tranquilizante” (Habermas, 1989:164). Lang y Lang (1983:21) dicen que “la masa del público todavía está condenada a ser un simple espectador… ver, pero no participar en ese toma y dame que las partes en conflicto deberían tener en la elaboración de una política aceptable.”

 

Lo que acaba de suceder con el politólogo afecto al chavismo, Nicmer Evans, quien fue detenido por el régimen por su actitud crítica al gobierno de Maduro y acusado de fomentar el odio público, deja clara la tendencia del sistema socialista a no aceptar disidencias, y menos si vienen de sus propias filas; como una piedra de molino, el aparato comunicacional socialista sólo admite la voz del amo, todo lo demás lo muele como harina, y aunque no estoy de acuerdo con las ideas de ese analista, defiendo su derecho de expresión; a nadie se le debe prohibir expresar su pensamiento o se le puede castigar por ello… y menos en política; lamentablemente, los socialistas se acostumbran (se entrenan para ello) a que esa ideología no admite opinión en contrario.

Es por ello que opino que, al terminar esta ordalía, cuando el chavismo sea derrotado y proscrito de la vida política del país, habrá que hacer una revisión profunda de nuestro sistema de comunicación nacional y desmontar, dentro de lo posible, esa estructura de medios privados que funcionan al servicio de la oportunidad y el simple negocio, olvidando su responsabilidad y su misión de informar para la libertad y la democracia.    -     saulgodoy@gmail.com

 

 

 


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