He observado como algunos conocidos y personas cercanas a
mi familia se están dejando llevar por el miedo y la desesperanza ante las
condiciones del país y los últimos sucesos en el mundo; y, la verdad sea dicha,
son tiempos difíciles, plenos de eventos que han ido desmontando nuestras
creencias y fe en ciertas seguridades, que mantenían nuestro equilibrio
emocional y, en algunos casos, han roto nuestra confianza en un futuro viable y
estable para nosotros y nuestras familias; eso trae como consecuencia la
desesperanza, y un aumento de nuestro temor hacia las circunstancias de nuestra
vida diaria.
La parte más negativa de este cuadro es que, dentro de un
estado de nerviosismo y temor, las decisiones que tomamos y las respuestas que
damos no siempre son las mejores; estas actuaciones hechas apresuradamente y con
pobre juicio contribuyen a empeorar nuestro cuadro emocional y relacional,
disminuyendo nuestra capacidad de sobrevivencia.
Cuando estudié comunicaciones, siempre creí que en los
escenarios extremos y límites, en las crisis humanas, era cuando el intercambio
de información se convierte en un valor de máxima importancia; en estas
situaciones, la comprensión del proceso comunicacional adquiere su valor e
importancia más obvios y claros, allí es cuando de verdad se aprecia la
importancia de las comunicaciones, razón por la cual siempre tuve el interés de
ocuparme de estudiar procesos de comunicación bajo presión, en situaciones de
emergencia y para enfrentar situaciones caóticas.
La mejor manera de comunicarse que tienen dos cerebros es
a través de la palabra, hasta ahora no se ha encontrado otro medio más efectivo,
por medio del lenguaje podemos ordenar la sociedad y el mundo, aún en las
situaciones más complejas y comprometidas; el verbo es nuestra única llave
maestra, que abre las puestas de un universo comprensible… fuera de ese
escenario, lo que impera es el desorden.
Y esto era lo que le ocurría a los primeros humanos, a
decir de Hobbes, vivían una existencia brutal, corta y sin seguridades, no
contaban con un lenguaje lo suficientemente desarrollado para siquiera nombrar
el mundo, y lo que no se puede nombrar está fuera de nuestro control. El hombre
de las cavernas, para tener alguna seguridad en su vida, tuvo que empezar por
darle nombre a las cosas, a partir de ese momento pudo planificar y construir
una civilización.
Y esa es, precisamente, la trampa en que caemos los seres
humanos, creer que la civilización es el mundo, y en cierta manera lo es, pero
nunca podemos perder de vista que el universo, la naturaleza, en su esencia es
caótica, destructiva, creadora, catastrófica, hermosa y aterradoramente
incontrolable.
A ese rostro informe y siempre cambiante del universo le
hemos puesto una máscara para poder vivir en él; le dimos un expresión
amigable, predictiva, estable, medible y hasta poética, todo gracias al
lenguaje con el que describimos la realidad para nosotros… y la palabra clave
es ésa, el universo que la mayor parte de nosotros conocemos o pretendemos
conocer es una descripción, no es el universo real, es una interpretación, el
universo allá afuera sigue siendo tan maravilloso y peligroso como el que veía
y vivía el hombre primigenio.
Un desastre ocurre cuando un evento extremo sobrepasa la
habilidad personal o de la comunidad para hacerle frente, y es algo que ocurre
con frecuencia; se trata de eventos determinados por variaciones infinitas y
pocas veces predecibles, y la habilidad de prever contramedidas para los
desastres es limitada, debido a la enorme cantidad de posibilidades que pueden
ocurrir y la diversidad de los mismas; una comunidad podría estar preparada
para inundaciones o incendios forestales, pero poco preparada para terremotos o
para una pandemia.
Igual ocurre con las personas, nos aseguramos para
enfrentar una emergencia de salud, creamos un fondo de emergencia para alguna
crisis económica, ponemos alarmas contra robos en nuestros hogares, pero
siempre quedan por fuera imprevistos. Igual le sucede a un municipio, a los
gobiernos estadales o nacionales, a los bomberos y a los militares, su
preparación ante eventos imprevistos está limitada y siempre hay prioridades y
planes que los obligan a concentrar recursos… la seguridad es un juego de
probabilidades, eso lo saben los actuarios.
Y ya que estamos hablando de estadísticas, hay un
interesante artículo del profesor de la Universidad de Oxford, Bent Flyvbjerg, titulado
La Ley del Regreso a la Cola, una
tendencia descubierta por Francis Galton, y explicada por Flyvbjerg de la
siguiente manera:
Galton
ilustra su principio poniendo de ejemplo a unos padres que son de estatura alta
y que tienden a tener niños que cuando crezcan serán más bajos que sus padres,
cercanos al promedio de la población, y de la misma manera aplica para padres
de corta estatura. En otro ejemplo, del famoso premio Nobel de Economía Daniel
Kahneman, pilotos que se desempeñan bien en recientes vuelos, tienden a operar
con menos brillantez en vuelos posteriores, más cerca al promedio de los
comportamientos en un gran número de vuelos. Esto no es porque las habilidades
de los pilotos se hayan deteriorado, sino porque sus recientes “performances” son motivados no por un
progreso en sus habilidades, sino por una afortunada combinación de eventos
impredecibles.
Y el gran secreto del universo se encuentra en este
factor, el enorme cúmulo de eventos impredecibles que ocurren en todo momento,
y hay un sin número de eventos donde no existen promedios de comportamiento, y
si no existen, no se pueden calcular, aparecen de la nada, de allí que los
eventos catastróficos ocurren sin aviso; eso es una verdad recogida en el
lenguaje coloquial, en inglés es muy gráfico: “shit happens”.
Nos hemos mal acostumbrado al orden generado por el
lenguaje y el pensamiento racional, esperamos que el mundo se comporte con un
promedio… eso, estimados lectores, es una peligrosa ficción, y cuando el cielo
empieza a caer sobre nuestras cabezas hay gente que no lo puede soportar, y se
descontrola.
Los gerentes que manejan riesgos jamás toman en cuenta el
factor suerte; creer que las cosas pudieran mantenerse estables en el tiempo
puede darnos un falso sentido de seguridad. Muchos de los estadísticos que se
manejan en ambientes de riesgos saben que vendrá un virus mucho peor que el
COVID-19 y que tenemos en puerta eventos climáticos catastróficos en el
planeta; no se trata de anuncios escandalosos de Casandra, son escenarios que
están por venir en cualquier momento.
Los venezolanos, desde hace ya un tiempo, hemos estado
viviendo una seguidilla de eventos catastróficos; el chavismo y la destrucción
de la democracia, la quiebra del país, la destrucción de nuestro aparato
productivo sin haber estado en guerra, la pandemia mundial del Coronavirus, han
golpeado a nuestra población sin misericordia y no sabemos lo que viene, pero
para estas alturas, ya hay gente muy afectada en su sentido de seguridad y, en
consecuencia, vulnerable y deprimida.
He escuchado de amigos sus grandes temores sobre el
futuro inmediato, algunos pensando en vender sus bienes y largarse del país… y
la pregunta que surge es ¿Y dónde te vas a meter que te sientas seguro? porque
no es sólo Venezuela la que sufre los latigazos de eventos incontrolables y
catastróficos; el mundo está sembrado de incidentes y situaciones que conmueven
el orden internacional, a donde quiera que vayan estarán expuestos a esa ruleta
del destino; las crisis y los conflictos no tienen hora ni respetan fronteras,
no, en un mundo globalizado e interconectado como el nuestro, yo diría que ha
sido tan intensa nuestra afectación que ya viene siendo tiempo de esperar por
una remisión de las calamidades que nos azotan (ésta es una esperanza, no lo
anoten como una certeza).
La gente que no tolera la incertidumbre tiene un problema
de actitud y debe aprender a manejarla para no ser arrollado por sus propias
inseguridades; todos sufrimos las consecuencias de eventos mundiales, guerras,
pandemias, cambio climático, recesión económica, contaminación ambiental… todos
sufrimos nuestros problemas existenciales, como la seguridad de que vamos a
morir, y problemas de orden cósmico, incluyendo los asteroides que pasan
demasiado cerca de nuestro planeta, o el enfriamiento y recrecimiento de
nuestra principal estrella, el sol; bastaría que se formara una “enana blanca”
en nuestra galaxia, cerca de nuestro cuadrante, para tener en perspectiva una irradiación
letal de microondas… son sucesos sobre los que nadie tiene control, nadie.
Recientemente, alguien me comentó del caso de una persona
que apenas saliendo de un chequeo su cardiólogo, que lo había examinado y le había
dicho que estaba como “una pepa”, exámenes por delante, murió de un infarto cuando
buscaba su auto en el estacionamiento de la clínica.
Nuestra vida es esa, no tenemos otra, y está llena de
incertidumbres, de una infinidad de variables que actúan sobre nosotros (y
nosotros somos, a la vez, una variable que actúa sobre el mundo); si no
aceptamos esa verdad o condición no podremos conseguir algún tipo de
estabilidad o “normalidad” dentro de ese caos creativo que es el universo.
Es común conseguir alguna medida de seguridad conociendo
de las amenazas más apremiantes y construyendo contramedidas que aseguren
nuestra tranquilidad; hay fórmulas matemáticas que de alguna manera aseguran
probabilidades de ocurrencia, entre ellas las formulaciones del regreso de la
cola, que permiten jugar con los promedios… las empresas de seguro, las bolsas
financieras, los gestores de riesgos, entre otros, se dedican a jugar en
escenarios posibles, de allí la construcciones de índices estadísticos que
permiten resumir los riesgos de criminalidad, los estándares de pobreza,
trabajo, calidad de vida, y otros tantos indicadores en ciudades y países en el
orbe.
El Dr. Bruce Schneier, en su artículo The Psichology Security (2008) lo
resume de esta manera:
“La seguridad es negociada… no hay una seguridad absoluta, en cualquier
ganancia en seguridad siempre hay un costo. La seguridad cuesta dinero, pero
también cuesta tiempo, conveniencia, libertad, y tantas otras cosas… Recuerdo
las semanas luego del 9/11, un reportero me preguntó- Cómo podemos prevenir que
esto suceda de nuevo? –Eso es fácil- le
dije- simplemente manteniendo en tierra a todos los aviones.”
De alguna manera, eso es lo que ha sucedido durante la
actual pandemia del Coronavirus, decidimos sacrificar la cercanía social para
evitar propagar la infección, lo cual ha desencadenado una serie de
consecuencias, afectando profundamente nuestras vidas y, con ello, nuestro
sentido de la seguridad.
Cuando no hay seguridad, las personas pierden control
sobre sus respuestas emocionales, lo cual impide que puedan pensar bien y,
entre otras cosas, afecta sus reacciones hacia lo que perciben como amenazas a
sus vidas, pudiendo aumentar el riesgo sobre sus personas.
La inseguridad tiene dos componentes fundamentales: por
un lado está la necesidad de información necesaria para tomar las decisiones
adecuadas, una información incompleta o, peor, errada, nos puede conducir a
formarnos un juicio incorrecto sobre nuestra situación; en este sentido, los
venezolanos tenemos una enorme desventaja, contamos con un régimen tiránico que
utiliza la desinformación como herramienta de control social, por lo que no
contamos con información oficial veraz y oportuna, toda la información que
generan tiene un objetivo y es controlar nuestras acciones para que se adecúen
a un plan en el que nuestra seguridad no es lo primordial.
La inseguridad personal, que es el otro componente, tiene
que ver con nuestras propias habilidades cognitivas, percepciones, sentimientos
y comportamientos que están afectados negativamente, sobre todo en la incapacidad
de predecir el futuro, porque vivimos en un ambiente enrarecido, por la falta
de estimados, de coherencia y de reglas claras, que nos ayuden a navegar en el
día a día.
He aquí unos rápidos consejos para lidiar con la
incertidumbre: en primer lugar, acepte la incertidumbre como algo natural en la
vida; adicionalmente, trate de conseguir fuentes alternas de información útil y
veraz que llenen esas lagunas informativas; nunca tome decisiones importantes
para su vida en un estado de depresión o temor acerca del futuro; rodéese de
cosas suaves, tenga en la cama cantidad de texturas suaves y textiles amigables
a la piel, toque superficies que le causen placer, esto para efectos de
relajación y claridad mental; use ropa cómoda y suave; prevea, en lo posible,
situaciones de peligro y construya defensas, trate de mantener alejado aquello
que le produce temor; acepte lo inevitable y controle lo que pueda efectivamente
controlar en su vida… esto le ahorrará mucho tiempo y sufrimiento.
Enfóquese en el presente, en su entorno inmediato y las
personas que lo acompañan, en lo que tiene en este momento y como protegerlos;
tenga listos planes de emergencia puntuales y no muy a largo plazo; trate de no
pensar mucho en su situación ayudando a otros a prepararse, involúcrese en
trabajos prácticos con sus vecinos, con otras empresas; tenga, si puede, fondos
de reserva, en materiales, comida, dinero…; diseñe un plan B en caso de tener
que abandonar su hogar o lugar de trabajo; no le tenga miedo al miedo, es una
herramienta natural para la acción, lo importante es no quedarse paralizado,
estar siempre en actividad… éste es un buen momento para aprender a respirar y,
con ello, a controlar su estrés, eso le ayudará a tener una mente más clara.
No siga ciegamente lo que otros hagan; piense antes de
actuar, no se deje dominar por la idea de que lo que ocurre a su alrededor no
es real, le está sucediendo a usted y debe actuar de acuerdo a las
circunstancias. Con estos consejos, siguiéndolos y estando alerta, estará en
condiciones de afrontar cualquier incertidumbre hasta que recupere algo de
control sobre su situación. Espero que esta reflexión y estos consejos les sean
de utilidad. - saulgodoy@gmail.com
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