Sigo creyendo que el siglo IV después de Cristo fue
fundamental para la historia de occidente; en ese tiempo situé el desarrollo de
mi novela histórica Con el Fuego, la
Noche (2019) y que está publicada en Amazon, donde pueden adquirirla. Fue ésa
una de esas épocas “bisagras”, que cierran y abren nuevos períodos históricos,
y donde, en mi opinión, tuvo lugar el fin del Imperio Romano y el comienzo de
la Edad Media.
Pero para el profesor de historia italiano Arnaldo Momigliano,
uno de los expertos en la decadencia y fin del Imperio Romano, en su
interesante libro El Conflicto entre el
Paganismo y el Cristianismo en el siglo IV (1963), ese siglo fue apenas un
ingrediente entre una infinidad de eventos, personajes y momentos que marcaron
un cambio histórico y de era; es muy difícil determinar cuándo fue ese fin, tan
importante para toda Europa y fundamental para nuestra cultura. Dice Momigliano
en su libro:
Cuando
se les pregunta en qué momento desapareció el Imperio Romano se obtiene una
desconcertante variedad de respuestas. Tanto más porque existe la tendencia a
identificar los comienzos de la Edad Media con el final del Imperio Romano:
tendencia que habría causado no poca sorpresa a los hombres del medievo,
quienes creían firmemente en la continuidad del Imperio Romano. Se trata,
naturalmente, de los historiadores que ven los primeros albores del medievo y
el inicio del ocaso del Imperio Romano en el momento de la conversión de Constantino
(312) o en el de la inauguración de Constantinopla (330). Por otra parte,
existen historiadores que querrían posponer el fin del Imperio Romano a 1806, y
más concretamente al 6 de agosto de 1806, cuando Napoleón obligó al emperador
austríaco Francisco II a suscribir el fin del Sacro Imperio Romano.
Pero no contento con esto,
sigue mencionando las propuestas de otros historiadores y escuelas: en el 476,
cuando Rómulo Augusto perdió el trono; en el 565, con la muerte de Justiniano;
o en el 800, con la coronación de Carlomagno; en 1453, con la caída de
Constantinopla… pero si hablamos del proceso de decadencia, eso es otra cosa;
el historiador británico Arnold Toynbee sostiene, con una muy bien argumentada
tesis, que la decadencia de Roma se inició cuatro siglos antes de que el
imperio naciera, con la Guerra del Peloponeso, lo que en realidad es una vieja
tesis marxista; pero, para complicar las cosas, la idea de la decadencia de
Roma tiene mucho más tiempo dando vueltas, retomamos a Momiglianio:
El
profesor Mircea Eliade ha observado con razón que los romanos «estaban
continuamente obsesionados con el fin de Roma». El problema de la decadencia de
Roma ya había sido formulado por Polibio en el siglo II a.C. La idea de que
Roma se estaba haciendo vieja está claramente expresada en Floro, un
historiador del siglo II d.C. Tras el saqueo de Roma por Alarico en el 410, la
decadencia de Roma se convirtió en objeto de la más famosa de todas las
meditaciones filosóficas sobre la historia, la Civitas Dei de san Agustín.
Por eso, el profesor Momigliano
no le da una gran importancia a la fecha, a la que considera apenas un símbolo
que trata de arrojar luz sobre la continuidad histórica de una cultura o una
forma de gobierno, ya que, si realmente hay una ruptura, ésta debería ser fácil
de encontrar; el problema surge con las causas multifactoriales que van
irrigando la época desde distintas fuentes y en diversos momentos.
Y esta reflexión me sirve
para entrar en el tema que quiero tratar hoy. Los venezolanos estamos
acostumbrados a que nuestros historiadores y políticos nos hablen de un período
democrático, en específico, de 40 años de democracia efectiva y funcional, a
partir de 1958, cuando cae la dictadura de Pérez Jiménez, hasta las elecciones
de 1999, en las que gana la presidencia el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, iniciando
la tiranía de la revolución socialista bolivariana.
¿En que momento perdimos la
democracia? ¿Hubo un proceso de decadencia o se trató de una ruptura? Por
supuesto, guardando las distancias con la decadencia y el fin del Imperio
Romano, que duró siglos, nuestra democracia puede ser estudiada con criterios
parecidos; de nuestro primer período democrático no es fácil de explicar y
determinar, durante esas cuatro décadas, en qué momento empezó el declive de la
democracia, aunque observamos en ese período golpes y alzamientos militares,
abundantes protestas y saqueos de la población civil, reformas importantes de
nuestras leyes y crisis económicas y financieras, que pudieran haber jugado un
papel importante.
¿Fue producto de los procesos
judiciales en contra del presidente Carlos Andrés Pérez? ¿Fue con el indulto
del presidente Caldera al golpista Hugo Chávez? Hay quienes opinan que fue
mucho antes, con la política de pacificación de la guerrilla y el ingreso de
los radicales comunistas a la política; aunque no dejo de escuchar que la mecha
se prendió con el viernes negro del presidente Luis Herrera Campins, cuando
nuestra moneda empezó a perder valor y nunca se recuperó, o a los escándalos
durante la presidencia de Lusinchi; algunos le atribuyen el puntillazo fatal a
la nacionalización petrolera y otros a la aprobación de la nueva Constitución
de 1999, la roja, rojita…
Un gran y exitoso experimento social.
Pero algunos analistas
piensan que esos 40 años de democracia forman parte de un continuum mucho
mayor, que hay un proceso de gobiernos socialistas, que empezó con aquel primer
gobierno de Betancourt y que no ha parado; la diferencia está en el cambio de
los socialistas moderados a los radicales, con lo que llevamos 61 años de
gobiernos socialistas sin interrupción, ¿Es eso normal? ¿Es conveniente para
una democracia persistir en una misma ideología por tanto tiempo?
Se escuchan opiniones de
quienes niegan que realmente hubo democracia en nuestro país, por aquello de
libertades suspendidas, intervención del estado en todas las áreas de actividad
del país, injerencia militares en asuntos civiles, y un control absoluto de la
política electoral por parte de los partidos miembros del Pacto de Punto Fijo, y ahora por una Mesa de la Unidad, lo que ha
dado como resultado una forma de democracia “débil” (en el sentido postmoderno),
que lentamente se fue volviendo más autoritaria, que fue moldeando al país, diseñando
y ejecutando los procesos educativos hasta lograr al venezolano que tenemos
hoy, una ficha al servicio del socialismo internacional… las explicaciones
pican y se extienden.
Cuando escribí mi novela, me
atuve a la tesis de Gibbon de que el fin del Imperio Romano fue producto del
auge del cristianismo, porque tuvieron lugar una serie de jugadas políticas que
lo convirtieron en un poder paralelo al del emperador, al principio, pero que
luego se tragó al Imperio completo.
Estas desintegraciones y mutaciones
de los imperios y de las sociedades, cualquiera que sea el caso, tienen sus
puntos comunes; vuelvo a citar in extenso
al profesor Momiglianio, para ilustrar esas áreas que se tocan en estos
procesos de decadencia:
En
el siglo III el Imperio Romano se había enfrentado a la desintegración. Sobrevivió
gracias a los enérgicos esfuerzos de reconstrucción, que están asociados a los nombres
de Claudio el Gótico, Diocleciano y Constantino. El resultado fue una
organización fundada sobre la coacción. Por razones que aún no han sido
explicadas por completo, la economía monetaria colapsó en el siglo III: hubo momentos
en los que pareció que el trueque y los impuestos en especie estaban destinados
a sustituir las transacciones monetarias en el Imperio. Esta crisis fue
superada. Constantino introdujo monedas de oro, los solidi, que se mantuvieron como medida válida durante cerca de 800
años y sirvieron como base fundamental para el sistema fiscal y las
transacciones privadas. Pero, para el uso diario, había una moneda depreciada y
Ias fluctuaciones en las tasas de cambio entre la moneda de oro y la moneda
depreciada eran una fuente de incertidumbres y una excusa para las extorsiones.
La clase medía emergió de la crisis desmoralizada y empobrecida. Los
funcionarios y los soldados recibían menos dinero en el siglo IV que en el III
y empezaron a contar con gratificaciones y sobornos como complemento a sus
salarios. Cualquiera que sea la
explicación, la mano de obra comenzó a escasear, mientras las actividades
comunes se hacían más onerosas debido al exceso de impuestos y al descontento
de la vida en general. Las invasiones bárbaras y las guerras civiles habían
destruido una gran cantidad de riqueza. La gente tendía a abandonar sus
trabajos y la respuesta del gobierno fue vincular a los campesinos a la tierra
haciendo obligatorias y hereditarias ciertas actividades y transformando los
consejos comunales en corporaciones hereditarias y obligatorias responsables de
la recaudación de los impuestos. El ejército necesitaba hombres: parece que
eran necesarios unos 500.000 hombres, y el número de voluntarios no era
suficiente para cubrir esta cifra. El reclutamiento no era cosa fácil. Los
propietarios de tierras tenían que contribuir con reclutas sacados de entre sus
siervos o, al menos, debían avenirse a pagar un cierto dinero. El hijo de un
soldado estaba obligado, al menos en determinadas circunstancias, a seguir la
profesión de su padre. Pero los mejores soldados eran reclutados entre los
bárbaros, principalmente germanos y sármatas, quienes estaban asentados dentro del
Imperio ya individualmente, ya en comunidades. El ejército, por tanto, estaba
organizado de forma antieconómica, y era aún más antieconómico por la división entre
ejército fronterizo y ejército del interior. Las fronteras estaban vigiladas
por soldados que estaban peor pagados y eran menos respetados que sus colegas
de la fuerza móvil central. Para poder pagar a un ejército así se necesitaba un
Imperio próspero, y había razones para creer que la inseguridad y la inflación obstaculizaban
el tráfico. No tenemos suficiente evidencia del volumen del comercio circulante
en el Imperio Romano en un período concreto. Por tanto, no estamos en
condiciones de demostrar con cifras que en el siglo IV había menos comercio
que, por ejemplo, en el siglo II. Sin embargo, sí podemos inferir de la
decadencia de la bourgeoisie en el
siglo IV y de la importancia de los grandes propietarios, que eran sólo unos
pocos los comerciantes prósperos. Uno tiene la impresión de que el comercio de
larga distancia crecía en manos de las pequeñas minorías de sirios y judíos.
Leer a Momigliano es estar
viendo una radiografía de la decadencia de la democracia venezolana o de su
socialismo continuado; impresionan algunos detalles que inciden en este deslave
institucional, aunque los romanos de la época tenían una ventaja sobre nosotros
los venezolanos, ellos tenían al cristianismo en formación, que llenaba los
espacios que el estado romano dejaba al descubierto; la Iglesia y sus autoridades
iban arraigando en el inmenso territorio de Europa y Asia y ejercían el poder,
muchas veces con mayor eficacia, lo cual creó esa impresión de continuidad, al
punto que resulta difícil señalar cuando finaliza el Imperio Romano.
En nuestro país estamos en
plena decadencia de eso que algunos llaman democracia, y no dejo de pensar que
en esos intentos de la llamada oposición democrática por negociar una
cohabitación con la tiranía no son otra cosa que una mutación de ese socialismo
que consume el espíritu del venezolano. Para mí, como para otros analistas, es
incomprensible cómo una mayoría de los venezolanos ha sucumbido a los cantos de
sirena del socialismo, a pesar de la sangre, el dolor y el sufrimiento que nos
ha costado… cómo insisten en marchar como esclavos detrás de las banderas del
progresismo.
Con todo lo doloroso que
resulta ver a mis compatriotas lamerle la mano al verdugo chavista y pedirle,
con dulce y trémula voz, que los emascule de una buena vez, es también
interesante observarlos y escuchar sus argumentos llenos de cristianismo,
moralidad y pacifismo, arrojándonos a los verdaderos opositores excrementos y
maldiciones por no ceder en nuestra indiscutible libertad de pensar y disentir.
-
saulgodoy@gmail.com
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