“Soy un cuerpo vivo
y, cuando ese cuerpo muera, mi existencia terminará”
Gretchen Weirob,
en su segunda noche de agonía
Se debe tratar de una de las lecturas más singulares que
he hecho últimamente, es el libro del profesor de filosofía de la Universidad
de Stanford, John Perry, que en castellano lleva el título Diálogo sobre la identidad personal y la inmortalidad (1984), y
comienza de la siguiente manera:
“Esta es una
grabación de las conversaciones de Gretchen Weirob, profesora de filosofía en
una pequeña universidad del Medio Oeste de los Estados Unidos y dos de sus
amigos. Las conversaciones se efectuaron en el cuarto de hospital de la
profesora durante las tres noches anteriores a que muriera a consecuencia de
los daños sufridos en un accidente de motocicleta.
Sam Miller es un
capellán y viejo amigo de Weirob, y David Cohén un exalumno de ella”.
La profesora Weirob resultó seriamente herida en el
accidente, afortunadamente, sin afectar su mente brillante e inquisitiva, de
hecho, el accidente y la proximidad a una muerte segura, parecen le aguzaron
sus poderes mentales y la conversación que transcribe el profesor Perry es la
extraña invitación que hace la mujer parapléjica al capellán Miller, para que
le consuele en su lecho de moribunda haciéndole este insólito requerimiento: “Convénceme, simplemente, de que mi
sobrevivencia después de la muerte de este cuerpo es posible, y prometo
consolarme. Independientemente de que lo logres o no, tus intentos serán una
distracción, pues ya sabes que no hay cosa que más me guste que hablar de
filosofía”.
Miller y Weirob han tenido una cercana amistad durante
muchos años y gustaban de enfrascarse en discusiones de carácter filosófico y
teológico, ella era atea y el capellán trató de convertirla a la fe en un mundo
espiritual, pero la profesora era una experta en lógica argumental y desmontaba
cualquier argumento de Miller hasta llevarlo al absurdo, Miller había desistido
de su intento, pero aquel llamado de su amiga era una oportunidad que no quería
desaprovechar, no tanto por su orgullo como hombre de Dios, sino para la paz de
su amiga en tan difíciles momentos.
En este diálogo claramente vemos dos posiciones
antagónicas, Miller creía en la sobrevivencia del alma después de la muerte y
su reunión con el creador, todo lo contrario que Weirob, quien creía en que
todo acababa con la muerte, sellando el fin de la existencia consciente.
El interesante diálogo que se da, gira en torno al
peliagudo tema de la identidad de la persona y su posible sobrevivencia sin un
cuerpo vivo que lo soporte, ¿Cómo argumentar la sobrevivencia del yo sin el complejo
organismo que lo nutre? ¿Es el cuerpo un simple vehículo del alma, que al final
de su vida útil puede ser descartado y el alma continuar su existencia en otros
planos? Para esa alma o espíritu, o yo, o consciencia, es fundamental la
memoria de quienes somos, la experiencia y el registro de nuestros actos, ¿O se
trata de algo más, animado por otras causas y con otros fines más
transcendentales que nuestra vida en la Tierra?
Es un libro corto, de menos de sesenta páginas, no es una
lectura fácil, las argumentaciones que nos expone son las desarrolladas por los
filósofos existenciales hasta los años setenta del pasado siglo, dejan por
fuera nuevos aportes desarrollados por la neurobiología y la Inteligencia
Artificial, pero se afincan en lo medular que son los aportes que desarrolló el
filósofo inglés John Locke, sobre la personalidad y la identidad que datan del
siglo XVII, y las de Joseph Butler del siglo XVIII, sin las cuales no es
posibles comprender a cabalidad los aportes de nuestro siglo, y entre ellos
destacan Bernard Williams, Derek Parfit, Daniel Dennet, y el mismo Perry, entre otros muchos.
Hay un punto importante que hace Weirob, para que el
capellán le precise, como es ese paso de la vida a la muerte, hacia una vida
posterior, y dice así:
Sobrevivir
quiere decir que mañana o en un tiempo futuro habrá alguien que experimentará,
que verá, tocará y olerá —o, por lo menos, pensará, razonará y recordará... Y
esa persona seré yo. Esta persona estará relacionada conmigo de tal forma que
es correcto, para mí, anticipar o esperar aquellas experiencias futuras. Estoy
relacionada con ella de tal forma que será correcto para ella recordar lo que
yo he hecho o pensado, y sentir remordimiento del mal que hice y orgullo por el
bien que hice. Y la única relación que apoya en esta forma a la anticipación y
a la memoria es la identidad, simplemente.
Esto es fundamental para quienes creemos en la vida
después de la muerte, saber que somos nosotros quienes sobrevivimos y no otro,
no tendría sentido si no fuera de esta manera, aún a pesar de la creencia de
incorporarnos a un ser superior, a la esencia de la vida y del universo, al Tao
o a la causa primera, a Dios, para gozar de su presencia por siempre, e incluso
en otra reencarnación; si en algún momento no tenemos la consciencia de este
tránsito, si no lo incorporamos a nuestra experiencia como personas, no tiene
ningún sentido, la gran pregunta de este importante diálogo es, si nuestra
personalidad adquirida en esta vida (y aún, en otras) ¿Es inmortal?
Este diálogo es importante porque nos hace ver las
situaciones absurdas, los paradigmas y las falacias que se generan argumentando
este tema, igualmente nos orienta hacia posibles caminos dentro de lo razonable,
aunque siempre nos permite jugarnos la carta del comodín, la de la fe.
Una de las cosas que me gustó del libro y de la posición
de la profesora Weirob es que rescata para el cuerpo una posición fundamental
para el desarrollo de la personalidad, es una lástima que no dispusieran del
cúmulo de adelantos y nuevos escenarios que están planteando la neurobiología
en estos momentos, pensar al yo, la personalidad o el alma sin el cuerpo es un
absurdo de marca mayor, esa pésima tradición en nuestra religión cristiana de
someter al cuerpo al desprecio y hasta al maltrato, debemos darla por
terminada, no es el templo del alma, el cuerpo es el gestor, el telar del alma.
El libro de John Perry está cargado de argumentos,
algunos bastantes desconcertantes, ideas como que no tenemos un alma única sino
una infinidad de ellas, que como moléculas del agua que constituyen la esencia
de la corriente de un río, pasan a través de nosotros en un flujo interminable
de almas; son ideas alocadas producto de
que nadie, nunca, ha visto un alma, de modo que no sabemos cómo son, ni
siquiera sabemos si es en realidad una sola alma la que poseemos.
Pero la idea que me pareció más intrigante la refiere el
ex-alumno de Weirob quien relata la historia que va como sigue:
Cohén:
Pero pienso que hubo un suceso que refuta eso. Estoy pensando en el extraño
caso de Julia North, que ocurrió en California hace unos meses. Seguramente lo
recuerdas.
Weirob:
Sí, demasiado bien. Pero es mejor que se lo expliques a Sam, pues apostaría a
que él no se ha enterado.
Cohén:
¿No supiste de Julia North? ¡Pero si el caso estuvo en todos los encabezados!
Miller:
Bueno, Gretchen está en lo cierto. No sé nada de ello. Ella sabe que sólo leo
la sección deportiva.
Cohén:
¡Sólo lees la sección deportiva!
Weirob:
Es una expresión de su indiferencia hacia los problemas terrenales.
Miller:
Bueno, eso no es muy razonable, Gretchen. Es cuestión de preferencia. Prefiero
ocupar mi tiempo de lectura en leer acerca del siglo XVIII, que acerca del
siglo ordinario y miserable en el que tuve la desgracia de nacer. Sabes, aquél era
realmente un siglo mucho más civilizado. Pero evitemos tratar mis costumbres
peculiares. Cuéntame de Julia North.
Cohén:
Muy bien. Julia North era una mujer joven que fue atropellada por un tranvía al
salvar la vida de un pequeño que deambulaba por la calle. Mary Francés
Beaudine, la madre del pequeño, sufrió un ataque al mirar la terrible escena.
El cerebro sano y el cuerpo accidentado de Julia, y el cuerpo sano y el cerebro
accidentado de Mary Francés fueron llevados a un hospital, en donde era residente
el doctor Matthews, un brillante neurocirujano. Este había desarrollado un
proceso para hacer lo que llamó “trasplante de cuerpo”. Así que trasplantó el cerebro de Julia al
cuerpo de Mary Francés, ajustando los nervios, etc. y utilizando técnicas no disponibles
sino hasta recientemente. La sobreviviente de todo esto fue, obviamente, Julia,
como todos aceptaron, excepto —desafortunadamente— el esposo de Mary Francés,
Jack. Su poca visión y su falta de imaginación provocaron grandes
complicaciones y drama, lo cual hizo que el caso fuera más famoso en la
historia criminal que en la de la medicina. No detallaré los penosos aspectos
del caso, pero si te interesan, están registrados en un libro de Barbara Harris
titulado ¿Quién es Julia?
Miller:
¡Fascinante!
Cohén:
Bueno, la relevancia de este caso es obvia. Julia North tenía un cuerpo cuando
ocurrió el accidente y otro después de la operación. Así que una persona tuvo
dos cuerpos. Por tanto, una persona no puede identificarse simplemente con un
cuerpo humano. Así, algo debe estar equivocado en tu modo de ver, Gretchen.
¿Qué dices a esto?
Weirob:
Te diré justamente lo que dije al doctor Matthews.
Cohén:
¿Has hablado con el doctor Matthews?
Weirob:
Sí. Se puso en contacto conmigo un poco después de mi accidente. Mi médico le
había comentado mi caso. Matthews dijo que podía realizar la misma operación
conmigo. Yo me negué.
Cohén:
¡Te negaste! Pero, ¿por qué, Gretchen? Tu decisión equivale al suicidio.
¿Dejaste pasar la oportunidad de seguir viviendo? ¿Cómo puede ser...?.
Weirob:
Calma, calma. Ambos están haciendo una suposición que yo rechazo. Si el caso de
Julia North equivale a un contraejemplo a mi tesis de que una persona es
solamente un cuerpo humano vivo, y si mi negación a admitir esta conducta
equivale al suicidio, entonces el sobreviviente de tal operación debe ser reconocido
como la misma persona que el donador del cerebro. Es decir, la sobreviviente de
la operación de Julia North debe haber sido Julia, y la sobreviviente de mi
operación habría debido ser yo. Esta es la suposición que ambos hacen al
criticarme. Pero la rechazo. Pienso que Jack Beaudine estaba en lo correcto. La
sobreviviente de la operación que involucró el cerebro de Julia North, era Mary
Francés Beaudine y, por tanto, la sobreviviente de la operación hecha con mi
cerebro no hubiera sido yo.
Miller:
¿Cómo puedes decir eso, Gretchen? ¿No desistirás de tu opinión de que la identidad
personal es solamente la identidad corporal, por más claro que sea el
contraejemplo? Realmente pienso que tienes un apego irracional al bulto de
materia que es tu cuerpo.
Cohén:
Sí, Gretchen, estoy de acuerdo con Sam. Lo que dices es absurdo. La sobreviviente
de la operación de Julia North no tenía idea de quién era Mary Francés
Beaudine. Recordaba ser Julia...
Weirob:
Le parecía recordar ser Julia. ¿Has olvidado tan rápido la importancia de esta
distinción? En mi opinión, el resultado de la operación fue que Mary Francés
Beaudine sobrevivió, pero engañada, pensando que era alguien más.
Las especulaciones filosóficas que siguen son fascinantes
pero lo dejo hasta aquí, consigan el libro (ambos libros, el de John Perry y ¿Quién es Julia? De Barbara Harris) y
léanlos, a quienes les interese el tema, se van a dar banquete. -
saulgodoy@gmail.com
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