“En los pueblos de
la América latina, en esta viva armonía de las naciones vinculadas por todos
los lazos de la tradición, de la raza, de las instituciones, del idioma, como
nunca las presentó juntas y abarcando tan vasto espacio la historia del mundo,
bien podemos decir que hay algo como la idea de la patria, y es la idea de la
América como una grande e imperecedera unidad, como una excelsa y máxima
patria, con sus héroes, sus educadores, sus tribunos; desde el golfo de Méjico
hasta los sempiternos hielos del Sur”.
José Enrique Rodó
Para que una región o comunidad de países pueda tener un
rumbo se necesita la voluntad de andar juntos, de tener un camino, para compartir objetivos comunes, lo que significa
tener que ponernos de acuerdo en una agenda mínima de integración y con fines
claros de interés colectivo que las anime, y en eso tenemos siglos, no es
broma, Latinoamérica tiene siglos tratando de ponerse de pie y no puede, nos
gusta andar a gatas, no queremos evolucionar.
Para tener un rumbo necesitamos una brújula o al menos
una dirección y para ello necesitamos mapas, trazar cursos, leer las estrellas,
por lo menos saber dónde estamos con alguna seguridad para saber a dónde
dirigirnos, pero ni en eso hemos podido ser claros, cuando en Latinoamérica se
habla de unidad se esconden intereses ideológicos, muchas veces opuestos y
extremos.
Los venezolanos, al igual que la mayor parte de los
países de nuestra inoperante comunidad continental, hemos sido afectados por la
ideología comunista en una importante medida, unos a profundidad, al punto que
no saben ser otra cosa, son colectivistas a ultranza, unos neo colonialistas
que predican la liberación del hombre sometido por el capital y el
imperialismo, pero arropados con las banderas del nacionalismo y la
construcción de un Nuevo Orden donde prevalezca la Justicia Social, someten y
explotan a sus pueblos para privilegiar a unos caciques rojos rojitos, en
conchupancia con las tiranías euroasiáticas donde supuestamente prevalecen los
gobiernos del proletariado.
Otros, en algún momento se han ido a lo contrario, a
querer arroparse con la doctrina Monroe para que sean los Estados Unidos de
Norteamérica los pastores de nuestro rebaño, o seguir los ideales de la gran
unión Europea a quienes debemos buena parte de nuestra cultura, y de acuerdo
con el cristal que se mire, nos obliga a integrarnos dentro en un mercado
globalizado y bajo su hegemonía diseñar nuestro futuro como partes de un gran
mecanismo productivo mundial.
No nos caigamos a mentiras, en el mundo actual es muy
difícil ser original y mantener un rumbo propio ante las corrientes dominantes
de la economía y las ideologías mundiales, prácticamente es obligante tomar
partido por alguno de los bloques, lo que implica participar en sus guerras
comerciales y competencias de cualquier orden, que finalmente terminan
afectando la supuesta imparcialidad que asumimos, pero hay muchas personas en
nuestro subcontinente que a estas alturas pretende inaugurar un modelo original,
propio e independiente de desarrollo y cultural como alternativa a la pesada
bipolaridad que existe entre oriente y occidente.
Hay dos organizaciones de sociólogos Latinoamericanos, la
ALAS y la CLACSO , de tendencia izquierdista ambas, que han recogido en un
reciente documento (Montevideo 2017) lo siguiente sobre la necesidad de
integración, que nos presiona de manera urgente:
Los
nuevos socios comerciales y de inversión extrarregional, como China o la Unión
Europea, perciben a América Latina y el Caribe como una región y procuran
acuerdos regionales. Por otro lado, cada uno de los países latinoamericanos no
tiene fuerza suficiente para negociar en forma no desigual reglas y condiciones
mutuamente benéficas para reducir las asimetrías. Las economías
latinoamericanas cargan con el pesado lastre de los condicionantes de los
desarrollos periféricos de matriz extractivistas y la vulnerabilidad externa de
la dependencia económico financiera que cada país por sí solo o en forma
voluntarista no puede revertir ni contrapesar. Además, el avance irresistible
de formas de integración regional fácticas –más allá de las voluntades de los
gobiernos– como los procesos de globalización económica y de integración global
y regional de cadenas productivas de valor obliga a repensar los límites de las
fronteras clásicas de la estructura de las economías nacionales. A todo lo
anterior hay que agregar las dimensiones no económicas de la globalización y
sus consecuencias a nivel micro en instituciones y personas.
Lo que hacen la mayoría de los países, y para ello
necesitan un personal, unas instituciones y un instinto para las relaciones
internacionales muy afinado, es bandearse entre los imperativos comerciales y
políticos que son parecidos a esos pedazos de hielo que se ven cerca de los
polos, hay que estar saltando sobre ellos para permanecer a flote.
Aun siendo los
mismos, nos tratamos como extraños
He tenido un recurrente sueño que voy a utilizar como
metáfora para explicar lo que pienso sucede con los latinoamericanos, y es el
caso que en mi sueño, un día me desperté en un autobús llegando a una estación
en un lugar del que jamás había escuchado con anterioridad, la situación se
complica pues no tengo la menor idea de quién soy, porque estoy allí, me
encuentro entre gente que jamás he visto… ¿Qué es lo primero que debería hacer?
Si hablan mi idioma ya es una gran ventaja, puedo comunicarme, explicar mi
situación y pedir ayuda, pero de inmediato, ¿Qué debería hacer? Buscar entre
mis pertenencias algo que me dé información sobre mi persona, algún documento, si
tengo equipaje querría saber si dispongo de algún recibo, ticket o comprobante
que indique mi procedencia, si tengo dinero o algún medio de pago para hacerle
frente a mis necesidades inmediatas, alimentos, alojamiento, comunicaciones,
salud… lo que quiero decir es que mucho más prioritario de saber quién soy, es
si puedo sobrevivir en esas condiciones de extrañamiento, le preguntaría al
conductor de donde procede la unidad y a donde he llegado, y si el viaje continúa,
cual es el destino final.
Para sobrevivir en condiciones desconocidas necesito
saber primero de que herramientas dispongo y luego enterarme de mi situación en
la geografía, donde estoy, en un desierto, en una ciudad, en un puesto
fronterizo… ¿Tengo recursos suficientes para sobrellevar las próximas 24 horas?
Se trata de resolver lo que llamaba Keynes “el problema económico”, el
imperativo de proveer por un adecuado bienestar físico y satisfacer las
necesidades.
Lo menos que me interesa en ese momento es si soy
socialista o conservador, si creo en el capitalismo o una economía
centralizada, temas como la justicia social o la democracia parlamentaria son
ajenas a mi situación, debo sobrevivir aquí y ahora, lo más curioso es que en
la estación del bus hay más personas en mi misma
situación, les veo la expresión de perplejidad en sus rostros, deambulan
confundidos sin saber qué hacer.
En estas últimas semanas he leído una serie de artículos
e informes sobre la precaria situación de Latinoamérica en cuanto a su futuro
inmediato, era una información pre-pandemia, gran parte de ese material fue
elaborado por instituciones internacionales de desarrollo y economía, por
expertos y consultores de grandes empresas, fondos de inversiones, bancos, y
reflejan sus temores sobre el acelerado declive de la región, y todos, sin excepción , le atribuyen las malas políticas tomadas
por los gobiernos a que estaban divorciadas de la realidad, a unos dirigentes
políticos enredados en asuntos ideológicos y descuidando el día a día de sus
economías.
En todo este tiempo no hemos podido ponernos de acuerdo
ni siquiera en qué hacer para poder sobrevivir mientras averiguamos quienes
somos… y es que, aparentemente, el problema de identidad no sólo nos ha restado
fuerzas sino que ha distraído nuestra atención sobre lo urgente, es decir, que
hacer para poder producir y crear riqueza para alcanzar una vida relativamente
segura y cómoda, para tener el tiempo de ocuparnos de otras cosas.
Los gobiernos que los latinoamericanos nos hemos dado, se
distraen en estos asuntos ideológicos que lo que hacen es promover los abusos
de poder, la corrupción y la distracción de recursos y esfuerzos en aras de
programas, metas e ideales que nada tienen que ver con la realidad del mundo en
el que debemos actuar, ha sido extremadamente fácil meterle cucarachas en la
cabeza a los latinoamericanos, y aunque tendemos a despreciar y a no darle
importancia al elemento ideológico, prevalece entre nosotros la necesidad de
encontrar un punto de vista, una visión del mundo que nos sirva de referencia
para nuestras actuaciones.
Los países Latinoamericanos que están intentando hacer
negocios con sus pares del Pacífico, buscando mercados y relaciones comerciales
con Asia, no se dan cuenta que miran al continente como un grupo de intereses
que necesitan unidad y que se interconectan unos con otros, tal y como les
sucede a ellos, es por eso que mientras existan problemas de derechos humanos
en Venezuela, de narcotráfico en México, de pobreza en Brasil, de inestabilidad
política en Argentina, ningún país del bloque pacífico sentirá que sus negocios
con Latinoamérica son seguros, siempre rondará una amenaza y encarecerá los
tratos, no se sentirán a gusto.
Los pecados de
unos pocos manchan a toda la comunidad.
El politólogo y analista de origen cubano Carlos Alberto
Montaner en su interesante e enciclopédico libro sobre las influencias que han
determinado nuestra cultura, Los
Latinoamericanos y la cultura Occidental (2003), al escribir sobre el
ensayo moderno en nuestra literatura, resalta la influencia que ha tenido el
marxismo, nos dice:
A
mediados del siglo XIX, y con especial énfasis en las relaciones entre la India
e
Inglaterra,
Marx llegó a la conclusión −y así lo expresó en varias cartas y artículos− de que
las colonias eran necesarias para la buena salud económica de los poderes
imperiales. Las colonias suministraban
materias primas, mano de obra barata y un espacio perfecto para la exportación
de capitales que irían en busca de oportunidades más rentables para explotar a
los trabajadores. Asimismo, a los capitalistas les resultaba conveniente «ocupar»
cuanto antes los territorios colonizados con el objeto de evitar que otras potencias
imperialistas se apoderaran de ellos. Este análisis fue prontamente aceptado
por políticos e intelectuales en América Latina, entre otras razones, porque
suministraba una excusa perfecta para explicar el atraso relativo de la región
cuando se contrastaba con Europa o con Estados Unidos y Canadá: América Latina
era pobre porque las naciones poderosas la saqueaban. Incluso, no era necesario
ser comunista para suscribir este punto de vista. Desde la derecha fascista −el
argentino Juan Domingo Perón, el brasilero Getulio Vargas−, también desde el
socialcristianismo de líderes democráticos como el chileno Frei Montalva, o
desde la socialdemocracia de políticos como el peruano Alan García, se repetían
razonamientos parecidos que desembocaban en nacionalismos militantes y, casi
inevitablemente, en Estados fuertes y centralizados dedicados a dirigir la
economía. Marx, pues, estaba al servicio de todos, incluidos algunos de sus
adversarios. Por lo menos esa porción mínima y poco elaborada de la extensa y
brillante obra del pensador alemán. De
ese ovillo marxista, poco a poco, a partir de los años cincuenta del siglo XX
fue tejiéndose la «Teoría de la dependencia», primero en los escritos de Paul
Baran (The Political Economy of Growth) y luego en los de André Gunder Frank
(Capitalism and Underdevelopment in Latin America). Lo que proponían estos pensadores era muy
simple y, de alguna manera, siniestro: había dos géneros de países, los del
centro del sistema capitalista −las grandes naciones imperiales− y los de la
periferia, esto es, las naciones económicamente débiles y, por lo tanto,
financiera e industrialmente colonizadas. El centro, además, no permitía que la
periferia se desarrollara, porque con su poderío económico y, a veces, con
presiones políticas o el uso descarnado de la fuerza, definía lo que la
periferia tenía que producir en beneficio del Primer Mundo: esa era la
dependencia.
Nuestros dirigentes viven con la cabeza sobre las nubes y
los asuntos del día a día los relegan a subalternos,
de esta manera, allá arriba, lo que hacen es elucubrar en modelos de sociedades
perfectas, en utopías, en modelos y doctrinas escritas por sabios hace lustros
y siglos, y se pelean entre ellos, se apoyan, se asocian, se insultan, se hacen
trampas, se ponen bombas, hacen cumbres y establecen planes conjuntos si son
afines en la ideología, a los demás los aparatan y los desprecian, de esta manera
los gobiernos vienen y van, cambian las ideologías, las relaciones y los
planes, nada es estable, no hay seguridades, todo son promesas y lo dejan a las
loterías de las elecciones (con sus programas de gobierno), o peor aún, a los
avatares de un golpe de estado o la instauración de gobiernos militaristas.
Pero esta situación de incertidumbre y de no poder contar
con unos programas de trabajo realistas, comerciales e industriales que son los
que generan capital y atraen inversiones, que dan puestos de trabajo y que son
los motores del desarrollo para todos, es lo que nos ha empujado a vivir unas
relaciones de dependencia con los centros de desarrollo económicos mundiales,
unos con Europa, otros con los EEUU, y aún otros con China y Rusia, y en esto,
el componente ideológico sigue presente .
Latinoamérica nunca estuvo a la altura para manejar el
problema de Cuba y la revolución castrista, mucho menos para enfrentar la
fiebre de dictaduras de derecha, nuestras crisis siempre nos toman enredados en
compromisos, o débiles en voluntad para enfrentar nuestros propios problemas
como una comunidad de naciones organizada y con agenda propia, somos demasiados
dispersos, nuestras democracias son muy inmaduras y nuestros líderes siguen
siendo personalistas, unas vedets más que hombres sensatos y prácticos.
La pandemia del coronavirus sigue demostrando nuestras
debilidades, todavía hay xenofobias que hay que atacar, brotes de violencia que
hay que atender, desinformación que corregir, somos expertos en la
descoordinación no somos capaces de construir políticas públicas que nos
involucren como sistema, seguimos sin reconocernos los unos a los otros, y
siempre dispuestos a desplazar nuestras propias responsabilidades sobre los
demás, el problema de Venezuela sigue siendo una piedra en zapato para hacer
efectivo un documento tan claro y vital como la Carta Democrática, y de la
misma manera hay tanta confusión sobre aspectos claves de nuestras relaciones
que pareciera que no habláramos el mismo idioma.
No puedo terminar este artículo en una nota esperanzadora, el declive institucional democrático, de apego a la ley y las diversas constituciones que nos hemos dado, ha sido deficiente, Latinoamérica parece incapaz de darse un rumbo, estamos anteponiendo intereses bastardos y mezquinos, aún a sabiendas que tenemos ventajas estratégicas suficientes para ver el futuro con otros ojos, me pliego al llamado que hace la presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, hoy con el Proyecto del Diálogo Inter-Americano, ella dice: “Latinoamérica se haya en este momento ante un enorme reto. La habilidad de la región para preservar sus conquistas y sobreponerse a sus faltas y limitaciones será puesta a severas pruebas… El desarrollo siempre ha sido una meta por alcanzar. Pero hay claros signos que indican el camino que necesitamos tomar, y que hay recomendaciones probadas que podemos seguir. Nosotros tenemos la llave para desentrañar más de 500 años de promesas incumplidas”. - saulgodoy@gmail.com
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