El filósofo postmodernista Jacques Derrida (1924-2004), nacido
en Algeria, hizo carrera como docente en las mejores universidades de la Europa
continental y de los EEUU, escribió una enorme cantidad de libros y estudios,
fue un conferencista inagotable, era un hombre mediático y como tal dio gran
cantidad de entrevistas, escribió sobre psicoanálisis, política, literatura,
antropología, religión, ningún tema parecía fuera de su liga, en filosofía
gustaba de la ontología, la ética y fue un buen crítico (a favor) del marxismo,
pero principalmente se le conoce como uno de los padres fundadores del
movimiento deconstructivista.
El norteamericano Richard Rorty quien era un dedicado
lector de Derrida, y lo consideraba un pragmático, decía que los abuelos del
argelino eran Freud y Heidegger, y que su gusto por el lenguaje se lo debe al
Wittgenstein tardío, fue junto a Harold Bloom y otros eminentes filólogos
norteamericanos el fundador del grupo de Yale, quienes le dieron un nuevo aliento
a la Teoría Crítica en esos claustros académicos.
Uno de sus textos que más me gusta, fue una conferencia
suya que tenía que dar en la Universidad de Virginia, en Charlottestville, en
1976, año del Bicentenario de la Independencia de los EEUU (y año en el que me
gradué de comunicaciones en Michigan), se había comprometido para hablar sobre
una visión comparativa entre el texto de la Independencia de USA y el de La
Declaración de los Derechos del Hombre, un análisis textual y filosófico, pero a lo
que tomó el pódium, se disculpó de no haber logrado preparar aquella
conferencia, esto, debido al cansancio y a lo complicado del tema escogido.
Pero en su lugar, le hablaría a su atento público (a casa
llena), sobre lo que él llamó “la
escritura perfomativa”, de la firma, del contrato, del nombre propio… y se
lanza con la siguiente pregunta ¿Quién
firma, y con qué nombre supuestamente propio, el acto declarativo que funda una
institución? E inicia una de las
conferencias más curiosas e interesantes de su carrera, por lo menos en lo que
a mí respecta.
El asunto es mucho más complicado que lo que unas simples
firmas en un Acta de la Independencia suponen (y esto vale para todas las actas
de independencia del mundo y todas esas Constituciones Originarias que ofrecen
los Congresos y Asambleas Nacionales), y Derrida con su mente preclara nos
desestructura este acto y lo desarma en sus componentes básicos, veamos.
En un principio nos señala que fue Tomas Jefferson en
encargado de redactar la primera versión de este documento, Jefferson lo
escribe pero no lo firma, se le ha delegado una tarea y es conformar unas ideas
que la gente (el pueblo) tiene y está de acuerdo, fue una responsabilidad que
le dieron unos representantes del pueblo.
Esta versión o bosquejo la presenta a esos otros
representantes «Representatives of the
United States of America, in General Congress, Assembled». Luego de un
proceso largo y complicado de revisiones, enmiendas y añadidos, la versión
final queda lista, pero ¿Quiénes firman en realidad? El derecho nos dice que
estos representaes firman en nombre propio pero simultáneamente en nombre de
otros, por delegación: «…in the name of… We, therefore, the Representatives of the United States of America, in
General Congress, Assembled… in the Name and by the Authority of the good
People of these… Free and Independent States. ..»
Nos dice Derrida en su discurso:
De
derecho, el signatario es pues el pueblo, el
«buen» pueblo (precisión decisiva, porque garantiza el valor de la
intención y la firma, pero más adelante veremos en qué y en quién se funda esa
garantía). Es el «buen pueblo» el que se declara libre e independiente por la
persona interpuesta de sus representantes y de sus representantes de
representantes. No se puede decidir, y en ello radican todo el interés, la
fuerza y el golpe de fuerza de semejante acto declarativo, sí este enunciado
comprueba o produce la independencia.
Esto es importante porque efectivamente es un acto
declarativo, pero el pueblo ¿Es libre cuando lo declara o se hace libre con la
declaración? Y como acto declarativo es el mismo pueblo el que se compromete
consigo mismo, y aquí empiezan los problemas, ese pueblo que firma la
declaración no existía antes de ese documento, con lo que la firma lo convierte
en sujeto libre e independiente, es decir, la firma inventa al signatario.
Y es en este punto que las firmas de las declaraciones de
independencia se hacen una fábula, el que firma sólo puede hacerlo al final del
acto, un acto que lo autoriza a partir de ese momento a firmar, el pueblo se ha
atribuido a sí mismo el poder de tener un nombre y con derecho a comprometerse,
por delegación con su firma, una firma que es un acto de fuerza pues crea
derecho, funda derecho, da derecho, da a luz la ley.
Pero existe el problema que antes de esa declaración no
había signatario, ese tiempo anterior a la firma no se declara, no se menciona,
no se toma en cuenta porque es como si no existiera, pero luego de la
declaración los firmantes se abre un crédito, su propio crédito, de sí misma a
sí misma.
Pero Derrida no deja de mencionar los otros componentes
fundacionales de este “simulacro del
instante” como lo denomina, y nos recuerda:
Firma
en nombre de las leyes de la naturaleza y en nombre de Dios. Postula sus leyes
institucionales sobre el fundamento de leyes naturales y en el mismo movimiento
(movimiento de fuerza de la interpretación), en nombre de Dios, creador de la
naturaleza. Este viene, en efecto, a garantizar la rectitud de las intenciones
populares, la unidad y la bondad del pueblo. Funda las leyes naturales y, por
lo tanto, todo el juego que tiende a presentar enunciados performativos como
enunciados comprobativos.
Es claro que Derrida se concentra en escudriñar el acto
fundacional de un estado al momento de la firma, y deja por fuera los
antecedentes, que en el caso de los EEUU, significó un cruenta guerra independentista
en contra de los británicos, y un movimiento político-social que unieron a las
colonias en unos objetivos para la construcción de un nuevo estado libre y
soberano.
Cosa muy diferente es lo que sucede con el uso que le da
el comunismo a las firmas fundacionales de regímenes revolucionarios, a los
gobiernos instantáneos surgidos de golpes de estados, de fraudes electorales o
de cualquier otro acto de fuerza, donde están obligados a legitimar no solo la
toma del poder político, sino la instauración de un proyecto nacional.
En estos casos, utilizan los actos de firma de
independencia como actos simbólicos del nacimiento de un Nuevo Orden, de un
nuevo estado, de un nuevo hombre, e incluso de nuevos tiempos, algunos
revolucionarios llegan hasta cambiarle el nombre a los meses del año como
ocurrió en Francia, o a hacer retroceder las manilla del reloj a un hipotético “Año
Cero” como fue el caso de Camboya y el régimen de los Kemeles Rojos.
En Latinoamérica donde está de moda la instauración de
nuevos modelos políticos (que en realidad son las mismas tiranías comunistas o
socialistas desde que fueron inventadas
por Lenin desde la revolución bolchevique) gracias a las llamadas
Constituyentes Originarias, esas firmas adquieren una nueva significación,
degradando su naturaleza como ficción jurídica, a meras herramientas
ideológicas que ya vienen incorporadas en un combo revolucionario para la
recreación de la utopía marxista.
Este trabajo de Jacques Derrida es mucho más sustancioso
que lo que estas breves líneas esbozan, creo que vale la pena que ustedes lo
lean y lo disfruten, está incluida la historia de cuando Ben Franklin, amigo y
compañero de legislatura de Jefferson, lo visita para consolarlo y animarlo a
salir de su depresión por los cambios que le hicieron a lo que consideraba una
obra maestra, sobre todo los recortes que le hicieron a su precioso documento;
Jefferson había puesto su alma en cada línea de aquel proyecto y para él fue un
duro golpe leerlo en su versión final y tener que firmarlo.
El argumento de utilizó Franklin para animarlo (y de
hecho, parece que funcionó) es una de las piezas de razonamiento publicitario
más famosas para los estudiosos del mercadeo y el diseño gráfico, simplemente
delicioso, no se lo pierdan, el texto Declaraciones
de Independencia (1976) aparece en varias compilaciones de los trabajos de
Derrida, lo tomé del libro Otobiografías
La enseñanza de Nietzsche y la política del nombre propio (1984). -
saulgodoy@gmail.com
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