Hay un problema fundamental en la manera como los
venezolanos entendemos el ambiente, se trata de una concepción disfuncional que
en vez de integrarnos, hacernos parte de él, nos separa, haciéndonos ajenos a
su suerte, de manera que el daño que se le propine o su pérdida, no significa
gran cosa para nuestros intereses de vida, esta manera falsa, peligrosa e
irresponsable de ver la naturaleza en la que existimos, no es exclusiva de los
venezolanos sino que nos viene dada por una visión de ver el mundo que hemos
heredado del idealismo del siglo XIX.
Es desdichada la frase atribuida a Bolívar (creo que
nunca la dijo, a pesar de los testimonios que aseguran fue un hecho) con
motivo del terremoto de Caracas de 1812, según la leyenda urbana, luego del
devastador terremoto de ese memorable jueves santo, los sacerdotes se dieron a
la tarea de promover la idea de que aquello era un castigo de Dios por andar
los caraqueños conspirando en contra de la corona española, tal y como
predicaba, entre otros, el Arzobispo Coll y Prat, y que Bolívar, entre los
escombros y los vecinos que todavía sacaban sobrevivientes bajo las ruinas,
dicen que dio un discurso, a favor de la nueva república y la constitución recién
promulgada donde destacó la famosa frase: “Si
la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”
En ambos discursos, el patriota y el realista, es notable
la concepción instrumental de la naturaleza, el voluntarismo humano por encima
de las condiciones del mundo, el medio ambiente como un recurso dado por Dios
para que el hombre realice su plan en la tierra, es la naturaleza cosificada,
convertida en medio para el logro político de la libertad y de la república
libre del yugo de los tiranos, o para fines de la unidad en torno a un monarca
ungido por Dios.
La Europa en los tiempos de Bolívar ya llevaba la impronta
de la razón kantiana, de la imposición del orden occidental a los elementos
naturales, el escritor alemán Manfred Osten, en su obra La Memoria Robada tiene una anécdota que ilustra perfectamente
aquella concepción del mundo y que era reconocida por uno de los grandes
naturalistas de la época, nos dice Osten:
Alexander
von Humboldt durante su viaje de exploración en el trópico iberoamericano
(1799-1804). El descubrió aquel fenómeno temporal al que se le debe en Europa
el desarrollo acelerado: la impaciente preocupación y la orientación al futuro
de la conciencia. Humboldt, quien ya había lamentado la prisa imprudente de los
colonos europeos en la tala del bosque, ve de repente su propia conciencia de
preocupación europea en el espejo retrovisor de una conciencia muy distinta
hacía tiempo perdida. Durante la travesía de Cuba a Cartagena de Indias, entre
la desembocadura del río Simú y Cartagena, anota en su diario en marzo de 1801:
«El contraste entre la precipitación, el
carácter de rueda de molino de los europeos y la impasibilidad de los indios se
me hizo patentísima en el llano de Barcelona, cerca de Caris. Habíamos perdido
el camino después de un largo día de viaje, torturados por el sol y el polvo.
El indio que nos servía de guía nos informó de esto. Añadió que habíamos hecho
en vano seis millas y que debíamos pernoctar a cielo raso. Yo me puse muy
impaciente, hice al indio (un caribe que hablaba bien el español) mil preguntas
sobre el camino del cual nos habíamos desviado. El no respondía ni palabra y
tenía fija la mirada en un árbol y, cuando yo hube descargado mi enfado, me
mostró, como si no hubiera pasado nada, una gorda iguana que saltaba de rama en
rama. ¿Qué le importa a un indio si duerme aquí en plena sabana o a cuarenta
millas, si puede dormir hoy en su cabaña o dentro de cuatro meses? El vive fuera
del tiempo y del espacio y nosotros, los europeos, parecemos seres impacientes
e intranquilos, naturalezas poseídas por el demonio»
Ese contraste de visiones, en
la que dominaría la europea, imponiéndose el sesgo mecanicista e industrial,
llevaría a la humanidad por sendas que terminaría en lo que es hoy la época
antropocena, caracterizada por la logística agrícola (la destrucción del
suelo), la acumulación del CO2, la generación de desechos tóxicos y la
contaminación.
En la Inglaterra del siglo
XIX las primeras máquinas de vapor fueron destinadas a incrementar la
productividad agrícola, la explotación extensiva e intensiva de los campos de
trigo y otros cereales, que ya venían en una carrera de maximización de las
cosechas, con la incorporación de regadíos, usos de implementos como arados y
animales de tiro; desde los tiempos de Mesopotamia, hace doce mil años atrás
esta forma de conquistar la naturaleza no tuvo pausa.
El geógrafo norteamericano
Diamond Jared fue de los primeros en poner el dedo en la llaga, al declarar que
la media luna fértil, y su explotación intensiva para sostener las urbes que se
levantaron a su vera, situadas entre los ríos Éufrates y el Tigris, fue el
comienzo de una torcida concepción de lo que era “natural”.
Para muchos venezolanos
todavía es una desagradable sorpresa que algunos ecologistas consideremos la
agricultura extensiva como el principio de una forma equivocada de
relacionarnos con la naturaleza, justificada por la razón de producir alimentos
para dar de comer a una creciente masa de personas, proveer mercados y sostener
imperios, nuestra especie, única en el reino animal de explotar la tierra para
multiplicar las mieses y alimentar ejércitos.
Esta visión de dominio y
control sobre el medioambiente siempre termina dañando los ecosistemas, aún la
llamada agricultura familiar, el conuco o agricultura de subsistencia, comporta
un alto gasto energético siempre creciente, la productividad es pobre y la
relación final costo-beneficio nunca es equilibrada hacia el orden natural, y
cuando esa actividad se mecaniza, cuando se introducen variables tecnológicas
en cuanto a los elementos agroquímicos, genéticos, de procesos, siempre pierde el equilibrio ecológico.
¿Existe el socialismo verde?
El socialismo siempre se
quedó en el aspecto económico de la relación hombre-naturaleza, lo que le
importaba era quien era el dueño del recurso, no le que hacía con él, de modo
que era la modalidad de la propiedad de la tierra la que finalmente
prevalecería, el capitalismo era mucho más transparente y claro, lo que le
importaba era la eficiencia productiva, lo que una fanega de tierra podía y
debía producir al menor costo, siempre buscando productos de calidad y precios
de mercado, ninguna de estas dos aproximaciones tomaba en consideración el
costo ambiental.
Ahora nos encontramos en
medio de la sexta extinción masiva de especies, de cambios climáticos sin
precedentes, de pandemias desatadas, de la escasez de agua potable, de una
vertiginosa aceleración del tiempo, de cambios notables en las variables
geofísicas del planeta, pero no somos capaces de reconocer las verdaderas
causas de la hecatombe, esto es así porque todavía son conceptos abstractos al
menos que un incendio amenace tu propiedad, o el supermercado de tu vecindario
no pueda ser abastecido con provisiones, o una tormenta inunde la casa de tus
padres.
Hemos desarrollado una
maquinaria de destrucción de la naturaleza convirtiendo estas acciones en
virtudes y buenas intenciones, en su extraordinario libro Ecología Oscura (2015), el profesor Tymothy Morton trató este tema
en una serie de conferencias en la Universidad de California, en Irving, USA, y
en las mismas nos explica:
Ahí
estás tú, echando carbón a tu máquina de vapor, ese gran invento patentado en
1784 y al que Marx califica de motor del capitalismo industrial. Es la misma
máquina que Paul Crutzen y Eugene Stoermer tildan de instigadora del
Antropoceno. El de 1784 no es el primer año en que se patenta una máquina de
vapor, pero el lenguaje de esa patente describe ese motor como una máquina de
uso general que puede conectarse a cualquier otra máquina con el fin de impulsarla.
Esa cualidad genérica posibilita el giro industrial. Ahí estás, accionando el arranque
de tu coche. Y se te acerca sigilosamente. Eres miembro de una cosa distribuida
en masa. Esa cosa se llama especie. Pero la diferencia entre la rareza del giro
de la llave y la rareza de ser miembro de la especie humana es en sí misma
rara. Cada vez que arranco un coche o una máquina de vapor no pretendo dañar la
Tierra, y mucho menos originar la sexta extinción masiva de los 4.500 millones de años de historia de la vida sobre
este planeta (de manera inquietante, la extinción más grave que se ha producido
hasta ahora —la extinción del Pérmico-Triásico— fue causada probablemente por el calentamiento global).
Además, ¡yo no estoy haciendo daño a la Tierra! Mi llave de contacto es
irrelevante desde el punto de vista estadístico. En sentido individual, ese
giro no tiene nada de raro. Pero, si asciendes un nivel, ocurrirá algo muy
extraño. Cuando amplío esas acciones para que abarquen miles de millones de
giros de llave y miles de millones de palas de carbón, el daño a la Tierra es
precisamente lo que está sucediendo. Para el Antropoceno, soy culpable en
cuanto miembro de esta especie… Soy una persona. También formo parte de una
entidad que ahora es una fuerza geofísica a escala planetaria.
El protosocialismo (Proudhon, Fourier, Owen, entre otros) había convertido su narrativa ambiental en un
ideal poético sobre el espacio, el paisaje, el uso de los terrenos, en ideas
puras que no tenían ninguna conexión con la realidad de los ecosistemas que
eran afectados, Marx y Engels mientras elaboraban su doctrinario socialista y
comunista, prefirieron el discurso proteico, glorificando la conquista de la
naturaleza por parte del hombre, eran fuerzas indomables a las que había que
controlar, someter y que estaban para servir al hombre y la sociedad; para que
funcionara el aparato productivo socialista, basado en la visión ricardiana de
la renta (que era la que prevalecía en aquella época).
Había que aprovechar al
máximo la capacidad indestructible de la tierra (fue mientras Marx escribía El Capital que tuvo que enfrentar la
noción del agotamiento de las tierras productivas) pero el dato sólo
representaba un problema estadístico, no ecológico.
Estas ideas fueron a su vez
interpretadas por Lennin y Stalin durante la revolución y la instauración de la
dictadura del proletariado, y ajustadas a la creación de una maquinaria
agrícola y minera de proporciones gigantescas en la que no había consideración
por la sustentabilidad ni la conservación del equilibrio ambiental, aunque
seguía la intención poética de exaltar la tierra y sus paisajes; la devastación
ecológica de la Unión Soviética en aras de su desarrollo acelerado para
enfrentar guerras, conquistas expansionistas y las nuevas tecnologías bélicas
no tuvo ningún tipo de freno o reserva y se produjeron verdaderos ecocidios,
siendo Chernobil su última manifestación.
La herencia socialista en Latinoamérica
El socialismo democrático
desarrollado en la Europa occidental temperó esta tendencia hacia la
devastación ecológica, e introdujo elementos humanistas en la ecuación del
desarrollo económico que se radicalizaron con el nacionalsocialismo, nació el
eco-fascismo, que luego mutaría hacia la ecología profunda.
Casi todos los movimientos
ecológicos europeos de mediados del siglo pasado tenían raíces socialistas,
basados en la llamada Justicia Social y tomando en cuenta las generaciones que
aún no habían nacido, por medio del aparato del estado querían dar protección
no solo a áreas protegidas y parques nacionales, sino a especies vivas en
peligro de extinción, tomaron como banderas el combatir la energía nuclear, la
caza de ballenas y la contaminación atmosférica y de cuerpos de agua,
aparecieron los primeros “partidos verdes” que hicieron del cosmopolitismo y el
nuevo orden mundial las metas de una nueva política.
La tendencia mundial es
culpar al capitalismo y a occidente de las enormes deficiencias ambientales del
planeta, pero el socialismo no puede esquivar su parte en el problema, la
pobreza es causa principal del desastre, y el socialismo es el que más se
beneficia de la miseria, vive de ella, el papel que han jugado China y Rusia en
esta era antropocena son imposibles de ocultar, pretenden lavarse las manos
cuando son protagonistas principales.
Lo que hereda el socialismo
revolucionario en Latinoamérica fue una versión cruda de la labor proteica de
Marx y Engels, con influencia de las formas societarias comunitarias de la
tenencia de la tierra de los pueblos indígenas, de los derechos coloniales que
le permitieron a los campesinos formas colectivas de propiedad de la tierra,
derivadas de las encomiendas y de las fragmentaciones de las estancias, las
misiones religiosas y de las grandes
haciendas de los terratenientes.
No hay doctrina, ni filosofía
ni siquiera hay tradición socialista en la conservación del ambiente excepto la
que se recoge de las tradiciones de los pueblos llamados originarios, el
respeto a las tierras de los antepasados, a la figura mitológica de la
Pachamama; en Venezuela ese supuesto respeto por los territorios de los pueblos
indígenas es simplemente un saludo a la bandera, no hay pueblos más perseguidos
y exterminados que nuestras etnias aborígenes en el continente, la explotación
del oro, diamantes y de minerales estratégicos, maderas preciosas y
acaparamiento de tierras para fines de narcotráfico y actividad subversiva, son
todavía crímenes sin castigo.
El chavismo-madurismo y la destrucción de Venezuela
Cuando le ponemos la lupa al
chavismo, a ese movimiento llamado el socialismo bolivariano del siglo XXI, lo
que encontramos es una banda de predadores ambientales, de malhechores
disfrazados de revolucionarios, criminales de una ignorancia supina que de
educación ambiental sólo tenían una vaga idea del valor de una mata de cambur y
una punta de ganado, y de las letras de algunas canciones populares que
hablaban de un “Arauca vibrador”, de resto eran unos perfectos ignaros
dispuestos a explotar la naturaleza como “recurso” para obtener dinero y
complacer sus más bajos instintos.
Y dicho y hecho,
prevalecieron los intereses por dinero rápido y fácil, destruyeron la principal
industria petrolera del país, buscando negocios en la corrupción, la trampa y
el robo, nunca les importó que se trataba de una actividad que manejaba
substancias peligrosas y contaminantes, buscando economías para poder robar
más, cortaron presupuestos de mantenimiento, seguridad y prevención, y al cabo
de veinte años de desidia y con la industria quebrada, embragada y endeudada,
el petróleo se derramaba sin control sobre la tierra y mares, contaminando ríos
y lagos, envenenando al país por sus cuatros costados.
La vida alegre y la riqueza
fácil comprometieron la seguridad ambiental del país, sus cuencas
hidrográficas, sus bosques, su bioma en toda la complejidad, sus recursos
marítimos, sus aguas subterráneas, sus recursos minerales… nada escapaba de la
voracidad revolucionaria, las tierras cultivables fueron asaltadas, sus
productores expulsados y dejado que el campo se perdiera, atentando en contra
de la seguridad alimentaria dela nación.
Desmantelaron lo poco que
teníamos de protección y educación ambiental, introdujeron una disparatada
noción de “ecosocialismo”, que ni de excusa para los piromaníacos funciona,
toda la estructura jurídica ambiental fue montada sobre uno supuestos derechos
culturales y educativos que no servían para nada, jamás admitirán que sin
ambiente no hay territorio, ni posibilidad de sostener a una población.
Los venezolanos debemos
aprender esta dura lección, no se pueden elegir como gobernantes gente
ignorante, extranjeros que no tienen arraigo en el país, y socialistas que solo
ven propiedad y lucro en la tierra y sus recursos, esta jugada de Justicia
Social con nuestra riqueza ambiental y valores nos ha condenado a ser pobres de
verdad, con un país arrasado del que va a ser muy difícil reconstruir una vida
decente y prospera, este desastre revolucionario debemos pararlo ya si queremos
tener un hogar, si permitimos que Canaima caiga en sus garras será el fin de
nuestra Venezuela, nuestro frente caribeño ya está herido de muerte, el Orinoco
y el Caroní están lleno del mortal mercurio, ya no tenemos bosques… Dile NO al
castromadurismo y sus socios. - saulgodoy@gmail.com
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