Un título romo y simplón para un artículo que, pienso, es
importante ante las elecciones planteadas en Venezuela para este próximo
diciembre; nada más releerlo da sueño, pareciera uno de esos artículos que
aparecen por bultos en los medios de comunicación, de gente que nada tiene que
decir acerca de la democracia y el voto, sino lugares comunes y trilladas
reflexiones sobre nuestro “deber” cívico, y la importancia del voto para
cambiar nuestro destino.
Hace ya mucho, pero muchísimo tiempo, que votamos por la pura
emoción de ver un candidato que nos represente, con el que compartimos ideales,
que nos ha convencido con sus discursos de una visión de país idealizada, que
nos anime a salir a la calle a acompañar sus eventos, formar parte de sus
caravanas y conformar sus equipos de trabajo en los circuitos electorales... ya
ni recordamos lo que se siente ser parte de esa política con P mayúscula.
Esos eran los tiempos del voto que nos satisfacía porque
nos veíamos reflejados en el candidato, en los colores del partido, en el
entusiasmo de los encuentros, en la narrativa de las propuestas… hoy son parte
de una prehistoria, de unos recuerdos que, pareciera, no volverán… así de duro
ha sido el camino andado en el socialismo, cada vez más radical, autoritario y
gris, que nos ha escamoteado a todos el fervor que una vez tuvimos por la
democracia.
Supuestamente, tenemos una democracia, venimos de la
democracia y aparentemente nada ha interrumpido ese camino; se sigue celebrando
elecciones, los candidatos siguen pidiendo tu voto, las instituciones
parecieran renovarse y los llamados, tanto del gobierno como de la oposición,
siguen siendo para ir a votar el día de las elecciones, asegurando que
podremos, con nuestra decisión, o dejar al gobierno en el poder, o cambiarlo
por otro que consideremos mejor, el que elijamos.
Pero para quien esté involucrado en la actual política
venezolana, y de eso es imposible de escapar si se vive en el país, la
democracia y el voto se han convertido en un espejismo; todos los venezolanos
sabemos que la democracia ha sido falsificada y que el voto es un espeso truco
de marketing, lo que nos ofrecen el gobierno y la oposición no son elecciones
en stricto sensu, son más bien una
charada, un “vamos a jugar a la democracia”, y vamos a votar “de mentiritas”.
Todo el mundo sabe que lo que el socialismo bolivariano y
sus amos cubanos quieren es no perder a Venezuela como base de operaciones y
proveedor de bienes y servicios para la revolución continental y hasta mundial…
y como no son demócratas. Como se han pasado estos últimos veinte años abusando
del poder, engañando al pueblo de Venezuela, hostigando a los gobiernos
demócrtas del área y atacando a los EEUU, quieren hacerse pasar como un
gobierno que tiene apoyo popular y soporte institucional.
Es la razón por la que quiero repasar con ustedes algunas
nociones fundamentales que distinguen a la democracia y a los procesos
electorales como mecanismos que los pueblos libres e independientes usan para
darse los gobiernos que quieren y desean, cosa que en Venezuela no sucede desde
hace mucho tiempo.
En democracia es posible distinguir entre dos tipos de
votos: primero está el que designa a un candidato que me gusta, en el que me
siento reflejado e identificado, ese tipo de votación que es el encuentro del
individuo con una opción deseada y que resuelve sus necesidades; es decir, de
un listado de candidatos, al menos uno de ellos está en sincronía con mis ideas
y deseos, me inclino por él o ella, y pierda o gane, mi voto tiene sentido.
El otro voto es el más difícil, pues no hay en la parrilla
de candidatos alguien que se alinee con mis expectativas, las opciones no nos
satisfacen y debemos forzar nuestro voto, y es cuando podemos ver la realidad
de eso que se llama “el poder de la mayoría”. Bienvenidos al mundo de la
Soberanía Popular, que es el meollo de la democracia, que es la idea
trascendente del país, que es el todo que está por encima de los individuos, que
es la fuerza que hace que un Estado tenga consistencia y legitimidad, porque se
trata del pueblo que se determina a sí mismo… y en esto suceden muchas cosas,
empezando por que el pueblo soberano escoja mal, se equivoque, que ha sucedido,
sucede y probablemente seguirá sucediendo. Yo no creo en esa sabiduría del
colectivo o el dicho de que el pueblo sea palabra de Dios, la única ventaja que
tiene una participación mayoritaria es que millones de personas piensan mejor
que una, que es el fundamento de la democracia, y eso es ley.
Lo más seguro es que yo no apruebe la elección
resultante, lo cual sería parte de una rutina en el juego de las apuestas
políticas, en la que hay ganadores y perdedores, y si el candidato ganador no
se encuentra en mi radar de preferencias, pues mala suerte, tendremos que
esperar por los resultados de su gestión en el gobierno para ver si el pueblo
lo aprueba o lo rechaza; si lo hace mal, probablemente la voluntad popular lo
castigue en las próximas elecciones.
Así funcionan las democracias, incluso las más débiles e
imperfectas, sosteniendo un mínimo de libertades democráticas, entre ellas, el
derecho a la libre expresión y la libertad de información, y garantizando la imparcialidad
de los órganos electorales, de modo que los resultados de las elecciones sean
lo más limpios posibles, porque si no hay democracia y si el voto está
manipulado es imposible que la voluntad popular pueda manifestarse
electoralmente.
En Venezuela, lamentablemente, hemos perdido la
democracia, hay una tiranía, un gobierno ilegítimo ejerciendo funciones de
estado, sostenido únicamente por el uso de las armas y la violencia; ninguna
institución democrática, de ésas que funcionaban en el pasado reciente, está
sana; todas, sin excepción, están tomadas, si no por los cubanos, por esos
lamentables y traidores a la patria, reunidos en el Partido Socialista Único de
Venezuela, el PSUV, controlado por Nicolás Maduro y su camarilla de
colaboradores, socios y familiares.
No estoy develando un secreto ni diciendo algo desconocido
por los venezolanos y el mundo. Vivimos en un país sujeto a vigilancia y
control internacional debido, entre otras cosas, por el peligro que el gobierno
socialista bolivariano representa para la comunidad de naciones, es por ese
gobierno que se han concretado una serie de sanciones y medidas contra altos
funcionarios y empresas del estado venezolano, la prohibición de viajar a
ciertos países y se le ha puesto precio por sus capturas, incluso del
presidente Maduro.
Sus fuerzas armadas han sido acusadas de colaborar y
actuar en nombre del narcotráfico internacional, de favorecer la insurgencia
comunista, de practicar la violación masiva de derechos humanos, de ser parte
en acciones para contaminar el medio ambiente, con el ánimo de causar zozobra y
riesgos en la calidad de vida y la salud en la región, por provocar una
emigración forzada de refugiados por hambre a los países vecinos, por
desestabilizar gobiernos democráticos y promover el contrabando, la trata de
blancas, la prostitución infantil, por acoger en nuestro territorio a grupos
terroristas… la lista de agravios es tan amplia que los reclamos de los
gobiernos afectados no se han hecho esperar; de hecho, el gobierno ha sido demandado
judicialmente en organismos internacionales por una gran variedad de causas, a
las cuales no ha respondido.
A lo interno, el gobierno de Maduro y el PSUV han
intervenido toda la vida nacional, de manera policial y militar, para controlar
las diversas actividades económicas, sociales, educativas, deportivas,
políticas, científicas, culturales, de información… no hay un solo sector de la
sociedad venezolana que no haya sido alcanzado por los tentáculos del estado
interventor y totalitario, para imponer la amenaza, el terror y la opresión.
Esto queda en evidencia por la enorme cantidad de presos
políticos que existen en las cárceles, donde son torturados, asesinados y
abandonados a su suerte sin que se les reconozca los mínimos derechos de un
juicio oportuno, justo y de acuerdo a la normativa vigente; está en manifiesto por
el innumerable número de víctimas del hampa, que a diario sucumben en las
calles; se expresa en el abandono que sienten los venezolanos, que salen de su
país huyendo del horror.
Se ve claramente en la imposición de racionamientos de
agua, luz, gasolina, gas doméstico… en la serie de alcabalas, días de parada,
permisos de circulación por números de cédula o de placa… en el control sobre
los comercios e industrias, en la movilización de mercancías por las
carreteras, en los permisos e inspecciones que exigen los organismos que
deberían apoyar la producción, en las multas y medidas represivas que imponen a
las actividades comerciales… en las universidades, en los hospitales, en la
imposibilidad que tenemos los venezolanos de conseguir nuestros documentos de
identidad, que por derecho nos corresponden y que los funcionarios cubanos nos
niegan…
El grado de violencia y el nivel de dependencia de la
sociedad venezolana de los deseos y voluntad del régimen de Maduro es inhumano;
todas nuestras libertades han sido borradas del mapa, quien ejerza un derecho
lo hace bajo su propio riesgo; quien haga un reclamo o proteste puede ser
ajusticiado a muerte por grupos paramilitares y del hampa común al servicio del
PSUV; quien exprese una opinión que no sea del agrado del régimen queda marcado
como blanco militar.
Todos nuestros partidos políticos han sido intervenidos
de alguna manera, a algunos les han robado sus identidades, a otros los ha
infiltrado y dado un golpe en su directiva nombrando personas sumisas al régimen,
a otros los han comprado; todo el aparato electoral del gobierno nacional: el
CNE, las FFAA, los órganos informativos, las fuentes de financiamiento para las
campañas, los testigos electorales, la veeduría internacional, los partidos
políticos… todo lo que debería brindar a las elecciones confianza y seguridad
para hacerlas libres, veraces, justas y en paz, está manipulado y groseramente
comprometido con la tiranía.
Lo que sí existe es una enorme estrategia de marketing
político para hacer creer que en Venezuela hay democracia, que las elecciones
serán libres e imparciales, que las más de cien organizaciones políticas, que
están registradas para la carrera electoral, son reflejo y producto de las
diferencias políticas y de la posibilidad que tendremos los venezolanos de
ejercer nuestro voto, en medio de una de las pandemias más pavorosas de la
región, ocultando y falsificando el verdadero estado de salubridad pública para
el evento en puertas y con unos partidos de la oposición absolutamente
deslegitimizados.
El llamado a votar, apenas revestido de la apariencia de
normalidad y equilibrio, sólo puede ser atendido por una masa de zombis y su
resultado únicamente puede ser el producto de un enorme fraude electoral; todas
las reformas electorales, llevadas a cabo a puertas cerradas y de manera
unilateral por el partido del PSUV, llevan a un único resultado, la
preeminencia de los representantes socialistas en las principales plazas del
gobierno. Aún en el peor escenario posible, de que haya una votación masiva
contra el gobierno, las cuentas los favorecerán y seguirán siendo “mayoría”.
Todos los que están empujando en la opinión pública el
llamado a ir, atender, ser parte de este fraude electoral, o son personas
absolutamente desfasadas de la realidad nacional, o les llegaron al precio por
su dignidad; y es el mismo discurso de siempre, la misma lógica “chimba” de
quienes creen que todo está normal en nuestra Venezuela, argumentos que nos
hablan de no darle oportunidades al gobierno, de luchar en todos los frentes,
de no menospreciar una oportunidad para votar… en el mejor de los casos, todo
está diseñado para que haya una “cohabitación” entre factores duros del poder
con monigotes comprados por el gobierno, para hacer creer que existe una
oposición política, y por lo tanto, una oportunidad de legitimar al gobierno en
una extensión de su mandato.
Estuve leyendo un número atrasado (2016) de una excelente
publicación argentina Idea, Revista de
Filosofía Moderna y Contemporánea, (año 1 No. 2), en cuyo editorial decía
lo siguiente:
La
democracia real es ya en sí misma valiosa. Al menos votamos, y no estamos ya en
dictadura (logro extraordinario que nunca hay que pensar garantizado). Las
potencias infernales pueden acceder al poder a través del sufragio, pero
también suelen hacerlo por la fuerza de las armas, las finanzas y los medios.
Pero el pueblo únicamente puede llegar a ser soberano por medio de las urnas.
Valoramos por tanto la democracia, aún formal. El problema es que esa
democracia abstracta no garantiza la soberanía… El sufragio no constituye
mecánicamente un todo orgánico donde cada parte tenga su dignidad y su derecho
a alcanzar el umbral máximo de su capacidad de actuar. La Idea de democracia, en
cambio, exige que la mitad más uno sea el fundamento de la totalidad, y el
gobierno elegido debe, para ser auténticamente democrático, representar
efectivamente a su soberano, gestionando el Estado como organismo donde en la
vida de cada parte se juegue la existencia del todo.
En Venezuela estamos en una
democracia formal, no real; es formal porque tenemos una Constitución y hay un
amago de institucionalidad, pero carece de los elementos claves como la separación
de poderes, la justicia y la equidad; la representación genuina de las
comunidades en los órganos de gobierno, las libertades políticas están
conculcadas por grupos represivos milicianos a favor de Maduro, sus secuaces y
sus amos cubanos… No hay una democracia porque, principalmente, no hay manera
para que la voluntad popular pueda expresar con transparencia y respeto a su
voto en las urnas electorales. Si eso lo sabemos todos ¿Qué justificaría que
arriesgáramos la vida el día de las elecciones, en plena pandemia, para ejercer
nuestro voto en una lamentable charada que nunca jamás nos regresará nuestras
libertades perdidas? Si todos estamos conscientes de que se trata de un fraude,
¿Por qué ayudar a legitimar en el poder a quienes nos quieren arruinados,
enfermos y doblegados?
Yo tengo mi opinión y no voy
a votar en esa trampa; ya expresé claramente mis razones de modo que no me
pregunten ¿Qué vamos hacer? ¿O cuál es mi plan de acción para salir del
régimen? Esa pregunta nunca se hace de manera pública en una dictadura, quien
la haga es un idiota, quien la responsa, peor… porque en dictadura la gente
resiste, protesta, lucha, no se rinde ni entrega su dignidad; la gente que
quiere ser libre y salir de los esbirros se organiza, se va a la
clandestinidad, opera en las sombras y se arriesga con planes que no publicita…
esos pobres políticos, que claman porque la gente les dé una solución, ni son
políticos ni están en sus cabales, simplemente desvarían.
¿Cuál es tu argumento? ¿Vas
a votar? ¿Vas a colaborar? - saulgodoy@gmail.com
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