sábado, 19 de septiembre de 2020

Una enfermiza susceptibilidad


Entiendo que luego de estas duras décadas de socialismo salvaje y perversiones a granel por parte del gobierno bolivariano revolucionario haya una especial sensibilidad por la violencia en cualquiera de sus manifestaciones, sobre todo en el lenguaje, que ha sido la manera en que el régimen ha podido controlar al país, con un retorcido discurso donde el “otro”, el disidente, el opositor, era llevado a los extremos de un lenguaje que promovía el odio, empezando por aquel populachero mote que utilizaba Chávez en contra de sus opositores, “escuálido”, o el que recurrentemente esgrime Maduro de “pitiyanquis” y que aún hoy perduran.

Se trata de la estrategia de restarle al contrario humanidad, de animalizarlo, de cosificarlo, tal como lo hicieron en Ruanda, donde los enemigos fueron exterminarlos a machetazos en horribles jornadas de salvaje etnocidio, gritándoles “cucarachas”; o lo que hicieron los nazis, catalogando a los judíos como “raza inferior” y luego gaseándolos en instalaciones para la muerte en masa; o lo que hacían los cubanos fidelistas en contra de los llamados “contrarrevolucionarios”  o “bandidos”, que eran ejecutados en La Cabaña, a veces por la mano del mismísimo Che Guevara.

Pero algo muy distinto es que al identificar el error, la mentira, la propaganda, la traición, la conspiración, dentro de los discursos y acciones en medio de la diatriba política, señalándolos y descubriendo a sus promotores, y por referirse a éstos como idiotas, vendidos o  colaboracionistas, cuando los hechos y los argumentos así lo soportan, ser recusado como instigador del odio o anti demócrata.

Todo extremo es peligroso, y veo con preocupación cómo hay una serie de sectores y personas que se han erigido como “faros morales” de los venezolanos y utilizan su influencia mediática para promover unas ideas políticas harto peligrosas por lo equivocadas e interesadas que aparentan ser, y es que hay una marcada tendencia a mantenerse en lo “políticamente correcto”, a no ofender, no atacar, no levantar olas ni pasiones, ni siquiera críticas a quienes nos han llevado por el camino equivocado, hacia la ruina y la perdición.

Lo políticamente correcto es un llamado a la cautela y al cuidado en qué hacemos y cómo decimos las cosas, de modo de no levantar ronchas en quienes piensan diferente; es un conveniente invento de la izquierda, impuesto como fórmula para relacionarse con las minorías y grupos que, de alguna manera, tengan intereses opuestos con quienes quieren lograr acuerdos, de modo que quienes insulten, o miren directamente a los ojos del otro y le canten cuatro verdades sea un incorrecto, o una especie de salvaje que acaba de bajar de los árboles.

Hay temas que la izquierda pretende que toquemos con pinzas, temas como el género, la raza, la identidad sexual, la ideología, la corrupción… espacios donde prefieren y exigen un cierto glamour y distancia, al punto que cuando uno los escucha hablar sobre estos temas, por la manera como los abordan, uno nunca está seguro de lo que verdaderamente están diciendo, porque han creado hasta nuevas terminologías para designar a un negro, a un maricón o una marimacha.

Pero es en política donde se han excedido, al punto de que ya nadie sabe de qué están hablando; y cuentan en su repertorio con algo que llaman “lenguaje inclusivo”, con el cual pretenden la desconstrucción de nuestra lengua, y hablan ahora de conceptos compuestos por términos muchas veces contradictorios o calificadores, capitalismo salvaje, democracia comunal, tolerancia universal, apertura controlada, privados de libertad, propiedad comunitaria, cuarentena radical, economía popular… toda una neolengua digna de la novela 1984.

La periodista Michelle Goldberg nos dice al respecto:

 

“una parte de lo que piden es tal vez mejores modales. Es interesante volver atrás y fijarnos en la última oleada de pánico por la corrección política a finales de los años ochenta y principios de los noventa. Entonces, lo que se consideraba insoportable de la corrección política era que, de pronto, ya no podías referirte a las personas indígenas como indios y no podías usar retrasado peyorativamente”. 

 

En el caso del régimen de Maduro, obligan a todo entrevistado en los medios de comunicación masiva a emitir una aclaratoria si llegare a desconocer la legitimidad de la autoridad de las figuras del gobierno, como una violación grave a la ley; de no hacerlo, quedaría el medio sujeto a una investigación por complicidad en promover el desacato a la autoridad.

La idiotez nunca debe ser tolerada, menos aún la ignorancia, porque eso nos ha llevado a la perdición y, si vamos de regreso al mundo, si tenemos una nueva oportunidad de ver la luz del día y recuperar nuestras libertades, no podemos permitir que unas personas débiles de carácter, afectadas por la petulancia y los prejuicios, nos digan a quienes hemos sufrido el totalitarismo cubano, cómo podemos o no expresarnos, con la plena consciencia de que ellos, los que se quieren constituir como la nueva norma ética del buen decir, del pensamiento tolerante y por ende “democrático”, se salgan con las suyas, pues son parte de la misma ralea de socialistas que pretenden seguir dictándonos pautas de vida, moral y normas de conducta social.

Si vamos a complacer a los “buenistas”, esos que se creen los Gandhi reencarnados, los políticamente correctos y no podemos decir lo que pensamos de unos parásitos que viven del estado disfrazados de políticos, con un discurso diáfano y perfecto sobre el deber del hombre y la mujer público, de los servidores de la sociedad, de la vocación para la justicia social, pero sus vidas privadas son una orgía continua de negociados, corrupción, clientelismo y fraude hacia sus constituyentes, esas maneras suaves y civilizadas que pretenden exigir de los demás cuando se refieren a ellos, es la coartada perfecta para la impunidad.

Estos nuevos políticos que no quieren ser definidos, que no tienen ideología, que pretenden ser candidatos universales que sirvan para todo apuntan sus cañones en contra de sus críticos, no a la argumentación lógica y la confrontación de ideas sino a etiquetar a sus voceros, utilizando la estrategia de la argumentación ad hominen para atacar al hablante, no a la idea, pretenden con esto asesinar moralmente a quien acusa.

Es un peligro para el país que se vuelvan a disfrazar los contenidos de los discursos políticos, que se les dé un significado tan equivocado a principios democráticos como la tolerancia, la libertad o lo que significa emancipación, opinión o voto; no salimos lisos de esta contienda que ya tiene varias décadas con el socialismo enfermo que ha inundado nuestra Venezuela y que no quiere irse, pues está atornillado al alma de algunos de nosotros y los tiene sujetos a la pared como trofeos de caza en exhibición.

Ser tolerante no significa ser oscuro, ambivalente o sinuoso; si alguien tiene un comportamiento fascista, hay que decírselo, con pruebas, con argumentos, que entienda su error si es que no se ha dado cuenta; si insiste, entonces señalarlo como tal y que se defienda solito, que explique su actitud, no que le pague a unos palangristas para que hablen por él (o ella) y se dediquen a descalificar con epítetos a los denunciantes para tratar de anular sus señalamientos.

Si Capriles, Guaidó, Leopoldo, o Borges, o la larga lista de políticos que llenan nuestras instituciones y comulgan con ese socialismo de nuevo cuño, que cuando jóvenes crearon una estructura político-criminal a imagen y semejanza del megapartido AD, con el fin de hacerse con el control del “mejor negocio del mundo” que no es otro sino la presidencia del país, al igual que los tantos periodistas y RRPP que han sido contratados para levantar sus decaídas imágenes, no tienen argumentos y discursos lo suficientemente convincentes para levantar sus figuras públicas, caídos a menos por prácticas corruptas y manejos populistas.

Es un error suicida tratar de imitar al aparato de comunicación cubano-chavista y empezar a oscurecer el lenguaje, a manipular conceptos y a disminuir a los referentes como si se tratara de unos alucinados, porque lo que están haciendo es enrarecer el debate, continuando con la política de relativizar la verdad y dejar espacios para que los fake news suplanten la realidad.

La crítica no siempre es constructiva, de hecho la crítica incisiva y demoledora, la crítica política, debe ser no solo realista, sino quirúrgica, su propósito es remover quistes y tumores, no pintar de colores una pared o sembrar flores en un parque, que es el motivo que quieren promover como si fueran unos “come flores” y no como lo que verdaderamente son, unos tiburones hambrientos.

No es posible hablar con claridad y llamar tiranía a una tiranía, asesino a alguien quien comete homicidio escudado en un uniforme, presentar las trampas electorales como violaciones a nuestro derecho a la autodeterminación, señalar a la censura como irrespeto a nuestra inteligencia, apuntar a la corrupción como una agresión directa contra los más necesitados y menesterosos, pues roban al pueblo, que no sabe qué, cómo, dónde y cuándo los despojan de sus medios de vida, y que por eso es que en el país la gente se muere de hambre y los enfermos fallecen de mengua en los hospitales.

Es muy fácil falsificar a la misma democracia, basta ubicarse en los bordes conceptuales y trabajar de sus límites hacia adentro para que se acepte lo inaceptable; negociar con el régimen opresor nunca será una posibilidad para un demócrata y menos si la negociación se hace sobre puntos esenciales de las libertades del hombre, de sus derechos humanos, de su necesidad de ser independiente y su derecho a la propiedad privada; de la misma manera como no se puede vivir entre mentiras e incertidumbre, no se puede vivir entre contradicciones y falsas pretensiones.

Un traidor es alguien que se voltea de unos principios de confianza de una comunidad; un mentiroso es alguien quien falsea la realidad para favorecer sus intereses personales… un demócrata debe estar en condiciones de soportar y defender sus principios, y nunca negociarlos para obtener ventajas políticas o dinero; traidores, mentirosos y falsos demócratas es lo que nos sobra en la oposición. Los que nos atrevemos y podemos pararnos y acusarlos, no vamos a dejar de hacerlo porque no sea del agrado de algunos “influencers” o dueños de medios de comunicación, casas encuestadoras y consultores de opinión con interés en que nada cambie.

Nos acusan de estar llenos de odio, de querer vengarnos, de no tener cordura en nuestros supuestos ataques contra sus adalides, ésos que se sientan a negociar con los agentes de los cubanos a nuestras espaldas, para que siempre seamos nosotros los que salgamos perdiendo, precisamente, porque no pasamos de ser fichas en una mesa de juego.

Esos pro-hombres, ponderados, razonables, tolerantes y demócratas a carta cabal, que se nos presentan como la solución a nuestros problemas, como si se tratara del primer día de nuestra debacle, parece que hubieran estado en otro planeta durante estos terribles veinte y tantos años, porque no han aprendido que tratan con un enemigo tan cruel y violento como el chavismo, capaz de mimetizarse en la Madre Teresa de Calcuta si eso les depara algún beneficio.

Es absolutamente inmoral y antidemocrático que a estas alturas del juego sólo una parte de la oposición tenga oportunidad de expresarse en los medios de comunicación masiva, y que sea justamente esa pandilla que está en connivencia con el régimen madurista; los invito a que tomen el tiempo que le dedican las televisoras y radios sólo a los voceros del socialismo “light”, o a los representantes del impreciso G-4, y se darán cuenta de que no hay proporcionalidad ni equilibrio… esa supuesta oposición democrática venezolana incurre, con fiereza inusitada, en la hegemonía comunicacional que tanto predicó Gramsci como el estado ideal del comunismo.

Tenemos un inmenso tapón comunicacional ahogando al país, en parte es por el marco normativo que el chavismo ha construido sobre nuestro derecho a la libertad de expresión, nuestro derecho a la información oportuna, y en parte por la cobardía y el acomodo a los intereses de unos negocios obscuros con el estado socialista; el precio que pagamos ha sido la verdad y la crítica, nos tienen una almohada sobre el rostro y están presionándola para que no podamos respirar, matando la información veraz y oportuna… nos tienen esperando soluciones que nunca llegan.

En algún momento esto va a terminar y se sabrá cada uno de los nombres de los colaboracionistas perversos que se han dedicado con pasión a apuntalar por tanto tiempo a los chavistas, a costa de un sufrimiento inhumano… y sí, sí hay una aspiración de justicia en eso de llamar a las cosas por su nombre, es una necesidad humana.    -     saulgodoy@gmail.com

 

 

 

 

 

 

  



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