Entiendo que luego de estas duras décadas de socialismo
salvaje y perversiones a granel por parte del gobierno bolivariano
revolucionario haya una especial sensibilidad por la violencia en cualquiera de
sus manifestaciones, sobre todo en el lenguaje, que ha sido la manera en que el
régimen ha podido controlar al país, con un retorcido discurso donde el “otro”,
el disidente, el opositor, era llevado a los extremos de un lenguaje que
promovía el odio, empezando por aquel populachero mote que utilizaba Chávez en
contra de sus opositores, “escuálido”, o el que recurrentemente esgrime Maduro
de “pitiyanquis” y que aún hoy perduran.
Se trata de la estrategia de restarle al contrario
humanidad, de animalizarlo, de cosificarlo, tal como lo hicieron en Ruanda,
donde los enemigos fueron exterminarlos a machetazos en horribles jornadas de
salvaje etnocidio, gritándoles “cucarachas”; o lo que hicieron los nazis,
catalogando a los judíos como “raza inferior” y luego gaseándolos en
instalaciones para la muerte en masa; o lo que hacían los cubanos fidelistas en
contra de los llamados “contrarrevolucionarios” o “bandidos”, que eran ejecutados en La
Cabaña, a veces por la mano del mismísimo Che Guevara.
Pero algo muy distinto es que al identificar el error, la
mentira, la propaganda, la traición, la conspiración, dentro de los discursos y
acciones en medio de la diatriba política, señalándolos y descubriendo a sus
promotores, y por referirse a éstos como idiotas, vendidos o colaboracionistas, cuando los hechos y los
argumentos así lo soportan, ser recusado como instigador del odio o anti
demócrata.
Todo extremo es peligroso, y veo con preocupación cómo
hay una serie de sectores y personas que se han erigido como “faros morales” de
los venezolanos y utilizan su influencia mediática para promover unas ideas
políticas harto peligrosas por lo equivocadas e interesadas que aparentan ser,
y es que hay una marcada tendencia a mantenerse en lo “políticamente correcto”,
a no ofender, no atacar, no levantar olas ni pasiones, ni siquiera críticas a
quienes nos han llevado por el camino equivocado, hacia la ruina y la
perdición.
Lo políticamente correcto es un llamado a la cautela y al
cuidado en qué hacemos y cómo decimos las cosas, de modo de no levantar ronchas
en quienes piensan diferente; es un conveniente invento de la izquierda,
impuesto como fórmula para relacionarse con las minorías y grupos que, de
alguna manera, tengan intereses opuestos con quienes quieren lograr acuerdos,
de modo que quienes insulten, o miren directamente a los ojos del otro y le
canten cuatro verdades sea un incorrecto, o una especie de salvaje que acaba de
bajar de los árboles.
Hay temas que la izquierda pretende que toquemos con
pinzas, temas como el género, la raza, la identidad sexual, la ideología, la
corrupción… espacios donde prefieren y exigen un cierto glamour y distancia, al
punto que cuando uno los escucha hablar sobre estos temas, por la manera como
los abordan, uno nunca está seguro de lo que verdaderamente están diciendo,
porque han creado hasta nuevas terminologías para designar a un negro, a un
maricón o una marimacha.
Pero es en política donde se han excedido, al punto de
que ya nadie sabe de qué están hablando; y cuentan en su repertorio con algo
que llaman “lenguaje inclusivo”, con el cual pretenden la desconstrucción de
nuestra lengua, y hablan ahora de conceptos compuestos por términos muchas
veces contradictorios o calificadores, capitalismo salvaje, democracia comunal,
tolerancia universal, apertura controlada, privados de libertad, propiedad comunitaria,
cuarentena radical, economía popular… toda una neolengua digna de la novela 1984.
La periodista Michelle Goldberg nos dice al respecto:
“una parte de lo que piden es tal vez mejores modales. Es interesante
volver atrás y fijarnos en la última oleada de pánico por la corrección
política a finales de los años ochenta y principios de los noventa. Entonces,
lo que se consideraba insoportable de la corrección política era que, de
pronto, ya no podías referirte a las personas indígenas como indios y no podías
usar retrasado peyorativamente”.
En el caso del régimen de Maduro, obligan a todo
entrevistado en los medios de comunicación masiva a emitir una aclaratoria si
llegare a desconocer la legitimidad de la autoridad de las figuras del
gobierno, como una violación grave a la ley; de no hacerlo, quedaría el medio
sujeto a una investigación por complicidad en promover el desacato a la
autoridad.
La idiotez nunca debe ser tolerada, menos aún la
ignorancia, porque eso nos ha llevado a la perdición y, si vamos de regreso al
mundo, si tenemos una nueva oportunidad de ver la luz del día y recuperar
nuestras libertades, no podemos permitir que unas personas débiles de carácter,
afectadas por la petulancia y los prejuicios, nos digan a quienes hemos sufrido
el totalitarismo cubano, cómo podemos o no expresarnos, con la plena consciencia
de que ellos, los que se quieren constituir como la nueva norma ética del buen
decir, del pensamiento tolerante y por ende “democrático”, se salgan con las
suyas, pues son parte de la misma ralea de socialistas que pretenden seguir
dictándonos pautas de vida, moral y normas de conducta social.
Si vamos a complacer a los “buenistas”, esos que se creen
los Gandhi reencarnados, los políticamente correctos y no podemos decir lo que
pensamos de unos parásitos que viven del estado disfrazados de políticos, con
un discurso diáfano y perfecto sobre el deber del hombre y la mujer público, de
los servidores de la sociedad, de la vocación para la justicia social, pero sus
vidas privadas son una orgía continua de negociados, corrupción, clientelismo y
fraude hacia sus constituyentes, esas maneras suaves y civilizadas que
pretenden exigir de los demás cuando se refieren a ellos, es la coartada
perfecta para la impunidad.
Estos nuevos políticos que no quieren ser definidos, que
no tienen ideología, que pretenden ser candidatos universales que sirvan para
todo apuntan sus cañones en contra de sus críticos, no a la argumentación
lógica y la confrontación de ideas sino a etiquetar a sus voceros, utilizando
la estrategia de la argumentación ad
hominen para atacar al hablante, no a la idea, pretenden con esto asesinar
moralmente a quien acusa.
Es un peligro para el país que se vuelvan a disfrazar los
contenidos de los discursos políticos, que se les dé un significado tan
equivocado a principios democráticos como la tolerancia, la libertad o lo que
significa emancipación, opinión o voto; no salimos lisos de esta contienda que
ya tiene varias décadas con el socialismo enfermo que ha inundado nuestra Venezuela
y que no quiere irse, pues está atornillado al alma de algunos de nosotros y
los tiene sujetos a la pared como trofeos de caza en exhibición.
Ser tolerante no significa ser oscuro, ambivalente o
sinuoso; si alguien tiene un comportamiento fascista, hay que decírselo, con
pruebas, con argumentos, que entienda su error si es que no se ha dado cuenta;
si insiste, entonces señalarlo como tal y que se defienda solito, que explique
su actitud, no que le pague a unos palangristas para que hablen por él (o ella)
y se dediquen a descalificar con epítetos a los denunciantes para tratar de
anular sus señalamientos.
Si Capriles, Guaidó, Leopoldo, o Borges, o la larga lista
de políticos que llenan nuestras instituciones y comulgan con ese socialismo de
nuevo cuño, que cuando jóvenes crearon una estructura político-criminal a
imagen y semejanza del megapartido AD, con el fin de hacerse con el control del
“mejor negocio del mundo” que no es otro sino la presidencia del país, al igual
que los tantos periodistas y RRPP que han sido contratados para levantar sus
decaídas imágenes, no tienen argumentos y discursos lo suficientemente
convincentes para levantar sus figuras públicas, caídos a menos por prácticas
corruptas y manejos populistas.
Es un error suicida tratar de imitar al aparato de
comunicación cubano-chavista y empezar a oscurecer el lenguaje, a manipular
conceptos y a disminuir a los referentes como si se tratara de unos alucinados,
porque lo que están haciendo es enrarecer el debate, continuando con la política
de relativizar la verdad y dejar espacios para que los fake news suplanten la realidad.
La crítica no siempre es constructiva, de hecho la
crítica incisiva y demoledora, la crítica política, debe ser no solo realista,
sino quirúrgica, su propósito es remover quistes y tumores, no pintar de
colores una pared o sembrar flores en un parque, que es el motivo que quieren
promover como si fueran unos “come flores” y no como lo que verdaderamente son,
unos tiburones hambrientos.
No es posible hablar con claridad y llamar tiranía a una
tiranía, asesino a alguien quien comete homicidio escudado en un uniforme, presentar
las trampas electorales como violaciones a nuestro derecho a la
autodeterminación, señalar a la censura como irrespeto a nuestra inteligencia, apuntar
a la corrupción como una agresión directa contra los más necesitados y
menesterosos, pues roban al pueblo, que no sabe qué, cómo, dónde y cuándo los
despojan de sus medios de vida, y que por eso es que en el país la gente se
muere de hambre y los enfermos fallecen de mengua en los hospitales.
Es muy fácil falsificar a la misma democracia, basta
ubicarse en los bordes conceptuales y trabajar de sus límites hacia adentro para
que se acepte lo inaceptable; negociar con el régimen opresor nunca será una
posibilidad para un demócrata y menos si la negociación se hace sobre puntos
esenciales de las libertades del hombre, de sus derechos humanos, de su
necesidad de ser independiente y su derecho a la propiedad privada; de la misma
manera como no se puede vivir entre mentiras e incertidumbre, no se puede vivir
entre contradicciones y falsas pretensiones.
Un traidor es alguien que se voltea de unos principios de
confianza de una comunidad; un mentiroso es alguien quien falsea la realidad
para favorecer sus intereses personales… un demócrata debe estar en condiciones
de soportar y defender sus principios, y nunca negociarlos para obtener
ventajas políticas o dinero; traidores, mentirosos y falsos demócratas es lo que
nos sobra en la oposición. Los que nos atrevemos y podemos pararnos y acusarlos,
no vamos a dejar de hacerlo porque no sea del agrado de algunos “influencers” o dueños de medios de
comunicación, casas encuestadoras y consultores de opinión con interés en que
nada cambie.
Nos acusan de estar llenos de odio, de querer vengarnos,
de no tener cordura en nuestros supuestos ataques contra sus adalides, ésos que
se sientan a negociar con los agentes de los cubanos a nuestras espaldas, para
que siempre seamos nosotros los que salgamos perdiendo, precisamente, porque no
pasamos de ser fichas en una mesa de juego.
Esos pro-hombres, ponderados, razonables, tolerantes y
demócratas a carta cabal, que se nos presentan como la solución a nuestros
problemas, como si se tratara del primer día de nuestra debacle, parece que hubieran
estado en otro planeta durante estos terribles veinte y tantos años, porque no
han aprendido que tratan con un enemigo tan cruel y violento como el chavismo,
capaz de mimetizarse en la Madre Teresa de Calcuta si eso les depara algún
beneficio.
Es absolutamente inmoral y antidemocrático que a estas
alturas del juego sólo una parte de la oposición tenga oportunidad de
expresarse en los medios de comunicación masiva, y que sea justamente esa pandilla
que está en connivencia con el régimen madurista; los invito a que tomen el
tiempo que le dedican las televisoras y radios sólo a los voceros del
socialismo “light”, o a los representantes del impreciso G-4, y se darán cuenta
de que no hay proporcionalidad ni equilibrio… esa supuesta oposición
democrática venezolana incurre, con fiereza inusitada, en la hegemonía
comunicacional que tanto predicó Gramsci como el estado ideal del comunismo.
Tenemos un inmenso tapón comunicacional ahogando al país,
en parte es por el marco normativo que el chavismo ha construido sobre nuestro
derecho a la libertad de expresión, nuestro derecho a la información oportuna,
y en parte por la cobardía y el acomodo a los intereses de unos negocios obscuros
con el estado socialista; el precio que pagamos ha sido la verdad y la crítica,
nos tienen una almohada sobre el rostro y están presionándola para que no
podamos respirar, matando la información veraz y oportuna… nos tienen esperando
soluciones que nunca llegan.
En algún momento esto va a terminar y se sabrá cada uno
de los nombres de los colaboracionistas perversos que se han dedicado con
pasión a apuntalar por tanto tiempo a los chavistas, a costa de un sufrimiento
inhumano… y sí, sí hay una aspiración de justicia en eso de llamar a las cosas
por su nombre, es una necesidad humana.
- saulgodoy@gmail.com
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