Mi relación con el jazz me vino de manera muy suave y
natural, mi padre fue en algún momento socio de un grupo que montó una tienda
de equipos de sonidos profesionales en el Centro Comercial La Florida, en
Caracas, se llamaba Audioespecialistas,
por lo que en mi casa siempre tuvimos los mejores y últimos sistemas de audio
para el hogar y, con ellos, una enorme cantidad de cintas con la mejor música
del momento, sobre todo Soul y Jazz, dentro de lo que ya se conocía como “easy listening”, que era música más
instrumental que otra cosa.
Recuerdo con afecto las veces que mis padres me llevaron
al Teatro Municipal de Caracas para ver los conciertos que promovía la Embajada
de los EEUU; en especial recuerdo la presentación de Ella FitzGerald y Louis Armstrong,
en sendos conciertos de gala a casa llena, que disfruté cuando era apenas un
adolecente.
Cuando me fui a estudiar al exterior ya llevaba el
gusanito del gusto por la música progresiva, de King Crimson, Led Zeppelin, Pink
Floyd y otros; recuerdo que llegué a Michigan en el invierno de 1971 y tuve que
esperar hasta la primavera de 1972 para ver mi primer concierto que fue de ese
nuevo cantante británico, Elton John, que presentaba su tour Madman Across the Water.
Pero lo recuerdo como si fuera ayer… ese invierno del 71
(la primera vez que veía nieve y, en Michigan, prácticamente quedé sepultado
por toneladas de ella), mientras aprendía inglés, una noche decidí acercarme
hasta un local llamado The Stables,
el establo, que era un bar restaurant y sala show que había a las afueras de la
Michigan State University, y que quedaba cerca de mi dormitorio, a una
distancia que se podía salvar con una vigorosa caminata, en medio de uno de los
campus más hermosos del medio oeste; recuerdo que era una tarde clara y helada,
era mi primera incursión solo a la vida nocturna en East Lansing.
El Establo era eso, un enorme establo de madera, tenía
tres pisos, reconstruido como sala show, con un pequeño escenario en el medio y
a su alrededor había decenas de mesas rústicas, cada uno de los pisos del edificio
se abría sobre el escenario; ahí servían hamburguesas, pollo, langostinos,
tenían una espectacular Salad Bar, donde uno se servía lo que quisiera, las
meseras eran unas hermosas chicas, estudiantes la mayoría, vestidas con bragas
a la usanza campesina.
Esa noche, por pura casualidad, presentaban a un artista
negro, pianista y cantante de jazz, Less McCanan era su nombre; no lo conocía y
como llegué temprano me ubiqué en una mesita cerca del escenario, justamente
detrás del piano, pedí mi hamburguesa, una cerveza y disfrute del cálido
ambiente, alumbrado por candiles y velas que le daban un toque familiar al
lugar.
A las nueve de la noche el sitio estaba a reventar; de lo
poco que entendía deduje que el artista que estaba a punto de escuchar era
conocido y que se trataba de una rara oportunidad, estaba presentando su nuevo
álbum Talk to the People, que lo
estaban vendiendo para la ocasión.
Cuando los músicos hicieron su aparición reventó un
fuerte aplauso, Less McCanan, me llamó la atención, llevaba su usual sombrero
blanco, de esos que usan en las plantaciones del sur, y sin mucho preámbulo se
sentó al piano y empezó a tocar.
Gordito, bien vestido y afable, demostró que tenía dominio
del piano, pero cuando empezó a cantar fue otra cosa; tenía una voz gruesa,
carrasposa y muy bien afinada, tocó temas de sus anteriores discos, casi todos
compuestos por él, alguna que otra pieza de Eddie Harris, Stanley Turrentine y
Cannonball Adderley (para ese momento no conocía a ninguno), había tocado con
ellos en algún momento y contaba anécdotas de las diferentes bandas en tours
por Europa; cantó algunos gospels, o
himnos religiosos negros, con aquella extraordinaria voz de predicador, y
algunas canciones al estilo Motown.
El momento estelar de la noche fue cuando tocó la canción
What´s going on, del inmortal Marvin
Gaye, que fue una canción muy popular en su momento, pero la versión de McCanan
la convirtió en un clásico; la canción era sencilla, pues se trataba del saludo
de dos amigos que se encuentran y se preguntan ¿Qué ha pasado?, sobre un ritmo cadencioso y pegajoso, el público
presente se sabía la letra y la cantó con un brío tal, que probablemente la
escucharon en Chicago, oír aquellos coros junto a Less McCanan fue glorioso,
los vellos de mi cuerpo se erizaron, por un momento me sentí parte de una
tribu… era la magia de la música, dejamos de ser perfectos extraños, que
estábamos allí reunidos cantando con Less una balada a la amistad y el regocijo
de un encuentro… el jazz se ganó esa noche un adepto.
Por supuesto compré el disco, le brindé un trago al
maestro en la barra, aunque sin poder hablarle mucho y a partir de ese momento
le seguí la pista a su carrera; creo que los mejores discos del cantante Lou
Rawls, una de las voces negras más privilegiadas, fueron los que produjo con
Less McCanan en el piano y con sus arreglos de jazz. Less tiene una vasta
discografía, pero no toda es de mi agrado, no me gustan los que son “funky” o
rítmicos bailables, pero cuando se enseria y toca jazz, eso es otra cosa.
A partir de esa noche comencé un lento aprendizaje que se
convirtió en un verdadero placer, el estar ubicado justo en el medio entre
Detroit y Chicago, en un estado con una alta población negra y con un circuito
de bares y clubes nocturnos dedicados al mejor jazz del mundo, contribuyó mucho
a que me convirtiera en un adepto de este género musical, con el agregado que en
las universidades se dictaba cualquier cantidad de cursos sobre la historia y
la apreciación de este arte típicamente norteamericano.
Y en este punto debo hacer un comentario obligado, el
jazz norteamericano está fuertemente marcado por las características regionales
donde se desarrolla: el jazz del medio oeste es diferente al de New York, o al
de la costa del Pacífico y nada que decir del que se escucha en el sur, sobre
todo en Luisiana; de hecho, todos esos estilos que han surgido como el cool
jazz, el free style, el Bebop, el swing, el de New Orleans, son todos
propuestas diferentes a una visión del mundo.
Mientras estuve por aquella tundra de los Grandes Lagos,
me di un gusto tremendo en conciertos con Chic Corea y los hermanos Marsalis;
vi a venerable .Duke Ellington con su gran orquesta haciendo swing; vi en
Chicago a Dizzy Gillespie tocando Bebop; vi a los virtuosos guitarristas Joe
Pass, Lee Ritenour y a Path Metheny, cada uno en lo suyo… el jazz de Chicago es
absolutamente sofisticado, pero no tan abstracto como el de New York… no sé,
hay algo en la geografía y en el clima urbano que le da unas notas diferentes a
cada región. El jazz de San Francisco y Los Angeles es mucho más fluido, menos
rígido, más ligero que los otros; el jazz en el delta de Mississippi es otra
cosa, más crudo y fundamental y no menos hermoso, el jazz latino de Miami y
Puerto Rico es el más rítmico.
Eso en cuanto a los grandes intérpretes, pero también
conocí y disfruté de mucho talento local, con tríos, cuartetos y quintetos, que
nada tenían que envidiarle a los pro, integrados por estudiantes y amateurs que
lo daban todo en sus presentaciones.
El jazz tuvo una evolución vertiginosa a partir de los
noventa, con el llamado Nu Jazz o
Nuevo Jazz, donde se integraban elementos de música electrónica, ritmos étnicos
y técnicas de grabación experimentales, hubo una tremenda fusión de música minimalista,
de elementos rítmicos como el drum bass, o los glitchs de los ruidos blancos o estática… he escuchado a expertos
opinar que eso ya no es jazz.
Hace poco falleció uno de los grandes críticos de Jazz,
Stanley Crouch, un hombre de color, baterista, novelista, profesor de
literatura y crítico de arte contemporáneo, prologuista de obras de escritores
de la talla de Toni Robinson, James Baldwing y Ralph Ellison, director del programa de jazz
del Lincoln Center en New York, que no es poca cosa; él aseveraba que la gente
negra no creó el jazz ni perfeccionó su forma, que su presencia en el género no
se debió a que sufrieran la opresión de la esclavitud y del racismo, o a tenían
un genio nativo exclusivo de su raza, lo único que era cierto, es que los
músicos de color contribuyeron a desarrollar el jazz como un arte esencialmente
norteamericano porque adelantaron una tradición y trabajaron muy duro para
preservarlo y enriquecerlo, porque se esforzaron en dominar sus instrumentos y
darle curso a una inspiración desbordada. Reconocía que había gente blanca muy
buena en el jazz, y ponía el ejemplo de Stan Getz, a quien consideraba uno de
los más puros virtuosos del Jazz.
Para Crouch, el pináculo de la perfección jazzística y el
ejemplo de lo que debería ser un músico de jazz lo constituía Duke Ellington,
el gran maestro, que no sólo era un músico completo, desde todo punto de vista,
como instrumentista, compositor, arreglista, conductor de orquesta, productor,
sino como uno de los espíritus más sofisticados del todo el siglo XX… en esto
estoy totalmente de acuerdo con Crouch.
En lo personal, como escritor, creo que una de las tareas
más difíciles que existen es escribir bien sobre música, y la música necesita,
como expresión artística y como lenguaje autónomo, que pueda ser comprendido y
explicado en palabras, y que el jazz es uno de los géneros musicales más
difíciles de abarcar, por lo complejo de su naturaleza, y por un ingrediente
que lo separa del resto de la música, y es el arte de la improvisación, pero no
es cualquier improvisación y por ello utilicé ex profeso la palabra “arte”. No
es lo mismo improvisar que ser un improvisado; se necesita un maestro para
improvisar.
Improvisar en el Jazz es un estadio superior del goce
artístico, se han escrito ríos de tinta sobre el tema, y siempre resulta un
misterio que llega incluso a terrenos de la percepción extrasensorial, de la
telepatía, de un espacio cuántico que se abre en nuestro universo y nos muestra
lo bello que puede ser el orden en el caos, el trabajo en equipo.
Tres o cuatro veces en mi vida he experimentado este
placer estético con músicos de jazz improvisando y es otra cosa, hay que tener
una naturaleza especial y el momento requiere de una sagacidad y una entrega
absoluta; pocos escritores han logrado llegar allí para describir el momento,
pero hay un escritor, también critico de jazz de la revista New Yorker,
igualmente desaparecido, Whitney Balliett, quien tuvo la oportunidad de
compartir con uno de los más grandes músicos de Jazz, el bajista, Charles
Mingus; Balliett cenó con ese gran artista, y nos cuenta Balliett de una velada
con Mingus en New York.
Nos
encontramos un domingo en la noche en un restaurante de la calle oeste diez,
una semana o dos antes de que su libro fuera publicado. Mingus estaba vestido
extrañamente de manera conservadora, con un traje oscuro y corbata… Mingus
hablaba arrastrando las palabras. Las palabras venían recortadas y muy rápido,
y a veces era tan rápido que oraciones completas se hacían incomprensibles. Era
un obstáculo del cual estaba consciente, porque más tarde, entrada ya la noche,
me disparó dos o tres frases en ráfagas y me preguntó “ ¿Tú entendiste lo que te acabo de decir?
Admití que había captado un 60%. Y, lentamente, con cuidado, repitió lo dicho y
lo entendí todo. Mingus terminó su Ramos fizz (un coctel preparado) y ordenó
media botella de Pouilly-Fuissé con quesos variados. Pronunció el nombre del
vino en una andanada que sonó algo así como “Puli-fu”. Minutos después, Mingus
expresó su descontento con el menú e insistió que nos fuéramos a otro
restaurant al otro lado de la calle, donde pidió de la bodega otro “Puli-fu”.
Pronto la mesa estaba llena de cola de langostas, corazones de lechuga y otras delicadeces.
Pero aquello apenas contuvo Mingus en el lugar, y muy pronto estábamos en de
vuelta en el primer bistró pidiendo más vino. Cerca de la una de la madrugada
la fiesta apenas comenzaba.
El recuento de Balliett de aquella velada no explica a
Mingus, el músico, pero sí habla claramente de una personalidad y una actitud y
descubre elementos claves en la música de Mingus; era un bajista que podía
cambiar de tempos y estilos en una exhalación, que saltaba de una estructura
musical a otra, no sólo de manera ingeniosa sino que exigía estar muy atento
para notarlo; podía, a la mitad de una pieza, convertirla en otra, como si
fuera un mago; sus músicos tenían que estar muy atentos a esos peligrosos y
sutiles cambios, porque si no eran ejecutados a la perfección, provocaban la
ira del maestro al instante y podía despedir al ejecutante allí mismo, en pleno
escenario. La entrevista de Balliett a Mingus termina de la siguiente manera:
En
un momento Mingus metió su mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un enorme
cuchillo indio, sacó el arma de su funda y lo blandió en su mano izquierda
diciendo: De esta manera es que se camina
en las calles por aquí.
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saulgodoy@gmail.com
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